[Este artículo está extraído del capítulo 21 de La acción humana]
Si quien busca un empleo no puede obtener el trabajo que prefiere, debe buscar otro tipo de empleo. Si no puede encontrar a un empresario dispuesto a pagarle lo que le gustaría ganar, debe renunciar a sus pretensiones. Si rechaza hacerlo, no conseguirá ningún empleo. Permanece en el paro.
Lo que causa el desempleo es el hecho de que (contrariamente a la doctrina antes mencionada de la incapacidad de esperar de los trabajadores) los que quieren ganar un salario pueden esperar y lo hacen. Quien busca un empleo y no quiere esperar siempre encontrará un trabajo en una economía de mercado no intervenida en la que siempre hay capacidad no empleada de recursos naturales y muy a menudo también capacidad no usada de factores de producción producidos. Sólo le hace falta o reducir la cantidad de dinero que pide o alterar su ocupación o su lugar de trabajo.
Había y todavía hay gente que sólo trabaja un tiempo y luego vive otro de los ahorros acumulados por su trabajo. En países en que el estado cultural de las masas es bajo, es a menudo difícil reclutar trabajadores que estén dispuestos a permanecer en el trabajo. Allí, el hombre medio es tan insensible e inerte que no sabe emplear sus ganancias más que para comprar tiempo de ocio. Trabaja sólo para permanecer parado durante un tiempo.
En los países civilizados es distinto. Aquí el trabajador ve el desempleo como un mal. Le gustaría evitarlo siempre que el sacrificio requerido no sea demasiado oneroso. Elige entre empleo y desempleo de la misma forma en que procede en todas las demás acciones y elecciones: sopesa las ventajas e inconvenientes. Si escoge el desempleo, éste es un fenómeno de mercado cuya naturaleza no es distinta a la de otros fenómenos de mercado que aparecen en una economía de mercado cambiante. Podemos llamar a este tipo de desempleo generado por el mercado desempleo cataláctico.
La distintas consideraciones que pueden inducir a un hombre a decidirse por el desempleo pueden clasificarse de esta forma:
- El individuo cree que encontrará posteriormente un trabajo remunerado en su lugar de residencia y en una ocupación que le gusta más y para la que está preparado. Busca evitar el gasto y otras desventajas que conlleva cambiar de una ocupación a otra y de un punto geográfico a otro. Puede haber condiciones especiales que aumenten estos costes Un trabajador propietario de una vivienda está más firmemente ligado a su lugar de residencia que la gente que vive en apartamentos alquilados. Una mujer casada tiene menos movilidad que una soltera. Además hay ocupaciones que impiden que el trabajador recupere su empleo previo en una fecha posterior. Un relojero que trabaje algún tiempo como leñador puede perder la destreza requerida para su trabajo anterior. En todos estos casos, la persona elige un desempleo temporal porque cree que esta elección le beneficiará a largo plazo.
- Hay ocupaciones cuya demanda está sujeta a considerables variaciones estacionales. En algunos meses del año el demanda es muy intense, en otros decae o desaparece completamente. La estructura de salarios descuenta estas fluctuaciones estacionales. Las ramas de la industria afectada pueden competir en el mercado laboral sólo si los salarios que pagan el la temporada alta son suficientemente altos como para indemnizar a los asalariados por los inconvenientes que genera la irregularidad estacional en la demanda. Así que muchos de los trabajadores, habiendo ahorrado parte de sus grandes ganancias en la temporada alta, permanecen desempleados en la baja.
- El individuo elige el desempleo temporal por consideraciones que en el lenguaje popular se califican de no económicas o incluso irracionales. No acepta trabajos que sean incompatibles con los convicciones religiosas, morales y políticas. Rechaza ocupaciones cuyo ejercicio perjudicaría su prestigio social. Se deja guiar por patrones tradicionales sobre lo que es propio de un caballero y lo que es indigno. No quiere desprestigiarse o perder su casta.
El desempleo en un mercado no intervenido es siempre voluntario. A los ojos del desempleado, el desempleo es el menor de dos males de entre los que tiene que elegir. La estructura del mercado puede a veces hacer caer los salarios. Pero, en un mercado no intervenido, siempre hay para cada tipo de empleo un precio al que los dispuestos a trabajar pueden hacerlo. El nivel salarial final es el nivel al que todos los que buscan empleo lo encuentran y todos los empresarios consiguen tantos trabajadores como desean contratar. Su volumen lo determina la productividad marginal de cada tipo de trabajo.
Las fluctuaciones salariales son los dispositivos por medio de los cuales se manifiesta la soberanía de los consumidores en el mercado laboral. Son la medida adoptada para la asignación de trabajo a las distintas ramas de la producción. Penalizan la desobediencia recortando los salarios en las ramas comparativamente saturadas y recompensan la obediencia aumentándolos en las escasas, así someten al individuo a una rigurosa presión social. Es evidente que limita indirectamente la libertad individual de elegir ocupación. Pero esta coacción no es rígida. Deja al individuo un margen en cuyos límites puede elegir entre lo que se adapta a él más o menos. Dentro de esta órbita es libre de actuar como quiera. La cantidad de libertad es la máxima libertad de la que puede gozar un individuo en el marco de la división social del trabajo y esta cantidad de coacción es la mínima indispensable para la preservación del sistema de cooperación social. Sólo hay una alternativa a la presión cataláctica ejercitada por el sistema de salarios: la asignación de ocupaciones y salarios a cada individuo por decretos perentorios de una autoridad, un consejo general que planifique todas las actividades de producción. Es equivalente a la supresión de toda libertad.
Es verdad que bajo el sistema de salarios el individuo no es libre de elegir el desempleo permanente. Pero ningún otro sistema social imaginable podría otorgarle un derecho a ocio ilimitado. Que el hombre no puede evitar someterse a la desutilidad del trabajo no es una consecuencia de ninguna institución social. Es una condición natural inevitable de la vida y la conducta humana.
No es conveniente calificar al desempleo cataláctico dentro de una metáfora tomada de desempleo “mecánico “friccional”. En la construcción imaginaria de una economía en rotación constante no hay desempleo porque hemos basado esta construcción en dicha suposición. El desempleo es un fenómeno de una economía cambiante. El hecho de que un trabajador un trabajador despedido por cambios que se producen en la disposición de los procesos de producción no pueda aprovecharse instantáneamente de cada oportunidad de obtener otro trabajo sino esperar a una oportunidad más propicia no es una consecuencia de la tardanza del ajuste al cambio en las condiciones sino uno de los factores que ralentiza el ritmo de este ajuste. No es una reacción automática a los cambios que se han producido, sino el efecto de sus acciones intencionadas. Es especulativa, no friccional.
El desempleo cataláctico no debe confundirse con el desempleo institucional. El desempleo institucional no es resultado de las decisiones de los buscadores individuales de empleo. Es el efecto de la interferencia con el intento de los fenómenos de mercado de imponer mediante coerción y coacción salarios más altos de los que habría determinado el mercado no intervenido. El tratamiento del desempleo institucional pertenece al análisis de los problemas del intervencionismo.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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