Francia es el país de la Eurozona con un Estado más grande: su gasto público equivale al 56% de su PIB. Para muchos, un sector público tan descomunal debería ser garantía de estabilidad, paz social, bienestar y armonía. Y, sin embargo, las encuestas estiman que más del 40% de los votantes franceses brindarán su apoyo o a la extrema izquierda de Mélenchon o a la extrema derecha de Le Pen.
En un esquema ideológico lineal, Mélenchon debería ser el extremo opuesto a Le Pen. En la realidad, sin embargo, Mélenchon y Le Pen guardan muchas semejanzas, tanto en el ámbit no económico (ambos abogan por un control político de los medios de comunicación, restablecer el servicio militar obligatorio, salir de la OTAN o promover el imperialismo cultural francófilo), como sobre todo en el económico. Mélenchon, como Le Pen, apuesta por aun más gasto público, por más impuestos, por más proteccionismo, por más regulaciones, por más crédito barato, por más endeudamiento público, por más estímulos keynesianos y por más planificación económica. Antiliberalismo rampante compartido por ambos.
En su momento, ya tuvimos ocasión de analizar con cierto detenimiento el horroroso programa económico de Le Pen. Ahora procederemos a estudiar el de Mélenchon, ese político al que Pablo Iglesias considera su tovarish francés.
Hipertrofia del sector público
Como hemos comentado al comienzo, Francia ya es el Estado europeo con un sector público más voluminoso y, pese a ello, Mélenchon apuesta por engordarlo todavía más. El candidato de extrema izquierda aboga por un megaplan E de 100.000 millones de euros (capítulo 18 de su programa), por reindustrializar el país a golpe de planificación estatal (capítulo 18), por revertir las privatizaciones realizadas y por otorgar al Estado el derecho de expropiación de empresas en atención a un vaporoso “interés público” (capítulo 16), por implantar la jubilación a los 60 años (capítulo 31), por incrementar el salario de los funcionarios (capítulo 30), por establecer una elevada renta mínima de inserción y por implantar la gratuidad de los suministros básicos (capítulo 33), por construir 200.000 viviendas públicas (capítulo 34) y por ofrecer un puesto de trabajo a todas aquellas personas que se lo soliciten al Estado (capítulo 26).
¿Cómo se paga todo esto? Pues subiendo masivamente los impuestos: el candidato de extrema izquierda desea unificar el régimen de rendimientos del trabajo y del capital, aumentar el número de tramos del IRPF de 5 a 14, crear un IVA para los bienes de lujo, establecer un tipo impositivo del 100% para rentas superiores a 400.000 euros anuales, incrementar el impuesto sobre la riqueza y el de Sucesiones, estableciendo a su vez una herencia máxima de 33 millones de euros (capítulo 36). Asimismo, pretende incrementar las cotizaciones sociales de todos los trabajadores y eliminar las deducciones por contribuciones a planes de pensiones (capítulo 31), subir el impuesto a la compraventa de viviendas (capítulo 34), establecer un impuesto sobre las transacciones financieras (capítulo 19), aumentar el Impuesto sobre Sociedades en función del uso que las compañías hagan de los beneficios (capítulo 20) y combatir el “dumping fiscal” dentro de la Unión Europea armonizando todos los tributos nacionales al alza (capítulo 51). El único impuesto que promete reducir es el IVA sobre bienes básicos (capítulo 36).
Pero Mélenchon es consciente de que, incluso con este salvaje expolio tributario, no conseguirá sufragar ni una pequeña parte de sus alocadas y populistas promesas de gasto (entre otras cosas, porque hundirá la actividad económica y, por tanto, las bases imponibles). De ahí que abogue, como Le Pen, por recurrir a otra forma de financiarlo: más endeudamiento público e inflación.
Deuda pública e inflación
Mélenchon promete sacar a Francia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para facilitar que el Estado galo pueda acumular sistemáticamente déficits anuales por encima del 3% (capítulo 49), así como acabar con la independencia del BCE (capítulo 51) para monetizar toda aquella deuda pública que desee (capítulo 35). Si sus socios europeos se niegan a consentirle tal indisciplina fiscal y monetaria, Mélenchon —como Le Pen— amenaza con abandonar de facto la Unión Europea y la Eurozona, llegando a imponer una moneda paralela (el nuevo franco) gestionada por el Banco de Francia (capítulo 52).
Para completar esta farsa inflacionista, en la que los ciudadanos más pobres pagarán con un poder adquisitivo mermado la hipertrofia del sector público francés, el candidato de extrema izquierda aboga por una reestructuración de la deuda pública (capítulo 35): es decir, “primero emito deuda para gastar más de lo que ingreso y luego no te pago lo que te debo”.
