El presente texto es una transcripción realizada por David Gallegos Rubio, Coordinador Local de Students for Liberty México, del discurso realizado por Ludwig Von Mises en el 9º Encuentro de la Mont Pelerin Society en Princeton, New Jersey, el 9 de septiembre de 1958. La versión en inglés de este discurso puede encontrarse en la Online Library of Liberty de Liberty Fund.
I.
A los ojos de los escritores griegos y romanos, la libertad no era algo que tenía que ser concedido a todos los hombres.
Era un privilegio de la minoría, a la cual debía de sostener la mayoría.
Lo que los griegos llamaban ‘Democracia’ era, a la luz de la terminología actual, no lo que Lincoln llamó ‘Gobierno del Pueblo’ sino la oligarquía: la soberanía de los ciudadanos de pleno derecho en una comunidad donde las masas eran meteques o esclavos.
Incluso esta libertad bastante limitada después del siglo IV antes de Cristo no fue tratada por los filósofos, historiadores y oradores como una práctica constitucional institucional.
Al ver esto, que ésta ya era una característica del pasado perdida para siempre, lamentaron el fin de esta edad de oro, pero no conocieron ningún método para volver a ella.
La segunda noción de libertad no fue menos oligárquica, aunque no se inspiró en ninguna reminiscencia literaria.
Fue la ambición de la aristocracia terrateniente, y a veces también de los patricios urbanos, de preservar sus privilegios contra el creciente poder del absolutismo real.
En la mayor parte de Europa continental los príncipes se mantuvieron victoriosos en estos conflictos.
Solamente en Inglaterra y en los Países Bajos, los nobles y los patricios lograron derrotar a las dinastías. Pero lo que ganaron no fue la libertad para todos, sino sólo la libertad para una élite, para una minoría de la población.
No debemos de condenar como hipócritas a los hombres que en esas edades apreciaban la libertad mientras conservaban la incapacidad legal de la mayoría, incluso la servidumbre y la esclavitud. Ellos se enfrentaban a un problema que no sabían cómo resolver satisfactoriamente.
El sistema de producción tradicional era demasiado limitado para una población en constante aumento. El número de personas para quienes, en un sentido amplio del término, los métodos pre capitalistas de la agricultura y la artesanía no dejaban cabida, era creciente. Las masas se estaban muriendo de hambre, eran una amenaza para la conservación del orden existente de la sociedad y durante un largo tiempo nadie podría pensar en otro orden; un estado de cosas que alimentara a todos estos desgraciados. No podía haber sido ninguna cuestión de garantizarles derechos civiles, menos aún de darles una parte de la dirección de los asuntos del Estado. El único recurso que los gobernantes conocían era mantenerlos callados recurriendo a la fuerza.
El sistema pre capitalista de producción fue restrictivo. Su fundamento histórico fue la conquista militar: los reyes victoriosos otorgaban la tierra a sus paladines. Estos aristócratas eran señores en el significado literal de la palabra ya que no dependían del patronazgo de los consumidores: comprando o absteniéndose de comprar en un mercado. Por otro lado, ellos eran los principales clientes de las industrias de procesamiento que, bajo el sistema gremial, estaba organizado en bases corporativas. Este esquema se oponía a la innovación, se prohibió la desviación de los métodos tradicionales de producción, el número de personas para las cuales había puestos de trabajo (incluso en la agricultura o en las artes y artesanías) estaba estrictamente limitado.
Bajo estas condiciones, muchos hombres (para usar las palabras de Malthus) tuvieron que descubrir que: “En el poderoso banquete de la naturaleza no había ninguna vacante a ser cubierta por él” y que la naturaleza le decía “que se había ido”.
Sin embargo algunos de estos parias, lograron sobrevivir, engendrando hijos. Y de hecho, el número de indigentes crecía irremediablemente cada vez más.
Pero entonces aparece el capitalismo.
Es costumbre ver las innovaciones radicales que el capitalismo trajo consigo en la sustitución por la fábrica mecánica de los métodos más primitivos y menos eficientes de las tiendas de artesanos.
El rasgo característico del capitalismo que lo distingue de los métodos pre-capitalistas de producción fueron sus nuevos principios de comercialización.
El capitalismo no es solamente la producción en masa sino producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas.
Las artes y artesanías de los buenos viejos tiempos habían atendido casi exclusivamente a las necesidades de los ricos. Pero las fábricas producen bienes baratos para muchos. Todas las primeras fábricas resultaron haber sido diseñadas para servir a las masas, el mismo estrato que trabajaba a las fábricas. Ellos se sirvieron bien mediante el suministros, directa o indirectamente con la exportación y proporcionándose así alimentos y materias primas extranjeras.
Este principio de comercialización fue la firma del primer capitalismo, así como la del actual capitalismo.
Los empleados mismos son los clientes que están consumiendo la mayor parte de todos los bienes producidos. Son los clientes soberanos, los que siempre tienen la razón. Su compra o su abstención de compra determinan lo que ha de ser producido, en qué cantidad y de qué calidad.
