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martes, 21 de julio de 2015

Historias imprescindibles de la bolsa: El 'crash' de 1929

En esa época con el patrón oro y tras la IGM, EEUU era el país más saneado seguido de Francia, cuya economía prosperaba gracias a fijar un tipo de cambio bajo en relación a la cotización del oro

 
Foto: Operadores de Wall Street
Operadores de Wall Street
 
El crash de 1929 es el más famoso en la historia económica. Seguramente porque, a diferencia del de 1987, el de 1929 fue acompañado por la gran depresión económica en Estados Unidos y acabó contagiándose a Europa.
 
En esa época con el patrón oro y tras la primera Guerra Mundial, Estados Unidos era el país más saneado, seguido de Francia, que gracias a fijar un tipo de cambio bajo en relación a la cotización del oro, su economía prosperaba y su banco central acumulada cada vez más oro. En cambio, Gran Bretaña, justo lo contrario de Francia en la fijación de su tipo de cambio con el oro, y Alemania, que había perdido la guerra y debía pagar unas indemnizaciones elevadísimas, sufrían graves problemas económicos.
 
En este contexto, transcurren los meses previos al gran crash de 1929. Los Estados Unidos vivían una burbuja especulativa en bolsa. La Fed, con disensiones internas entre la Fed de New York y el resto era débil y no tenía la autoridad para tomar decisiones relevantes para parar la especulación mediante endeudamiento de gran parte de la población norteamericana. La economía había prosperado aprovisionando a Europa en la Primera Guerra Mundial.
 
EEUU había prosperado aprovisionando a Europa en la Primera Guerra Mundial
 
Este es el relato de lo ocurrido en los meses previos según el libro de Liaquat Ahamed Los señores de las finanzas (Lords of Finance: The Bankers Who Broke the World), el mejor libro de la historia sobre bancos centrales. Unas semanas atrás escribí sobre la “reunión secreta para crear la Fed”. Este es su relato sobre el crash. En abril de 1929 se retomaron otra vez negociaciones en París entre países para determinar las indemnizaciones de guerra a pagar por Alemania. Los teutones creían que podrían rebajar lo ya firmado por ser inasumibles para una economía destrozada, pero Estados Unidos no perdonó sus préstamos de guerra a Gran Bretaña y Francia, y estos tampoco cedieron ante los alemanes. Sólo un mes más tarde, Alemania pedía a Suiza un préstamo para pagar a sus funcionarios:
“Alemania se encuentra en situación tan difícil que entabló incluso negociaciones con el misterioso Ivan Kreuger, que rondaba por la escena financiera en la época de entreguerras amasando fortunas gracias a sospechosos tratos con los gobiernos (...). Kreuger se dedicaba solamente a la fabricación de algo tan simple y tan poco amenazador como cerillas. Podía obtener créditos en Nueva York con condiciones mejores que los gobiernos europeos. Controlaba las tres cuartas partes de la producción mundial de cerillas. Apuntalaba las finanzas de los gobiernos más necesitados de crédito de todo el mundo, obteniendo a cambio el monopolio de la venta de cerillas.
 
A medida que Estados Unidos subía sus tipos de interés (para frenar la especulación bursátil en una economía boyante) y Nueva York actuaba como un imán, atrayendo dinero de todos los rincones del planeta, todos los países de Europa, excepto Francia, se esforzaban por evitar que su oro se fugase al otro lado del Atlántico (con subidas de tipos de interés). Alemania ya estaba sumida en la recesión (…) subió los tipos de interés al 7,5%. Con la continua erosión de los precios de las materias primas, la subida de los tipos de interés (mundiales) (…) trajeron las primeras señales de desaceleración mundial. Había empezado en 1928, en los principales productores de materias primas: Australia, Canadá y Argentina. A principios de 1929, Alemania y Europa Central estaban ya en recesión.
 
La Bolsa de EEUU se negaba a prestar atención a la subida del precio del dinero en todo el mundo
 
Mientras tanto, el mercado de valores de Estados Unidos se negaba a prestar atención a la subida del precio del dinero en todo el mundo y a los primeros signos de desaceleración en el extranjero. En junio de 1929, rompió al alza. Mientras llovían informes sobre beneficios empresariales excepcionales, el Dow Jones seguía al alza. En junio subió 34 puntos y en julio otros 16.
 
