Por Murray
N. Rothbard. (Publicado el 5 de octubre de 2010)
[Extraído de What Has Government Done to Our Money?]
Para entender el actual caos monetario, es necesario seguir brevemente los desarrollos monetarios internacionales del siglo XX y ver cómo cada paquete de defectuosas intervenciones inflacionistas se ha venido abajo por los problemas que conllevan, solamente para dejar el espacio para otra batería de intervenciones. La historia del orden monetario mundial del siglo XX puede dividirse en nueve fases. Examinemos ordenadamente cada una.
Fase I: El patrón oro clásico, 1815-1914.
Podemos considerar al
patrón oro “clásico”, el mundo occidental del siglo XIX e inicio del XX, como
una Edad de Oro, literal y metafóricamente. Con la excepción del molesto
problema de la plata, el mundo seguía el patrón oro, lo que significaba que cada
divisa nacional (el dólar, la libra, el franco, etc.) era simplemente un nombre para cierta cantidad de oro. Por ejemplo, el “dólar”
se definía como 1/20 de una onza de oro, la libra esterlina era poco menos de ¼
de onza y así sucesivamente. Esto significaba que los “tipos de cambio” de las
distintas divisas nacionales eran fijos, no porque fueran controladas
arbitrariamente por el gobierno, sino de la misma forma que una libra de peso es
por definición igual a dieciséis onzas.
El patrón oro
internacional significaba que los beneficios de tener un medio monetario se
extendían por todo el mundo. Una de las razones del crecimiento y la prosperidad
de los Estados Unidos ha sido el hecho de que habíamos disfrutado de una moneda en todas las partes del país.
Hemos tenido un patrón oro, o al menos un solo patrón dólar, en todo el país y
no tuvimos que sufrir el caos de cada ciudad y condado emitiendo su propia
moneda que luego fluctuara respecto de las de otras ciudades y condados. El
siglo XIX mostró los beneficios de una sola moneda por todo el mundo civilizado.
Una moneda facilitaba la libertad de comercio, inversión y movimiento por toda
esa área monetaria y de comercio, con el consecuente crecimiento de la
especialización y la división internacional del trabajo.
Debe hacerse énfasis en
que el oro no fue seleccionado arbitrariamente para ser el patrón monetario. El
oro se ha desempeñado durante muchos siglos en el libre mercado como el mejor
dinero, como el producto que resulta ser el medio monetario más estable y
deseable. Y sobre todo, la oferta y provisión de oro estaba sólo sujeta a las
fuerzas del mercado y no a la arbitraria emisión del gobierno.
El patrón oro
internacional ofrecía un mecanismo automático al mercado para controlar el
potencial inflacionista del gobierno. También ofrecía un mecanismo automático
para mantener en equilibrio la balanza de pagos de cada país. Como apuntó el
filósofo y economista David Hume a mediados del siglo XVIII, si una nación, por
ejemplo, Francia, aumenta su oferta en francos de papel, sus precios suben; el
incremento en los ingresos en francos de papel estimula la importación del
exterior, que también se fortalece por el hecho de que los precios de las
importaciones son ahora relativamente más baratos que los de los productos
internos. Al mismo tiempo, los altos precios locales impiden la exportación: la
consecuencia es un déficit en la balanza de pagos, que debe ser pagada a los
países canjeando los francos en oro. El flujo hacia el exterior del oro
significa que Francia debe finalmente contraer sus excesivos francos en papel
para prevenir la pérdida de todo su oro. Si la inflación ha tomado la forma de
depósitos bancarios, entonces los bancos franceses tendrán que contraer sus
préstamos y depósitos para evitar la bancarrota a medida que los extranjeros se
dirigen a éstos para canjear sus depósitos por oro. La contracción baja los
precios locales y genera un aumento en las exportaciones, revirtiendo así el
flujo del oro, hasta que los niveles de precios se igualan en Francia y los
demás países.
Es verdad que las
intervenciones de los gobiernos anteriores al siglo XIX rebajaron la rapidez de
este mecanismo del mercado y permitieron un ciclo de negocio de inflación y
recesión dentro del marco del patrón oro. Estas intervenciones fueron, en
concreto: el monopolio gubernamental de la acuñación, las leyes de moneda de
curso legal, la creación del papel moneda y el desarrollo de la banca
inflacionista favorecido por cada uno de los gobiernos. Pero aunque estas
intervenciones ralentizaban los ajustes del mercado, dichos ajustes mantenían en
definitiva el control de la situación. Así pues, aunque el patrón oro del siglo
XIX no era perfecto y permitía expansiones y contracciones relativamente
pequeñas, aún así nos ofrecía el mejor orden monetario que haya conocido el
mundo, un orden que funcionaba, que evitaba que los ciclos de negocio se
desmandaran y que permitía el libre desarrollo del comercio, intercambio e
inversión internacionales.[1]
Fase II: La Primera Guerra Mundial y su posguerra, 1914-1926.