Al comprar lo que les conviene, hacen ganar y expandirse a las empresas y a otras perder dinero y achicarse. De esta manera, ellos están continuamente cambiando el control de los factores de producción en manos de los empresarios que tienen más éxito satisfaciendo lo que ellos quieren.
II.
El hombre común a quien el proceso de mercado había dado el poder de elegir al empresario y los capitalistas adquiere poderes análogos al gobierno: se convierte en votante. Esto ha sido observado por economistas eminentes como Frank A. Fetter de Princeton, que el mercado es una democracia en la que cada centavo da derecho a voto, que el gobierno representativo del pueblo es un intento de organizar los asuntos constitucionales de acuerdo con el modelo de mercado. Pero este diseño nunca pudo lograrse plenamente. En el campo de la política es siempre la voluntad de la mayoría la que prevalece. Pero las empresas no sólo satisfacen los deseos de las mayorías, también sirve a las minorías siempre que no sean tan pequeñas en número como para ser insignificantes.
La industria de la confección de ropa produce no sólo para gente normal sino también para el fuerte y la industria editorial no sólo publica Westerns e historias de detectives para las masas sino también libros para lectores discriminadores.
Hay una segunda diferencia importante.
En la política, no hay medios para que un individuo o un pequeño grupo de individuos desobedezcan la voluntad de la mayoría. Pero en el campo intelectual la propiedad privada hace la rebelión posible. En este universo no hay premios que se puedan ganar sin sacrificios. Pero si un hombre está dispuesto a pagar el precio, es libre de apartarse a la ortodoxia o neo-ortodoxia dominante. ¿Cuáles serían las condiciones que habría en la comunidad socialista para herejes como Kierkegaard, Schopenhauer, Veblen, o Freud? ¿Para Monet, Courbet, Walt Whitman Rilke o Kafka?
En todas las épocas, los pioneros de nuevas formas de pensar y actuar, podrían trabajar sólo porque la propiedad privada hizo posible el desacato a las formas de la mayoría. Sólo unos pocos pioneros fueron lo suficientemente independientes económicamente como para desafiar al gobierno en las opiniones de la mayoría. Pero encontraron en el clima de la economía libre algunas personas públicas preparadas para ayudarlos y apoyarlos. ¿Qué podría haber hecho Marx sin su patrón, el fabricante y explotador, Friedrich Engels?
Lo que vicia toda crítica económica del capitalismo de los socialistas es su incapacidad para comprender la soberanía de los consumidores en la economía de mercado. Sólo ven la organización jerárquica de las diversas empresas y planes y se encuentran perdidos para darse cuenta que el sistema de ganancias obliga a las empresas a servir a los consumidores.
En sus relaciones con los empleadores, los sindicatos proceden como si sólo la malicia y la codicia pudieran evitar lo que ellos llaman ‘la gestión del pago de niveles salariales más altos’. Su miopía no ve más allá de las puertas de la fábrica. Ellos y sus secuaces hablan de la concentración del poder económico y no se dan cuenta que el poder económico reside, en última instancia, en manos del público consumidor de los cuales los propios trabajadores son la inmensa mayoría. Su incapacidad para ver las cosas como son, se refleja en esas metáforas inapropiadas como ‘Reinos y Ducados industriales’. Son demasiado torpes para ver la diferencia entre que un rey soberano o un duque puedan ser despojados solamente por un conquistador más poderoso y un ‘Rey del Chocolate’ que pierde su ‘reino’ tan pronto como los clientes prefieran frecuentar otro proveedor.
Esta distorsión está en la base de todos los planes socialistas.
Si alguno de los jefes socialistas hubiera intentado ganarse la vida vendiendo hot dogs hubiera aprendido algo sobre la soberanía de los consumidores. Pero eran revolucionarios profesionales y su único trabajo era encender la guerra civil.
El ideal de Lenin era construir el esfuerzo de producción de una nación de acuerdo con el modelo de la oficina de correos, un equipo que no depende de los consumidores porque sus déficits son cubiertos mediante el cobro compulsivo de los impuestos.
“El conjunto de la sociedad” decía, era “convertirse en una oficina y una fábrica”. No vio que el carácter mismo de la oficina y la fábrica cambian completamente cuando están solas en el mundo y no se le otorga a la gente la oportunidad de elegir entre los productos y servicios de varias empresas. Fue debido a su ceguera, que se le hizo imposible ver el papel que el mercado y los consumidores juegan en el capitalismo. No podía ver la diferencia entre libertad y la esclavitud debido a que a sus ojos los trabajadores eran sólo trabajadores y no además, clientes. Creía que eran esclavos bajo el capitalismo, y que no cambiaría su estado cuando nacionalizara todas las fábricas y comercios. El socialismo sustituyó con la soberanía de un dictador o un comité de dictadores a la soberanía de los consumidores.
Junto con la soberanía económica de los ciudadanos desaparece también su soberanía política.
La actividad capitalista no es una simple continuación una vez alcanzado el estado de producción, es la incesante innovación, los repetidos intentos diarios de mejorar, la provisión de los consumidores con productos nuevos, mejores y más baratos. Cualquier estado actual de las actividades de producción es simplemente transitorio.