Acaso uno podría pensar que Mélenchon pretende sufragar su gigantesco Leviatán estimulando la actividad del sector privado a pesar del estallido fiscal: si la economía privada se vuelve mucho más productiva, los ingresos tributarios crecerán vía mayores bases imponibles. Pero, más bien, lo que aspira a hacer el candidato de extrema izquierda es hundir al sector empresarial con unas regulaciones laborales draconianas.
Hiperregulación del mercado laboral
Mélenchon busca disparar el coste de la mano de obra en Francia: por un lado, aboga por aumentar a seis el número de semanas de vacaciones pagadas y por reducir a 32 horas la jornada laboral semanal (capítulo 28) y, por otro, propone incrementar el salario mínimo hasta los 1.356 euros mensuales (capítulo 30). A su vez, pretende prohibir los despidos colectivos en empresas que disfruten de beneficios (capítulo 23) y otorgar progresivamente a los trabajadores el control económico de las grandes empresas (capítulo 10). Por último, y para terminar de repeler a los empleados más cualificados, defiende imponer dentro de cada empresa un salario máximo igual a 20 veces el salario mínimo así como prohibir la remuneración de los trabajadores vía reparto de acciones de la compañía (capítulo 29).
Evidentemente, bajo estas condiciones regulatorias, las empresas franceses lo tendrán enormemente complicado para levantar cabeza, sobre todo en el contexto de una economía abierta al exterior. ¿Cómo competir con compañías extranjeras si decido atarme ambas manos a la espalda y pegarme un tiro en el pie? Es por ello que Mélenchon propugna dos vías para mantener con respiración asistida a su devastado sector empresarial: la primera, cerrar las fronteras francesas a la competencia exterior; la segunda, favorecer el hiperendeudamiento de las empresas nacionales para que, al menos durante un tiempo, puedan invertir con cargo al crédito barato.
Antiglobalización
Mélenchon, al igual que Le Pen, milita en las filas del mercantilismo y de la antiglobalización. De ahí que, como Le Pen, pretenda salir de todos los tratos de libre comercio (capítulo 49), abandonar la Organización Mundial del Comercio para instaurar un “proteccionismo solidario” que penalice a los países pobres que no cumplan con ciertos estándares laborales y medioambientales (capítulo 57), establecer aranceles para proteger los sectores estratégicos de Francia como el acero o la industria fotovoltaica (capítulo 17) y devaluar el euro (capítulo 51).
Mélenchon, al igual que Le Pen, ni siquiera pretende respetar la libertad de movimientos dentro de la Unión Europea: propugna establecer controles nacionales al movimiento intraeuropeo de capitales y de mercancías (capítulo 51). La única diferencia con la extrema derecha es que, de momento, no anuncia barreras a la libertad de movimientos de personas dentro de la UE. Todo se andará.
Sobreendeudamiento del sector privado
El candidato de extrema izquierda promete restablecer la banca pública para que preste a las pymes a tipos de interés del 0% (capítulo 21): una orgía burbujística de financiación barata que, para más inri, quiere que se canalice sólo vía deuda y no vía fondos propios. A la postre, si Mélenchon pretende avanzar en la socialización sindical de las compañías francesas, la captación de capital vía fondos propios no tiene demasiado sentido. De ahí que el candidato de extrema izquierda se haya comprometido a iniciar una cruzada contra la captación de financiación a través del mercado bursátil: poner fin a la cotización continua de las acciones, modular el derecho a voto de los accionistas en función del tiempo de posesión de estos títulos valor (capítulo 20) o cerrar los mercados OTC (capítulo 19). Potenciar a los acreedores públicos y expulsar a los accionistas privados.
Conclusión
El programa de Mélenchon es un absoluto despropósito económico: por un lado destruye las escasas bases de crecimiento que le restan a la economía francesa y, por otro, sobredimensionada todavía más un Estado ya de por sí hipertrofiado. Se pauperiza a la población con más regulaciones, restricciones, intervenciones e impuestos y, acto seguido, se le ofrece una dádiva estatal para convertirla en sierva dependiente del sector público. “Te impido alimentarte y luego te ordeno que no muerdas mi mano que te da de comer”. La estampa no es demasiado distinta a la de Le Pen, pues ambos candidatos aborrecen las sociedades abiertas conformadas por individuos independientes del poder político y que mantienen relaciones voluntarias con cualesquiera otras personas ubicadas en cualquier punto del planeta. Ni Macron ni Fillon son candidatos que impulsen nada remotamente similar a un programa político liberal, pero frente al suicidio que prometen la extrema derecha y la extrema izquierda, cualquier mediocridad socialdemócrata termina resultando preferible.
