Abel Pérez Zamorano, en El Independiente de Hidalgo, arremete contra Mises, Hayek, la Escuela Austriaca y el individualismo en general.
por : Abel Perez Zamorano
En la etapa ascensional del capitalismo, la reivindicación del individuo frente a los monopolios del Estado tuvo cierto carácter progresista. Liberaba del oscurantismo medieval, sometido al miedo a poderes terrenales y sobrenaturales; en este sentido obró la Ilustración francesa y también la escocesa, en la que destaca Adam Smith. Así, elevando la importancia del individuo, fueron diseñando al consumidor y competidor ideales, en ad hoc para una economía de mercado. Mas con el tiempo, la absolutización del individuo devino en instrumento de sujeción de los pueblos al poder del capital; y para cumplir mejor ese papel, evolucionó en su formalización filosófica. Friedrich Nietzsche, por ejemplo, postula la superioridad del individuo frente a la masa, considerada como vulgar y despreciable; dice, por ejemplo: “el individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”.
En la ciencia económica, este espíritu ha permeado profundamente, como se ve, por ejemplo en Von Mises, de la escuela austriaca, quien afirma: “toda acción racional es en primer lugar, una acción individual. Solo el individuo piensa”; es decir; nada que valga la pena existe más allá del individuo: la sociedad, el colectivo, el pueblo, la tribu, son entes vacuos e irracionales. Friedrich Von Hayek, discípulo de Von Mises e inspirador del pensamiento neoliberal de Margareth Thatcher, fue destacado representante del individualismo metodológico, que basa todo análisis de la vida social, y en particular económica, en las decisiones y elecciones puramente individuales. En general, desde el enfoque individualista, son individualidades, a veces heroicas o brillantes, las que forjan la historia, pero nunca las masas; y son individuos aislados quienes hacen la economía, juntos, pero no integrados en colectivos sociales ni dependientes entre sí. En fin, la acción individual ha pasado a constituir la piedra angular del análisis económico moderno, y en esa lógica, los “agentes” económicos son individuos que deciden por sí solos qué cosa producen, venden o compran, guiándose en un criterio único: la maximización de su satisfacción o su utilidad, al margen de toda consideración social. Y si bien en la forma las personas deciden individualmente; en el fondo, aunque no lo sepan, sus decisiones están socialmente determinadas.
Durante una época, a raíz de la Gran Depresión, que constituyó una resonante advertencia contra la vía individual de resolver problemas sociales, el pensamiento liberal entró en crisis y fue sustituido por un nuevo paradigma. Durante más de cuatro décadas se ponderó la importancia de los colectivos sociales: de pueblos, sindicatos y partidos políticos, e incluso, del Estado; John Maynard Keynes formuló y promovió una política económica que confería a las instituciones una destacada participación; el New Deal, de Roosevelt, dejaba un amplio margen a la acción del Estado y los sindicatos; a estos últimos se otorgó un considerable poder de negociación a través de la ley Wagner, promulgada en 1935. Particularmente florecieron los contratos colectivos, que daban fuerza a los sindicatos para proteger a sus agremiados.
Pero desde los años 70 del siglo pasado, la concepción individualista volvió por sus fueros, y esta vez de manera acendrada, sacrificando todo lo que fuera acción social colectiva. En este neoliberalismo jugó un papel destacado Margaret Thatcher, quien llegaría a afirmar que “la sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias”. Fue el renacer del individualismo, que en tierras mexicanas se ha vuelto dominante en la política gubernamental que postula que no debe negociarse con organizaciones, sino solo con individuos; que niega toda representatividad a los colectivos sociales y justifica incluso la acción punitiva contra la protesta social, persiguiéndola como delito de lesa sociedad. Éstas son las implicaciones políticas de la teoría individualista: busca en el fondo desactivar toda posible unión de los sectores sociales más desprotegidos en reclamo de sus derechos. Quienes detentan el poder saben que la unión es la fuerza de los débiles, por eso buscan a toda costa conjurarla; es la razón por la que sataniza la acción de los sindicatos, a los que presenta como ejemplos de corrupción, nidos de delincuentes y verdadera calamidad social, promoviendo a cambio los contratos individuales, calificados como “libres”, pero que en el fondo ayudan a los patronos a enfrentar a obreros aislados, y por tanto, débiles.
Pero no nos engañemos. El individualismo no es fruto solo de la cabeza de pensadores, que luego lo imponen a la sociedad: es expresión de ciertas relaciones sociales y en nuestros tiempos, asociado a la competencia capitalista, que enfrenta a unos contra otros en calidad de vendedores de mercancías, incluida la fuerza de trabajo; es el darwinismo social que impone una guerra de todos contra todos por alcanzar el éxito y que da a ciertos individuos un desmedido poder sobre toda la sociedad. Como dijo Plauto: lupus est homo homini… (lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Por ejemplo, aquel que posee medios de producción, para elevar su ganancia individual tiene la potestad de deshacerse a veces de cientos o miles de trabajadores. Los derechos de propiedad intelectual permiten a quien ha hecho una investigación aprovecharla, pero a costa de afectar a millones. Por ejemplo, a quienes requieran determinado medicamento. En fin, las empresas privadamente dirigidas transfieren costos a la sociedad a través de daños al medio ambiente.
En fin, la solución individual, tan promovida por la cultura dominante, ha mostrado ser vía muerta para que los más débiles resuelvan sus problemas y alcancen niveles de bienestar superiores. Prueba de ello es el creciente número de seres humanos sumidos en la miseria; asimismo, la prédica individualista inculca en los pueblos desconfianza en sus propias fuerzas, en su capacidad para comprender racionalmente su realidad y transformarla en su provecho; les enseña a sentirse impotentes y, por lo tanto, a esperar pasivamente a que sean individuos, quizá geniales, quienes resuelvan los problemas sociales. Pero ya don Miguel de Cervantes a través del fracaso de don Quijote en su afán solitario de llevar justicia al mundo, criticó la creencia en un solitario redentor de los menesterosos. La acción individual, aislada, además de estar condenada a la derrota, impide al hombre desarrollar sentimientos de solidaridad para con sus semejantes, despojándolo de su humana capacidad de condolerse del dolor ajeno y de actuar en genuina solidaridad con los más necesitados. Recuérdese: el ser humano no nace egoísta; es la sociedad la que lo hace, y por eso, ésta debe cambiar para crear uno nuevo, noble y generoso.
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