Autor: Peter St. Onge
Uno de los grandes debates actuales entre izquierda y derecha es si el estímulo público vale la pena. La izquierda dice: “sí, pronto y a menudo”. Y la derecha dice “solo en las circunstancias correctas”. De forma nada sorprendente tanto izquierda como derecha están completamente equivocados: el estímulo es la forma más rápida de empobrecer una economía.
Para ver por qué, empezaremos con el ladrón más famoso de Estados Unidos, Richard Nixon.
Se dice que Nixon señaló que “Todos somos keynesianos”. Probablemente esto sea cierto: todos los que escuchaban a Richard Nixon eran “todos keynesianos”. E incluso hoy casi cualquier busto parlante en la TV o en los periódicos principales son “todos keynesianos”. Derecha, izquierda, es solo un gran montón de keynesianos.
Esto es importante cuando vemos debates “equilibrados” entre economistas prestigiosos (“prestigio” en la economía ortodoxa es una clave para “keynesiano”). Las generaciones futuras es posible que encuentren esto divertido, pero esto es lo que hay hoy.
¿Por qué importa esto? Porque si, por ejemplo, la ortodoxia keynesiana es ridícula, entonces todo lo que tenemos son variedades “equilibradas” de lo ridículo.
¿Por qué ridículo? El pecado original de los keynesianos es que proponen que gastar nos hace más ricos. Las demás falacias derivan de ese error esencial. Esta doctrina de hacerse rico gastando evidentemente no funciona en la vida real: si eres pobre, la solución no es tomar dinero prestado y hacer una fiesta con él. La solución es trabajar duro y ahorrar. No es ingeniería espacial.
¿Por qué el atractivo? ¿Somos keynesianos casi todos los economistas, a derecha e izquierda? La idea de que gastar nos hace más ricos es muy antigua. No es
original de Keynes, que tampoco era un pensador económico u original. Keynes se limitaba a regurgitar la antigua falacia conocida como “subconsumo”.
original de Keynes, que tampoco era un pensador económico u original. Keynes se limitaba a regurgitar la antigua falacia conocida como “subconsumo”.
“Subconsumo”
El subconsumismo sostiene que las economías van bien cuando fluye el efectivo. Parece intuitivo de arriba abajo: si la gente está gastando dinero, entonces los tiempos deben ser buenos. Si no están gastando dinero, debe haber un problema.
De forma nada sorprendente, es exactamente lo contrario. Gastar es lo que ocurre una vez eres rico. En realidad no te hace rico. Así que si una economía funciona bien entonces la gente de verdad compra más piscinas. Pero evidentemente no son las piscinas las que la hicieron rica.
¿Entonces qué le hizo rica? La inversión. Más en concreto, la inversión dirigida por el mercado. ¿Por qué la parte “dirigida por el mercado”? Porque burócratas chiflados definen como “inversión” sus puentes a ninguna parte y la investigación de la menstruación de la ardilla.
Es verdad que no todo el gasto público es inútil: después de todo construyen alcantarillas y plantas de tratamiento de residuos. Pero no tenemos ninguna forma de saber si la “inversión” de un burócrata está haciendo crecer la economía. Por tanto es tentador decir que todo lo que importa es la “inversión privada”, pero seré abierto de miras y solo diré “dirigida por el mercado”. Eso significa que un gobierno que realmente descubriera demanda del mercado (para un puente de Manhattan a Nueva Jersey, por ejemplo) se consideraría como una inversión “dirigida por el mercado” y nos haría más ricos.
Podemos ver el papel de la inversión privada en el clásico ejemplo de Robinson Crusoe. El pobre Robinson se levanta hambriento, mojado y frío. Ha llovido toda la noche y ha pillado un resfriado serio. Robinson mira al cielo, agitando su puño ante los dioses de la pobreza.
¿Cómo mejora Robinson su producción? Bueno, invierte. Fabrica anzuelos, redes para pescar, varas para sacudir los arbustos con bayas. Recoge madera, primero para construir un refugio, luego para tener fuego. Todo son inversiones.
Y allí, en el rincón, se puede ver al keynesiano chasqueando la lengua: “¿Por qué haces todo ese duro trabajo invirtiendo cuando sencillamente puedes gastar más, Robinson?” Recordemos que estos son economistas “prestigiosos”.
¿Cómo se traduce entonces hoy este error fatal en la política? La clave a recordar es que cuando el gobierno aumenta el “gasto” simplemente fabrica pedazos de papel, conocidos como “dólares”. No anzuelos. No leña. Billetes es lo que fabrica el gobierno. ¿Por qué lo hace? En parte para comprar votos, por supuesto: si yo pudiera imprimir dólares, estoy seguro de que tendría un montón de amigos de Facebook. Y en parte para “impulsar” la economía con todo ese gasto.
Dinero fiduciario ≠Riqueza
El problema es que imprimir billetes no es un recurso real. El papel no se come, como suele decirse. Imprimir dólares simplemente arrebata recursos para otros usos.
Supongamos que la presidenta de la Fed, Yellen, comete un error y me imprime un billón de dólares. Bueno, yo los usaría para comprar todas (y quiero decir todas) las propiedades frente a la playa. Tendría las fiesta en la playa más sideral de la historia. La cosa es que Yellen se limitó a darme los billetes. No me dio la bebida, ni el disc-jockey, ni el cemento, ni la madera.
¿Cómo hice esta fiesta? Bueno, usé los dólares de Yellen para arrebatároslos. Sí, a vosotros. ¿Construyendo una fábrica? Mala suerte: os he arrebatado vuestro cemento. ¿Construyendo un porche? Mala suerte: es mi madera. Hay una fiesta, ¿no lo sabes? Una fiesta keynesiana.
¿Entonces mi mega-fiesta absorbe-recursos está haciendo que crezca la economía? No. Cuando acabe, cuando las resacas junto con las subvenciones al zumbido de oídos se acaben, habremos usado recursos reales. No tendremos fábricas. Ni porches. Todos seremos más pobres. Pero los políticos sí serán reelegidos, ¿verdad?
Esto es, en pocas palabras, el “estímulo” keynesiano. Ya venga del gasto público (“estímulo fiscal”) o de la impresión de dinero por la Reserva Federal (estímulo monetario). En todo caso, los recursos reales nos son arrebatados por los amigos del gobierno.
El estímulo no es un gnomo mágico echando helado y cachorritos desde el cielo, es una mera redistribución de recursos. El estímulo es tomar de quienes tienen y dárselo a los amigos del gobierno.
Así que la pregunta “¿funciona el estímulo?” está completamente equivocada. Dejando aparte la injusticia del robo redistributivo, la cuestión de la productividad es si los tipos que consiguieron los billetes hicieron más inversión dirigida por el mercado que aquellos cuyos billetes fueron devaluados.
No hay razón económica para pensar que una mera redistribución no haga más ricos. De hecho, hay excelentes razones que demuestran que la redistribución daña a la economía. El propio “estímulo” no es más que un empobrecimiento extendido para que un grupo de políticos puedan comprar amigos.
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