Los luditas progresistas y las últimas palabras de Gustave de Molinari
A pesar de un aparentemente interminable de ejemplos contrarios, continuamos confrontando, incluso en 2015, con la idea extendida de que la innovación tecnológica puede destruir empleos y riqueza. Cada nueva tecnología que ahorra trabajo lleva a especulaciones preocupadas por quienes temen cualquier cambio en el status quo.
Economistas y observadores inteligentes en todo tiempo han desacreditado esta idea una y otra vez. Por ejemplo, escribiendo en 1911, el economista y filósofo francés Gustave de Molinari se ocupaba de este asunto en su último libro, Ultima Verba : Mon Dernier Ouvrage (Ultima Verba: Mí última obra). En aquel entonces, Molinari tenía 91 años y solo le quedaba un año de vida. Sin embargo, seguía escribiendo con gran lucidez y su libro es un despiadado ataque contra el proteccionismo, los impuestos el complejo militar-industrial y los privilegios del gobierno.
En Ultima Verba, Molinari se ocupa del argumento común que afirma que las nuevas tecnologías están destruyendo riqueza y empleos, un argumento que había sido rebatido por Frédéric Bastiat más de sesenta años antes en Economic Sophisms.
Molinari plantea la pregunta: “¿es riqueza un automóvil?” Hoy esta pregunta parece completamente absurda. Salvo que uno sea un ecologista radical, es extremadamente improbable que concluya que un automóvil no tiene valor. La enorme cantidad de gente en todo el mundo que posee automóviles ya ha demostrado su desacuerdo.
Sin embargo, como ocurre para casi cada nueva tecnología, algunas personas (e intelectuales en particular) ha pensado a menudo que los coches eran dañinos, que no mejoran las condiciones económicas, sino que más bien destruyen trabajos y prosperidad.
Un escéptico de la innovación (o al menos de los automóviles) fue el economista Charles Gide. Este escribía:
Es verdad que el automóvil es extremadamente próspero, que creó a su alrededor numerosas prosperidades; le debemos fábricas enormes y activas, que emplean a miles de trabajadores; su comercio es abundante y rico (…) pero hay inconvenientes. El dinero que va a los automóviles no va a otros lugares. (…)Incluso desde un punto de vista psicológico, hay objeciones a hacer: todos pueden disfrutaren su vida una cantidad limitada de sensaciones; el tiempo dedicado a las del automovilismo (y creo que son muy grandes) se toma a costa de otras: teatros, museos, lectura.[1]
La confusa justificación de Charles Gide contra la innovación, por supuesto, es absurda. Es notable que, según él, el automóvil (que era entonces un bien de lujo) llevaba a menos cultura (es decir, lectura, museos, etc.). Es el mismo antiguo argumento según el cual el capitalismo lleva a más consumismo y menos cultura. A este argumento, Molinari respondía que probablemente ocurra lo contrario: teatros y museos, como ahora compiten con los automóviles, tienen que adaptar su oferta a las preferencias de los consumidores, lo que llevará a una mejora de la cultura. Sin embargo, el punto principal de Gustave de Molinari a favor de la innovación no se refiere a la cultura y es el siguiente:
¿Qué creó este extraordinario, aunque desigual, aumento de la población y la riqueza [durante el pasado siglo]? Es evidente que el trabajo humano se ha hecho más productivo. Esto significa que, a cambio de la misma cantidad de esfuerzo y dolor, el hombre fue capaz, usando nuevos equipos proporcionados por inventores, de crear una cantidad incomparablemente mayor de productos de los que obtenía previamente con material tosco que le había sido legado a lo largo de los siglos.[2]
Luego Molinari explicaba que el aumento de la productividad bajó los precios pero también liberó recursos para los consumidores. Recursos que pueden gastarse en otros lugares de la economía. En el caso del automóvil, no es solo dinero, sino también tiempo lo que se ahorra (y puede supuestamente dedicarse a leer y visitar museos). Además, decía Molinari, en el caso de los automóviles hay muchos efectos indirectos beneficiosos. Por ejemplo, los coches entraron en competencia con las empresas ferroviarias, que se vieron obligadas a adaptarse reduciendo precios y aumentando la velocidad de sus locomotoras. Finalmente, señalaba Molinari, la mejor en el sector del transporte estimuló la división del trabajo al hacer accesibles nuevos mercados y por tanto aumentando su tamaño.
Es fascinante que Molinari, un hombre de 91 años, en el mismo principio del siglo XX, no temiera la innovación, cuando hoy es común el miedo al cambio, particularmente entre políticos. A pesar de su avanzada edad, Molinari, reflejando el liberalismo y el optimismo de la Belle Epoque francesa en la que estaba inmerso, no sucumbió al conservadurismo.
Por desgracia, no puede decirse lo mismo hoy de Francia. El conservadurismo francés moderno ha llevado a sofismos económicos y malas políticas económicas. En la década de 1990, el gobierno francés pensó en prohibir Internet (un supuesto símbolo del imperialismo estadounidense) para crear una Internet nacional. Más recientemente, algunos políticos franceses han declarado que Amazon destruye empleos. Pero Amazon no destruye más empleos que el consumidor que eligecomprar en Amazon. Si las librerías quiebran, es solo porque no responden lo suficientemente bien a las preferencias del consumidor.
Igualmente, si los motoristas prefieren conducir a visitar museos y teatros, estas decisiones se toman libremente. Charles Gide y sus seguidores modernos pueden protestar por esas decisiones, pero, de hecho, la mayor productividad en el trabajo y los viajes que permiten los automóviles permiten a los consumidores más tiempo y más dinero para gastar en un trayecto al teatro. Si los consumidores todavía eligen evitar leer y las bellas artes en esos casos, bueno, los que odian a los automóviles tendrán que encontrar alguna otra cosa distinta de los automóviles para echarle la culpa.
[1] Traducción del autor. La versión original es: “Il est certain que l’automobile est extrêmement prospère, qu’elle a créé autour d’elle de nombreuses prospérités; on lui doit des usinés immenses et actives, elle emploie des milliers d’ouvriers ; son commerce est abondant et fortuné (…) mais il y a des contre-coups. L’argent qui va vers elle ne va pas ailleurs. […] Ce qu’on a pris pour elle, on l’a enlevé à d’autres obligatoirement. (…) Oui, mais il y a les exportations, dira-t-on. C’est de l’argent qui entre. Qui entre, oui, mais on oublie celui qui est sorti. […] Même au point de vue psychologique, il y a des réserves à faire; chacun ne peut goûter dans sa vie qu’une somme limitée de sensations ; le temps consacré à celle de l’automobilisme (et je les crois très grandes) est pris au détriment de certaines autres : les théâtres, les musées, la lecture.”
[2] Traducción del autor. La versión original es la siguiente: “A quoi tient cette augmentation extraordinaire, mais inégale, de la population et de la richesse [depuis un siècle]? C’est évidemment à ce que le travail de l’homme est devenu plus productif, c’est à ce qu’en échange de là même somme d’efforts et de peine, il a pu, en employant le nouvel outillage que lui fournissaient les inventeurs, créer une quantité incomparablement plus considérable des produits qu’il obtenait auparavant à l’aide du matériel grossier que lui avaient légué les siècles”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario