Discurso de recepción del Premio Juan de Mariana 2017
Alberto Benegas Lynch (h) describe la tradición liberal en su discurso de aceptación del Premio Juan de Mariana 2017.
Muchas gracias por ese recibimiento tan generoso. A veces uno no puede controlar los sentimientos. Me enseñaron que los actos de esta naturaleza se pueden encarar de distintas maneras, pero lo que nunca hay que hacer es llorar.
Estoy emocionado y honrado por recibir este premio y por los dichos de quienes me precedieron en el uso de la palabra.
La primera vez que tuve referencias del padre Juan de Mariana fue con el libro que todos ustedes conocen, de Marjorie Grice-Hutchinson, The School of Salamanca. Luego me fui interiorizando más con esta persona, Juan de Mariana, principalmente a raíz de los escritos de Gabriel Calzada, que es, como se sabe, el fundador y el presidente del Instituto Juan de Mariana, que tanto bien ha hecho y tanto bien hace por la causa de la sociedad abierta. El último trabajo que leí de Gabriel sobre Juan de Mariana fue en un libro que escribimos en honor a Manuel Ayau, que coeditamos con Giancarlo Ibargüen, y que, si la memoria no me falla, versaba sobre sus contribuciones monetarias.
Como se sabe, la tradición liberal y, especialmente, la tradición de la Escuela Austriaca, constituye un punto de inflexión en las corrientes de pensamiento que han ocupado una parte muy importante de la historia. Pero creo que la posición liberal o el espíritu liberal recuerda a un cuento de Borges en el que aparecen dos amigos, Macedonio Fernández y Leopoldo Lugones. Macedonio Fernández siempre terminaba la conversación con puntos suspensivos para que pudiera seguir el debate, mientras que lo que decía Leopoldo Lugones era asertivo, pues significaba un punto final, y si se quería seguir conversando había que cambiar de tema. Bueno, el espíritu del liberal es el de Macedonio Fernández, con sus puntos suspensivos. Siempre estamos atentos a nuevas conversaciones, nuevas contribuciones, en un contexto evolutivo.
Y en este contexto, quiero presentarles lo que dijo Hayek en la primera edición de 1973 de su libro Law, Legislation and Liberty, en las primeras doce líneas de su primer tomo, donde señala que los esfuerzos de los liberales a través del tiempo han sido muy fértiles y muy meritorios, pero tenemos que reconocer, puntualiza el austriaco, que para contener al Leviatán han sido un completo fracaso. Entonces, en ese contexto, en el tercer tomo de Law, Legilation and Liberty, Hayek sugiere límites para el poder legislativo. Como ustedes saben, Bruno Leoni ha propuesto límites para el poder judicial. Les invito a que pensemos ahora en los límites al poder ejecutivo. Me baso en un pasaje de Montesquieu que es poco conocido y que consigna que el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia. ¿Esto qué quiere decir? ¿Cómo por sorteo? Sí, todos aquellos mayores de edad que quieren ser funcionarios gubernamentales, que sepan leer y escribir —aunque eso no es tan importante como estamos viendo con los políticos— deben acceder a los cargos por sorteo. Entonces, ¿quiere decir que cualquiera puede ser gobernante? Exactamente, cualquiera. Por tanto, tengo que proteger mi propiedad y mi vida. Y eso es lo que se necesita, volcarse en instituciones, como decía Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, al contrario de la sandez del filósofo rey de Platón, para que los Gobiernos hagan “el menor daño posible”.
Además del sorteo aplicado al poder ejecutivo, creo que es de interés repasar los debates en la Asamblea Constituyente estadounidense, cuando el 1 de junio de 1787 Benjamin Franklin sugiere en ese debate, según los apuntes muy meticulosos y detallados de James Madison, la conveniencia de insistir si el poder ejecutivo debiera ser unipersonal o establecer un triunvirato (a three men council). Los argumentos propuestos por Elbridge Gerry, que después fue vicepresidente de Madison, y de Edmund Randolph, que en ese momento era gobernador de Virginia y fue el segundo secretario de Estado, sugieren insistir en el triunvirato para minimizar o atenuar el poder, alejarse más de sistemas presidencialistas fuertes y establecer un triunvirato y, en todo caso, solo en una situación de guerra que cada miembro rote.
Ustedes pueden pensar que es una cosa bastante fantasiosa lo que estoy sugiriendo para el poder ejecutivo. Puede ser que sea fantasiosa, John Stuart Mill decía que las ideas buenas siempre recorren tres pasos, la ridiculización, el debate y la adopción. Pero no necesariamente tiene que adoptarse lo que sugiere Hayek, Leoni o Montesquieu. Puede haber otros límites. Lo que digo es que, dada la situación del mundo, no podemos permitir que, en nombre de la democracia, terminemos en un gulag mundial. Estamos viendo lo que ocurre aquí en Europa con los nacionalismos, en los Estados Unidos con el nuevo personaje que ha asumido la presidencia, en algunos países latinoamericanos. De manera que no podemos esperar un milagro, quedarnos de brazos cruzados e insistir en el mismo sistema que nos ha llevado a la situación en la que estamos. Repito, en esto de la fachada de la democracia, que el extremo puede ser Venezuela hoy, corremos el riesgo de terminar en un gulag, y será tarde para reaccionar.
