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miércoles, 8 de abril de 2015


Un retrato del patrón oro clásico

9 Abril, 2015
 
 
"El mundo que desapareció en 1914 parecía, en retrospectiva, algo así como nuestra imagen del paraíso”, escribía el economista Cecil Hirsch en su crítica de junio de 1934 al clásico de R.W. Hawtrey, The Art of Central Banking (1933). Hirsch se quejaba de la pérdida de la restricción previsora que había prevalecido una vez entre los “bancos de banqueros” de Occidente, concluyendo que los tiempos modernos “habían fracasado a la hora de alcanzar el nivel de sabiduría y previsión que prevaleció en el siglo XIX”.
 
Esa sabiduría y previsión estuvo una vez institucionalizada a lo largo de una cultura monetaria internacional: basada en oro, recelosa ante el crédito y despectiva con la deuda, pública o privada. Este mundo incluía los bancos centrales, incluyendo el Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, el Banco Nacional Suizo, la primera Reserva Federal, el Banco Imperial de Austria-Hungría y el Reichsbank alemán. Pero la ideología asentada de una moneda fuerte del momento limitaba a todos ellos. El Banco de Rusia, por ejemplo, que una vez reclamó del 50% al 100% de respaldo en oro para todos los billetes emitidos, poseía las segundas mayores reservas de oro del planeta al empezar el siglo XX.
 
“Los países que estaban ligados en el patrón oro representaban, en un grado no poco considerable, una comunidad de intereses y una responsabilidad por el mantenimiento de la estabilidad económica y financiera en todo el mundo”, recordaba Aldoph C. Miller, miembro del Consejo de la Reserva Federal de 1914 a 1936, en The Proceedings of the Academy of Political Science, en mayo de 1936. “El patrón oro fue un símbolo importante de unidad y solidaridad económica que había desarrollado el mundo del siglo XIX”.
 
Era un tiempo en que las “fuerzas automáticas del mercado”, como se referían a ellas los economistas del momento, prevalecían sobre la gestión monetaria. La redención de la moneda en oro (de calidad) aseguraba, hasta cierto punto, la estabilidad de tipos de cambio. El crédito se extendía solo lo que permitían los ratios de reserva y se obligaba a los bancos centrales a mantener reservas fijas de oro con respecto a los billetes en circulación y a los depósitos a la vista.
 

Cuando los mercados dominaban la “política” monetaria

Los flujos del oro regulaban las relaciones de precios internacionales a través de los mercados, que se ajustaban de acuerdo con ellos: los precios aumentaban cuando había entrada de oro: por ejemplo, cuando un país recibía un pago de deuda de otro país (siempre en oro) o durante las fiebres del oro en California o Australia en la década de 1870. Estas entradas significaban expansión del crédito y un aumento en los precios. Una salida de oro significaba que el crédito se había contraído y a esto le seguía una deflación de precios.
 
La eficacia de ese patrón no se veía afectada por los bancos centrales de tal manera que “cualquier perturbación de carácter económico o financiero originada en cualquier lugar del mundo que pudiera amenazar el mantenimiento continuo del equilibrio económico era rápidamente detectada por los intercambios exteriores”, señalaba en su trabajo Miller, el miembro del consejo de la reserva Federal. “de esta forma, el sistema del patrón oro se convirtió en un sentido muy real en un régimen o gobierno de salud económica, un método de atrapar las perturbaciones económicas cuando surgían”.
El Banco de Inglaterra, el gran maestre de todos, era el centro financiero del universo, cuyo férreo control de sus políticas de crédito era tan disciplinado que le aseguraba el puesto en lo alto sin ni siquiera tener las mayores reservas de oro. Coherente con su creencia en que la producción de reservas era el criterio principal y el único importante para la política de créditos, Inglaterra se convirtió en la principal exportadora de capital, el mercado libre para el oro, el mercado internacional del descuento y el banquero internacional para el comercio de otros países, así como el suyo. El mundo estaba en este sentido siguiendo un patrón libra esterlina.
 
El Banco de Francia, sabiamente advertido por su fundador, Napoleón, de que se asegurara de que Francia fuera siempre un país acreedor, estaba tan repleto de reservas que dio a Inglaterra un préstamo de 500 millones de francos (en cifras de 1915) al empezar la Primera Guerra Mundial. Suiza, quizá el único baluarte actual del “estilo siglo XIX” con banqueros privados con responsabilidad ilimitada y una estricta legislación de máximos de deuda, también tenía altos patrones para su Banco Nacional, fundado en 1907. En la década de 1930 ese país tenía reservas bancarias más altas que EE. UU.; el franco suizo nunca se ha devaluado explícitamente, al contrario que prácticamente todas las demás divisas occidentales y el nivel interno de precios del país se mantenido como el más estable en el mundo.
 
Durante un tiempo, la mentalidad disciplinada de estos bancos se abrió paso cruzando el Atlántico, donde la idea de un banco central había sido sujeto de acalorado debate en EE. UU. El economista H. Parker Willis, escribiendo acerca de la polémica en The Journal of the Proceedings of the Academy of Political Science, de octubre de 1913, advertía: “Los bancos de la Reserva Federal van a ser los ‘bancos de los banqueros’ y se pretende que hagan para el banquero lo que este hace con el público”.
Al principio se siguió el consejo: en septiembre de 1916, casi dos años después de su fundación el 23 de diciembre de 1913, la nueva Fed creó una enmienda a su política del oro a partir de una visión muy conservadora del crédito. La nueva política buscaba restringir “la indebida e innecesaria expansión del crédito”, escribía Miller, el miembro del consejo de la Fed, en un artículo para The American Economic Review, en junio de 1921.
 