Si el patrón oro clásico
funcionaba tan bien, ¿por qué se abandonó? Se abandonó porque se confió a los
gobiernos la tarea de mantener sus promesas monetarias, de hacer que las libras,
dólares, francos, etc. fueran siempre canjeables en oro, tal como ellos y su
sistema bancario controlado habían prometido. No fue el oro el que falló, fue el
disparate de confiar en que el gobierno cumpliría sus promesas. Para iniciar la
catastrófica Primera Guerra Mundial, cada gobierno tuvo que incrementar su
propia oferta de moneda bancaria y en papel. Esa inflación fue tan severa que
fue imposible que los gobiernos en guerra mantuvieran sus compromisos y así
“abandonaron el patrón oro”, es decir, declararon su propia quiebra a poco de
entrar en la guerra. Todos excepto los Estados Unidos, que entraron tarde en
guerra y no expandieron la oferta de dólares como para poner en peligro la
convertibilidad.
Pero aparte de EE.UU., el
mundo sufrió lo que algunos economistas hoy día consideran el Nirvana de los
tipos de cambio de libre flotación (llamados ahora “tipos de cambio sucio”), las
devaluaciones competitivas, bloques de divisas en guerra, controles de cambios,
aranceles y cuotas y el desmoronamiento del comercio y la inversión
internacionales. Las libras, francos, marcos, etc. inflados se depreciaron en la
relación con el oro el dólar: el caos monetario se extendió por el
mundo.
Felizmente, en aquel
tiempo había pocos economistas que consideraran esta situación como el ideal
monetario. Se entiende generalmente que la Fase II estuvo en el umbral del
desastre internacional y los políticos y economistas miraron a su alrededor para
encontrar maneras de restaurar la estabilidad y libertad del patrón oro
clásico.
Fase III: El patrón de intercambio por oro (Inglaterra y Estados Unidos), 1926-1931.
¿Cómo volver a la edad
dorada? Lo más sensato hubiera sido reconocer los hechos de la realidad, el
hecho de la depreciación de la libra, el franco, el marco, etc. y volver a
patrón oro a un tipo redefinido: un tipo que reconocería la oferta de dinero y
los niveles de precios existentes. Por ejemplo, la libra esterlina ha sido
tradicionalmente definida como un peso equivalente a 4,86$. Pero hacia el final
de la Primera Guerra Mundial, la inflación en Inglaterra había rebajado el valor
de la libra a aproximadamente 3,50$ en el mercado de cambios internacionales.
Otras divisas se depreciaron de forma parecida. Los sensato hubiera sido que
Inglaterra volviera al oro a aproximadamente 3,50$ y que los demás países
hubieran hecho lo mismo. Se hubiera vuelto a la Fase I de suave y rápidamente.
En vez de hacerlo, los británicos tomaron la fatal decisión de volver al oro a
la antigua paridad de 4,86$.[2]
Lo hicieron por razones
de “prestigio” nacional británico y en un vano intento de reestablecer Londres
como centro financiero de “moneda fuerte” del mundo. Para conseguir tener éxito
en esta locura heroica, Inglaterra habría tenido que rebajar enormemente su
oferta monetaria y sus niveles de precios, ya que a 4,86$ los precios de
exportación en libras británicas eran demasiado altos para ser competitivos en
los mercados mundiales. Pero la deflación estaba entonces fuera de lugar
políticamente, porque el crecimiento de los sindicatos, apoyados por un sistema
nacional de seguro de desempleo, había hecho que los tipos de los salarios no
permitieron bajar éstos: para generar deflación, el gobierno británico hubiera
tenido que invertir el crecimiento de su estado del bienestar. De hecho, los
británicos querían continuar expandiendo moneda y precios. Como consecuencia de
la combinación de inflación y el retorno a una paridad sobrevalorada, las
exportaciones británicas cayeron durante todos los años 1920 y el desempleo fue
muy grave en todo ese periodo, cuando la mayoría del mundo experimentaba un
crecimiento económico.
¿Cómo podían intentar los
británicos estar a la vez en misa y repicando? Estableciendo un nuevo orden
monetario internacional que indujera u obligara a otros gobiernos a mantener inflación o
volver al oro o a paridades sobrevaloradas para sus divisas, dañando sus propias
exportaciones y subvencionando las importaciones desde Inglaterra. Esto es
precisamente lo que hizo Inglaterra, al promover, en la Conferencia de Génova de
1922, la creación de un nuevo orden monetario internacional, el patrón de
intercambio por oro.
