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miércoles, 22 de julio de 2015

La libertad, la pobreza mundial y el fracaso de la ayuda exterior




La narrativa estándar que se encuentra en la mayor parte de la prensa indica que el mundo en desarrollo se ve limitado por un cenagal de fundamentalismo de libre mercado. Por supuesto hay algunas excepciones a esta narración, como Peter Bauer y William Easterly, pero más o menos todo lo que escuchamos es un coro de gente como Jeffrey Sachs: que para que estos países pobres puedan llegar a ser ricos, deben recibir ayuda de los países ricos y ponerle freno al mercado libre.
Salon incluso tuvo la audacia de referirse a Honduras como una “distopía libertaria moderna.” Como dice el autor: “Eliminando todos los impuestos, privatizando todo, llenando el país de armas de fuego y oponiéndose a todos los gastos públicos, se acaba con Honduras.” Un país en el que “la policía patrulla en camionetas con ametralladoras, pero no están allí para proteger a la mayoría de la gente… Para la protección individual hay un ejército privado de guardias de seguridad armados”.
Y luego está Naomi Klein, cuyo popular libro La doctrina del shock sostenía que los que apoyan el libre mercado en realidad utilizan las crisis para promulgar sus reformas de libre mercado en los países pobres, y así garantizar que dicha pobreza perdure.
Todo ello contiene tantos errores que es difícil saber por dónde empezar. En primer lugar, Klein lo interpreta todo al revés. Mientras las corporaciones tienen sin duda su parte de culpa (por lo general con la ayuda del gobierno), Robert Higgs mostró claramente en Crisis y Leviatán que es el Estado el que utiliza las crisis para crecer. En Estados Unidos, el Gobierno creció enormemente durante la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, e incluso la Guerra Fría. Ahora está utilizando la guerra contra el terrorismo para crecer de nuevo.

La libertad Económica sigue siendo algo demasiado inaudito en el mundo en desarrollo

Como Johan Norberg señaló en su crítica del libro de Klein,
Si nos fijamos en las estadísticas de Libertad Económica en el Mundo (EFW) del Fraser Institute, sólo encontramos cuatro economías sobre las que tenemos datos que no han liberalizado nada en absoluto desde 1980. Todas las demás lo han hecho. Obviamente, esto también significa que podemos esperar ver liberalización económica incluso en las dictaduras brutales, al igual que en las democracias pacíficas… Klein se basa en su interpretación personal de anécdotas y ejemplos, pero en ningún momento trata de ofrecer una amplia evidencia estadística para argumentar sus afirmaciones. Es una omisión comprensible, ya que los datos no apoyan su argumento. Hay una correlación muy fuerte entre la libertad económica, por un lado, y los derechos políticos y las libertades civiles, por el otro.
En efecto, si bien estas reformas dejan mucho que desear y el mundo ha experimentado un enorme retroceso desde la crisis financiera, aun así ha habido una cantidad razonable de liberalización. Y el progreso económico mundial, aunque sigue dejando mucho que desear, ha sido innegable.
Basta con echar un vistazo a los rankings de Libertad Económica en el Mundo para ver que el mundo en desarrollo está ubicado, con diferencia, en los puestos más bajos. El índice tiene en cuenta lo siguiente:
  1. Tamaño del Gobierno: gastos, impuestos y empresas;
  2. Estructura jurídica y garantía de los derechos de propiedad;
  3. Acceso a una moneda sólida;
  4. Libertad de comercio internacional;
  5. Regulación crediticia, laboral y mercantil.
Los países occidentales de América del Norte y Europa están situados entre los más libres, seguido por los países de Europa del Este y de Asia; luego vienen el Medio Oriente y América Latina, con África en la parte inferior. Hong Kong ocupa el primer lugar con una calificación de 8.98; Estados Unidos ocupa el puesto duodécimo con 7.81 (detrás de Canadá, en séptimo lugar). Incluso países “socialistas” como Noruega y Suecia ocupan puestos elevados: el trigésimo y trigésimo segundo, respectivamente. Sí, puede que tengan un importante sistema de asistencia social gubernamental, pero también tienen (en términos relativos) sólidos derechos de propiedad y libre comercio.
Por otro lado, El Salvador ocupa el puesto 60, Brasil el 103, Malí el 133, y Chad el 146. Venezuela ―que ahora mismo atraviesa una profunda crisis económica― es el farolillo rojo. (No hay datos sobre Corea del Norte.)
¿Recuerdan la “distopía de libre mercado” de Honduras que “eliminó los impuestos” y que ” lo privatizó todo”? Bueno, pues ocupa el puesto 116 en el Índice de Libertad Económica de 2015, y el 104 en el ranking del Grupo del Banco Mundial que valora la facilidad de hacer negocios. El mismo grupo ha clasificado a Honduras en el puesto 153 en lo relativo a lo gravosa que resulta su carga tributaria. Al parecer, la eliminación de los impuestos significa en realidad tener una tasa del 25 % en el tramo superior del impuesto sobre la renta, tener un 30 % de impuesto de sociedades, y un brutal 15 % de impuesto nacional al consumo. Es casi como si el propio Ludwig von Mises hubiese organizado la política económica en Honduras.
Por el contrario, el mundo en desarrollo es completamente intervencionista. Los derechos de propiedad son escasos, de modo que obtener capital resulta muy difícil. La policía local puede, y de hecho acosa a los dueños de los negocios con sobornos, y, sin derechos de propiedad sólidos y tribunales justos para resolver las controversias, gran parte de estas economías son poco más que un mercado negro. Es como el mercado de drogas ilícitas en los Estados Unidos, pero a gran escala. Los propios gobiernos, muy alejados del laissez-faire, podrían a menudo describirse mejor como cleptocracias. De hecho, la razón por la que Honduras necesita “guardias de seguridad privados” se debe a que la policía estatal hace poco más que acosar a su propia ciudadanía.
Otro ejemplo de intervencionismo en América Latina es Perú. Durante la investigación de su libro El misterio del capital, Hernando de Soto decidió tratar de abrir una pequeña fábrica de ropa en Perú. Contrató a un abogado y a un par de estudiantes y los puso a ello. ¿Cuál fue el resultado?
Tuvieron que hacer un montón de cosas. Tuvieron que conseguir 11 permisos diferentes de siete ministerios diferentes. Les pidieron sobornos en 10 ocasiones, tuvieron que pagar efectivamente sobornos en dos ocasiones, hubo un montón de retrasos… En total, hacer negocios en una pequeña fábrica hubiera costado al menos 278 jornadas de trabajo de ocho horas diarias.
Un amigo mío que tenía un negocio en Ecuador me contó experiencias similares a la de Hernando de Soto. Y ciertamente no se trata sólo de América Latina. El documental Comanding Heights describe “el Permiso Raj” en la India, que se instauró tras la retirada del Raj británico en 1947. En palabras de Narayana Murthy, presidente de Infosys Technologie: “Obtener una licencia para importar un ordenador de 1.500 dólares solía llevarnos entre 12 y 24 meses, y alrededor de 50 visitas a Delhi”.
Debido a esto, “Resulta casi imposible para los hombres de negocios hacer cosas.” El Ministro de Finanzas de la India, P. Chidambaram, señaló que “Todos los permiso se conseguían por medios corruptos.” En otras palabras, un soborno. Esta gigantesca burocracia corrupta es el factor principal que mantiene subdesarrollado al mundo subdesarrollado. Afortunadamente, en el caso de la India, se ha liberalizado un poco, y ha asistido a un crecimiento económico robusto.