El Banco de Rusia, durante la segunda mitad del siglo XIX tuvo que soportar la Guerra de Crimea, la Guerra Ruso-Turca, la Guerra Ruso-Japonesa, las inminentes guerras balcánicas (por no mencionar lo que iba a seguir) y consiguió emerger con políticas fiscales sensatas y masivas reservas de oro. Según el The Economist del 20 de mayo de 1899, las existencias rusas eran de 95 millones de libras esterlinas de oro, mientras que el Banco de Francia tenía un valor de 78 millones de libras. (Austria-Hungría tenía 30 millones de esterlinas de oro y el Banco de Inglaterra otro tanto en oro y plata). “Rusia, hasta el mismo momento de la ruptura [con Japón, 1904-1905], estaba trabajando imperturbablemente en la progresiva consolidación de sus finanzas”, reportaba Karl Helfferich, de la Universidad de Berlín, en una reunión de la Royal Economic Society [Reino Unido] en diciembre de 1904. “Incluso en años de crisis económica y malas cosechas, su comercio exterior mostró un exceso de importaciones sobre importaciones más que suficiente como para compensar los pagos enviados al exterior. Y, como garantía de su sistema monetario, ha conseguido amasar y mantener una enorme reserva de oro”.
 
Estos bancos, a su vez, se inspiraban en las tradiciones bancarias de las épocas medieval/renacentista y barroca de la Liga Hanseática, el Banco de Venecia y los bancos de Ámsterdam. El pago a la vista “en oro bueno y pesado” era como un juramento de sangre al que obligaba la relación banquero-cliente. La transferencia de crédito “no derivaba de ninguna sustitución del dinero por crédito”, señalaba Charles F. Dunbar, en The Quarterly Journal of Economics de abril de 1892, “sino del simple hecho de que la transferencia intrabancaria ahorraba la necesidad de contar dinero y la entrega manual de cada transacción”.
 
A los banqueros se las prohibía operar sobre ciertas materias primas, no podían dar préstamos o crear crédito para la compra de dichas materias primas y se prohibía tanto a extranjeros como a ciudadanos comprar plata a crédito si no existía en el banco la misma cantidad en efectivo. Según Dunbar, una ley veneciana de 1403, sobre requisitos de reserva se convirtió en la base de la ley bancaria de EE. UU. sobre los depósitos de valores públicos a finales del siglo XIX.
 
Después de la caída del bimetalismo en la década de 1870, el oro continuó realizando funciones monetarias entre los principales países del mundo occidental (y el bien administrado Banco de Japón). Era el único medio de intercambio y la única divisa de curso legal sin restricciones. Se convirtió en la proclamada “medida de valor”. Los billetes de banco se usaban simplemente como auxiliares para el oro y, en general, no disfrutaron del privilegio del curso legal.
 

El fin de una época

Indudablemente no era un sin sistema sin defectos o sin crisis periódicas. Pero los bancos centrales tenían que actuar de una forma extremadamente prudente, dada la completa desconfianza pública en el papel moneda.
 
Como señalaba el economista Andrew Jay Frame, de la Universidad de Chicago, escribiendo en enero de 1912 en The Journal of Political Economy: “Durante pánicos en Gran Bretaña en 1847 y 1866, cuando se suspendieron los pagos en efectivo, las compuertas del efectivo se abrieron [por el Banco de Inglaterra], el gobernador prometió a la calle que los bancos solventes se ajustarían y se pasó el pánico”. Frame añade después: “Sin embargo, este efectivo extra y los mayores préstamos que vinieron con ellos, se finalizaron muy rápidamente para evitar la expansión del crédito”.
 
EE. UU. confiaba igualmente en esta actitud prudente. Aldoph Miller, escribiendo sobre la política de la Reserva Federal, remarcaba: “Hay tres elementos principales de la política de un banco central o sistema de reserva que sostiene que las instituciones se revelan mejor en relación con la actitud hacia 1) oro, 2) divisa, 3) crédito”. Notaba orgullosamente: “El sistema de la reserva federal ha cumplido [estos] tests con un notable éxito”.
 
Pero después de la Segunda Guerra Mundial se dejó atrás un panorama internacional distinto. Inglaterra había sido desplazada como centro de las finanzas internacionales, EE. UU. y Francia aparecían como los principales países acreedores de la posguerra. El mecanismo del patrón oro al que podían relacionarse las divisas depreciadas ya no existía. Solo quedaba EE. UU. con un patrón oro completo. Inglaterra y Francia habían tenido un patrón oro en barras y otros países (Alemania, principalmente) tenían un patrón oro-cambio).
 
Una matriz de relaciones comerciales desequilibradas empezó a saturar la economía internacional. Luego, con tanto países extranjeros ayudando a su auge especulativo, EE. UU. manipuló sus propias políticas crediticias nacionales para facilitar el crédito y los controles de patrones de cambio. Esto acabó culminando con una crisis financiera internacional en 1931. Bajo Bretton Woods (1944), se abandonó en la práctica en patrón oro: la convertibilidad nacional era ilegal y el papel del oro estaba muy limitado, favoreciendo al dólar.
 
“Era, al menos en teoría, bastante sencillo en los viejos tiempos”, escribía un melancólico W. Randolph Burgess, jefe de la Reserva Federal de Nueva York, en 1938. “Es el actual y extraño nuevo mundo, donde los viejos portentos del oro han perdido su antiguo significado, ¿dónde está el rayo de luz que pueda seguir el banquero? ¿Qué es el equivalente del oro?
Los hombres de su época y de finales del siglo XIX entendían el significado de esa pregunta y, lo que es más importante, por qué es algo que hay que preguntar. Pero el suyo era un mundo diferente, de verdad, uno sin “QE”, “ZIRP” o “Conocidos desconocidos” como política fiscal. Y tampoco tenía helicópteros.

 

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