El patrón de intercambio
por oro funcionaba de la siguiente forma: Los Estados Unidos permanecían en el
patrón oro, canjeando dólares por oro. Inglaterra y los otros países
occidentales, por el contrario, volvían a un pseudopatrón oro, Inglaterra en
1926 y los demás países por esa misma época. Las libras británicas y otras
divisas no eran pagables en monedas de oro, sino en barras de gran tamaño, sólo
disponibles para transacciones internacionales. Esto evitaba que los ciudadanos
corrientes de Inglaterra y otros países europeos utilizaran el oro en su vida
diaria y así se posibilitaba un mayor nivel de inflación bancaria y en papel.
Pero además, Inglaterra canjeaba las libras, no en oro, sino también en dólares,
mientras que otros países no canjeaban en oro, sino en libras. Y la mayoría de
esos países fueron inducidos por Inglaterra a volver al oro en paridades
sobrevaloradas. La consecuencia fue una pirámide con EE.UU. en el oro, las
libras esterlinas en los dólares y las demás divisas europeas en libras: el
“patrón de intercambio por oro”, con el dólar y la libra como las dos “divisas
clave”.
Por tanto, cuando
Inglaterra se expandía y experimentaba un déficit en su balanza de pagos, el
mecanismo del patrón oro no operaba para restringir rápidamente la inflación
británica. Pues otros países, en lugar de canjear sus libras por oro, mantenían
las libras y se expandían a partir de ellas. De esta manera, Inglaterra y Europa
podían expandirse sin control y el déficit británico podía acumularse sin las
restricciones propias de la disciplina del mercado del patrón oro. En lo que se
refiere a Estados Unidos, Inglaterra podía inducirles a inflar los dólares para
no perder muchas reservas en dólares u oro a su favor.
Lo que pasaba es que el
patrón de intercambio por oro no podía durar: las consecuencias deben al final
pagarse, pero sólo como una desastrosa reacción al largo aumento inflacionario.
A medida que las balanzas en libras esterlinas se acumulaban en Francia, EE.UU.
y todas partes, la más mínima pérdida de confianza en la cada vez más
tambaleante y la mal diseñada estructura inflacionaria estaban destinadas a
llevar al colapso general. Eso es precisamente lo que ocurrió en 1931: la
quiebra de los bancos expandidos en toda Europa y el intento de la “moneda
fuerte” francesa de canjear sus libras esterlinas por oro, llevó a Inglaterra a
abandonar completamente el patrón oro. En poco tiempo le siguieron los demás
países europeos.
Fase IV: Divisas fiduciarias flotantes, 1931-1945.
El mundo volvió al caos
monetario de la Primera Guerra Mundial, salvo por el hecho de que ahora parecía
haber pocas esperanzas de restaurar el oro. El orden económico internacional se
había desintegrado en un caos de tipos de cambio flotantes sucios y limpios,
devaluaciones competitivas, controles de cambios y barreras al comercio; se
inició un guerra económica y monetaria internacional entre divisas y bloques de
divisas. El comercio y la inversión internacional quedaron prácticamente
paralizados y el comercio se llevaba a cabo a través de acuerdos de trueque
realizados por gobiernos compitiendo y en conflicto con los demás. El Secretario
de Estado Cordell Hull apuntó repetidamente que esos conflictos monetarios o
económicos de los años 1930 fueron la causa principal de la Segunda Guerra
Mundial.[3]
Los Estados Unidos
permanecieron en el patrón oro durante dos años y después, en 1933-34, lo
abandonaron en un vano intento de salir de la depresión. Los ciudadanos
estadounidenses ya no podrían canjear sus dólares en oro e incluso se les
prohibió poseer oro alguno, ni aquí ni en el extranjero. Pero los Estados Unidos
mantuvieron después de 1934 una nueva fórmula peculiar del patrón oro, en la
cual el dólar, ahora redefinido como 1/35 de onza de oro, era canjeable en oro
por gobiernos extranjeros y bancos centrales. Se mantenía una relación con el
oro. Además, el caos monetario en Europa llevó a que el oro afluyera al único
refugio monetario relativamente seguro, los Estados Unidos.
El caos y la desbocada
guerra económica de los años 1930 dejaron una importante lección: el grave fallo
político (aparte de los problemas
económicos) en la idea monetaria de Milton Friedman y la Escuela de Chicago de
las divisas fiduciarias de flotación libre. Pues lo que los seguidores de
Friedman harían (en nombre del libre
mercado) sería cortar completamente todos los lazos con el oro, dejar el
control absoluto de cada divisa nacional en manos de su gobierno central
emitiendo billetes como moneda de curso legal y luego aconsejar a cada gobierno que
deje a su divisa flotar libremente con respecto a todas las demás divisas
fiduciarias, así como abstenerse de expandir su divisa demasiado
escandalosamente. El grave fallo político es dar control total de la oferta
monetaria al estado-nación y después esperar que éste se abstenga de usar ese
poder. Como el poder siempre tiende a usarse, incluyendo la capacidad de
falsificar legalmente, la ingenuidad, así como la naturaleza estatista, de este
tipo de programa debería ser una cruda evidencia.
