Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
No pasa día sin que algún líder religioso, formador de opinión, político democrático o jefe de prensa proclame que el sistema de libre mercado es en su esencia inmoral. Ustedes mismos rellenen las casillas, pero yo prefiero dejarlas en blanco, porque ahora no busco criticar a nadie en particular sino señalar el error fundamental que yace bajo tales denuncias, que no es otro que un equivocado concepto de la moral social.
Todos ustedes habrán oído decir que el capitalismo está basado en el egoísmo y la codicia; que fomenta el materialismo, el consumismo, la explotación inmisericorde; que trata al hombre como mercancía; que disuelve los lazos familiares y amistosos; que todo lo pone en venta, hasta lo más sagrado. Además, añaden que un sistema así necesariamente sufre crisis repetidas y crecientes: sus abusos socavan los valores de laboriosidad, honradez, cumplimiento de los contratos, respeto de la propiedad privada, que hicieron su grandeza; y abren la puerta a pirámides financieras, paraísos fiscales, evasión de impuestos, corrupción de políticos y toda una fronda de conductas inmorales. Los críticos del capitalismo ya no se atreven a negar que el mercado sirve para asignar correctamente los recursos, vista la desastrosa experiencia de la planificación centralizada en los países comunistas, pero… denuncian que lo hace a costa de fomentar una distribución radicalmente injusta.
Quien crea que la única ventaja de un mercado libre es la de conseguir la mejor asignación de los recursos demuestra que no ha entendido nada de cómo funcionan las sociedades libres. En su interpretación tradicional, la definición de Robbins del problema económico es incompleta. No se trata de cómo casar “fines humanos con medios escasos de uso alternativo”. No se trata de satisfacer fines expresos asignando unos recursos dados. Ni los fines humanos son patentes ni los medios son conocidos. En primer lugar, los gustos y necesidades de los consumidores hay que descubrirlos. Los enemigos del mercado acusan a fabricantes, distribuidores y publicitarios de crear necesidades frívolas. Muy al contrario, esos deseos existen pero nadie los conoce. Por eso la mayoría de los productos lanzados al mercado fracasan. En segundo lugar, los recursos no están ahí a la vista de todos, también hay que descubrirlos y recombinarlos. El economista estadounidense Paul Romer dio hace poco un ejemplo de recombinación novedosa: el dueño de una cadena de comida rápida tuvo la ocurrencia de usar tapas del mismo diámetro para cubrir recipientes de café capuccino de distinta cabida: esa forma de reducir costes solo se ha hecho evidente tras ponerse en práctica. ¿No se comunican los críticos del capitalismo sus eslóganes por YouTube o por Twitter?
Supongamos que comprenden lo que es la asignación óptima de recursos. Por donde no pasan es por la distribución desigual que dicen trae consigo el capitalismo. Para ellos es obsceno que haya personas que ganen tanto dinero como Ronaldo o Zuckerberg. ¡Claro que quienes aciertan a ofrecer productos de éxito se hacen ricos, mucho más si la mundialización les permite conseguir millones de admiradores y clientes! La desigualdad de sus ingresos fomenta una satisfacción más igual de la humanidad en su conjunto. Lo obsceno sería que hubiesen obtenido su fortuna gracias a favores del gobierno, como el mexicano Carlos Slim.
¿Más pobreza y más desigualdad?
El lamento de los amantes de la humanidad es que “los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos”. No me refiero tanto a Oxfam y otras ONG, como a los ricos reunidos en el Foro Económico Mundial de Davos, que en su reciente edición han colocado la desigualdad en el primer lugar de los 31 riesgos potenciales que ven para la estabilidad del planeta. Por suerte, estas jeremiadas no se corresponden con los hechos.
Durante los 40 años posteriores a 1970, el número de pobres en el mundo ha disminuido asombrosamente. Tomemos los cálculos para el período 1970 a 2006 del catedrático de la Universidad de Columbia Xavier Sala i Martín, que fue uno de los primeros en señalarlo. En esos años, la población mundial creció en 2.880 millones de personas, lo que debería haber aumentado el número de pobres, en especial porque son los más necesitados los que suelen tener un mayor número de hijos.
La definición más común de la extrema pobreza es la situación de quienes tienen que vivir con menos de un dólar al día: en ese caso, el número de pobres disminuyó en esos 36 años en unos 617.000, hasta quedar en 350.000. Si tomamos como línea divisoria los dos dólares al día, el número de quienes están por debajo¡ de ella disminuyó en 783.000 y el saldo final quedó en 847.000 sobre 7.149 millones de habitantes.
Centrémonos en la India y en China, tras su paulatina apertura a una economía de mercado. Si marcamos la frontera en 1,25 dólares al día en vez de un dólar, en 1981 vivía en India con esa mísera suma el 61,7% de la población; en 2008, el 36,3%.
Más llamativa aún es la evolución de China: en 1981 el 84% de su población vivía con 1,25 dólares al día o menos; en 2008 esa proporción se había reducido al 13%. La cantidad de personas que aún vive con las migajas que pueden comprar con uno o dos dólares al día es acongojante e indica lo mucho que queda por hacer en el camino hacia una economía global y próspera. Sin embargo, no debemos olvidar la señaladísima reducción de la pobreza conseguida por el capitalismo.
Ahora demos el paso lógico de concluir que, si el número de pobres ha caído de esa manera, la desigualdad media también ha tenido que reducirse. Así ha sido con todas las medidas de la igualdad que usan economistas y sociólogos, por ejemplo, el índice Gini.
