El reciente acuerdo comercial firmado entre EEUU, Japón y otros países del Pacífico no se limita a lo económico. En realidad, traza la geopolítica global del futuro
El lunes se anunció que Estados Unidos, Japón, Canadá, México, Chile, Perú, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Vietnam, Malasia y Brunei han llegado a un acuerdo para firmar el tratado comercial con mayor alcance de la historia. Se lo conoce como TPP, o Trans-Pacific Partnership, y ha sido diseñado para, en teoría, promover el libre comercio y contrarrestar así el poder de China en el Pacífico. Aunque, rascando ligeramente sobre la superficie, puede intuirse que el plan es aún más ambicioso y que EEUU pretende en realidad posicionarse para seguir siendo el gran líder global.
Tras años de secretas negociaciones (solo desveladas al público por Wikileaks), por fin se empiezan a conocer los detalles de lo que será el cambio más radical que hayamos visto en el comercio mundial. Estamos ante un acuerdo histórico como lo fue en su momento el GATT en el año 1947, firmado poco después de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial; o la posterior Organización Mundial del Comercio, cuyas negociaciones se prolongaron desde el año 1986 en la conocida como ‘Ronda Uruguay’ hasta el año 1994 bajo la batuta Clinton.
La revolución del TPP es que regula todos los ámbitos que imaginemos (jurídico, internet...) e involucra a países que suponen el 40% del comercio mundial
El GATT fue un acuerdo de mínimos limitado principalmente a los bienes. Posteriormente se ideó la OMC, cuyo objetivo era disponer de un organismo global para regular el comercio moderno, incrementando así el control a otros ámbitos como los servicios, la agricultura, la inversión exterior… Fue un gran paso adelante, pero se estancó. Los intereses nacionales boicotearon la mayor parte de posibles acuerdos globales, optándose entonces por ‘acuerdos bilaterales’ entre países concretos.
La revolución del TPP es que, por una parte, regula todos los ámbitos que podamos imaginar (jurídico, patentes, propiedad intelectual, internet…) y por la otra, que involucra a países que suponen el 40% del comercio mundial. Además, se ha implementado con lo que podríamos denominar ‘arquitectura abierta’, de forma que si un país quiere firmar el acuerdo, solo tiene que cumplir unos determinados requisitos para hacerlo, buscando no ser un club cerrado sino en expansión.
Suena bien, la realidad es más discutible. Las principales críticas al acuerdo son que ha sido realizado a imagen y semejanza de las multinacionales y que ha sido negociado de forma secreta de espaldas a la población. Acusaciones graves sin duda. Hay que remarcar sin embargo que esto demuestra, una vez más, que la política exterior estadounidense sigue gozando de buena salud. Han alcanzado un acuerdo en algo muy favorable a sus intereses, a pesar de ser polémico y favorecer un tipo de globalización que en su formato actual empieza a cuestionarse.
Geopolítica
Estados Unidos defiende su industria, su cine, sus farmacéuticas, sus tecnológicas… Estados Unidos defiende su modelo. Pero no es lo único que consigue. No es algo casual que el acuerdo involucre a los principales países del Pacífico, excepto a China. Y es que la creciente influencia del gigante asiático en la región preocupa tanto a la Administración Obama como a sus vecinos, quienes son escépticos sobre sus verdaderas intenciones. Por ello, Estados Unidos y Japón han tratado de dar un golpe en la mesa ante el creciente poder amarillo.
Las principales críticas son que ha sido realizado a imagen y semejanza de las multinacionales, y que ha sido negociado en secreto a espaldas de la población
De hecho, el golpe es certero en muchos aspectos. Por una parte es una demostración de fuerza de la política estadounidense, lanzando un mensaje de “aquí estamos” al resto de países de Asia-Pacífico, región declarada estratégica tras el fiasco de Oriente. Por otra parte promoverá que empresas actualmente instaladas en China, o que se estén planteando la inversión, decidan dar el salto a terceros países que ya hoy son una alternativa en algunos sectores como el textil, véanse Vietnam o Malasia.
