Ludwig von Mises, mentor de Friedrich Hayek y gran figura de la economía por sí mismo, expresó sus opiniones sobre el capitalismo y la desigualdad en un libro delgado (solo 113 páginas) llamado La mentalidad anticapitalista. Publicado por primera vez en 1954 y disponible en línea por menos de 10$, merece la pena leerse hoy.
El tratado de Mises sobre por qué el capitalismo se sienta en el banquillo, falsamente acusado de diversos delitos contra la humanidad, es un clásico: diciendo con valentía lo que aún tiene que decirse. Ofrece una refutación vigorosa de la visión con prejuicios del capitalismo que se encuentra (más reciente y conspicuamente) en el libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century.
En La mentalidad anticapitalista, Mises pregunta: ¿Por qué tanta gente “aborrece” el capitalismo? Da una respuesta triple.
El primer factor es la simple ignorancia. Poca gente atribuye al capitalismo el hecho de que “disfrutan de servicios que no tenían ni siquiera la gente más próspera de anteriores generaciones”. Teléfonos, coches, acero y miles de otras mejoras son todos “un logro del liberalismo clásico, el libre comercio, el laissez faire y el capital”, siendo la fuerza motriz el ánimo de lucro y el despliegue de capital usado en el desarrollo de mejores herramientas y máquinas y la creación de nuevos productos. Eliminad el capitalismo y eliminaréis la mayoría de todo el extraordinario progreso que se ha alcanzado en aumentar los niveles de vida y reducir la pobreza desde el inicio de la Revolución Industrial.
El segundo factor es la envidia, el monstruo de ojos verdes, que hace que mucha gente piense que ha sacado la pajita más corta. Como señala Mises: “El capitalismo concede a cada uno la oportunidad de alcanzar los puestos más deseables, que, por supuesto, solo pueden obtener unos pocos (…) Sea lo que sea lo que un hombre haya ganado para sí, siempre ante sus ojos hay gente que le ha aventajado (…) Esa es la actitud del vagabundo frente al hombre con un trabajo fijo, el trabajador manual frente al capataz, el ejecutivo frente al director general, el director general frente al presidente, el hombre que gana trescientos mil dólares frente al millonario y así sucesivamente”.
Y finalmente, el tercer factor es la denigración del capitalismo por quienes buscan limitarlo o destruirlo. Como señala Mises, los críticos y anti-capitalistas continúan diciendo y repitiendo la misma historia: diciendo que “el capitalismo es un sistema para hacer que las masas sufran terriblemente y que cuanto más progrese el capitalismo y se aproxime a su plena madurez, más se empobrecerá la inmensa mayoría”.
De hecho, esta es la historia que cuenta Piketty en su libro, que ha ascendido a lo más alto de las listas de superventas del New York Times y Amazon. ¿Es la desigualdad el asunto que define el siglo XXI? Si estás de acuerdo con Piketty, sí. Este afirma que las disparidades de renta y riqueza giran fuera de control, poniendo a los que tienen en contra de los que no tienen. Sin impuestos “confiscatorios” para crear un nuevo equilibrio social y económico, advierte, las democracias actuales pueden acabar colapsando, arrastrando con ellas el capitalismo y los capitalistas.
Piketty da mucha importancia al hecho aparente (muchos discuten sus estadísticas) de que los que están en los niveles más altos de renta en Estados Unidos han aumentado agudamente su participación en la renta naciones de EEUU en las pasadas tres o cuatro décadas. De aquí salta a la conclusión de que la enorme disparidad en rentas entre el 1% superior y el 90% inferior llevará con el tiempo a la aparición de un nuevo “capitalismo patrimonial”. Con nada de lo que preocuparse (salvo quizá una revolución violenta), los herederos de grandes fortunas se convertirían en una nueva clase de rentiers, viviendo de las rentas que reciben de poseer tierras y otras formas de capital.
En su análisis, graba en piedra que el retorno de capital (r) supera al crecimiento económico (g), lo que significa que los herederos de grandes fortunas siguen en primera línea hacia mayor riqueza (incluso sin tener que trabajar), mientras que las clases medias y bajas están condenada al estancamiento económico o la completa desesperación. Su pequeña fórmula, r>g, se supone que es una de las cosas importantes a llevarse del libro, pero remarca uno de los problemas de presentar un retrato demasiado estático de cómo se comporta la gente en un mercado competitivo.