Cómo se enriquecen los países ricos

En general, los países más ricos suelen tener mercados más libres. Como se ha señalado anteriormente, Hong Kong está considerada la economía más libre del mundo, y ha tenido algunos de los más notables crecimientos de la historia mundial. De hecho, John Stossel llevó a cabo el mismo experimento que Hernando de Soto en Hong Kong. Llenó un formulario de una página y abrió su negocio al día siguiente.
Como señaló un informe del National Center for Policy Analysis: “El ingreso per cápita es siete veces mayor en las economías más libres económicamente, en comparación con los países menos libres.” En el quintil más alto en 2002, el ingreso per cápita era de 26.106 dólares por año. En el quintil inferior, es de unos escasos 2.828 dólares.
Estos países son también más libres. Freedom House publica un informe que clasifica a los países según sus derechos políticos y sus libertades civiles. El mapa de colores que elaboran parece casi idéntico al publicado por el Fraser Institute. Y el mismo informa del National Center for Policy Analysis encontró una correlación casi perfecta entre la libertad económica y la libertad política.

Cómo la ayuda exterior perpetúa la corrupción y los abusos de los derechos humanos

Muchos podrían estar de acuerdo con este punto, pero argumentan que la ayuda externa sigue siendo necesaria como una medida provisional para reducir la brecha. Sin embargo, la ayuda externa únicamente consolida a los líderes corruptos y a sus malos sistemas económicos al permitir que las élites corruptas de esos países mantengan sus políticas fallidas. Un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales observó que “La historia de la ayuda de Estados Unidos está llena de historias de funcionarios extranjeros corruptos que utilizan la ayuda para llenar sus propios bolsillos, apoyar levantamientos militares, y llevar a cabo proyectos en beneficio propio.” O, en palabras de un comentarista sarcástico: “la ayuda exterior recoge el dinero de las personas pobres en los países ricos para dárselo a los ricos de los países pobres.” Tom Woods pone todo esto en perspectiva:
No hace mucho tiempo, la revista Parade publicó un ranking de los veinte peores dictadores actualmente en el poder. El gobierno de Estados Unidos había prestado ayuda a todos ellos, exceptuando a uno.
¿Cómo exactamente se supone que rompe esto el círculo vicioso de la pobreza?
Simplemente (y esto no es una sorpresa) no lo hace. Un estudio realizado por Raghuram G. Rajan y Arvind Subramanian para el Banco Mundial señaló,
encontramos poca evidencia sólida de una relación positiva (o negativa) entre los flujos de ayuda a un país y su crecimiento económico. Tampoco encontramos ninguna evidencia de que la ayuda funcione mejor en entornos mejores, política o geográficamente, ni de que ciertas formas de ayuda funcionen mejor que otras.
En lugar de la ayuda exterior, lo que estos países necesitan es libertad, económica y políticamente. Y, por desgracia, en el mundo en desarrollo ambas brillan por su ausencia.

Publicado originalmente el 25 de mayo de 2015. Traducido del inglés por Jon Rouco. El artículo original se encuentra aquí.

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