Ahora, esto va para el “mientras”. Creo que hay debates escritos y posiciones que son sumamente atractivas, muy importantes y muy consistentes que han desarrollado los pioneros Murray Rothbard, Walter Block, Jan Narveson, Bruce Benson, Anthony de Jasay y muchos otros que refutan claramente los bienes públicos, los free riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información que remite a la selección adversa ex ante de la relación contractual y al riesgo moral para la situación poscontractual.
Pero hay una cuestión, si se quiere, semántica. Y es que yo personalmente rechazo la expresión anarcocapitalismo. ¿Por qué la rechazo? Porque no me atraen los dos elementos del binomio. Es cierto que el capitalismo lo usamos todos, entendemos lo que queremos decir, pero marca un peso demasiado grande en aspectos crematísticos. Me gusta por eso mucho más la palabra liberalismo.
Respecto del anarquismo, la primera persona que usó esa expresión fue William Godwin, que dice y lo define como la ausencia de normas, y eso no es lo que queremos decir. Una de las acepciones del Diccionario Filosófico de Ferrater Mora remite al mismo significado. No podemos vivir sin normas, se trata de procesos evolutivos de descubrimiento o de la producción desde el vértice del poder. No solo ausencia de normas en el caso de Godwin, sino eliminación de la propiedad privada y una supuesta eliminación del aparato estatal, poniendo en su lugar una nomenclatura mucho más pesada y férrea, como lo harían Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Sorel, Stein o los contemporáneos polifacéticos Herbert Read y Noam Chomsky. Yo prefiero la idea de “autogobierno” que he desarrollado primero en uno de mis libros de 1993 editado por EMECÉ en Buenos Aires y luego en otras ocasiones. Lo importante es no pretender nunca cortes abruptos en la historia. Se trata de un proceso evolutivo, de debates abiertos de entender las bases y los cimientos. No es posible comenzar por el techo del andamiaje conceptual, debe iniciarse por los cimientos lo cual no está ni remotamente comprendido.
Por ejemplo, en una de mis charlas en estos días aquí en Madrid puse como ejemplo de incomprensión elemental los errores filosóficos del determinismo físico o el materialismo filosófico, pues compruebo que muchos liberales llevan a cabo análisis muy sofisticados y acertados sobre distintos aspectos de la economía, el derecho y la filosofía, pero se olvidan de los antedichos cimientos de nuestra condición humana, puesto que si no tuviéramos libre albedrío no habría libertad, ni moral, ni responsabilidad individual.
Se trata de un proceso educativo muy difícil, pero la rebeldía de la gente joven cuando capta estas ideas hace que les atraigan por naturaleza. Pero si no hay esa oportunidad, si los chicos y las chicas que tenemos como alumnos, un semestre o un año académico que son siempre muy receptivos y hospitalarios a nuevas propuestas, si en lugar de eso decimos, están expuestos a ideas retrógradas con su cuadernito, oyendo cosas más o menos absurdas, es inevitable que salgan personas, casi diría yo, peligrosas.
Como decimos, todo lo que he comentado en este apretado resumen alude a la educación en valores y principios de respeto recíproco. Sin embargo, para someter a la consideración de ustedes, menciono brevemente solo dos ejemplos de cosas inaceptables que ocurren. La primera consiste precisamente en la educación. Se utilizan terminologías absurdas como educación pública. Pero no hay tal cosa como educación pública, o en todo caso la educación privada es también para el público. Se trata de educación estatal, expresión que no se utiliza, se prefiere ocultar puesto que igual que literatura estatal y similares suena chocante.Y si entendimos política fiscal, todos pagamos impuestos, especialmente aquellos que nunca han visto una planilla fiscal, que son contribuyentes de facto, pues están padeciendo la factura en la medida en que los contribuyentes de iure contraen las inversiones, lo cual afecta salarios e ingresos de quienes están en el margen. La politización de aquello tan delicado como es la educación es absolutamente contraproducente, más aún cuando existen ministerios de educación que desde el vértice del poder están en realidad decidiendo la estructura curricular, no solo de la educación estatal, sino también de la llamada educación privada. Eso es cooptar el cerebro de la gente.
Y ahora quiero referirme a la cooptación del bolsillo de la gente, que tiene lugar a través de esa institución maléfica y absurda que es la banca central. La banca central no puede no meter la pata, por más estén a cargo los economistas más brillantes y más probos de la comunidad; no puede dejar de equivocarse porque cuenta solo con tres variantes, alternativas o caminos para operar: la expansión monetaria, la contracción monetaria o dejar igual la base monetaria. Con las tres variantes están alterando la estructura de precios relativos, o sea, malguiando la estructura productiva, consumiendo capital y, por ende, reduciendo salarios e ingresos en términos reales, especialmente de la gente más necesitada.
Se puede hablar de otros muchos temas que nos envuelven, pero estos dos son muy centrales, y creo que el espíritu conservador está bloqueando el avance de muchas ideas. Hacen mucho daño las telarañas mentales de quienes no pueden apartarse del statu quo. Quiero mencionar tres conceptos que vienen principal, aunque no exclusivamente, del conservadurismo.