Prevalece incesantemente la tendencia a suplantar la cosa que ya logró, por otra que sirva mejor a los consumidores. En consecuencia, existe bajo el capitalismo una circulación continua de las élites. Lo que caracteriza a los hombres a los que llaman Capitanes de la Industria es la capacidad de aportar nuevas ideas y ponerlas a trabajar. Por más grande que una empresa pueda ser, está condenada en cuanto no consiga ajustarse todos los días a los mejores métodos posibles para servir a los consumidores.
Pero los políticos y otros aspirantes a reformadores sólo ven la estructura de la industria como existe hoy. Ellos piensan que son lo suficientemente listos como para arrebatar el control de las plantas como están hoy y gestionarlas, apegándose a las rutinas ya establecidas mientras que el recién llegado ambicioso será el magnate del mañana, ya está preparando planes para cosas inauditas, todo lo que tiene en mente es llevar a cabo los asunto siguiendo las huellas andadas.
No hay registro de una innovación industrial ideada y puesta en práctica por burócratas. Si uno no quiere sumergirse en el estancamiento den dejar libres las manos de esos hombres desconocidos de hoy que tienen el ingenio para guiar a la humanidad en el camino hacia condiciones más y más satisfactorias.
Este es el principal problema de la organización económica de una nación.
La propiedad privada de los factores materiales de producción no es una restricción de la libertad de todos los demás pueblos de elegir lo que más les convenga, es por el contrario, el medio que asigna al hombre común, en su calidad de comprador, la supremacía en todos los asuntos económicos; es el medio para estimular a los hombres más emprendedores de un país a esforzarse, en la medida de sus capacidades, al servicio de todas las personas.
El principio de la filosofía social occidental es el individualismo. Su objetivo es la creación de una esfera en la que el individuo sea libre de pensar, de elegir y actuar sin estar sujeto por la interferencia del aparato social de la coerción y la opresión, el Estado.
Todos los resultados espirituales y materiales de la civilización occidental fueron el resultado de la operación de esta idea de la libertad. Esta doctrina, las políticas del individualismo y del capitalismo, su aplicación en los asuntos económicos, no necesitan de ningún apologista y propagandista. Los logros hablan por sí mismos.
El caso del capitalismo y la propiedad privada se basan también, al margen de otras consideraciones, en la eficiencia incomparable de su esfuerzo productivo. Es esta eficiencia la que hace posible para el negocio capitalista soportar una población en rápido crecimiento con una mejora continua del nivel de vida. La resultante progresiva prosperidad de las masas crea un ambiente social en el que los individuos excepcionalmente dotados, son libres de dar a sus conciudadanos todo lo que son capaces de dar.
El sistema social de la propiedad privada y el gobierno limitado es el único sistema que tiene a cultivar a todos aquellos que tienen la capacidad innata de adquirir cultura personal.
Es un pasatiempo injustificado menospreciar los logros materiales del capitalismo observando que hay cosas que son más esenciales para la humanidad: que haya automóviles más grandes y más rápidos, hogares con calefacción central, aire acondicionado, refrigeradores, lavadoras y televisores.
Ciertamente hay fines más nobles y elevados, pero son más altos y más nobles precisamente porque no se puede aspirar a ellos por cualquier esfuerzo externo sino que requieren la determinación y el esfuerzo personal del individuo.
Los que elevan este reproche contra el capitalismo muestran una visión bastante cruda y materialista, suponiendo que la cultura moral y espiritual puede ser construida ya sea por el gobierno o por la organización de actividades productivas. Todos estos factores externos que se pueden alcanzar en este sentido son para lograr un ambiente y una competencia que ofrezca a la gente la oportunidad de trabajar en su propia perfección y edificación personal.
No es culpa del capitalismo que las masas prefieran una pelea de boxeo a una representación de Antígona, de Sófocles, música de jazz a las sinfonías de Beethoven y el cómic a la poesía. Pero lo cierto es que, si bien las condiciones pre-capitalistas, como las que aún prevalecen en la mayor parte del mundo hacen que éstos productos sólo sean accesibles a una pequeña minoría de personas, el capitalismo da a muchos una oportunidad favorable de esforzarse por ellos.
De cualquier ángulo que uno pueda mirar al capitalismo, no hay razón de lamentar el paso de los supuestos viejos tiempos, menos aún se justifica anhelar las utopías totalitarias, ya sea d los nazis o del tipo soviético.
Estamos inaugurando hoy la Novena Reunión de la Sociedad Mont Pelerin. Es oportuno recordar en esta ocasión, que las reuniones de este tipo en las que las opiniones opuestas que fomentan la mayoría de nuestros contemporáneos y gobiernos, sólo son posibles en un ambiente libre (freedom[i]) y de libertad (liberty[ii]), que es la marca más apreciada de la Civilización Occidental.
Esperemos que este derecho a la disidencia nunca desaparezca.
Tomado de Eslibertad.org, el artículo original se encuentra aquí.
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