Juan Ramón Rallo (*)
A apenas unos meses de las elecciones, Mariano Rajoy adelanta la reducción de IRPF que había programado para 2016. El motivo de tal cambio de planes no es otro que intentar “reconciliarse” (es decir, comprar el voto) con aquellos votantes que se sintieron traicionados por los embustes sistemáticos del líder supremo durante la anterior campaña electoral. En la forma y en el fondo, Rajoy se equivoca.
Las formas: un chapucero aguinaldo compra-votos
Como decimos, el precipitado adelanto de la reducción del IRPF tiene un claro objetivo: convertirse en reclamo electoral ante unos comicios que cada vez pintan más bastos para el PP como consecuencia de sus persistentes errores, traiciones, corruptelas y desmanes. Acaso el votante, cuando vea engrosar su nómina a resultas de unas menores retenciones, opte por volver al redil. Lo que el PP ha perdido con toda justicia durante el partido pretende recuperarlo con un soborno durante el tiempo de descuento. El populismo no sólo se manifiesta en promesas demagógicas dirigidas a inflar insosteniblemente el gasto público o a retorcer el marco regulatorio, sino también en bandazos continuados en la legislación tributaria según cuánto tiempo falte hasta los siguientes comicios. Utilizar las instituciones y el BOE como instrumentos con los que desarrollar la propia campaña electoral es tan populista como vender humo desde fuera de las instituciones para tomarlas por asalto.
Máxime cuando, además, el anuncio de ayer de Rajoy huele a una absoluta improvisación: de acuerdo con diversas fuentes, el compromiso del presidente del Gobierno tomó al Ministerio de Hacienda por sorpresa. Tan es así que, por ejemplo, este jueves ni siquiera podían confirmar en el Ministerio una cuestión tan elemental como si la rebaja impositiva afectaba sólo a las rentas salariales (incluidas en la base general del IRPF) o también abarcaba las rentas del capital (incluidas en la base del ahorro del IRPF). De ser así, Rajoy se habría saltado temerariamente el presunto rigor fiscal y macroeconómico del que ha hecho gala este Gobierno para excusar hasta la fecha sus salvajes subidas tributarias: sin consultarlo con Europa ni con Hacienda, habría prometido la primera ocurrencia electoralista que se le habría pasado por la cabeza. Todo un ejemplo de un Ejecutivo confiable y previsible con la mirada puesta en el largo plazo de nuestra economía.
El fondo: ni reducción de impuestos… ni de gasto
La chapuza formal se queda, sin embargo, corta frente a la crítica de fondo que merece la electoralista promesa. Esencialmente por dos razones: la primera es que, pese a esta tímida rebaja adelantada del IRPF, el saldo neto tributario de la legislatura de Rajoy sigue siendo tenebroso; la segunda, que las rebajas de impuestos deben ir acompañadas siempre de reducciones de gasto, sobre todo si el déficit público se halla por las nubes.
Vayamos con la primera: según la propia confesión del Ministerio de Hacienda ante Bruselas, en 2015 los españoles pagaremos 36.000 millones de euros más en impuestos que cuando Rajoy llegó a La Moncloa. Si el PP adelanta ahora en medio año la rebaja del IRPF prevista para 2016, entonces la mordida se reducirá a un extra de 35.000 millones de euros para 2015: una media de algo más de 1.900 euros adicionales al año por familia con respecto a 2011.
Impacto recaudatorio de los cambio de la normativa tributaria con respecto al año 2011
(en millones de euros)
Fuente: Ministerio de Economía
Resulta una absoluta frivolidad sugerir que las últimas rebajas del IRPF, que apenas sirven para recolocar este tributo a los niveles en los que se lo encontró Montoro, equivalen a un cumplimiento in extremis de la promesa del PP de bajar impuestos durante esta legislatura. No: IVA, Especiales, cotizaciones a la Seguridad y tantos otros tributos autonómicos y municipales continúan a niveles mucho más elevados que en 2011, merendándose cualquier alivio fiscal que pudiera venir por el lado del IRPF (que tampoco viene, ya que, según el propio Gobierno, la recaudación por IRPF a resultas de sus cambios normativos será mayor en 2016 que en 2011). El PP no baja los impuestos, sólo afloja un poco las tuercas de la brutal exacción fiscal practicada durante esta legislatura.
Segundo problema de fondo: tal como venimos repitiendo muchos desde hace tiempo, bajar impuestos sin reducir el gasto es sólo una forma de retrasar el pago futuro de impuestos, especialmente cuando se padece un abultado déficit público. Todo gasto público presente se termina pagando de alguna manera: con impuestos presentes, con impuestos futuros, con inflación o incluso, si se da alguna rocambolesca conjunción planetaria, con recortes del gasto público futuro. No existen almuerzos gratuitos y, en consecuencia, bajar impuestos sin bajar el gasto sólo implica colocar la pelota del agujero presupuestario sobre el tejado de los contribuyentes futuros. Rajoy, pues, ni siquiera baja el IRPF: sólo aplaza su pago a las generaciones venideras. Menos impuestos con más deuda: el PP financia su aguinaldo electorialista generándole nuevas obligaciones de pago al conjunto de la ciudadanía española.
Conclusión
Sí, los españoles necesitamos impuestos mucho más reducidos: pero no todo vale para ello. En las formas, es necesario plantear la reforma fiscal como un cambio normativo a largo plazo no sometido a vaivenes y manipulaciones electoralistas del gobernante de turno. En el fondo, resulta imprescindible reducir impuestos al tiempo que se reduce el gasto: ahora mismo, el objetivo sigue siendo el de acabar con el déficit público y la única forma hacerlo minorando la carga tributaria pasa por recortar simultáneamente el gasto público.
Por desgracia, en las últimas semanas Rajoy no sólo no ha aprobado ninguna disminución de los desembolsos estatales que permita autofinanciar este retoque tributario, sino que incluso ha anunciado nuevas partidas de incremento del gasto público. No existe voluntad alguna de racionalizar el sector público, sólo de emplearlo como reclamo electoral. El PP baja hoy algunos de los impuestos que previamente había disparado, pero sin una profunda reestructuración de las actividades del Estado: la dádiva electoralista de Rajoy nos tocará pagarla —con sus correspondientes intereses— en el futuro. El Gobierno que ganó las anteriores elecciones prometiendo acabar con la deuda pública termina recurriendo arteramente a ella para intentar ganar las siguientes.
(*) Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y licenciado en Derecho. Actualmente ejerce de director del Instituto Juan de Mariana y de profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y en los centros de estudios OMMA e Isead. Asimismo, es analista económico de esRadio y autor de diversos libros.
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viernes, 3 de julio de 2015
Las trampas fiscales de Rajoy en el tiempo de descuento
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