Publicado el 17 octubre 2015 por Juan Ramón Rallo
El Premio Nobel de Economía 2015, el escocés Angus Deaton, es un hombre cercano a la socialdemocracia: su preferencia política es un Estado grande y redistributivo, donde el sector público se encargue de la provisión de servicios como la educación, la sanidad o las pensiones. Sin embargo, a la hora de reflexionar sobre las ayudas gubernamentales para el Tercer Mundo, Deaton se muestra tajante: éstas deben ser eliminadas de raíz si de verdad aspiramos a que los países en vías de desarrollo escapen de la pobreza. En su opinión, “lo mejor que podemos hacer por los pobres es dejar de darles ayudas al desarrollo”.
El argumento de Deaton es sencillo de entender: para que un país prospere necesita contar con un conjunto de instituciones sociales que protejan la propiedad privada, los contratos y la cooperación humana (el llamado “imperio de la ley”). Si esas instituciones existen, el capital necesario para desarrollarlas afluirá espontáneamente a ellas; si esas instituciones no existen, tales sociedades serán incapaces de desarrollarse por mucho capital que les remitamos. Todavía peor: en la medida en que las ayudas estatales al Tercer Mundo terminan siendo administradas por las élites extractivas locales que impiden el surgimiento de esas instituciones respetuosas con el imperio de la ley, la ayuda para el desarrollo puede convertirse en una de las principales enemigas del desarrollo: los autócratas ricos de los países pobres salen reforzados a costa de los contribuyentes pobres de los países ricos. Si subvencionamos en el exterior la rapiña, el expolio, la corrupción y la arbitrariedad política, todo eso es lo que obtendremos para desgracia de aquellos ciudadanos que lo padecerán.
El Tercer Mundo necesita mucha más libertad política y económica, no una mayor lluvia de fondos en favor de las oligarquías parasitarias castizas: si desde Occidente queremos contribuir a su rápido desarrollo, abrámosles nuestros mercados a sus mercancías y a sus personas, pero dejemos de emborracharles con nuestras muy dañinas transferencias estatales. No olvidemos que, en las últimas cuatro décadas, el continente africano ha recibido más de 2,3 billones de dólares en ayuda exterior, el equivalente a quince Planes Marshall: pero la región no ha comenzado levemente a levantar cabeza hasta que tal flujo de fondos se ha desacelerado. En los Presupuestos Generales del Estado para 2016, España seguía destinando más de 500 millones de euros en tan nocivas “ayudas”. Es hora de recortarlas: por nosotros y, sobre todo, por ellos.
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