Hume: “Las normas morales no son conclusiones de nuestra razón”.
En contra de los que muchos parecen creer, el capitalismo no es producto de la razón, no ha sido diseñado por ninguna mente humana, ni forma parte de las pretensiones políticas de nadie. No es algo deliberado, sino espontáneo. Por tanto, el capitalismo no admite justificación racional ni tampoco puede ser reformado. Al igual que el lenguaje, que es espontáneo, consecuencia de las acciones cotidianas y libres de los individuos y no ha sido diseñado ni establecido por ninguna persona o institución. ¿Cabe justificar al lenguaje? ¿Y juzgar cuál es mejor o peor? ¿Cabe reformarlo? Tampoco el capitalismo.
El capitalismo, el mercado, o las decisiones voluntarias de los individuos, tienen como consecuencia la distribución de los ingresos de una sociedad de manera espontánea, mediante un proceso impersonal donde intervienen un gran número de sujetos, muy diferentes entre sí. Por tanto, es inaprehensible, trasciende los límites de la razón y es difícil comprender en su totalidad el mecanismo por el que esto se produce.
La justicia por otro lado es un concepto racional y deliberado, que está sometido al juicio de una mente humana. Por lo tanto el capitalismo nunca puede ser justo por su propia naturaleza, al igual que por ejemplo el lenguaje o la evolución de las especies.
Por ello es la propiedad plural, en el sentido en el que los recursos estén poseídos por una pluralidad de individuos, lo que permite el correcto y eficiente funcionamiento del mercado.
Antes de establecer exigencias morales al sistema capitalista y de teorizar cómo debe o no debe ser una sociedad justa, conviene tener muy en cuenta que el sistema es producto de la espontaneidad de nuestras decisiones voluntarias tomadas día a día por nosotros (al igual que el lenguaje) y que bajo un sistema capitalista no estamos relegados a un mero juguete de fuerzas irracionales sino a las decisiones del resto de individuos que nos obligan a satisfacer sus necesidades si nosotros queremos satisfacer las nuestras. Por lo tanto a la hora de modificar este sistema hay que ser conscientes de que estamos anteponiendo nuestra idea de cómo debe ser la sociedad a las decisiones voluntarias de millones de personas, ¿no es eso demasiado arrogante?
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