Buscar este blog

jueves, 29 de octubre de 2015

Robert Shiller imagina lo que los consumidores deberían querer mientras ignora lo que sí quieren

Robert Shiller Imagines What Consumers <em>Should</em> Want, While Ignoring What they <em>Do<em> Want

 
En un reciente artículo del New York Times, Robert Shiller apunta a la idea de que “una economía competitiva no regulada es óptima para todos”. Aunque sea un defensor de algunos aspectos del mercado libre, tiene dudas acerca de la cantidad de manipulación y engaño que lo permea. Una economía competitiva, en su opinión, muestra numerosos empresarios lanzándose sobre consumidores tomando decisiones que van contra sus mejores intereses.

Demasiadas suposiciones

Esta visión del mercado libre es el resultado de una perspectiva teórica concreta que por desgracia prevalece en la economía dominante. En esta visión, que toma su inspiración principalmente de Vilfredo Pareto y John Hicks, los mercados son óptimos porque producen un estado de racionalidad casi perfecta. Las preferencias de cada consumidor se supone que están libres de errores, reflejando el último conocimiento científico. Así, una consumidor, al tomar decisiones sobre lo que come, sigue el consejo de expertos en dietética. Nunca comete el “error” de consumir productos que no se consideren sanos. Nunca se permite un caramelo o unos bombones.
 
Igualmente, cuando toma decisiones que afectan a su salud, el consumidor nunca deja de seguir las instrucciones de su doctor. Fumar cigarrillos, consumo excesivo de alcohol o ejercicio inadecuado son opciones que no están sobre la mesa. Además, cada consumidor tiene un conocimiento perfecto con respecto al estado del mercado y los precios prevalecientes. Por tanto nunca compra un bien y luego descubre que estaba disponible más barato en otro lugar. Esos errores se descartan por suposición.
 
El proceso de competencia asegura que los recursos se asignan para satisfacer de la mejor manera posible estas preferencias del consumidor racional, produciendo así un estado de equilibrio que es óptimo para todos. En ese estado, cada participante del mercado está maximizando su bienestar, asignando la escasa renta monetaria a su disposición a satisfacer los deseos más valorados que verdaderamente contribuyen a ello.
 
No debería sorprender que el economista neoclásico, cuando preste atención a esa defensa del mercado libre, deba suspirar con horror ante la irracional que prevalece en el mundo real. Los consumidores que encuentra en el supermercado son muy distintos de los que existen en su modelo teórico. Compran dulces, a menudo en abundancia, comen comida basura, consumen demasiado alcohol y toman muchas otras decisiones que desaprobarían expertos en diversos campos. ¡Incluso parecen ser proclives a las revistas de cotilleos, algo que cualquier ser racional consideraría una pérdida de tiempo!
 
Así que es un pequeño salto a la conclusión de que los empresarios que proporcionan a los clientes los medios de satisfacer estos deseos irracionales son simples manipuladores y engañadores. Su deseo de obtener beneficios ante la competencia les obliga a explotar las debilidades humanas de sus clientes, encontrando a menudo formas de hacerles elegir de una manera contraria a su verdadero bienestar. Aprovechan los momentos de debilidad de un consumidor, cuando no razona como un científico o un experto y se inclinan por dar paso a simples caprichos y modas. En el proceso, los empresarios, lejos de maximizar el bienestar, empujan a los consumidores a tomar decisiones que les empeoran la vida.

Observando la economía como es, no como debería ser

Los economistas que siguen la tradición austriaca proporcionan una defensa completamente distinta de los beneficios del mercado, que es inmune a las críticas indicadas por Shiller. El núcleo de esta defensa reside en el concepto de soberanía del consumidor. Lo característico de una economía libre y competitiva es que las decisiones de los empresarios y la asignación de recursos están siempre alineadas con las preferencias anticipadas de los consumidores, por muy irracionales que sean.
 
Estas preferencias no tienen que soportar un análisis racional. No tienen que estar guiadas por el conocimiento científico más actual. Por el contrario, reflejan las valoraciones momentáneas de los hombres tal y como son: erróneas, imperfectas y caprichosas. Como señala Mises: “No es lo que el hombre debe hacer, sino lo hace, los que cuenta en praxeología y economía. La higiene puede ser buena o mala en calificar como venenos el alcohol y la nicotina. Pero la economía debe explicar los precios del tabaco y el alcohol tal y como son, no como deberían ser bajo condiciones diferentes”.

Los consumidores, no los productores, dirigen el mercado

Los precios que los empresarios ofrecen por los factores de producción se limitan a reflejar sus expectativas de estas preferencias. Y los que aciertan en sus previsiones se ven recompensados con beneficios, mientras que los que fallan se ven castigados con pérdidas. Así, el jefe real en el ámbito del mercado, el verdadero capitán del barco, es el consumidor, aunque sea irracional e ignorante, y es él quien decide que debería producirse y qué no.
 
Cualquier noción de bienestar es inseparable de la satisfacción de estas preferencias imperfectas e irracionales. El mercado maximiza el bienestar del consumidor, porque atiende los caprichos y modas de estos, no porque satisfaga los deseos de gente guiada por un conocimiento considerado como perfectamente racional por el economista.
 
Así, cuando un economista austriaco entra en un supermercado, no ve irracionalidad, manipulación y engaño. Por el contrario, ve el milagro del mercado en funcionamiento, ve la manifestación del sistema de precios y su capacidad de asegurar la satisfacción de los caprichos y modas de los consumidores. Cuando ve caramelos y revistas de cotilleo vendiéndose junto a las cajas, no concluye que los empresarios están tratando de manipular a los consumidores. Por el contrario, aprecia que esta ubicación de recursos se limita a reflejar las preferencias de la enorme mayoría de sus congéneres. La capacidad de los empresarios de prever estas preferencias y atenderlas mejora en lugar de disminuir el bienestar del consumidor.
 
Defender el mercado libre es importante, pero también lo es cómo se hace. Los economistas austriacos defienden el mercado, no porque sea perfecto, sino porque nos permite prosperar y progresar al tiempo que nos permite seguir nuestras debilidades y limitaciones humanas innatas.

Publicado originalmente el 27 de octubre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario