La educación: la gran asignatura pendiente
Ninguna de las sucesivas reformas ha tratado de adaptar la escuela a las necesidades reales de la economía del conocimiento
LUIS GARICANO
En los últimos treinta años de historia, España ha conseguido mucho. Los logros económicos, la integración en Europa, el desarrollo de una democracia plena son indudables. En algunas áreas importantes, como en sanidad, se ha logrado una verdadera excelencia mundial, a pesar de la falta en muchos casos de recursos.
Pero hay un área en el que seguimos muy cerca del punto de partida: la educación. Las muchas reformas que ha experimentado nuestro sistema educativo no han servido para solucionar sus carencias históricas. Si, estamos muy lejos de aquel 89% de españoles que en el 1980 no habían completado el bachillerato, o del 8% que tenían estudios universitarios en ese año. Pero la evidencia muestra indudablemente que al incremento en cantidad no ha supuesto un incremento en calidad: el sistema educativo no garantiza una verdadera igualdad de oportunidades, ni tampoco permite a los niños y jóvenes llegar a dar lo mejor de sí mismos. Y, desgraciadamente, los recientes años de recortes presupuestarios indiscriminados no han hecho más que empeorar una mala situación de partida.
La historia de estos 30 años conoce muchas reformas. Algunas han buscado la integración de los estudiantes, y han descuidado la calidad. Otras han buscado favorecer la enseñanza privada y concertada. Ninguna ha tratado de mejorar el funcionamiento y los incentivos de la escuela pública, ni de modernizar los programas y (especialmente) los métodos de estudio para que se adecuen a las necesidades reales de la economía del conocimiento.
El debate político se ha perdido en dos asuntos. Primero, la cuestión, de nuevo resucitada por un partido en la precampaña, del papel de la religión en la enseñanza. Un tema importante pero no central y sin embargo obsesivamente protagonista de cada campaña, de cada debate, de cada tertulia.
El segundo, la lengua de instrucción. De nuevo se convierte al estudiante en carne de cañón para diferentes proyectos nacionalistas. Tras las últimas elecciones, los partidos nacionalistas emergentes buscan de nuevo (en Aragón y en Valencia) seguir la exitosa senda trazada por otros partidos de signo similar y buscan, desde las carteras de educación, invertir en el adoctrinamiento ideológico y en la Formación del espíritu nacional, por usar la expresión conocida (y odiada) por tantos españoles que crecieron en la dictadura antes de la implantación de la EGB.
Desgraciadamente, estas discusiones ideologizadas, endémicas en nuestra democrática, entre escuela privada y pública, entre religión y ciudadanía, entre enseñanza en una lengua u otra, han supuesto la exclusión del debate de aquello que hubiera podido unir, en vez de separar, a todos los partidos en un proyecto común por el bien del sistema educativo. Ningún otro país de nuestro entorno ve cambios de sistema cada vez que cambia el gobierno. Los sistemas educativos perviven generaciones en muchos casos, y en vez de bandazos experimentas mejoras con el tiempo. La educación es, en otros países, objeto de un consenso profundo, fruto del respeto que a todos merece el futuro humano y económico del país.
El resultado de esta falta de atención es trágico. Uno de cada tres jóvenes menores de 15 años repiten un curso antes de los 15 años, con enorme coste humano y económico: la repetición cuesta un 8% del gasto en educación, es decir, si la elimináramos ahorraríamos 2.500 millones de euros que podríamos invertir en mejorar la atención que reciben los estudiantes con problemas.
Uno de cada cuatro jóvenes no termina la enseñanza secundaria. Esta es la tasa de abandono más alta de los 26 países de la Unión Europea.
El abandono es, a su vez, una de las causas clave de la desigualdad y de su persistencia entre generaciones, dado que la gran mayoría de los alumnos que abandonan tienen padres que también han sufrido una experiencia similar.
Así, el retraso educativo de España se reproduce generación tras generación, debido a la persistencia del abandono escolar. Con Italia, los adultos españoles están a la cola de comprensión lectora y competencia matemática: casi un tercio de la población suspende en matemáticas y en comprensión lectora. La mitad de los adultos no conocen un idioma extranjero.
Finalmente, faltan mecanismos que adapten lo que se aprende a las necesidades que el mercado de trabajo pide. El resultado es paro, y subempleo.
El fracaso no solo lo es para los alumnos, también para los profesores, que no se sienten valorados, ni motivados: a pesar de que sus ingresos no son bajos en el contexto europeo, los profesores españoles muestran el cuarto menor grado de valoración social de la OCDE.
En definitiva, la educación es la gran asignatura pendiente de nuestra democracia. No ha habido mayor irresponsabilidad en los partidos políticos que su incapacidad para llegar a acuerdos básicos en esta materia tan importante.
¿Qué hacer? Podríamos hacer propuestas concretas, pero no es el lugar. En su lugar, cabe expresar un deseo fehaciente. Los partidos deben acordar durante la campaña sacar la educación del gran fútbol político y decidir que, gane quien gane, y gobierne quien gobierne, van a sentarse en una mesa y adoptar las mejores prácticas mundiales en materia de educación y buscar grandes consensos. La integración de España en la economía del conocimiento, nuestra competitividad futura, el mantenimiento del estado del bienestar, y el futuro de nuestros jóvenes lo demandan.
Luis Garicano es catedrático de economía y estrategia en la London School of Economics y Coordinador económico de Ciudadanos.
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