El Estado está más saneado que nunca. Pero va a aprovechar los miedos que despierta su evolución futura para apretar a los proveedores. ¿Quién no lo haría?
El 22 de septiembre, escribimos sobre las consecuencias geopolíticas del desplome del crudo y citamos específicamente su efecto sobre Arabia Saudí, a la sazón principal responsable del colapso pese a suponer la materia prima el 87% de su presupuesto de ingresos.
Cinco días más tarde conocimos, gracias al FT, cómo sus dirigentes habían repatriado en seis meses hasta 70.000 millones de dólares con el fin de cubrir el agujero fiscal que le provocaba la merma derivada de la caída en la cotización internacional del petróleo. Sus reservas en moneda extranjera se habían situado en agosto a su nivel más bajo en dos años.
Ya a mediados de octubre descubrimos que ese movimiento financiero podía ser tan solo la punta del iceberg. Bloomberg se hacía eco de un informe de UBS según el cual los países productores traerían de vuelta a su territorio antes de final de año hasta un 7% de sus inversiones internacionales, o lo que es lo mismo: 1,2 billones de dólares. Un PIB español prácticamente enterito.
Esta semana, los acontecimientos se han precipitado. Si el lunes se filtraba que Arabia Saudí estaría retrasando pagos a proveedores (y afrontando por tanto una crisis de liquidez impensable hace pocos meses, noticia sobre la que hay no poca confusión), ayer mismo el ‘siempre fiable’ FMI advertía de que, al ritmo actual de déficit público, y en ausencia de reformas estructurales y/o ajustes en el gasto, el Estado arábigo se quedaría en cinco años sin recursos financieros para hacer frente a una contracción estructural en el precio del oro negro.
Sin embargo, no todo el mundo comparte esa opinión.
Y menos quien ha sido durante años asesor del Ministerio de Economía saudí, caso de John Sfakianakis.
En un interesante artículo publicado en 'Foreign Policy', el ahora gestor especializado en mercados emergentes señala que tales temores son infundados, algo que justifica con base en los siguientes argumentos:
El país está más protegido que nunca: a cierre de 2014, contaba con unas reservas financieras equivalentes al 100% de su PIB cuando en las crisis de los ochenta y noventa apenas suponían el 35%. Algo que le permitirá seguir funcionando con normalidad y mantener la capacidad de defender, si fuera necesario, su divisa.
No es la primera vez que se enfrenta a déficit fiscales cercanos al 20%. Entre 1983 y 1991, la media fue del 52%. Pero ahora cuenta con amplia capacidad de financiación: la deuda pública suponía apenas el 1,6% de su producto interior bruto en 2014, porcentaje que se situaría, 'ceteris paribus', en el 17% a cierre de 2016. A finales de los noventa, rondaba el 120%. Además, disfruta de un mejor ‘gobierno corporativo’ gracias a los últimos cambios ministeriales introducidos. Contención de los dispendios y privatizaciones están ya en su agenda.
Cuenta con un sistema bancario está saneado. Su ratio de morosidad se sitúa por debajo del 1,2% y la relación entre créditos y depósitos se escora claramente a favor de estos últimos, pese al fuerte crecimiento de la financiación al sector privado en los últimos años.
Por último, no cabe esperar una revolución de abajo arriba por parte de una población a la que los gobernantes se han encargado de ‘aislar’ de los efectos derivados de la volatilidad en el precio de su principal fuente de ingresos.
Interesante.
¿Quién tendrá la razón?
Pues, como señalábamos hace bien poco en relación con Repsol, y recoge así mismo el propio Sfakianakis, todo dependerá de lo que suceda con algo tan poco controlable como la evolución futura de la cotización del crudo. Uno tiende a pensar, en cualquier caso, que cuando la supervivencia de un régimen es lo que está en juego, más les vale a sus mandatarios agudizar el ingenio y arbitrar los cambios necesarios. Y que, a río revuelto, ganancia de pescadores. Pocas oportunidades mejores tendrán los árabes para asustar y apretar a sus proveedores, que es, exactamente, en lo que están.
De hecho, costaría creer que no lo hicieran, la verdad.
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