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domingo, 25 de octubre de 2015

La teoría austriaca del ciclo económico: Una breve explicación





La solución falsa favorita de los medios de comunicación a la recesión económica es que la Fed ponga cada vez más bajos los tipos de interés, hasta que la economía se recupere. ¿Qué tiene de malo esta postura? Imprimir dinero (que es a lo que equivale reducir los tipos de interés por debajo del mercado) es un medio artificial de recuperarse de los efectos muy reales de un auge artificial. Sin embargo, esto no aparece en la mayoría de los comentaristas, porque no tiene el más mínimo conocimiento de la teoría austriaca del ciclo económico.

Este artículo da una breve visión de la teoría, que proporciona una explicación de los repetidos periodos de prosperidad y recesión que parecen plagar las sociedades capitalistas. Como ha argumentado Salerno (1996), la teoría austriaca del ciclo económico es en muchos aspectos la quintaesencia de la economía austriaca, al integrar tantas ideas que son propias de esta escuela de pensamiento, como la estructura de capital, la teoría monetaria, el cálculo económico y el emprendimiento. Como tal, sería imposible explicar adecuadamente una teoría tan rica en una breve nota. (Ver Rothbard [1983] para más detalles). Sin embargo, se hará un intento aquí para indicar cómo se aúnan esas ideas relevantes en un marco unificado.

El hombre afronta un mundo de escasez física. Es decir, no pueden atenderse todos nuestros deseos y necesidades, que son prácticamente ilimitados. Fuera del Jardín del edén, debemos producir para consumir y esto significa que debemos combinar nuestro trabajo con cualesquiera recursos dados por la naturaleza que tengamos disponibles. Como seres propiamente racionales, los hombres han llegado a reconocer muchas formas de resolver este problema, como la cooperación pacífica bajo la división del trabajo llevando a un aumento en la productividad y los derechos de propiedad privada que permiten el cálculo económico de forma que pueden compararse con sentido distintas formas de actuar.

(Esto no quiere decir que el hombre pueda predecir perfectamente y anticipar siempre el resultado, bueno o malo, de sus acciones, solo que el hombre actúa con un propósito, así que siempre juzga a priori un curso de acción para llegar a una situación preferida y es capaz de distinguir el éxito del fracaso y actuar de acuerdo con ello).

Sin embargo ayudaría a considerar el curso del desarrollo económico un ejemplo simplificado, el de una situación aislada estilo “Robinson Crusoe”.  La circunstancia que aparece aquí es que uno debe combinar de alguna manera su trabajo con recursos disponibles para producir bienes para consumo (es decir, alimento, alojamiento, etc.). Por ejemplo, puedo recoger bayas a mano y este proceso produce un cierto nivel de consumo. Sin embargo, si quiero tener un nivel más grande de consumo, debo crear algunos medios de aumentar mi recolección de bayas: por ejemplo, construyendo una vara para golpear las bayas en los arbustos y una red para recogerlas al caer al suelo.

Sin embargo, salvo que estos medios los proporcione la naturaleza, debo construirlos yo mismo y esto tomará tiempo, tiempo durante el cual no puedo recoger y consumir bayas con mi viejo método. Así que durante el tiempo en que estoy creando mi nuevo, y supuestamente más eficiente método, debo tener alguna forma de mantenerme. Esto solo puede producirse al haber ahorrado (es decir, haber dejado de consumir) una cantidad suficiente de bayas en el pasado, para poder ahora trabajar en otras aproximaciones. (Para más sobre este proceso, ver Rothbard [1993], cap. 1).

Seamos claros acerca de lo que está pasando aquí: Uno no está simplemente pasando del consumo a la producción, uno está pasando de una forma de producción a otra. Uno no puede consumir nada hasta que se haya producido, así que todos los procesos de producción implican un posterior consumo. Pero la cuestión es qué debe hacerse para cambiar a unos medios de producción supuestamente más eficaces.

Evidentemente, si el sistema de vara y red, supuestamente más productivo, hubiera requerido la misma cantidad de tiempo de construcción que el método de recogida a mano, me habría dedicado a este medio desde el principio. Como adquirir la mayor productividad tiene un coste (que es el tiempo que se quita del uso de viejo método para facilitar la producción y, por tanto, el consumo) debe haber medios de pagar ese coste.