Esto no habría escapado de la atención de Mises. Mises habría atacado la suposición de Piketty de que los herederos de grandes fortunas gestionarían sabiamente su dinero o de que tendrían el mismo éxito que otros (más motivados) en la búsqueda de las mejores inversiones. Mises sostenía que “la progenie sosa y estólida” de la gente que creó imperios empresariales es probable que “derroche” su herencia y “vuelva a la insignificancia”.
Bajo un sistema capitalista digno de este nombre (lo que significa, para Mises, una economía competitiva de mercado libre de los efectos perturbadores de la planificación y el control del estado), no mandan ni el industrial poderoso ni el inversor rico, sino la gente normal en su capacidad como consumidores. Mediante su “compro o no compro”, los consumidores proporcionan “un referéndum diario sobre lo que se produce y quién lo produce”. Tienen la sartén por el mango: el poder de “hacer ricos a los proveedores pobres y pobres a los proveedores ricos”.
Se puede casi sentir pena por el pobre capitalista retratado por Mises. Por muy duro que pueda trabajar o rápido que pueda correr, alguien probablemente le gane. En todo momento, otros proveedores luchan por desbancar a los afectados descubriendo formas nuevas y mejores de atender a sus clientes. Entra un Wal-Mart o Target y sale un Sears o K-Mart. Es una batalla que se libra con un suministro inagotable de nuevos reclutamientos y nunca ocurre (como afirma Piketty) que “El pasado (es decir, la riqueza acumulada de éxito previos) devora el futuro”. Más bien, es el futuro (sea lo que sea lo próximo importante), lo que reemplaza al presente con algo mejor.
En La mentalidad anticapitalista, Mises señala inequívocamente: “Nadie está necesitado en la economía de mercado debido al hecho de que algunos sean ricos. Las riquezas de los ricos no son la causa de la pobreza de nadie”.
Mirad los países que están crecimiento más rápidamente en el mundo actual. ¿No hay una compatibilidad natural (frente a una contradicción propia) entre grandes avances en el nivel de vida en algunos países y la capacidad de sus ciudadanos más emprendedores de obtener espectaculares ganancias? Eso es lo que pasó en China como consecuencia de una liberalización económica: el número de milmillonarios chinos se ha disparado (ya ahora se acerca de la cifra de milmillonarios de EEUU), mientras cientos de millones de personas dentro de China han conseguido salir de la pobreza.
¿Es verdad, como dice Piketty, que somos testigos de una hiperconcentración de riqueza dentro de Estados Unidos?
Podría ser verdad si la gente con rentas superiores siguiera siendo la misma de un año para otro a lo largo de un periodo extenso de tiempo. Pero no son la misma gente. Tal y como habría esperado Mises, es un constante cambio de personajes. Un informe reciente de los datos de la Tax Foundation muestra datos fiscales de gente que declara un millón de dólares o más de renta a lo largo de un periodo de nueve años. Casi la mitad de esta gente hace una aparición solo una vez. Solo un 15% de ellos declara al menos un millón en renta en dos de los nueve años y solo un 5,6% aparece en todos los nueve años.
No hay peligro de que una oligarquía de ricos tome forma como para rivalizar con el poder y permanencia de las aristocracias terratenientes en la Francia o Gran Bretaña precapitalistas.[1]
Pero hay algo más de lo que preocuparse, algo que hacía que Mises perdiera el sueño. Es el pensamiento de que la tendencia natural bajo el capitalismo “hacia una mejora continua en el nivel medio de vida” se viera obstaculizada por una creciente “ausencia de capitalismo” debida a “los efectos de políticas que sabotean el funcionamiento del capitalismo”. Entre estas políticas perversas, Mises apuntaba la expansión del crédito, acelerar la oferta monetaria y aumentar los salarios mínimos. Más aún, estaba en contra de políticas progresistas que disminuyen las decisiones individuales y dejan cada vez más decisiones económicas en manos del estado. El mayor temor de Mises era que la gente “renunciara a la libertad y se sometiera voluntariamente a la soberanía del gobierno omnipotente”.
Irónicamente, los defensores más ardorosos del gran gobierno son aquellos que continúan con la mayor desigualdad. ¿Quieren nada menos (por parafrasear a Churchill) que un reparto igual de la miseria?
[1] Esto supone que los gobiernos no intervienen, como han estado haciendo, para favorecer a ciertos grupos y empresas. Para más sobre cómo el gobierno aumenta la desigualdad de rentas, ver el artículo de Frank Hollenbeck sobre desigualdad de rentas y la obra de Andreas Marquart sobre este tema.
Publicado el 11 de julio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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