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miércoles, 22 de julio de 2015

9 de julio de 2015, el día en que China dijo adiós al capitalismo

Los chinos pensaban que no había mejor manera de salvar su mercado bursátil que destruyéndolo. Y eso es, precisamente, lo que han hecho. El impacto sobre su desarrollo será notable

Foto: Un hombre habla por teléfono en la Bolsa de Shanghai. (Reuters)
Un hombre habla por teléfono en la Bolsa de Shanghai. (Reuters)

 
Mucho se ha hablado estos días de lo sucedido con la imposible bolsa china. Los excesos que caracterizaron su desenvolvimiento hasta mediados del pasado mes de junio (Valor Añadido, “12 gráficos sorprendentes de la bolsa más sorprendente del mundo”, 02-04-2015), las razones de su fulgurante colapso posterior (V.A., “Grecia oculta el hundimiento de la bolsa china”, 29-06-2015) o las distintas intervenciones públicas para frenar un desplome que empezaba a tomar dimensiones bíblicas, a tenor del ritmo de bajada de las cotizaciones y el número de empresas suspendidas.
 
Con la perspectiva que permite el (escaso) paso del tiempo, merece la pena detenerse en cuáles son las implicaciones reales de todo el proceso de auge, caída y artificial sostenimiento del Shanghai Composite por parte de las autoridades (ver gráfico). Para ello, qué mejor que apoyarse en uno de los principales especialistas en el país, Patrick Chovanec, estratega de SilverCrest Asset Management cuyo seguimiento a través de Twitter resulta casi imprescindible.
 
 
En un artículo publicado el pasado jueves en Foreign Policy, su visión queda clara desde el arranque: los chinos pensaban que no había mejor manera de salvar su mercado bursátil que destruyéndolo. Y eso es, precisamente, lo que han hecho. A corto plazo, su entrada en el mismo como un elefante en una cacharrería ha contenido la sangría de pérdida para los inversores, cierto es. Pero a costa de sacrificar metas y empeños mayores.
 
En efecto, ante el fracaso de las medidas de política monetaria, como la bajada de los tipos de interés o del coeficiente de reserva de la banca; de las intervenciones indirectas, caso del fondo de 19.000 millones de dólares para que los brokers adquirieran masivamente títulos en los distintos parqués (Daniel Lacalle, “La burbuja china”, 07-07-2015); o de los incentivos para que la financiación bancaria a la compra de valores siguiera funcionando tras haberla endurecido apenas dos meses antes (V.A.,China, hacia el abismo: de Guatemala a Guatepeor”, 21-04-2015), el Partido decidió que había que declarar la situación como ‘estado de guerra’.
 
No servía la manipulación por medio de terceros. Había que bajar a la trinchera.
 
Entre el nueve y el diez de julio se multiplicaron las iniciativas: suspensión del mercado, prohibición a los accionistas significativos de vender sus posiciones durante seis meses, limitación de las OPV o consideración de la venta a corto o short selling como actividad enemiga de la patria, algo que muchos intermediarios interpretaron, dada la gravedad que envolvía al mensaje, como un ‘no está permitido vender’ (Pedro Calvo, “Pekín impone un ‘corralito’ bursátil tras la debacle de tres billones de euros de su bolsa”, 09-07-2015).
 
La recuperación de los índices fue inmediata.
 
Eso sí, como nos recuerda Chovanec, a un coste demasiado elevado: la bolsa china ya no es un mercado. No lo puede ser, en el concepto moderno del término, si carece de unas normas de funcionamiento, si la formación de precios está manipulada o si la transparencia brilla por su ausencia. Adiós al sueño de convertir Shanghai en centro financiero internacional, a la ilusión capitalista. Al calor de estas decisiones, el capital foráneo se retraerá –afectando a proyectos e inversiones– y la posibilidad de que las empresas locales se incorporen a índices globales será limitada –constriñendo sus oportunidades de financiación–.
 
Y eso pese a que hace tan sólo dos años su desarrollo fue considerado por su Gobierno como uno de los pilares fundamentales para reanimar una economía que comenzaba a mostrar signos de ralentización. Nunca más. En el pecado de su laxitud, lleva la penitencia. Creyó que el apalancamiento era la base imprescindible para su potenciación. Permitió unos niveles de endeudamiento insostenibles, sin precedente histórico alguno. Cuando la deuda entra en escena, el crack es inevitable. China no va a ser la excepción. Ha hundido su funcionamiento bursátil a corto plazo. Aún tendrá que lidiar con su estallido cuando llegue el momento.
 
No lo dice Chovanec, sino un servidor. Y Michael Pettis, otro de los gurús sobre economía y finanzas de China en este otro post de lectura esencial.
 
Al tiempo.

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