Por supuesto, no todos los procesos más largos de producción son más productivos. Pero en cualquier momento concreto, el hombre siempre escoge los procesos de producción que puedan producir una cantidad concreta de producción para el consumo en el plazo más corto de tiempo. Un proceso al que cueste más llegar al estado final de producción solo se adoptará si es equivalentemente más productivo. En la concepción austriaca, mayores horros permiten la creación de proceso de producción más “indirectos”, es decir, procesos de producción cada vez más alejados del producto terminado. Este es el papel del ahorro y podemos preguntarnos qué determina un nivel concreto de ahorro.

La preferencia temporal es el grado en que la gente valora el consumo actual sobre el consumo futuro. La clave de la teoría austriaca del ciclo económico es que las intervenciones en el sistema monetario (y hay cierto debate acerca de qué forma deben tomar esas intervenciones para poner en marcha el proceso de auge y declive), crea una disparidad entre preferencia temporal del consumidor y juicios empresariales respecto de esas preferencias temporales.

Volvamos al ejemplo anterior de Robinson y consideremos los intentos de construir medios más productivos de extracción de bayas. Lo que me limita es mi nivel de preferencia temporal. Si disfruto así de tal manera el consumo actual que la idea de aumentar el consumo futuro no me convence para renunciar ahora a comer las suficientes bayas, mi sistema de vara y red no se construirá. En el contexto de la banca de reserva fraccionaria, la impresión de billetes de bayas no puede cambiar este hecho.

Como ejemplo numérico, consideremos el caso en que la recogida a mano produzca doce bayas al día y estoy sencillamente indispuesto  a tomar menos de diez bayas por día.  Supongamos además que mi preferencia temporal cae de forma que estoy dispuesto a ahorrar dos bayas diarias durante siete días (dejando aparte cosas como la perecibilidad, que evidentemente no se aplica a una economía monetaria). Tendré por tanto una reserva de catorce bayas. Supongamos que trabajo una cuarta parte del día en mi nuevo método de producción de bayas y gasto las otras tres cuartas partes en producir bayas con la vieja técnica. El viejo método me dará nueve bayas diarias y puedo usar una baya de mis ahorros para atender mis actuales necesidades de consumo.

Si puedo terminar el sistema de vara y red en catorce días (el alcance de mi reserva), entonces todo está bien y puedo continuar disfrutando de los frutos de mi trabajo (no es un juego de palabras). Sin embargo, si me equivoco y el proceso dura más de catorce días, debo suspender temporalmente la producción (o al menos retrasarla) para financiar mi consumo actual, que, por suposición, valoro en un cierto nivel de consumo actual sobre el aumento en el consumo futuro (la esencia de la preferencia temporal). Se trata de que debe haber suficiente propiedad para mí para alargar la estructura de producción y esta propiedad solo puede provenir de (pasados) ahorros. Si mi preferencia temporal no permite que haya disponible suficiente propiedad para crear este proceso de producción, mis esfuerzos acabarían en fracaso.

Por si acaso se piensa que este ejemplo es artificial, considerad la situación en la que mis necesidades son de nueve bayas diarias. Resultaría que puedo seguir trabajando un cuarto de día en la nueva técnica sin tener una existencia previa de bayas, ya que el resto de los tres cuartos de día de trabajo con el antiguo método cumplirían con estas necesidades. Sin embargo, deben advertirse dos cosas. Primero, mi preferencia temporal debe primero caer de un consumo diario de doce bayas a nueva. Segundo, y esto es la clave, si hubiera ahorrado anteriormente, podría gastar ese mismo tiempo en crear el nuevo método, produciendo así un aumento en la producción de bayas mucho antes. Los ahorros siguen siendo clave para este proceso de construcción de capital y los ahorros se dirigen por la preferencia temporal. De hecho, la preferencia temporal se manifiesta en los ahorros.

Este mismo proceso de utilizar los ahorros para financiar la producción actual para un consumo futuro se produce en economías más complejas. (Por supuesto, con la introducción de más de un individuo, se hace posible el reconocimiento de la mayor productividad  bajo la división del trabajo, llevando al hombre por encima del niel de subsistencia y haciendo posible la existencia de ahorros). En cualquier momento dado, los individuos de una sociedad se dedican a la producción para alcanzar algún “nivel” de necesidades de consumo. Para que se entre en procesos más largos (y, por tanto, si se van a mantener, más productivos), es necesario que algunos individuos dejen de consumir en el pasado para que se pueda mantener a otros individuos y se facilite así que ensamblen esta nueva estructura, durante la cual no pueden producir (y, por tanto, no pueden consumir) bienes de consumo con los métodos de la vieja estructura.