Si ha caído la desigualdad en India y China, y también ahora en las naciones más mercantiles de América hispana y en el África subsahariana, el mundo por necesidad es más igual. ¿Estaba yo soñando cuando oí que el capitalismo se ha construido sobre la inmiseración de la clase obrera?
Los críticos del capitalismo en Davos y otros foros penitenciarios, que se dicen alarmados por la desigualdad del mundo, lo último que desean es que los pobres compitan libremente con nosotros y nos igualen en productividad. Esa resistencia se ha endurecido por efecto de la crisis iniciada en 2008, que de paso diré que no ha sido causada por la codicia capitalista sino por los yerros de las políticas públicas. Es una crisis que nos está obligando a acomodarnos a nuevas tecnologías y a recortar los repartos del estado de bienestar, con el negativo efecto que esto tiene sobre el segmento de nuestra población que encuentra difícil adaptarse a las nuevas condiciones. Esta resistencia se quiere disimular con exhortaciones a repartir lo mucho que tenemos cuando los pobres del mundo se benefician más de la globalización capitalista que ningún otro.
El progreso de la humanidad
El capitalismo no solo mejora la situación de los pobres sino que también ayuda a elevar el nivel de vida del conjunto de la humanidad. Las Naciones Unidas vienen publicando desde 1990 un Índice de Desarrollo Humano, mejorado en 2010. Ese IDH no se conforma con medir el bienestar de las poblaciones de los distintos países con el PIB per cápita. Añade otros dos factores: la esperanza de vida al nacer y la mejora de los conocimientos, medida por la alfabetización y la escolarización. La mejora ha sido notable, no solo en el Tercer Mundo sino también en los países avanzados. Presento una selección indicativa del progreso de la humanidad bajo la nefanda influencia del capitalismo.
La distancia entre la realidad de los hechos y el lagrimear de los críticos necesita explicación. Algo lleva a que el rechazo del libre mercado tenga tanto éxito. ¿Qué es? En mi opinión, la gente no comprende bien la moral del mercado. ¿Cómo ha hecho más bien a la humanidad Bill Gates: lanzando la Fundación Bill & Melinda Gates o creando Microsoft junto con Paul Allen? La Fundación es una institución notable. No solo han donado los esposos Gates 28.300 millones de dólares a su Fundación sino que han lanzado con ella un nuevo modo de hacer caridad, el filantrocapitalismo, por el que se aplican los cánones de la gestión de la empresa al mundo de la filantropía. Con todo, nadie se atreverá a negar que lo hecho por la humanidad por Microsoft, con el lanzamiento de los PC (siglas de los computadores personales y no del Partido Comunista), y la creación del sistema operativo MS-DOS y su extensión gráfica Windows, es mucho más de lo que nunca podrá hacer la Fundación Gates. Y lo mismo puede decirse de Steve Jobs y su Macintosh o de la contribución de Apple.
La pregunta fundamental es por qué son muchos los que creen que quienes se han enriquecido con estos productos y otros favorecidos por el público deben “devolver a la sociedad algo de lo que han recibido de ella”. Me parece muy bien que esas personas gasten su dinero en proyectos filantrópicos como los de Gates, pero no porque deban nada a la sociedad, que les pagó estrictamente por lo que recibía de ellos. En un clarividente ensayo, los economistas Clark y Lee (2011) dan razón de por qué se considera que esas inmensas fortunas obtenidas en mercados de libre competencia parecen inmorales. Clark y Lee lo explican distinguiendo entre la moral de las relaciones personales y la moral de los negocios. Hay que reconocer que en las sociedades progresivas coexisten dos éticas en materia de ayudar a los demás: la moral magnánima y la moral mundana. La moral magnánima consiste en ayudar a los demás ex abundantia cordis, por generosidad del corazón hacia quien necesita apoyo. Son tres las características de la ayuda magnánima: (1) que se lleve a cabo intencionadamente, (2) que comporte sacrificio personal y (3) que se dirija a beneficiarios identificables.
La moral mundana, por el contrario, consiste en obedecer normas de conducta cual decir la verdad, cumplir las promesas y contratos, respetar los derechos de propiedad de los demás y no dañar intencionadamente. Las tres características de la ayuda mundana son distintas de las de la magnánima: es interesada, da beneficios (a las dos partes) y se dispersa en transacciones anónimas. Aquellas ayudas las reparten manos generosas; ésta, la “mano invisible”.
Ahora podemos ver por qué se mira la “ayuda mundana” con tan malos ojos. La magnanimidad personal despierta emociones de agradecimiento. El mundano éxito de quienes triunfan en un mercado competitivo, en cambio, se ve a menudo con envidia. La naturaleza humana es tal que apreciamos los regalos gratuitos pero no la mucha mayor contribución a nuestra felicidad de quienes nos venden lo que necesitamos o deseamos.
Civilización
Hay delincuentes tanto en la vida personal y familiar como en la vida social. Los mentirosos, codiciosos, infieles a su palabra, ladrones de fama y hacienda existen tanto en las relaciones personales como en la vida de los negocios. No es aceptable, sin embargo, que líderes religiosos y moralistas de tertulia condenen el libre mercado y el capitalismo como inmorales. ¿O es que no es moral sacar a tantos millones de la pobreza y conseguir que millones de miserables vayan ingresando en la civilización?
Este artículo fue publicado originalmente en Actualidad Económica (España) el 22 de mayo de 2014.
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