En un esquema ideológico lineal, Mélenchon debería ser el extremo opuesto a Le Pen. En la realidad, sin embargo, Mélenchon y Le Pen guardan muchas semejanzas, tanto en el ámbit no económico (ambos abogan por un control político de los medios de comunicación, restablecer el servicio militar obligatorio, salir de la OTAN o promover el imperialismo cultural francófilo), como sobre todo en el económico. Mélenchon, como Le Pen, apuesta por aun más gasto público, por más impuestos, por más proteccionismo, por más regulaciones, por más crédito barato, por más endeudamiento público, por más estímulos keynesianos y por más planificación económica. Antiliberalismo rampante compartido por ambos.
En su momento, ya tuvimos ocasión de analizar con cierto detenimiento el horroroso programa económico de Le Pen. Ahora procederemos a estudiar el de Mélenchon, ese político al que Pablo Iglesias considera su tovarish francés.
Hipertrofia del sector público
Como hemos comentado al comienzo, Francia ya es el Estado europeo con un sector público más voluminoso y, pese a ello, Mélenchon apuesta por engordarlo todavía más. El candidato de extrema izquierda aboga por un megaplan E de 100.000 millones de euros (capítulo 18 de su programa), por reindustrializar el país a golpe de planificación estatal (capítulo 18), por revertir las privatizaciones realizadas y por otorgar al Estado el derecho de expropiación de empresas en atención a un vaporoso “interés público” (capítulo 16), por implantar la jubilación a los 60 años (capítulo 31), por incrementar el salario de los funcionarios (capítulo 30), por establecer una elevada renta mínima de inserción y por implantar la gratuidad de los suministros básicos (capítulo 33), por construir 200.000 viviendas públicas (capítulo 34) y por ofrecer un puesto de trabajo a todas aquellas personas que se lo soliciten al Estado (capítulo 26).
¿Cómo se paga todo esto? Pues subiendo masivamente los impuestos: el candidato de extrema izquierda desea unificar el régimen de rendimientos del trabajo y del capital, aumentar el número de tramos del IRPF de 5 a 14, crear un IVA para los bienes de lujo, establecer un tipo impositivo del 100% para rentas superiores a 400.000 euros anuales, incrementar el impuesto sobre la riqueza y el de Sucesiones, estableciendo a su vez una herencia máxima de 33 millones de euros (capítulo 36). Asimismo, pretende incrementar las cotizaciones sociales de todos los trabajadores y eliminar las deducciones por contribuciones a planes de pensiones (capítulo 31), subir el impuesto a la compraventa de viviendas (capítulo 34), establecer un impuesto sobre las transacciones financieras (capítulo 19), aumentar el Impuesto sobre Sociedades en función del uso que las compañías hagan de los beneficios (capítulo 20) y combatir el “dumping fiscal” dentro de la Unión Europea armonizando todos los tributos nacionales al alza (capítulo 51). El único impuesto que promete reducir es el IVA sobre bienes básicos (capítulo 36).
Pero Mélenchon es consciente de que, incluso con este salvaje expolio tributario, no conseguirá sufragar ni una pequeña parte de sus alocadas y populistas promesas de gasto (entre otras cosas, porque hundirá la actividad económica y, por tanto, las bases imponibles). De ahí que abogue, como Le Pen, por recurrir a otra forma de financiarlo: más endeudamiento público e inflación.
Deuda pública e inflación
Mélenchon promete sacar a Francia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para facilitar que el Estado galo pueda acumular sistemáticamente déficits anuales por encima del 3% (capítulo 49), así como acabar con la independencia del BCE (capítulo 51) para monetizar toda aquella deuda pública que desee (capítulo 35). Si sus socios europeos se niegan a consentirle tal indisciplina fiscal y monetaria, Mélenchon —como Le Pen— amenaza con abandonar de facto la Unión Europea y la Eurozona, llegando a imponer una moneda paralela (el nuevo franco) gestionada por el Banco de Francia (capítulo 52).
Para completar esta farsa inflacionista, en la que los ciudadanos más pobres pagarán con un poder adquisitivo mermado la hipertrofia del sector público francés, el candidato de extrema izquierda aboga por una reestructuración de la deuda pública (capítulo 35): es decir, “primero emito deuda para gastar más de lo que ingreso y luego no te pago lo que te debo”.