Lo importante de la teoría austriaca del ciclo económico es que la inflación de crédito distorsiona este proceso, haciendo que parezca que existen más medios para la producción actual de los que son realmente sostenibles (al menos en algunas interpretaciones, ver Hülsmann [1998] para una exposición “inhabitual” de la TACE). Como esto es en realidad una ilusión (imprimir derechos de propiedad [“inflación”] no es lo mismo que tener realmente propiedad, ver Hoppe et al. [1998]), los esfuerzos de los empresarios por crear una estructura de producción que no reflejen preferencias temporales actuales de los consumidores (que se manifiestan en los ahorros disponibles para la compra de bienes de producción), deben acabar en fracaso.

Cualquier tipo de economía por encima de las más primitivas, por supuesto, no se dedica al trueque, sino más bien utiliza dinero como un medio de intercambio para superar el problema de la ausencia de una doble coincidencia de deseos. Sin embargo, debe destacarse que, aparte de este papel único, el dinero es en sí mismo un bien, el bien más comercializable. Es verdad que el dinero es valioso en la medida en que otros estén dispuestos a aceptarlo en los intercambios. Sin embargo, el dinero en sí mismo debe haberse originado primero como un bien que proporcione un servicio directo antes de poder convertirse en un bien que proporciona un servicio indirecto (es decir, dinero). Es la base del teorema de la regresión de Mises (Mises [1981]; Rothbard [1993], cap. 4).

Como en cualquier otro intercambio, uno puede descubrir posteriormente que no gusta a nadie; por ejemplo, uno puede descubrir que el bien monetario ya no es aceptado por la “sociedad”. No hay nada particular acerca del dinero en este aspecto. Lo que es particular del dinero es su uso en el cálculo económico. Como todos los intercambios son, en definitiva, intercambios que afectan a la propiedad, es indispensable una unidad común para comparar esos intercambios. En concreto, la cantidad de dinero como ahorro representa una “medición” de la cantidad de propiedad disponible para los procesos de producción. (De hecho, para siquiera mantener una estructura dada de producción hace falta alguna abstención del consumo, de tal forma que pueda conseguirse la producción dedicada al mantenimiento en lugar del consumo).

Tener efectivo (en tu cartera, en una lata en el patio, etc.) no es una forma de ahorro. Los balances de caja pueden aumentar sin que disminuyan las preferencias temporales, como pasa cuando se ahorra. (De hecho, uno ahorra porque cae su preferencia temporal). Uno puede aumentar su balance de caja  disminuyendo su gasto en bienes de consumo Y producción. Ahorrar es disminuir el gasto en bienes de consumo y aumentar el gasto en bienes de producción.

El hecho de que ahorrar implique normalmente un intermediario (es decir, un banco) para permitir que algún otro gaste en bienes de producción no cambia este hecho. El dinero es en sí mismo un bien presente; retenerlo “compra” alivio de una incomodidad actualmente sentida acerca de un futuro incierto. (Ver Hoppe [1994] y Hoppe et al. [1998] para una explicación de la naturaleza del dinero). Prestar depósitos a la vista o derechos a bienes actuales no facilita la compra de bienes de producción (para la creación de bienes futuros a costa de bienes actuales), aparte de los asuntos jurídicos que conllevan.

Lo esencial acerca del dinero es que permite el cálculo económico, la comparación de ingresos anticipados por una acción con costes potenciales en una unidad común. Es decir, uno adquiere propiedad basándose en un juicio del futuro intercambiando otra propiedad y esto es imposible (o, más bien, no tiene sentido) que se haga sin una unidad común  para comparar alternativas. El dinero es propiedad, y bajo un sistema monetario que hace parecer que existe más propiedad para la producción de la que existe realmente, la quiebra es inevitable.

Uno no tiene que centrarse en si los empresarios “leen” correctamente o no los tipos de interés. Los empresarios hacen juicios acerca del futuro y, por supuesto, siempre pueden cometer errores: el éxito no puede conocerse ahora. Sin embargo, los juicios serán erróneos cuando una afronta la ilusión de una mayor cantidad de ahorro respecto de la que justificarían las preferencias temporales de los consumidores. Esta es precisamente la situación establecida por el sistema bancario, como intermediarios entre ahorradores y productores o “inversores”, como se produce actualmente en el mundo occidental. El sistema garantiza el error, aunque por supuesto no excluye el éxito; es decir, la existencia de genuino crecimiento económico junto a malas inversiones.

