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martes, 24 de noviembre de 2015

La Inquisición Políticamente Correcta

 
 
Finales de los 80, principios de los 90. Allan Bloom y Robert Hughes diagnostican el tumor cultural que estaba empezando a crecer en el sistema intelectual y universitario norteamericano: una combinación de relativismo, comunitarismo y postmodernidad. En lugar de conquistar el poder haciendo emerger la verdad, los departamentos de humanidades y ciencias sociales sustituyeron el razonamiento por las falacias, la realidad por la ideología y, lo que es peor, la corbata por el casual style. El cierre de la mente americana y La cultura de la queja, respectivamente, son dos libros fundamentales en cualquier biblioteca. Veinticinco años después, el cáncer ha devenido metástasis ideológica. En los campus anglosajones de Yale, Harvard, Missouri-Columbia, Claremont McKenna College, Ithaca College, California State University, Cardiff o Warwick se ha erigido una Inquisición Políticamente Correcta (IPC) que manda callar a los disidentes amenazando miedo o avisando silencio a través de escraches intimidatorios en las aulas y demandas judiciales que devienen chantajes.
 
Cuando el psicólogo Paul Ekman descubrió que determinadas expresiones faciales eran universales, la izquierda relativista se le echó al cuello. Literalmente

Pero todo había empezado un cuarto de siglo antes.

Cuando a finales de los años sesenta el psicólogo Paul Ekman descubrió que determinadas expresiones faciales eran universales, la izquierda relativista se le echó al cuello. Literalmente. A la antropóloga cultural Margaret Mead dicha tesis le pareció "escandalosa, espantosa y una vergüenza”. Otros académicos izquierdistas lo tildaron de fascista. Y todo porque la realidad parecía desmentir sus postulados sobre el relativismo cultural. A Edward O. Wilson, el fundador de la Sociobiología, le fue peor. Además de ser un “fascista” por proponer que en la conducta humana intervenía la información genética además de la cultura, lo calificaron de racista, genocida y le regaron en una conferencia con una jarra de agua (por lo menos no era ácido). Incluso alguien como Robert Trivers, que apoyaba a los Panteras Negras, fue acusado de herramienta de opresión de la derecha y, claro, racista por defender la tesis de que la biología importa a la hora de explicar cómo somos.
 
En Europa las cosas no iban mejor. Concretamente en Frankfurt, donde unos filósofos y sociólogos de izquierdas habían fundado la “Escuela Crítica”. En 1969 Theodor W. Adorno llamó a la policía para que desalojara de "su" Escuela de Frankfurt a unos alumnos díscolos que se le habían hecho "okupas". Si tenía que elegir entre unos estudiantes radicalizados y las fuerzas de la ley y el orden el autor de la Teoría Crítica lo tenía claro. Como estaban liderados por su discípulo favorito, Hans Jürgen Krahl, escribió en una pizarra "Los lobos aullan alrededor de este kraal", un juego de palabras entre el apellido del escrachero y el término sudafricano que significa "corral". Más tarde, el codirector del Instituto, Jürgen Habermas, se referirá a los jóvenes airados que identificaban al liberalismo político y económico con la Alemania nazi de Hitler como "fascistas de izquierda".
 
De vuelta al presente. En un reciente discurso ante estudiantes el Presidente Obama explicó en qué consiste la maldad de la IPC: “la idea de que alguien en el Gobierno tome decisiones acerca de lo que deberíais pensar o estudiar -o si algo no es la perspectiva, idea o filosofía correctas- es contraria a todo lo que creemos acerca de lo que es educación.” Y remarcaba “Eso puede funcionar en la Unión Soviética, pero no aquí. Eso no es lo que nosotros somos”. Reagan no lo hubiera dicho mejor.
 
Habla muy bien de Obama, de su apertura mental y su talante tolerante, que defienda a los intelectuales que por el hecho de disentir de los dogmas del ecologismo apocalíptico, el feminismo radical, los extremistas animalistas o la lucha de razas o de clases, han sido boicoteados por los “estudiantes” mimados y violentos. Además de los fanáticos de una izquierda sectaria, Obama también señaló a asociaciones de “afro-americanos” y de mujeres como los principales grupos que usan la intimidación y la censura para sentirse cómodos y confortables en sus prejuicios. Y es que precisamente Obama está liderando una rebelión contra la injusticia del racismo, el machismo y el clasismo desde las valores de la responsabilidad moral, la verdad epistemológica y la libertad polítical, no desde la trinchera del resentimiento y el privilegio. Esta generación de mimados e hiper protegidos jóvenes usan la violencia y la propaganda para, amparándose en la manada, acosar a los científicos e intelectuales que se atreven a expresar ideas originales y poderosas, es decir, heterodoxas y agresivas contra los clichés imperantes y las sectas fácticas.
 
¿Cómo es que un hatajo de quejicas lloriqueantes y analfabetos funcionales por elección propia se están haciendo con el poder en las Universidades anglosajonas?
¿Cómo es que un hatajo de quejicas lloriqueantes y analfabetos funcionales por elección propia se están haciendo con el poder en las Universidades anglosajonas, despidiendo a profesores que no se pliegan a la IPC y sojuzgando al resto de estudiantes ante sus escraches de insultos e intimidación? A finales de los 90 estaba ambientada La mancha humana, una novela de Philip Roth en la que su personaje Coleman Silk, un profesor de lenguas clásicas, sufría en sus carnes la conjura de los necios que se rebelan contra un sistema que les discrimina pero sustituyendo la injusticia con más injusticia. Rebeldes sin causa, la generación de los mimados fascistas cargó contra Coleman Silk porque se refirió a un alumno que jamás asistía a sus clases como “puro humo”. Ignoraba que el alumno en cuestión era negro. Cuando le llegó la denuncia por racismo al emplear esa expresión con un alumno del que desconocía su raza su primera reacción fue de incredulidad, a continuación, escepticismo; más tarde, indignación. Finalmente lo despidieron por racismo. Entonces ocurrió la última reacción: resignación.
 
Hagamos otro salto en el tiempo y el espacio. 1938, Europa, Adolf Hitler empieza a campar por sus respetos. Un tiempo donde según Friedrich Hayek “la libertad básica del individuo retrocede poco a poco para dar paso a la libertad de la colectividad”. Es decir, a la tiranía de la masa. Entonces, un novelista húngaro que escribe en alemán y vive en Francia, Ödön von Horvath explicaba así Juventud sin Dios, su gran novela sobre un profesor enfrentado a unos jóvenes estudiantes entregados a la ignorancia y el fanatismo:
 
«Un libro contra los analfabetos espirituales, contra aquellos que, si bien saben leer y escribir, no saben sin embargo lo que escriben y no entienden lo que leen».
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Imagen: Eugenio Lucas Velázquez, Condenados por la Inquisición, ca. 1833-1866. Museo del Prado
 

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