A estas alturas el carácter del mercado se había vuelto casi totalmente especulativo (…). La atención se concentraba día a día en una lista de empresas cada vez más reducida y ya no estaba liderada por las que producían grandes beneficios (las General Motors del mundo). En lugar de ello se codiciaban desaforadamente las acciones de empresas con glamour, como Montgomery Ward, General Electric o Radio Corporation of America. Así, mientras el nivel de mercado seguía subiendo rápidamente, logrando su pico en septiembre, la mayoría de acciones individuales habían alcanzado su punto máximo a finales de 1928, o como mucho, a principios de 1929. De hecho, el 3 de septiembre de 1929, el día en que el Dow Jones alcanzó su máximo valor, solo 19 de las 826 empresas que cotizaban en la Bolsa de Nueva York alcanzaron su máximo histórico. Casi una tercera parte habían caído al menos un 20% por debajo de su valor máximo.
 
Durante esos meses, la mayoría de grandes operadores vendieron sus posiciones. Las afirmaciones de los especuladores sobre lo que hicieron en 1929 y cuando lo hicieron no han de tomarse al pie de la letra. La gente raramente dice toda la verdad acerca de sus proezas amorosas o de sus carteras de inversiones…
 
El 8 de agosto de 1929, después del cierre del mercado, el New York Fed anunció que iba a llevar su tasa de descuento del 5 al 6%. Al día siguiente el Dow cayó 15 puntos en medio del frenesí, el mayor desplome de la historia del índice en un sólo día (...). Sin embargo, de repente, el mercado se dio cuenta que los especuladores habían obtenido tranquilamente grandes beneficios pagando tipos mucho mayores en el mercado de los préstamos a intermediarios. En un día se recuperaron todas las pérdidas.
 
Wall Street se ha convertido en una bomba de succión tan colosal que se está vaciando el mundo de capital
 
Durante las tres semanas siguientes, el Dow Jones subió otros 30 puntos (...). Incluso Europa había entrado en la vorágine. El vizconde Rothermere declaró: “Sólo en Londres, París, Berlín, Bruselas y Ámsterdam se compran a diario muchos miles de acciones norteamericanas para enviar dinero a Nueva York tan rápido como el cable lo permite. Wall Street se ha convertido en una bomba de succión tan colosal que se está vaciando el mundo de capital”.
 
A finales de julio, el Banco de Inglaterra había perdido 100 de sus 800 millones de dólares en oro… y en agosto y septiembre 45 millones más que pasaron principalmente a Estados Unidos. Desde 1927, el flujo de entrada de dinero en Francia no había disminuido, si bien ahora en su mayor parte lo hacía en forma de oro en lugar de libras esterlinas (tenía 1.200 millones en oro y otros 1.200 millones en divisas).
 
Las relaciones entre Gran Bretaña y Francia se habían deteriorado gravemente y Norman Montagu (el prestigioso gobernador del Banco de Inglaterra) advirtió a sus colegas directores (…) de que grandes zonas de Europa, incluida Gran Bretaña, saldrían del patrón oro.
 
El miércoles 4 de septiembre de 1929 había terribles atascos de tráfico y grandes retrasos en las estaciones de tren. A las dos en punto de la tarde del 5 de septiembre, los teletipos anunciaron que el economista y estadístico de Masachusetts Roger Babson durante su conferencia economía nacional había declarado: “Repito lo que dije a estas alturas el año pasado y el anterior: que más tarde o temprano se producirá un crack… y será terrible”. Aquella tarde el Dow cayó un 3%.
 
Tras la pesimista predicción de Babson, el New York Times pidió a Irving Fisher, profesor de Economía de Yale y el más prestigioso economista de la época, que le replicase. Declaró que “los precios de las acciones no son demasiado altos y no van a experimentar nada parecido a un crack”… y la bolsa se recuperó.
 
El cronista oficial de los ciclos económicos en UA, el National Bureau of Economic Research, una asociación sin ánimo de lucro fundada en 1920, declararía, si bien muchos meses después que aquel agosto había tenido lugar el comienzo de la recesión, pero en septiembre nadie era consciente de ello (…) la mayor parte de indicadores económicos (automóviles, ferrocarril y prod. acero) continuaban siendo excepcionalmente sólidos.
 
Todos los cracks anteriores habían venido precedidos de algún tipo de conmoción interna que había afectado a la psicología popular (en el crack de 1873, en el de 1893 o en el de 1907). El viernes 19 de septiembre de 1929, el imperio del financiero británico Clarence Hatry se desplomó de repente, provocando a sus inversores cerca de 70 millones de dólares de pérdidas.
 