Así, la desastrosa
experiencia de la Fase IV, el mundo de los años 1930 de dinero fiduciario y
guerra económica, llevó a las autoridades de EE.UU. a adoptar como su principal
objetivo económico en la Segunda Guerra Mundial la restauración de un orden
económico internacional viable con el que se pudiera restaurar el comercio
mundial y los frutos de la división internacional del trabajo.
Fase V: Bretton Woods y el nuevo patrón de intercambio por oro, 1945-1968.
El nuevo orden
internacional fue concebido y luego dirigido por los Estados Unidos en una
conferencia monetaria internacional en Bretton Woods, New Hampshire, a mediados
de 1944 y ratificado por su Congreso en julio de 1945. Aunque el sistema de
Bretton Woods funcionaba mucho mejor que el desastre de los años 1930, sólo
existió como una reedición inflacionista del patrón de intercambio por oro de
los años 1920, e igual que en los años 1920 se mantuvo con alfileres.
El sistema era
esencialmente el patrón de intercambio por oro de los años 1920, pero con el
dólar desplazando violentamente a la libra esterlina como una de las “divisas
clave”. Ahora el dólar, valorado en 1/35 de onza de oro, iba a ser la única divisa clave. La otra diferencia
con los años 1920 fue que el dólar ya no iba a ser convertible en oro para los
ciudadanos estadounidenses, en su lugar se continuó con el sistema de los años
1930, con el dólar sólo convertible
en oro para gobiernos extranjeros y sus bancos centrales. No se otorgaba a
ningún individuo privado, sólo a los gobiernos, el privilegio de canjear dólares
en la divisa oro mundial.
En el sistema de Bretton
Woods, los Estados Unidos pusieron los
dólares (en papel moneda y depósitos bancarios) por encima del oro, al que
podían los gobiernos convertir los dólares. Puesto que los Estados Unidos
empezaron la posguerra con una enorme existencia de oro (unos 25.000 millones de
dólares) había mucho margen para afrontar reclamaciones en dólares. Además, el
sistema podía “funcionar” por un tiempo porque todas las divisas mundiales
volvieron al nuevo sistema a las paridades previas a la Segunda Guerra Mundial,
muchas de las cuales estaban altamente sobrevaloradas en términos de sus
infladas y depreciadas divisas. Por ejemplo, la inflada libra esterlina volvió a
4,86$, aunque valía mucho menos que eso en términos de poder de compra en el
mercado. Al haber sido el dólar artificialmente infravalorado y la mayoría de
las otras divisas sobrevaloradas en 1945, el mundo sufría una escasez de
dólares, que el contribuyente estadounidense se suponía debía compensar para
ayudar al exterior. En resumen, el aumento de la exportación debida a la
infravaloración del dólar estadounidense iba a ser parcialmente financiado por
el desventurado contribuyente estadounidense en forma de ayuda
externa.
Al haber mucho margen
para la inflación antes de que hubiera consecuencias, el gobierno de Estados
Unidos se dedicó a una política monetaria de posguerra de inflación monetaria
continua, una política que ha llevado a cabo alegremente desde entonces. Para
los inicios de los años 1950, la continua inflación estadounidense empezó a
estrangular el comercio internacional. Pues mientras los EE.UU. inflaban y
expandían dinero y crédito, los principales gobiernos europeos, muchos de ellos
influidos por consejeros monetarios “austriacos”, llevaron a cabo una política
de dinero relativamente “fuerte” (por ejemplo, Alemania occidental, Suiza,
Francia, Italia). La repentinamente inflacionista Inglaterra se vio obligada por
su fuga de dólares a devaluar la libra a niveles más realistas (por un tiempo,
aproximadamente 2,40$).
Todo esto, combinado con
el incremento de la productividad en Europa y posteriormente en Japón, llevó a
un continuo déficit en la balanza de pagos con los Estados Unidos. Según iban
pasando los años 1950 y 1960, EE.UU. se fue volviendo cada vez más
inflacionista, tanto en términos absolutos como relativos, respecto de Japón y
Europa Occidental. Pero el control del patrón oro clásico sobre la inflación
(especialmente la inflación en Estados Unidos) había desaparecido. Porque las
reglas de juego de Bretton Woods estipulaban que los países de Europa Occidental
tenían que seguir acumulando en sus reservas e incluso utilizar esos dólares
como base para inflar su propia moneda y crédito.
