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martes, 14 de abril de 2015

Rusia olvida las sanciones del petróleo

Matthew Lynn

El rublo es la moneda que mejor ha rendido en los últimos meses

 
 Una ronda de sanciones punitivas diseñadas para tullir la economía. El hundimiento del precio de su gran materia prima. Una moneda en caída libre y un banco central que sube los tipos hasta niveles de urgencia mientras un gobierno corrupto y autoritario se embarca en aventuras extranjeras con un coste potencialmente inmenso. Durante todo 2014, la economía rusa ha sido la más tóxica del mundo, con una calamidad detrás de otra.

Y de repente ocurrió lo que nadie esperaba. En el primer trimestre de este año, a Rusia le va mejor de lo que todos pronosticaban. La semana pasada supimos que la economía logró crecer un 0,4% el último trimestre, frente al crecimiento cero o la recesión pura y dura que la mayoría auguraba.
El rublo es la moneda de mejor rendimiento de los últimos tres meses. Hasta el índice bursátil de Moscú se recupera. Las sanciones y la caída del precio del petróleo tal vez sean lo mejor que le podía haber pasado a Rusia desde la invención del doble acristalamiento, porque el problema de un país rico en recursos y con una población cualificada y creativa ha sido la sobredependencia de la energía y una cleptocracia cerrada que distribuye la riqueza que genera. No ha conseguido crear su propia economía industrial. Ahora que las sanciones impiden las importaciones y la riqueza del petróleo se seca, podría verse obligado a hacerlo y, paradójicamente, eso podría conducir a una recuperación más fuerte.

Un mal año

2014 ha sido el peor año para la economía rusa desde la crisis del rublo de los noventa. La temeraria anexión de Crimea por Vladimir Putin y sus aventuras en Ucrania han conllevado una ronda de sanciones firmes de Europa occidental y Estados Unidos. La red de empresas alrededor del presidente ha sido el objetivo especial y las sanciones han complicado mucho que las empresas rusas aplacen sus deudas.
 
Una caída del 50% en el precio del petróleo, del que Rusia depende para gran parte de sus exportaciones e ingresos fiscales, ha causado una estampida de la moneda. El pasado diciembre, el banco central subió los tipos de interés hasta el 17%. En la primera quincena de diciembre, el índice RTS perdió el 30% de su valor.
 
Y aun así, las sanciones económicas son quizá el arma de política exterior menos efectiva jamás creada. Se impusieron durante años a países como Sudáfrica, Irak, Irán y Corea del Norte y no cambiaron prácticamente nada para sus gobernantes. Cuando hubo cambios en esos países fue mucho tiempo después del inicio de las sanciones y por otros motivos. Están pensadas principalmente para que los líderes políticos parezcan duros sin hacer nada. Así ha pasado en muchos otros países y así está pasando también en Rusia.
 
Los pronósticos del colapso han resultado estar lejos de la realidad. Putin sigue al poder y en posesión de Crimea. Tampoco hay muchos signos de nada más que daños a corto plazo. Un índice de crecimiento trimestral del 0,4% no es fantástico pero es mejor que el de Francia y casi igual que el de Alemania o Japón. Ninguno de esos países se enfrenta a un hundimiento inminente. Es cierto que los pronósticos apuntan a que el PIB baje este año (el FMI sugiere que se contraerá más del 3%) pero podrían equivocarse también. De lo que no hay duda es que la economía no está desolada.
 
Lo interesante es que pudiera salir fortalecida. Quizá suene raro, pero el principal problema de la economía rusa en la pasada década ha sido la sobredependencia de los ingresos del petróleo y una cleptocracia dirigida por el estado que ha ahogado la aparición de una economía nacional productiva. El contraste con Polonia, otro gran país ex comunista que heredó montones de industrias pesadas inútiles y nada competitivas, es chocante. Mientras Polonia, que apenas tiene un poco de carbón como recurso natural, se ha transformado gradualmente en una economía cada vez más vibrante y moderna, Rusia se ha quedado atrapada en el túnel del tiempo.
 
Por supuesto, hay muchas explicaciones. Sufrió bajo el comunismo mucho más tiempo y no es miembro de la Unión Europea (aunque los beneficios de serlo están sobrevalorados puesto que la mayoría de los países tienen acceso estos días a los mercados globales). Aun así, el gran país podría padecer lo que los analistas llevan años llamando "la maldición del petróleo". La materia negra genera mucho dinero fácil y llena las arcas del estado de efectivo, y hace posible que un régimen corrupto y autoritario se atrinchere en el poder. Así ha ocurrido en países como Arabia Saudí, el Irak de Saddam Hussein y la Venezuela de Hugo Chávez. La Rusia de Putin no iba a ser distinta.
 
Sin petróleo, Rusia tendrá que desarrollar su propia industria y, con las importaciones reducidas por las sanciones, los emprendedores podrán ocupar ese espacio. El Estado perderá poder porque tendrá menos ingresos del petróleo y lo mismo pasará con los oligarcas. Rusia tendrá la oportunidad de reemplazar gradualmente el capitalismo nepotista con otro competitivo. A medio plazo, solo podrá ser para mejor.
 
Por supuesto, que pueda suceder no significa que vaya a hacerlo. Hay que remontarse más de un siglo atrás para ver a Rusia como una economía emergente en funcionamiento. Tal vez nunca lo fue. Pero sería erróneo descartarlo. Tengamos en cuenta que es uno de los mercados emergentes más cualificados, con mucha infraestructura fiable, bajos impuestos y deudas, y una mano de obra barata y formada. Si Varsovia y Praga han podido elevarse a los estándares de vida de Europa occidental en menos de dos décadas, no hay ningún motivo por el que Moscú o San Petersburgo no puedan hacerlo.
Pensemos que es uno de los mercados más baratos del mundo. El índice moscovita se comercia a un PER de 6,7, más bajo incluso que el griego. Para una economía solvente y creciendo al 0,04%, es todo un chollo.
 
Las sanciones y la caída del petróleo estaban pensadas para torpedear a Rusia, pero podrían acabar haciéndole un favor.




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