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domingo, 12 de abril de 2015

Mover dinero por ahí no nos hará más ricos

Uno de los grandes debates actuales entre izquierda y derecha es si el estímulo público vale la pena. La izquierda dice: “sí, pronto y a menudo”. Y la derecha dice “solo en las circunstancias correctas”. De forma nada sorprendente tanto izquierda como derecha están completamente equivocados: el estímulo es la forma más rápida de empobrecer una economía.
Para ver por qué, empezaremos con el ladrón más famoso de Estados Unidos, Richard Nixon.
Se dice que Nixon señaló que “Todos somos keynesianos”. Probablemente esto sea cierto: todos los que escuchaban a Richard Nixon eran “todos keynesianos”. E incluso hoy casi cualquier busto parlante en la TV o en los periódicos principales son  “todos keynesianos”. Derecha, izquierda, es solo un gran montón de keynesianos.
Esto es  importante cuando vemos debates “equilibrados” entre economistas prestigiosos  (“prestigio” en la economía ortodoxa es una clave para “keynesiano”). Las  generaciones futuras es posible que encuentren esto divertido, pero esto es lo  que hay hoy.
¿Por qué importa  esto? Porque si, por ejemplo, la ortodoxia keynesiana es ridícula, entonces  todo lo que tenemos son variedades “equilibradas” de lo ridículo.
¿Por qué  ridículo? El pecado original de los keynesianos es que proponen que gastar nos  hace más ricos. Las demás falacias derivan de ese error esencial. Esta doctrina  de hacerse rico gastando evidentemente no funciona en la vida real: si eres  pobre, la solución no es tomar dinero prestado y hacer una fiesta con él. La  solución es trabajar duro y ahorrar. No es ingeniería espacial.
¿Por qué el  atractivo? ¿Somos keynesianos casi todos los economistas, a derecha e  izquierda? La idea de que gastar nos hace más ricos es muy antigua. No es
original de Keynes, que tampoco era un pensador económico u original. Keynes se  limitaba a regurgitar la antigua falacia conocida como “subconsumo”.

“Subconsumo”

El subconsumismo  sostiene que las economías van bien cuando fluye el efectivo. Parece intuitivo  de arriba abajo: si la gente está gastando dinero, entonces los tiempos deben  ser buenos. Si no están gastando dinero, debe haber un problema.
De forma nada  sorprendente, es exactamente lo contrario. Gastar es lo que ocurre una vez eres  rico. En realidad no te hace rico. Así que si una economía funciona bien  entonces la gente de verdad compra más piscinas. Pero evidentemente no son las  piscinas las que la hicieron rica.
¿Entonces qué le  hizo rica? La inversión. Más en concreto, la inversión dirigida por el mercado.  ¿Por qué la parte “dirigida por el mercado”? Porque burócratas chiflados  definen como “inversión” sus puentes a ninguna parte y la investigación de la  menstruación de la ardilla.
Es verdad que no  todo el gasto público es inútil: después de todo construyen alcantarillas y  plantas de tratamiento de residuos. Pero no tenemos ninguna forma de saber si  la “inversión” de un burócrata está haciendo crecer la economía. Por tanto es  tentador decir que todo lo que importa es la “inversión privada”, pero seré  abierto de miras y solo diré “dirigida por el mercado”. Eso significa que un  gobierno que realmente descubriera demanda del mercado (para un puente de  Manhattan a Nueva Jersey, por ejemplo) se consideraría como una inversión  “dirigida por el mercado” y nos haría más ricos.
Podemos ver el  papel de la inversión privada en el clásico ejemplo de Robinson Crusoe. El  pobre Robinson se levanta hambriento, mojado y frío. Ha llovido toda la noche y  ha pillado un resfriado serio. Robinson mira al cielo, agitando su puño ante  los dioses de la pobreza.
¿Cómo mejora  Robinson su producción? Bueno, invierte. Fabrica anzuelos, redes para pescar,  varas para sacudir los arbustos con bayas. Recoge madera, primero para  construir un refugio, luego para tener fuego. Todo son inversiones.
Y allí, en el  rincón, se puede ver al keynesiano chasqueando la lengua: “¿Por qué haces todo  ese duro trabajo invirtiendo cuando sencillamente puedes gastar más, Robinson?” Recordemos que estos son economistas “prestigiosos”.
¿Cómo se traduce  entonces hoy este error fatal en la política? La clave a recordar es que cuando  el gobierno aumenta el “gasto” simplemente fabrica pedazos de papel, conocidos  como “dólares”. No anzuelos. No leña. Billetes es lo que fabrica el gobierno.  ¿Por qué lo hace? En parte para comprar votos, por supuesto: si yo pudiera  imprimir dólares, estoy seguro de que tendría un montón de amigos de Facebook.  Y en parte para “impulsar” la economía con todo ese gasto.

Dinero fiduciario ≠Riqueza

El problema es  que imprimir billetes no es un recurso real. El papel no se come, como suele  decirse. Imprimir dólares simplemente arrebata recursos para otros usos.
Supongamos que  la presidenta de la Fed, Yellen, comete un error y me imprime un billón de  dólares. Bueno, yo los usaría para comprar todas (y quiero decir todas) las  propiedades frente a la playa. Tendría las fiesta en la playa más sideral de la  historia. La cosa es que Yellen se limitó a darme los billetes. No me dio la  bebida, ni el disc-jockey, ni el cemento, ni la madera.
¿Cómo hice esta  fiesta? Bueno, usé los dólares de Yellen para arrebatároslos. Sí, a vosotros.  ¿Construyendo una fábrica? Mala suerte: os he arrebatado vuestro cemento.  ¿Construyendo un porche? Mala suerte: es mi madera. Hay una fiesta, ¿no lo  sabes? Una fiesta keynesiana.
¿Entonces mi  mega-fiesta absorbe-recursos está haciendo que crezca la economía? No. Cuando  acabe, cuando las resacas junto con las subvenciones al zumbido de oídos se  acaben, habremos usado recursos reales. No tendremos fábricas. Ni porches.  Todos seremos más pobres. Pero los políticos sí serán reelegidos, ¿verdad?
Esto es, en  pocas palabras, el “estímulo” keynesiano. Ya venga del gasto público (“estímulo  fiscal”) o de la impresión de dinero por la Reserva Federal (estímulo  monetario). En todo caso, los recursos reales nos son arrebatados por los  amigos del gobierno.
El estímulo no  es un gnomo mágico echando helado y cachorritos desde el cielo, es una mera  redistribución de recursos. El estímulo es tomar de quienes tienen y dárselo a  los amigos del gobierno.
Así que la  pregunta “¿funciona el estímulo?” está completamente equivocada. Dejando aparte  la injusticia del robo redistributivo, la cuestión de la productividad es si  los tipos que consiguieron los billetes hicieron más inversión dirigida por el  mercado que aquellos cuyos billetes fueron devaluados.
No  hay razón económica para pensar que una mera redistribución no haga más ricos.  De hecho, hay excelentes razones que demuestran que la redistribución daña a la  economía. El propio “estímulo” no es más que un empobrecimiento extendido para  que un grupo de políticos puedan comprar amigos.



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