Pero a medida que pasaban
los años 1950 y 1960, los países de monedas fuertes de Europa Occidental (y
Japón) se fueron inquietando por verse forzados a acumular dólares que estaban
cada vez más sobrevalorados, en lugar de infravalorados. A medida que caía el
poder de compra y por tanto el valor real de los dólares, éstos eran cada vez
menos deseados por los gobiernos. Pero estaban encadenados a un sistema que cada
vez se parecía más a una pesadilla. La reacción estadounidense ante las quejas
europeas, encabezadas por Francia y el principal asesor monetario de DeGaulle,
el economista partidario del patrón oro clásico Jacques Rueff, fue el desdén y
un brusco rechazo. Los políticos y economistas estadounidenses simplemente
declararon que Europa estaba obligada
a emplear los dólares como divisa, que no se podía hacer nada respecto de sus
problemas de crecimiento y que por tanto EE.UU. podía seguir con su inflación
despreocupadamente manteniendo una política de “dejadez benigna” hacia la
consecuencias monetarias internacionales de sus propias acciones.
Pero Europa tenía la
opción legal de convertir el oro sus dólares a 35$ la onza. Y como el dólar
estaba cada vez más sobrevalorado en términos de divisas fuertes y oro, los
gobiernos europeos empezaron a ejercitar esa opción cada vez más. Se empleaba el
control del patrón oro, así que el oro fluyó continuamente fuera de EE.UU.
durante dos décadas a partir de inicios de los años 1950, hasta el punto de que
las existencias de oro de EE.UU. disminuyeron en este periodo de 20.000 millones
de dólares a 9.000 millones. Como el dólar se inflaba al haber una base en oro
que menguaba, ¿cómo podía EE.UU. seguir canjeando dólares extranjeros por oro,
la piedra angular del sistema de Bretton Woods?
Estos problemas no
aminoraron la continua inflación de dólares y precios en EE.UU. o su política de
“dejadez benigna”, lo que generó a finales de los 1960 una acumulación acelerada
de no menos de 80.000 millones de dólares no deseados en Europa (los llamados
eurodólares). Para tratar de detener el canje europeo de dólares por oro, EE.UU.
ejerció una presión política intensa sobre los gobiernos europeos, similar pero
a una mayor escala a la que ejerció Inglaterra sobre Francia para que no
canjeara sus libras esterlinas hasta 1931. Pero las leyes económicas para
ponerse al menos a largo plazo al nivel de los gobiernos y eso es lo que le pasó
al gobierno de EE.UU. tan despreocupado por la inflación a finales de los 1960.
El sistema de intercambio por oro de Bretton Woods (considerado por el poder
económico y político de EE.UU. como permanente e inexpugnable) empezó a
deshacerse rápidamente en 1968.
Fase VI: La descomposición de Bretton Woods, 1968-1971.
Al acumularse los dólares
en el exterior y continuar fluyendo el oro hacia allí, EE.UU. encontró cada vez
más difícil mantener el precio del oro a 35$ la onza en los mercados libres del
oro en Londres y Zurich. Treinta y cinco dólares la onza era piedra angular del
sistema, y aunque a los ciudadanos estadounidenses desde 1934 se les había
prohibido poseer oro en cualquier parte del mundo, otros ciudadanos habían
disfrutado de la libertad de poseer oro en barras o monedas. Por tanto, para los
europeos una forma canjear por oro sus dólares era venderlos a cambio de oro a
35$ la onza en el libre mercado. A medida que se inflaba y depreciaba el dólar y
continuaba el déficit de la balanza de pagos estadounidense, los europeos y
otros ciudadanos empezaron a incrementar sus ventas de dólares por oro. Para
mantener al dólar a 35$ la onza, el gobierno de EE.UU. se vio forzado a filtrar
oro de sus menguantes existencias para soportar el precio en Londres y
Zurich.
Una crisis de confianza
en el dólar en los mercados libres del oro llevó a los Estados Unidos a efectuar
un cambio fundamental en el sistema monetario en 1968. La idea era evitar que el
molesto mercado libre del oro pusiera nunca en riesgo el acuerdo de Bretton
Woods. Por ello nació el “mercado de oro de dos niveles”. La idea era que
dificultar todo lo posible el libre mercado del oro: estaría estrictamente
aislado de la actividad monetaria real en los bancos centrales y gobiernos
del mundo. Los Estados Unidos ya no tratarían de mantener el precio del oro en
el mercado libre a 35$: se ignoraría el libre mercado del oro y todos los demás
gobiernos acordarían mantener el valor del dólar a 35$ la onza para siempre.
