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jueves, 16 de abril de 2015

Guía definitiva del concepto financiero de moda: los tipos de interés negativos


Volvemos a arrancar el post de hoy con un gráfico. Hace referencia al techo de años de la curva de tipos de los países en él mencionados
 

 

Foto: Guía definitiva del concepto financiero de moda: los tipos de interés negativos

Volvemos a arrancar el post de hoy con un gráfico.
 
Hace referencia al techo de años en que la curva de tipos de los países en él mencionados ofrece en la actualidad rentabilidades negativas (por cierto, dentro de ese entorno geográfico faltaría Austria). En el caso de Suiza afectaría, por ejemplo, a los vencimientos a 3, 5, 10 o 15 años y demás intermedios que pudiera haber emitido.
Una situación, en principio, anómala, inexistente hace doce meses, que ya afecta ni más ni menos que al 16% de los bonos soberanos en circulación a nivel mundial, 3,15 billones de euros, la mitad de ellos en Europa.
Y lo que te rondaré morena.
 
(vía Bloomberg)
 
Parece, por tanto, que nos tendremos que acostumbrar a esta realidad.
Sobre todo en el Viejo Continente.
Más allá del pago exigido por los bancos centrales de la región a sus instituciones financieras por mantener depósitos en su balance, el programa de expansión monetaria anunciado por el BCE supondrá un volumen de compras de renta fija pública que doblará las emisiones previstas por los Gobiernos para su periodo de vigencia (vid infra). Algo que meterá presión adicional a precios y rentabilidades, deprimiéndolas aún más.
Si no hay noticias positivas por el lado de la inflación, y poca pinta tiene en un entorno desinflacionario actual de rentas y aprovisionamientos, lo coyuntural puede permanecer en el tiempo más de lo inicialmente previsto.
Pero ¿por qué estarían los inversores dispuestos a pagar un cupón por tener esos títulos, en lugar de percibirlo como hasta ahora?
Varias serían las razones, que resumo de esta interesante entrada del FT Alphaville.
  1. Si el comprador piensa que la inflación va a caer aún más de lo que está pagando, su perspectiva de rentabilidad real final sería positiva. Por ejemplo, si paga un -0,5% y el IPC cae un 1,4%, aún ganaría un 0,9%. Cuanto más pesimista sea su previsión sobre la evolución del coste de la vida, más argumentos tendrá para lo 'irracional'.
  2. Si el comprador atisba que esta locura se va a prolongar en el tiempo y que, por tanto, el retorno ofrecido por el valor adquirido será aún más negativo en el futuro, puede jugar a la plusvalía entre lo pagado y lo que puede percibir el día de mañana si decide vender antes del vencimiento. No hay que olvidar que, en el mercado de bonos, a más precio, menor rendimiento y viceversa.
  3. Si el comprador cree que la divisa en la que está denominada el título que adquiere se va a revalorizar en el tiempo, ceteris paribus, apostará por capitalizar la ganancia vía tipo de cambio. Es un argumento muy válido para las monedas refugio que disparan el interés del mercado en tiempos de turbulencias. Sería el caso del franco suizo pese al empeño de su supervisor de retirarle la condición de safe haven a través de la ruptura inesperada de paridades.
  4. Podría darse el caso de que una entidad financiera europea, entre depositar su dinero en su banco central al 0,75 negativo –por seguir con el ejemplo de Suiza– y comprar deuda al menos 0,30 considere más adecuado lo segundo, aunque el riesgo no es ni mucho menos comparable. Pero estando el patio como está...
  5. Los hay que tienen que comprar sí o sí por ser parte del mandato de sus clientes o partícipes, caso de algunos fondos de inversión o de pensiones. La escasez que han introducido los bancos centrales puede trasladar absurdamente la batalla desde los retornos a la mera tenencia de los activos. Están locos estos romanos.
Más allá de todos estos argumentos, que buscan justificar una anomalía, un entorno como el descrito debería limitar el interés por la renta fija soberana y desplazarlo hacia aquellas alternativas que ofrecen rentabilidad positiva, caso de la deuda corporativa, las compañías con altos dividendos, los inmuebles en renta (a este ritmo un 2% neto real puede llegar a ser un 'tesoro') o incluso el oro que, cierto es, no genera rentas y tiene unos costes asociados de conservación pero, al menos, es un depósito de valor más estable que el devaluado efectivo.
Ese trasvase de dinero ya está teniendo consecuencias. Los bienes 'afectados' se revalorizan ad infintum y, así, de burbuja tras burbuja hasta el desastre final.
 
(vía DB)
 
De hecho, en el caso de las bolsas, tan extraña circunstancia distorsiona la percepción de su realidad subyacente de manera especial.
 
En la medida en que la tasa libre de riesgo es cero, el denominador de los modelos de descuento de flujos de caja se reduce y, por ende, las valoraciones aumentan. En tanto se reducen tanto el coste de capital como los gastos financieros de las empresas, salen mejor paradas en esquemas que comparan rentabilidad de la inversión y retorno de caja. Y si, remontándonos al pleistoceno, pusiéramos precio a las acciones con base al rendimiento del 10 años, encontraríamos motivos para justificar una expansión exponencial de sus múltiplos.
 
Todo un disparate, trampas en el solitario.
 
Pero es lo que hay. Lentejas que diría aquel. Espero con este post haberles puesto, al menos, en situación.
 
La que nos espera, madre mía.

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