Alguien tendrá que explicar qué había detrás, no tanto de lo sucedido con BPA en Andorra, sino de la fulminante intervención y declaración de suspensión de pagos de Banco de Madrid
Algún día alguien nos tendrá que explicar al conjunto de los españoles qué había detrás no tanto de lo sucedido con BPA en Andorra, que huele que alimenta, sino de la fulminante intervención, declaración de suspensión de pagos, congelación de activos -incluidos aquellos que constituyen un patrimonio ajeno a su balance- y liquidación final de Banco Madrid, una entidad con valor intrínseco suficiente como para hacer frente a sus responsabilidades y susceptible, por tanto, y de ser adjudicada a un tercero, por más que tal posibilidad -Gobierno y Banco de España sabrán por qué- no haya estado en ningún momento encima de la mesa.
Sea como fuere, los ecos de lo que ha sucedido en el Principado han llegado allende los mares hasta el punto de llamar la atención de uno de los comentaristas de Forbes, Tim Worstall, apellido cuya traducción literal invita al desastre. La pieza me la hace llegar una agencia de comunicación que trabaja para una de las partes afectadas y, aunque normalmente servidor tiene a prestar poca atención a ese tipo de remisiones, su contenido resume de manera tan sencilla el problema del pequeño estado que no me resisto a compartirla con ustedes insistiéndoles, eso sí, que una cosa es lo que pasa allí y otra bien distinta lo que ocurre con sus filiales españolas objeto de supervisión aquí.
Bien, para el autor, el sistema bancario andorrano adolece de tres defectos:
Uno, tiene el modelo de reserva fraccional propio de cualquier banco –esto es, mantiene una parte de su financiación, generalmente de corto plazo, en liquidez para hacer frente a la operativa corriente, y el resto lo presta a largo a fin de aprovecharse del diferencial, apalancando su balance e inmovilizando recursos– pero carece de un prestamista de último recurso, al no existir un banco central local que le soporte en caso de dificultad. Es precisamente esa falta la que provoca que, en caso de fugas masivas de dinero, cualquiera de sus entidades devenga casi de inmediato en inviable en el día a día, salvo que tenga líneas de financiación contratadas con otras instituciones. Su ausencia, como aprendimos en el cénit de la crisis financiera, puede convertir un problema de liquidez en otro de solvencia; una dificultad transitoria en una dificultad irresoluble. Más en la medida en que el pánico alimentado desde los medios conduce a profecías improbables que terminan por cumplirse.
En segundo lugar, señala, aunque Andorra participa de la moneda única, no es miembro ni de la Unión Europea ni de la Eurozona, algo que imposibilita su acceso a los fondos del Banco Central Europeo. Es decir, a la falta de auxilio interno se añade la exterior del que participa, y de qué manera en sus distintas modalidades, el resto de la banca del Viejo Continente. No hay ELAs ni descuentos que valgan, algo que es mucho más sustancial de lo que señala Worstall ya que revela la dependencia que tiene su entramado de bancos del ahorro privado, cosa que, por cierto, poco importaba cuando era refugio de defraudadores de todo tipo. De esos barros…
Sin embargo, y con esto acaba el columnista su pieza, la gran paradoja de Andorra es que el dinero particular que de manera impepinable, por lo antes descrito, tiene que asegurarse su banca para funcionar, está desprotegido. Es la falta de banco central y de supervisor lo que conduce a que cualquier garantía sobre los depósitos –que existe, con un límite de 100.000 euros por titular– carezca de base fundada en caso de crisis sistémica, más allá del ánimo voluntarista de un Gobierno que debe ver con cierta preocupación tras los últimos acontecimientos cómo el pasivo de sus entidades –las mismas que le generan buena parte de la riqueza interior– equivale a 17 veces la economía del Principado, algo imposible de afrontar en caso de una retirada en masa de los ahorradores o inversores de su territorio.
De ahí concluye Wortsall que el sistema de Andorra sea, por definición, frágil e inestable, lo que debería llevar a su Ejecutivo, una vez hecho el diagnóstico, a tomar las decisiones adecuadas para curar los males que afectan al entramado bancario local. Pero, tal y como está la situación política interna, este es un melón que no van a querer afrontar, visión de estadistas. Y, siendo así, la puerta a la posibilidad de nuevas sorpresas a futuro, por más que la heterodoxia de BPA fuera única, queda sin duda abierta. Ellos verán.
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