Por tanto, los gobiernos
y bancos centrales del mundo no adquirirían más oro del mercado “externo” y no
venderían más oro a ese mercado, desde ahora el oro sólo se movería como cuentas
de un banco central a otro y las nuevas ofertas de oro, el libre mercado del oro
o la demanda privada de oro seguiría su propio camino completamente separado de
los acuerdos monetarios mundiales.
Junto a esto, EE.UU.
presionó fuertemente para el nuevo lanzamiento de un nuevo tipo de reserva
mundial de billetes, los Derechos Especiales de Giro (DEG), que esperaban que
reemplazaran definitivamente al oro al tiempo que servirían como nueva divisa en
papel a ser emitida por un futuro Banco de Reserva Mundial; si se estableciera
un sistema como ese, los Estados Unidos podrían expandirse eternamente sin
control, en colaboración con otros gobiernos del mundo (el único límite sería
entonces el desastre de una inflación mundial desbocada y la quiebre de la
divisa mundial en papel). Pero los DEG, combatidos intensamente como cabía
esperar por Europa Occidental y los países de “monedas fuertes”, hasta ahora
sólo han sido un pequeño suplemento a las reservas estadounidenses y de otras
divisas.
Todos los economistas
pro-papel, de los keynesianos a los friedmanitas, confiaban ahora en que el oro
desaparecería de sistema monetario internacional: sin “soporte” del dólar, todos
ellos predijeron confiadamente que el precio del oro en el libre mercado bajaría
pronto por debajo de 35$ la onza en incluso por debajo del precio “industrial”
no-monetario estimado de 10$ la onza: por el contrario, el precio libre del oro,
nunca por debajo de 35$, ha estado constantemente por encima de esa cifra y para
inicios de 1973 había llegado a cerca de 125$ la onza, una cifra que ningún
economista pro-papel hubiera pensado como posible un año antes.
Lejos de establecer un
nuevo sistema monetario permanente, el mercado del oro de dos niveles sólo dio
un respiro de unos pocos años: la inflación y el déficit estadounidense
continuaron. Los eurodólares se acumularon rápidamente, el oro continuó fluyendo
hacia el exterior y el precio superior del oro en el mercado libre reveló
simplemente la acelerada pérdida de confianza mundial en el dólar. El sistema de
dos niveles llevó rápidamente hacia la crisis y la disolución final de Bretton
Woods.[4]
Fase VII: El fin de Bretton Woods: divisas fiduciarias flotantes, agosto - diciembre de 1971.
El 15 de agosto de 1971,
a la vez que el Presidente Nixon imponía una congelación de salarios en un vano
intento por controlar la inflación galopante, llevaba asimismo al sistema de
posguerra de Bretton Woods a un estruendoso final. Como finalmente los bancos
centrales europeos amenazaban con canjear por oro buena parte de sus hinchadas
existencias en dólares, el Presidente Nixon abandonaba totalmente el oro. Por
primera vez en la historia de los Estados Unidos, el dólar era una moneda
únicamente fiduciaria, sin ningún soporte en el oro. Se había cortado incluso el
tenue enlace con el oro que se mantenía desde 1933. El mundo se zambullía en el
sistema fiduciario de los años 1930, pero peor, porque ahora ni siquiera el
dólar estaba ligado al oro. Por delante amenazaba el terrible espectro de los bloques de divisas, las devaluaciones
competitivas, la guerra económica y la quiebra de comercio y la inversión
internacionales, con la depresión mundial que eso conllevaría.
¿Qué hacer? Intentando
restaurar un orden monetario internacional sin ligazón con el oro, los Estados
Unidos llevaron al mundo al Acuerdo Smithsoniano del 18 de diciembre de
1971.
Fase VII: El Acuerdo Smithsoniano, diciembre de 1971 – febrero de 1973.
El Acuerdo Smithsoniano,
calificado por el Presidente Nixon como “el mayor acuerdo monetario de la
historia del mundo” era incluso más tambaleante y frágil que el patrón de
intercambio por oro de los años 1920 o que Bretton Woods. Pues de nuevo los
países del mundo se comprometieron a mantener tipos de cambio fijos, pero esta
vez sin oro o moneda mundial que diera algún respaldo a las divisas. Además,
muchas monedas europeas se fijaron en paridades infravaloradas en relación con
el dólar y la única concesión de EE.UU. fue una endeble devaluación de tipo
oficial del dólar a 38$ la onza. Aunque demasiado escasa y demasiado tarde, esta
devaluación fue importante al violar la inacabable serie de declaraciones
oficiales estadounidenses, que se comprometían a mantener el tipo de 35$ por
siempre. Ahora al menos se aceptaba implícitamente que el precio de 35$ no
estaba grabado en tablas de piedra.
