El economista Thomas Sowell ya lo dijo en su día: “El salario mínimo real es cero”. El economista ha estado estudiando la relación entre el salario mínimo y el desempleo juvenil durante años y siempre llega a la misma conclusión: los salarios mínimos impuestos por ley dañan más a quienes aparentemente deberían beneficiar. Que borrar de un decretazo los principios económicos mediante actos políticos es imposible (el “triunfo de la voluntad política” sólo existe en la perturbada imaginación del totalitario) debería ser algo evidente para cualquier persona – incluso sindicalistas -. Pero a la luz de la tozudez con que se imponen aquí y acullá las fantasías de salario mínimo, a pesar de que lo único que generan es la prohibición del trabajo menos cualificado y la pobreza, no me queda más remedio que pensar que nos encantan los totalitarismos paternalistas.
Si los empleadores y los empleados llegan a un acuerdo voluntario, que se expresa en un contrato, ningún gobierno del mundo tiene derecho a intervenir. No es la política la que debe decidir sobre el valor del trabajo, sólo los individuos contratantes tienen ese derecho y potestad. ¿Con qué derecho me prohíbe a mí el gobierno trabajar por menos de 4,5 € a la hora?Y es que no sólamente estamos ante un desastre económico, nos encontramos ante la más clara evidencia de la depravación moral y la arrogancia de la política.Un derecho innato al hombre, a saber, el derecho a la interacción voluntaria, es simplemente ignorado. Se niega el libre albedrío del individuo y con ello el derecho de propiedad sobre la fuerza y el resultado del trabajo de cada uno de nosotros. Ninguna “justicia social” y ninguna “solidaridad” pueden justificar la privación de los derechos de las personas mediante la negación/prohibición de la interacción voluntaria.
Quien cree que un político sabe mejor que él mismo cuáles son sus necesidades y sus deseos – peor, cree que lo sabe también para TODAS las otras personas- y que, por tanto, tiene derecho a hacer caso omiso de la voluntad de los individuos – y la suya propia-, no sólo niega la responsabilidad y moralidad, sino también el derecho a una vida autodeterminada y libre.
A muchos no les basta con hacernos más pobres…. nos quieren, además, vasallos.
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