Este análisis no es una insistencia moralista en que una economía se fundamente en último término en algo “real”. Es un reconocimiento de que los meros deseos subjetivos no pueden hacer que exista más propiedad de la que existe realmente. Si un sistema monetario da la impresión de que las preferencias temporales de los consumidores, como proveedores de propiedad para fines de producción, son menores de lo que realmente son, entonces, la estructura de producción así ensamblada en dicho sistema es un error en sí misma. Aunque los planes parezcan viables durante la fase inicial de un auge, necesariamente revelarán ser erróneos debido a una falta de suficiente propiedad. Esto es lo esencial en la teoría austriaca del ciclo económico.

Publicado el 7 de mayo de 2001. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.




Una ilustración gráfica de la teoría austriaca del ciclo económico


Juan Ramón Rallo 
La teoría austriaca del ciclo económico tal como fue expuesta por Mises y Hayek sostiene que los ciclos económicos se desencadenan cuando los tipos de interés se reducen artificialmente; más en concreto, cuando se reducen “por debajo de su nivel natural”. En otras ocasiones he explicado que no existe ningún tipo de interés natural y, de hecho, en mi opinión se trata de un concepto anti-austriaco que no encaja demasiado bien con el marco subjetivista de esta Escuela (no en vano, es un concepto acuñado por Knut Wicksell para propósitos distintos a los que quieren darle Mises y Hayek).
A mi modo de ver, la reducción artificial de los tipos de interés no tiene que ver con una desviación con respecto a un inexistente tipo de interés natural, sino con el descalce de plazos y de riesgos de los agentes económicos: el capital a corto plazo se canaliza para efectuar inversiones a largo plazo (o el capital que se pretende invertir de manera segura se inmoviliza en inversiones muy especulativas); o dicho de otra manera, se produce un arbitraje entre los tipos a largo plazo y los tipos a corto plazo especialmente a través del sistema bancario (que puede lograrlo gracias a la existencia de un prestamista de última instancia de papel moneda inconvertible, es decir, los actuales bancos centrales). Por consiguiente, en todo caso deberemos buscar sucesiones de arbitrajes en la curva de tipos de interés y los períodos de crisis.
En el siguiente gráfico podéis observar el diferencial entre los tipos hipotecarios a 30 años y los certificados de depósitos a seis meses. Las franjas rojas indican los períodos oficiales de recesión en EEUU según el NBER.
Diferencial entre los tipos hipotecarios a 30 años y los certificados de depósitos a 6 meses
Este otro gráfico es algo distinto aunque viene a medir fundamentalmente lo mismo: representa el diferencial entre los bonos empresariales a 30 años calificados por Moodys como Baa y los certificados de depósitos a 3 meses. Como las series de tipos anteriores no comienzan en 1954, he recurrido a estas dos para incluir algunos años más. El resultado es, sin embargo, el mismo (de hecho, a partir de 1971, los gráficos son casi calcados): los períodos recesivos van precedidos de reducciones en los diferenciales a corto y a largo plazo de los tipos de interés.
  Diferencial entre los tipos de bonos empresariales Baa y los certificados de depósitos a 3 meses

En general, todos los períodos con un fuerte arbitraje entre los tipos a largo y a corto (reducción del diferencial) han ido seguidos por una recesión. Y eso que las recesiones no son un indicador óptimo del colapso de un período de malas inversiones: tengamos presente que el sistema bancario, sobre todo con el apoyo de la Fed, puede relanzar un ciclo de malas inversiones antes de que haya terminado el anterior (por ejemplo, si en 2001 Greenspan hubiese logrado reinflar el crédito barato antes de que la economía hubiese entrado en recesión, ese período de malas inversiones no se hubiese plasmado estadísticamente en una recesión “oficial”). Desde luego, los tipos de interés escogidos no son los únicos susceptibles de ser arbitrados (todo el espectro de tipos de interés a distintos vencimientos y niveles de riesgo lo son), pero sí son paradigmas de tipos a largo (financiación a largo plazo de bienes de consumo duradero y de bienes de capital) y de tipos a corto (coste de refinanciación a corto de la banca).

Los resultados, por consiguiente, son del todo consistentes con la teoría austriaca del ciclo económico. No la demuestran, pero al menos no sólo no la contradicen sino que la ilustran de un modo más que aceptable.



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