Era inevitable que los
tipos de cambio fijos, incluso con las zonas acordadas de fluctuación, pero sin
un medio de intercambio mundial, estuvieran condenados a una rápida derrota.
Esto era especialmente cierto porque la inflación estadounidense de dinero y
precios, la declinación del dólar y el déficit de la balanza de pagos
continuaban descontrolados.
La hinchada oferta de
eurodólares, combinada con la continua inflación y la eliminación del respaldo
del oro, llevó al libre mercado de oro a un precio superior a 215$ la onza. Y
como la sobrevaloración del dólar y la infravaloración de las monedas fuertes
europeas y japonesa se hacía cada vez más evidente, el dólar acabó destrozado en
los mercados mundiales en los meses del pánico de febrero-marzo de 1973. Les fue
imposible a Alemania Occidental, Suiza, Francia y los demás países de monedas
fuertes continuar comprando dólares para soportarlos a un tipo sobrevalorado. En
poco más de un año, el sistema Smithsoniano de tipos de cambio fijos sin oro se
había estrellado contra las rocas de la realidad económica.
Fase IX: Divisas fiduciarias flotantes, marzo de 1973 - ?.
Con el dólar destrozado,
el mundo volvió a cambiar a un sistema de divisas fiduciarias flotantes. Dentro
del bloque de la Europa Occidental, los tipos de cambios se ligaron entre sí y
de nuevo EE.UU. devaluó el tipo oficial del dólar a una cantidad simbólica de
42$ la onza. A medida que el dólar bajaba en el cambio de divisas y el marcó
alemán, el franco suizo y el yen japonés alzaban el vuelo, la autoridades
estadounidenses, apoyada por los economistas friedmanitas, empezaron a pensar
que éste era el sistema monetario ideal. Es verdad que las crisis de excedentes
de dólares y las repentinas crisis de la balanza de pagos no afligen al mundo
bajo los tipos de cambios flotantes. Además, las empresas exportadoras
estadounidenses a sonreír, pues los tipos bajistas del dólar hacían que sus
mercancías fueran más baratas en el exterior y por tanto beneficiaban a la
exportación. Es verdad que los gobiernos continuaban interfiriendo con
fluctuaciones en los cambios (flotaciones “sucias” en lugar de “limpias”), pero
en general, parecía que el orden monetario internacional se había sumido en una
utopía friedmanita.
Pero en seguida se
advirtió que las cosas estaban lejos de ir bien en el actual sistema monetario
internacional. El problema a largo plazo es que los países de monedas fuertes no
se quedarán siempre parados y viendo cómo sus divisas se hacen cada vez más
caras y sus exportaciones se dañan en beneficio de sus competidores
estadounidenses. Si continúa la inflación y la depreciación del dólar
estadounidenses, pronto empezarán las devaluaciones competitivas, los controles
de cambios, los bloques de divisas y la guerra económica de los años 30.
Pero la otra cara de la
moneda es más inmediata: el hecho de que depreciar los dólares signifique que
las importaciones estadounidenses sean mucho más caras, se resienta el turismo
en el exterior y que las exportaciones baratas se expandan por países
extranjeros tan rápidamente que eleven los precios locales de las exportaciones
(por ejemplo, la inflación de los precios de la carne y el trigo
estadounidenses). Así que los exportadores estadounidenses sin duda se
benefician, pero sólo a costa del consumidor a lomos de la inflación. La
paralizante incertidumbre de rápidas fluctuaciones en los tipos de cambio ha
llegado abruptamente a los hogares estadounidenses con la veloz caída de los
mercados de intercambio de divisas de julio de 1973.
Desde que EE.UU. abandonó
completamente el oro en agosto de 1971 y estableció el sistema fiduciario
flotante friedmanita en marzo de 1973, los Estados Unidos y el mundo han sufrido
el ataque más intenso y sostenido de inflación en la historia del mundo. Hoy día
debería estar claro que no puede ser una coincidencia. Antes de que el dólar se
desprendiera del oro, keynesianos y friedmanitas, cada uno a su manera
partidarios del papel moneda fiduciario, predecían confiadamente que cuando se
estableciera el dinero fiduciario, el precio de mercado del oro bajaría de
inmediato a su nivel no-monetario, entonces estimado en alrededor de 8$ la onza.
Con su desdén por el oro,
ambos grupos mantenían que era el poderoso dólar el que impulsaba el precio del
oro y no a la inversa. Desde 1971, el precio de mercado del oro nunca ha estado
por debajo del viejo precio de 35$ la onza y casi siempre ha estado muy por
encima de él. Cuando, durante los años 1950 y 1960, economistas como Jacques
Rueff pedían un patrón oro a un precio de 70$ la onza, ese precio se consideraba
absurdamente alto. Ahora es aún más absurdamente bajo. El muy alto precio del es
una indicación del calamitoso deterioro del dólar desde que han triunfado los
economistas “modernos” y se ha quitado todo respaldo en oro.