Acaso uno podría pensar que Mélenchon pretende sufragar su gigantesco Leviatán estimulando la actividad del sector privado a pesar del estallido fiscal: si la economía privada se vuelve mucho más productiva, los ingresos tributarios crecerán vía mayores bases imponibles. Pero, más bien, lo que aspira a hacer el candidato de extrema izquierda es hundir al sector empresarial con unas regulaciones laborales draconianas.
Hiperregulación del mercado laboral
Mélenchon busca disparar el coste de la mano de obra en Francia: por un lado, aboga por aumentar a seis el número de semanas de vacaciones pagadas y por reducir a 32 horas la jornada laboral semanal (capítulo 28) y, por otro, propone incrementar el salario mínimo hasta los 1.356 euros mensuales (capítulo 30). A su vez, pretende prohibir los despidos colectivos en empresas que disfruten de beneficios (capítulo 23) y otorgar progresivamente a los trabajadores el control económico de las grandes empresas (capítulo 10). Por último, y para terminar de repeler a los empleados más cualificados, defiende imponer dentro de cada empresa un salario máximo igual a 20 veces el salario mínimo así como prohibir la remuneración de los trabajadores vía reparto de acciones de la compañía (capítulo 29).
Evidentemente, bajo estas condiciones regulatorias, las empresas franceses lo tendrán enormemente complicado para levantar cabeza, sobre todo en el contexto de una economía abierta al exterior. ¿Cómo competir con compañías extranjeras si decido atarme ambas manos a la espalda y pegarme un tiro en el pie? Es por ello que Mélenchon propugna dos vías para mantener con respiración asistida a su devastado sector empresarial: la primera, cerrar las fronteras francesas a la competencia exterior; la segunda, favorecer el hiperendeudamiento de las empresas nacionales para que, al menos durante un tiempo, puedan invertir con cargo al crédito barato.
Antiglobalización
Mélenchon, al igual que Le Pen, milita en las filas del mercantilismo y de la antiglobalización. De ahí que, como Le Pen, pretenda salir de todos los tratos de libre comercio (capítulo 49), abandonar la Organización Mundial del Comercio para instaurar un “proteccionismo solidario” que penalice a los países pobres que no cumplan con ciertos estándares laborales y medioambientales (capítulo 57), establecer aranceles para proteger los sectores estratégicos de Francia como el acero o la industria fotovoltaica (capítulo 17) y devaluar el euro (capítulo 51).
Mélenchon, al igual que Le Pen, ni siquiera pretende respetar la libertad de movimientos dentro de la Unión Europea: propugna establecer controles nacionales al movimiento intraeuropeo de capitales y de mercancías (capítulo 51). La única diferencia con la extrema derecha es que, de momento, no anuncia barreras a la libertad de movimientos de personas dentro de la UE. Todo se andará.
Sobreendeudamiento del sector privado
El candidato de extrema izquierda promete restablecer la banca pública para que preste a las pymes a tipos de interés del 0% (capítulo 21): una orgía burbujística de financiación barata que, para más inri, quiere que se canalice sólo vía deuda y no vía fondos propios. A la postre, si Mélenchon pretende avanzar en la socialización sindical de las compañías francesas, la captación de capital vía fondos propios no tiene demasiado sentido. De ahí que el candidato de extrema izquierda se haya comprometido a iniciar una cruzada contra la captación de financiación a través del mercado bursátil: poner fin a la cotización continua de las acciones, modular el derecho a voto de los accionistas en función del tiempo de posesión de estos títulos valor (capítulo 20) o cerrar los mercados OTC (capítulo 19). Potenciar a los acreedores públicos y expulsar a los accionistas privados.
Conclusión
El programa de Mélenchon es un absoluto despropósito económico: por un lado destruye las escasas bases de crecimiento que le restan a la economía francesa y, por otro, sobredimensionada todavía más un Estado ya de por sí hipertrofiado. Se pauperiza a la población con más regulaciones, restricciones, intervenciones e impuestos y, acto seguido, se le ofrece una dádiva estatal para convertirla en sierva dependiente del sector público. “Te impido alimentarte y luego te ordeno que no muerdas mi mano que te da de comer”. La estampa no es demasiado distinta a la de Le Pen, pues ambos candidatos aborrecen las sociedades abiertas conformadas por individuos independientes del poder político y que mantienen relaciones voluntarias con cualesquiera otras personas ubicadas en cualquier punto del planeta. Ni Macron ni Fillon son candidatos que impulsen nada remotamente similar a un programa político liberal, pero frente al suicidio que prometen la extrema derecha y la extrema izquierda, cualquier mediocridad socialdemócrata termina resultando preferible.
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