El primero es la idea de clase social. Yo creo que los ingenuos que hacen encuestas, o economistas o sociólogos que hablan de clase social, no saben del problema en el que se están metiendo. Mises ya denunció el polilogismo del marxismo. Marx era consistente con su premisa en el sentido de que efectivamente se refería a personas de clase diferente. El burgués y el proletario que tendrían una estructura lógica distinta por más que nunca explicó en que radicaban las diferencia en los silogismos de uno y de otro. Hitler también adoptó la idea de la clase luego de percatarse que sus clasificaciones en base al físico resultaban inconducentes. Recordemos que sus sicarios debían tatuar y rapar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios.
Pero ingenuamente se sigue hablando de “clase baja”, que es una expresión que me parece repugnante; “clase alta”, que me parece de una frivolidad alarmante y “clase media”, que me parece algo anodino. Entonces es mejor, si se quiere hablar de ingresos distintos, referirse a ingresos altos, bajos o medios, o a los que tienen ojos azules o negros, etc. Los criterios clasificatorios pueden ser muchos, pero nunca la clase, porque no son clases de personas distintas.
El segundo concepto es la idea de inversión pública. No hay tal cosa como inversión pública. Esto me hace recordar al periodo del presidente Alfonsín en Argentina cuando decretó el ahorro forzoso. Es una contradicción en los términos. En las cuentas nacionales debiera contabilizarse este rubro como gastos en activos fijos para distinguirlos de los gastos corrientes, pero no como “inversiones”. Como se sabe, la inversión es un concepto subjetivo, que decide la persona que está evaluando y que atribuye un valor mayor al futuro que al presente. Hago una digresión, porque hace poco escribí una nota sobre un autor que decía que el capitalismo funciona bien, a menos que se dedique a actividades no productivas. Esto es un imposible. Cuando las actividades no son productivas, que es un juicio también subjetivo, se está perdiendo patrimonio en la medida de la ineficacia. El ejemplo que se suele utilizar para lo no productivo en el mercado es el que invierte en dinero bajo el colchón. Pues bien quien procede de ese modo está restando cantidad de dinero en circulación por lo que al haber la misma cantidad de bienes y servicios los precios bajarán situación que, a su vez, significa que se ha transferido poder adquisitivo al resto.
Y, por último, la idea de la industria incipiente, que viene de List, el decimonónico alemán, en la que seguimos insistiendo sin percibir que cuando el empresario encara un proyecto, generalmente en los primeros periodos, hay pérdidas, que se estiman van a ser más que compensadas por las ganancias en periodos posteriores. Eso es algo que tiene que financiar el propio empresario y no endosarlo sobre las espaldas de los consumidores a través de aranceles. Y si el empresario en cuestión no tiene los suficientes recursos para absorber los quebrantos iniciales, lo puede vender localmente o vender también una parte internacionalmente, y si nadie se lo compra, quiere decir que es un cuento chino, con perdón de los chinos, que es lo que habitualmente ocurre. Y puede ser también que el proyecto sea viable, pero como los recursos son escasos y hay otros proyectos que tienen una urgencia mayor, todo no se puede hacer al mismo tiempo, así que ese proyecto tiene que caer.
Estas consideraciones últimas no son compartidas por los espíritus conservadores. Hayek en Camino de servidumbre, en ese capítulo que se titula "Por qué no soy conservador", ya señaló los contrastes muy precisos entre un conservador y un liberal.
Y cierro con una cuestión más personal. Quiero agradecer muy especialmente la presencia de todos ustedes, estimados amigos, y muy especialmente la presencia de mi hija Marieta, de mi hijo Bertie, de mi hijo Joaquín, de mi nuera Matilde y, el regalo de la noche, de mi nieta Josefina.
Y quiero una vez más referirme a mi padre, que tuvo la paciencia, la perseverancia y la generosidad de mostrarme otros lados de la biblioteca. Conjeturo por lo que ha ocurrido con mis colegas, con mis condiscípulos en mis dos carreras y dos doctorados, si no fuera por mi padre sería más bien socialista.
Quiero destacar también la presencia de María, mi novia de siempre, con quien hemos estado casados durante 52 años. Ella es decoradora de interiores. Le agradezco enormemente, haber decorado mi interior…estamos en proceso porque todavía no finalizó la tarea.
Pero tengo que tener cuidado con lo que digo de los conservadores porque María es nieta de Robustiano Patrón Costas, eminente conservador, candidato a presidente de la República Argentina, candidatura que fue frustrada por Perón y su banda de fascistas. Una vez me dijo, con muy buenas intenciones y afecto, que era recíproco (y les pediría que presten especial atención, porque los políticos se las arreglan para hacer unos malabares fenomenales en las definiciones, que a veces resultan esotéricas): “Alberto, el verdadero conservador es aquel que conserva los principios liberales”. Muchas gracias.
Este artículo fue publicado originalmente en el Instituto Juan de Mariana (España) el 29 de mayo de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario