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jueves, 29 de octubre de 2015

España en desorden

POR Gaspar Ariño (Expansión)
 
Es necesario corregir el sistema liberal para distribuir la riqueza; si no, se repartirá mediante un mayor intervencionismo.
 
Europa está en desorden. Y España también. Reina el desconcierto. Llegan miles de personas que huyen de la muerte y buscan un lugar donde refugiarse, pero los países cierran sus fronteras y la Unión Europea carece del andamiaje político necesario para hacer realidad una política común que reparta equitativamente la carga. En algunos países (Reino Unido, Francia, Grecia, Holanda, España) surgen terceros partidos que quieren replantear su pertenencia a una comunidad que les asfixia. Amplios movimientos sociales de indignación y de protesta han dado lugar en Portugal, España, Grecia y Gran Bretaña, a una nueva izquierda radical que quiere revisar los parámetros que inspiran el mundo capitalista actual. Marx vuelve a estar de moda y la crisis de 2008 -que todavía dura- ha puesto al descubierto algunos vicios del sistema. El Nobel de este año, se otorga a un economista, Angus Deaton, que ha hecho de la distribución y las desigualdades el centro de su atención; sus primeras declaraciones tras recibir el galardón han sido éstas: "las tendencias actuales de desigualdad son muy preocupantes, la austeridad no es la respuesta a la crisis económica...; si los ricos pueden escribir las reglas, tenemos un problema".
 
La escandalosa desigualdad que hoy preside la vida social y el ninguneo de la ciudadanía común están probablemente en la raíz de este desorden. La crisis, la austeridad y los rescates, han puesto a mucha gente fuera del sistema: del sistema económico, porque han quedado sin trabajo o con un trabajo precario y mal pagado; y del sistema político, porque en muchos países -como el nuestro- los partidos se han cerrado sobre sí mismos y han obstruido el acceso a la vida política (salvo la emisión de un voto cada cuatro años).
 
Las listas cerradas y bloqueadas, unas circunscripciones electorales mastodónticas, en las que el elector no sabe a quién elige, y una financiación pública y abundante de los partidos, que permite a éstos vivir tan ricamente sin necesidad de acudir a nadie, han hecho de la política un sistema opaco del que la gente se siente ajena y, a la vez, cautiva.
 
Contra todo esto es contra lo que se ha levantado la nueva izquierda, que ha sido seguida no sólo por obreros y desempleados, sino también por una clase media empobrecida y, sobre todo, una población juvenil desencantada, que ve cerradas las puertas de su futuro. Las protestas en la calle contra una economía sin alma se prodigan no sólo en España sino en media Europa, como hemos visto días pasados en Bélgica, en Francia, en Grecia o en el Reino Unido. Las redes sociales extienden hoy la protesta, con razón o sin ella.
 
Yo sé muy bien que las cosas son complejas y que todo tiene una explicación. Pero esa explicación hay que darla. Hay que saber escuchar las voces de la calle y las preguntas de la gente. Es significativo que en la primera sesión de control del Parlamento inglés en la que Jeremy Corbyn ejercía como jefe de la oposición, su intervención se limitó a leerle al Primer Ministro Cameron las preguntas que le habían enviado ciudadanos británicos a los que él había invitado a hablar en los Comunes. Es un gesto, pero significativo.
 
La nueva izquierda no es capaz de formular políticas alternativas creíbles, y por ello se expresa con gestos que creen llegan a la opinión. Corbyn se niega a cantar el himno nacional (el "God Save the Queen") y no acude al Privy Council a prestar juramento y reverencia a la Corona; Ada Colau y su primer teniente Alcalde, señor Pisarello, empaquetan a los Borbones en el Ayuntamiento de Barcelona (filman la escena para que quede constancia); en Valencia, algunos alcaldes de Compromís suprimen la primera estrofa del himno regional que dice: "para ofrendar nuevas glorias a España"; algunos líderes políticos de Barcelona, Madrid, Zaragoza o Santiago de Compostela no asisten o suprimen los actos religiosos que tradicionalmente acompañaban a las fiestas o acontecimientos nacionales (o locales); o prohíben que se entone en ellos la Marcha Real (que es hoy el himno nacional). Los más osados (como la CUP o Ada Colau) llaman al incumplimiento de las leyes o de las Sentencias de los Tribunales, a la desobediencia civil y al impago de la deuda (sometida a auditoría popular). Son actuaciones que tienen un significado evidente de ruptura con el orden establecido. En un alarde ya de rebeldía se niegan a celebrar el día de la Hispanidad; dicen que aquello -el descubrimiento y civilización de América- fue un genocidio, que masacramos sus culturas; en consecuencia, se niegan a estar presentes en la fiesta, porque no hay nada que celebrar. Estos, más que gestos, son estertores, reflejan el deseo de romper con el pasado y con la historia. No se sabe qué es más grande: si su rebeldía o su ignorancia.
 
Quienes quieran defender la identidad y la grandeza de España en la Historia, el orden constitucional, la democracia representativa (eso sí, con una nueva ley electoral), el Estado de Derecho y una economía de mercado deben espabilar y dar la cara si no quieren que el populismo acabe barriéndolos a todos en las calles. Padecemos una clara falta de liderazgo social y político.
 
Gobiernos y líderes sociales, especialmente Academias, corporaciones profesionales y organizaciones empresariales, entidades financieras y grandes empresas industriales, deberían ser conscientes de que hay que reformar las políticas imperantes y extender el bienestar hacia grandes masas de la sociedad hoy depauperadas.
 
Hay que volver a integrar a los excluidos del sistema. El modelo económico liberal deber ser corregido de modo que se consiga distribuir con más equidad la riqueza que genera, que es mucha. O se hace mediante cambios de comportamiento social y empresarial o se hará mediante un mayor intervencionismo del Estado en los procesos de producción, que es algo que hoy predica la nueva izquierda (de Corbyn, Tsipras o Iglesias, con su socialismo bolivariano). Éstos reivindican una filosofía política marxista actualizada, con pocas nacionalizaciones, aunque sí algunas, pero con una regulación invasiva de los mercados; una especie de vuelta a los orígenes, al Manifiesto Comunista, en demanda de mayor igualdad.
 
La rebeldía y esos gestos populistas atraen a una generación joven desencantada de la política y que ahora vuelve a ella, seducidos por una política que parece "incluyente" y levanta esperanzas, frente a esas otras políticas "ortodoxas" e inamovibles, que asfixian a una parte de la población y reparten muy desigualmente los sacrificios de la crisis.
 
Hay que dar la cara y desenmascarar el engaño y la mentira de esas políticas populistas, que llevarían a España a la ruina, como han llevado ya a otros países. Al mismo tiempo, hay que hacer examen de conciencia y atreverse a formular nuevas políticas que reconstruyan el bienestar perdido, que hagan realidad, de verdad, esa "economía con alma".

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