La clase dirigente de la City de Londres se mantenía a una prudente distancia del “judío” Hatry (expresión de Morgan Grenfell a sus socios de JP Morgan). Hatry acabó por recurrir a un pequeño fraude falsificando bonos municipales como garantía de préstamos adicionales. Hatry al final confesó sus delitos ante la fiscalía y fue detenido. El Banco de Inglaterra, temiendo que la libra estuviera en peligro, elevó los tipos de interés al 7,5% y el mercado cayó otros 17 puntos. Dado que muchos inversores británicos que habían perdido dinero con Hatry, se vieron obligados a liquidar sus acciones en USA, el Dow se vio sometido a cada vez más presión, cayendo 20 puntos más durante la semana del 30 de septiembre hasta situarse a 325. En el lapso de dos semanas había perdido los beneficios de los dos meses anteriores (…). La semana del 7 de octubre, sorprendió a todo el mundo recuperando 27 puntos (a niveles de 350, algo menos del 10% por debajo de su máximo histórico).
 
El martes 15 de octubre, el economista y experto en bolsa Irving Fisher, durante un discurso que pasará a la historia (por inoportuno) abandonó su habitual cautela al declarar “las acciones han alcanzado lo que parece un límite permanentemente alto, el aumento de la prosperidad (…) nuevas fusiones, nueva gestión científica, nuevos inventos...”
 
El mercado volvió a hundirse de nuevo, cayendo 20 puntos la semana siguiente y otros 18 los primeros tres días de la otra. Volvía a situarse a 305, tras perder aproximadamente el 20% de su valor desde el punto máximo alcanzado en septiembre.
 
El miércoles 23 de octubre, cuando menos se esperaba, una súbita avalancha de órdenes de venta, cuyo origen era un auténtico misterio, hizo bajar el mercado 20 puntos durante las dos últimas horas de operaciones bursátiles. Al día siguiente, conocido al poco tiempo como el “Jueves Negro”, se dieron los primeros signos de verdadero pánico. El mercado abrió estable, con pocos cambios de precio pero, alrededor de las 11 de la mañana, se vio sorprendido por un aluvión de órdenes de venta procedentes de todo el país. Durante la hora siguiente, los principales índices cayeron un 20%, mientras que RCA (la acción de moda) se desplomó més del 35%. La interrupción de las comunicaciones en el país a causa de las tormentas agudizó la sensación de pánico.
 
10.000 curiosos atraídos por el tufo de la desgracia se habían reunido en la esquina de Broad y Wall Street
 
Los rumores acerca de la turbulencia del mercado se extendieron rápidamente por la ciudad y, a mediodía, una multitud de diez mil curiosos atraídos por el tufo de la desgracia se habían reunido en la esquina de Broad y Wall Street, justo enfrente de la bolsa (enfrente de JP Morgan). Un poco después del mediodía, los barones de Wall Street –Charles Mitchell, del National City Bank; Albert Wiggin, de Chase; William Potter, de Guaranty Trust, y George Baker, del Firts National– se abrieron paso entre la multitud congregada ante la puerta principal de JPMorgan & Co, en el número 23 de Wall Street.
 
Al cabo de tan sólo veinte minutos, salieron con aire circunspecto y se alejaron sin hablar con los periodistas. Unos minutos más tarde, apareció Thomas Lamont y dio una improvisada rueda de prensa en el vestíbulo de mármol de Morgan. Con aspecto serio y gesticulando distraídamente con sus quevedos mientras hablaba empezó diciendo: “Ha habido un pequeño problema de ventas en la Bolsa”. Aquella frase sería objeto siempre objeto de burla (qué diferencia entre la actuación de este ejecutivo de JP Morgan con la de John Pierpont Morgan de 1907 que salvó al mercado).
 
Lo que no se anunció fue que los seis banqueros habían acordado crear un fondo común que sirviese de colchón y sostener el precio de las acciones. A la una y media de la tarde, el presidente de la Bolsa, Richard Whitney, hermano del socio de Morgan George Whitney y él mismo accionista de la compañía, avanzó con un paso seguro por el abarrotado vestíbulo de la Bolsa y colocó una orden de compra de 10.000 acciones de U.S. Steel, 205,5 puntos por encima de su última venta. A continuación fue de un puesto a otro, esparciendo órdenes de compra igualmente enormes de acciones de primera línea, por un total de entre 20 a 30 millones de dólares.”
Continuará la próxima semana…..

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