Por último, el TPP deja la puerta abierta a nuevos miembros. Si China quisiese ser uno de ellos, tendría que reformar profundamente su economía (empresas estatales, sistema financiero…), algo costoso y difícil, y que además supondría “pasar por el aro”, dejando que sea Estados Unidos quien marque las reglas del comercio mundial. Reglas que no solo son buenas para las multinacionales por su facilidad para comerciar, también porque inciden en el medio ambiente o en una mínima regulación laboral. Esto es, reglas vestidas de buenas intenciones que perjudican a muchas empresas emergentes.
Golpea moral y económicamente, y no solo eso. Su mayor virtud es que sus efectos serán globales. Y es que sin duda la firma del TPP será un empujón mayúsculo para la aprobación del polémico Trans-Atlantic Trade and Investment Partnership (TTIP). Este acuerdo es similar al firmado con los países del Pacífico, pero en este caso enfocado a la Unión Europea, en donde las críticas son numerosas. Tras la firma, es probable que nos vendan que el eje del mundo pivotará al Este si no accedemos a estas reglas. De firmarse, EEUU conseguiría que 2/3 del volumen de su comercio exterior se haga mediante acuerdos de libre comercio.
Lo mismo ocurrió en los años ochenta, cuando la apertura comercial de Estados Unidos hacia Asia provocó la inclusión de la Unión Europea en la ‘Ronda Uruguay’, que terminó siendo el germen de la Organización Mundial del Comercio, como ya mencionamos anteriormente. Ahora podría repetirse la mecánica. ¿Quizá de ahí el extraño comportamiento que están teniendo últimamente Alemania y Rusia? No nos fijemos en las palabras para juzgar, sino en los hechos.
Ha llamado la atención de muchos el hecho de que, a pesar de enfrentarse por Ucrania, por Grecia, o por el poder de Europa del Este, Alemania y Rusia hayan negociado un acuerdo para la ampliación del Nord Stream. Este gasoducto conecta directamente por mar a rusos y alemanes, y posibilita que las vías actuales puedan ser cortadas si Rusia lo desea mientras el gas sigue llegando a la parte occidental de Europa. En la práctica, la ampliación otorga un enorme poder a Rusia y refrenda su política de presión a sus países satélites.
Ha llamado la atención que Rusia no haya hecho ni el más mínimo amago de ayudar a Grecia en su ‘lucha’ contra algunos países de la Eurozona. Se achaca a la crisis y a la falta de fondos, pero no era necesario dinero para defender la postura helena: bastaría con energía barata o con la propia palabra para fortalecer a Grecia en el debate. ¿Puede que Rusia no quisiese molestar a Alemania? Nunca lo sabremos, solo podemos observar la historia y ver que los vaivenes drásticos son comunes en las relaciones entre ambos países.
Quizás esto se explique en parte por las sinergias mutuas: uno tiene energía y el otro posee industria para desarrollarla y/o usarla. Pero, en cualquier caso, y aunque las relaciones no fuesen realmente buenas, ¿qué gana Alemania no cancelando el Nord Stream? Gana suministro energético a costa de favorecer a Rusia, a costa de no respetar el acuerdo tácito para debilitarla que en teoría existe en Occidente tras los incidentes de Crimea. ¿Ganará también una posición de fuerza para negociar el TTIP?
Lo que parece claro en cualquier caso es que, al igual que China consiguió una victoria con su AIIB, ahora es Estados Unidos quien consigue dar un puñetazo en la mesa y convencer a sus socios para que sus reglas sigan siendo la referencia mundial. Algo nada fácil teniendo en cuenta los numerosos intereses nacionales existentes de por medio. Un debate bien distinto es si esto es algo positivo o no, algo que no podemos responder por la cantidad de información desconocida sobre el tratado. Unos pensarán como Obama que “no podemos dejar que China escriba las reglas del futuro”, otros que las formas son muy mejorables, y habrá quien directamente lo califique de desastre. Sea como fuere, este parece ser el futuro. Aunque una cosa es crear las reglas y, otra bien distinta, ganar el juego.
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