Ahora queda demasiado
claro que el mundo está harto de la inflación sin precedentes, en EE.UU. y el
resto del mundo, que se ha avivado con la era de divisas fiduciarias flotantes
inaugurada en 1973. También estamos cansados de la extrema volatilidad e
incertidumbre de los tipos de cambio. Esta volatilidad es la consecuencia del
sistema de moneda fiduciaria nacional, que fragmentó el dinero mundial y añadió
una inestabilidad política artificial a la incertidumbre natural del sistema de
precios del libre mercado. El sueño friedmanita de dinero fiduciario flotante
está hecho añicos y hay un comprensible anhelo de una moneda internacional con
tipos de cambio fijos.
Por desgracia, el patrón
oro clásico permanece olvidado y el objetivo final de la mayoría de los líderes
mundiales y estadounidenses es la antigua visión keynesiana de un patrón de
moneda fiduciaria mundial, una nueva unidad monetaria emitida por un Banco de
Reserva Mundial (BRM). El que la nueva divisa se llame “bancor” (ofrecido por
Keynes), “unita” (propuesta por el dirigente del Tesoro Estadounidense durante
la Segunda Guerra Mundial, Harry Dexter White) o “fénix” (sugerido por The Economist) no importa. Los
importante que un papel moneda internacional, aunque de por sí nos libre de
crisis de balanzas de pagos (ya que el BRM podría emitir tantos bancors como
quisiera y suministrarlos al país que prefiera), abriría camino para una
inflación mundial ilimitada, sin posibles controles mediante crisis de balanzas
de pagos o bajadas en los tipos de cambio.
Así pues, el BRM sería el
todopoderoso determinante de la oferta monetaria mundial y su distribución
nacional. El BRM podría someter y sometería al mundo a lo que considerara que es
una inflación razonablemente controlada. Por desgracia, no habría nada que se
interpusiera en el camino de un inimaginable holocausto económico de una
inflación galopante mundial, es decir, nada excepto la dudosa capacidad del BRM
para ajustar la economía mundial.
Mientras que un papel
moneda y un banco central mundiales siguen siendo el objetivo último de los
líderes mundiales de orientación keynesiana, el objetivo más realista y cercano
es un retorno la una idea similar al glorioso Bretton Woods, excepto que esta
vez sin el control de ningún respaldo en oro. Los principales bancos centrales
del mundo ya están intentando “coordinar” las políticas monetarias y económicas,
armonizar los índices de inflación y fijar tipos de cambio. El camino militante
en búsqueda de un papel moneda europeo emitido por un banco central europeo
parece estar a punto de lograrse con éxito. Este objetivo se está presentando a
la gente crédula mediante la falaz afirmación de que el libre comercio de la
Comunidad Económica Europea (CEE) requiere necesariamente una superior
burocracia europea, un sistema impositivo uniforme en toda la CEE y en
particular un banco central y un papel moneda europeo. Una vez que se logre todo
esto, inmediatamente se continuará con una coordinación más estrecha con la
Reserva Federal y otros grandes bancos centrales. Y después ¿faltaría mucho para
un Banco Central Mundial? Sin embargo, antes de ese objetivo definitivo, nos
podemos ver pronto en otro Bretton Woods, con crisis de la balanza de pagos de
todos los participantes y la Ley de Gresham que se seguiría de tipos de cambio
fijos en un mundo monedas fiduciarias.
Con vistas al futuro, el
pronóstico para el dólar y el sistema monetario internacional es sin duda
sombrío. Mientras no volvamos al patrón oro clásico a un precio realista, el
sistema monetario internacional esta condenado a ir alternando tipos de cambio
fijos y flotantes en los que cada sistema plantee problemas insolubles, funcione
deficientemente y finalmente se desintegre. Y estimulando esa desintegración
estará la continua inflación de la oferta de dólares y por tanto de los precios
en Estados Unidos sin visos de terminar. Lo que se espera del futuro es una
aceleración finalmente desbocada en el interior, acompañada por una quiebra
monetaria y una guerra económica en el exterior. Este diagnóstico sólo puede
cambiarse mediante una drástica alteración de sistema monetario estadounidense y
mundial: mediante la vuelta a un producto dinero de libre mercado, como el oro,
y apartando completamente al gobierno de la escena monetaria.
Murray N. Rothbard (1926-1995)
fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y
filósofo político libertario.
Este artículo se ha extraído de What Has Government Done to Our
Money?
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