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domingo, 23 de noviembre de 2014

El dinero fiduciario: Más deflacionista que el oro

 por Juan Ramón Rallo
En general, el público y los economistas convencionales entienden muy mal cómo funciona y cuáles son los efectos del dinero fiduciario. Se nos dice que éste es preferible al patrón oro porque resulta más flexible a la hora de adaptarse a los eventuales desequilibrios o shocks que puede padecer una economía. Sin embargo, lo que quieren significar cuando así se expresan sólo es que el dinero fiduciario es más flexible que el oro a la hora de promover expansiones crediticias inflacionarias por parte del banco central.
Con el dinero fiduciario, el banco central puede controlar, a través del resto del sistema bancario, la oferta de crédito. El problema, escasamente comprendido por los monetaristas y sí algo más por los keynesianos, es que no puede controlar la demanda y, por tanto, en ciertas coyunturas como la actual el ritmo de expansión crediticia se vuelve absolutamente ingobernable desde ese órgano de planificación que pretenden ser los bancos centrales modernos.
Pero no quería reflexionar sobre el poder que a día de hoy poseen (o creen que poseen) los bancos centrales sobre la economía. Me interesa más bien que pensemos acerca de cuáles son las implicaciones de esa mayor flexibilidad crediticia que sin duda sí acarrea el dinero fiduciario.
Como sabemos, los bancos han adquirido desde hace siglos la pésima costumbre de crear medios de pago (billetes o depósitos) contra activos a largo plazo. Dicho de otro modo, el sistema de cobros y pagos por el que intercambiamos bienes y servicios presentes pasa a estar ligado a la oferta incierta de bienes futuros por parte de esos activos. La virtud del oro (o su defecto para los partidarios del dinero fiduciario) es que pone coto a este inestable proceso: dado que los medios de pago que crea la banca deben poder transformarse en todo momento en oro, ni las entidades privadas ni el banco central tienen mucho margen para que dure mucho tiempo la expansión de sus pasivos no respaldados por oro o por bienes convertibles rápidamente en oro (las famosas letras de cambio).
Esta es la rigidez, la camisa de fuerza, de la que hablan los detractores del patrón oro. Y es que, en efecto, el dinero fiduciario, dado que no tiene por qué convertirse en nada, puede ser creado por el banco central contra cualquier otro activo, incluyendo las inversiones a largo plazo de la banca. ¿Cuál es el problema de todo ello? El primero, excelentemente expuesto por la teoría austriaca del ciclo económico, es que las malas inversiones continúan acumulándose: la gente desea medios de pago para disponer de ellos en cualquier momento (es decir, demanda estructuras productivas muy cercanas al consumo y con gran flexibilidad para reconvertirse en cuanto varíe la demanda) y los bancos, a través de sus préstamos, impiden una disposición no inflacionista de los mismos (la estructura productiva se concentra en inversiones a largo plazo y, por tanto, muy difícilmente readaptables a los cambios de la demanda).
Hay, sin embargo, otro problema del que los austriacos no suelen hablar y que sí supo ver, al menos superficialmente, Milton Friedman. Con el dinero fiduciario, no es sólo que las malas inversiones, y por tanto la pérdida de capital, sigan incrementándose, es que además vamos ligando de manera creciente la viabilidad de nuestro sistema de cobros y pagos a esas malas inversiones. Dicho de otra manera, cuando, entrados en la crisis, los activos de mala calidad de la banca pierden su valor, no sólo sufren los capitalistas que habían depositado sus ahorros en ellos, sino que también los cuentacorrentistas ven desaparecer el efectivo del que creían que disponían: si un banco quiebra, sus depósitos —las cuentas corrientes de sus clientes— sufren una quita muy considerable.
Y aquí es cuando las cosas comienzan a complicarse y a agravarse. Una deflación súbita y drástica de los medios de pago genera la necesidad de que todos los precios de la economía se readapten, lo cual prácticamente nunca será posible, sobre todo a corto plazo: hay numerosos precios que vienen fijados por contrato a medio o largo plazo —la deuda, los salarios, los alquileres, los suministros…— que, salvo cláusulas de indexación, permanecerán constantes, lo que dará lugar a reajustes no ya nominales sino reales dentro de la economía: quiebras empresariales, despidos, abandono de factores productivos, depreciación de activos, etc. (por eso Keynes confunde las consecuencias de la crisis —la merma en la demanda— con sus causas).
La alternativa a esa severísima deflación es que los Estados rescaten a toda la banca, independientemente de la calidad de sus inversiones. Pero apuntalar las malas inversiones implica estancamiento y no recuperación. Una economía que merced al dinero fiduciario ha acumulado cantidades enormes de mala deuda (de malas inversiones) sólo tiene dos alternativas: o una crisis profundísima que se lleve por delante buenas y malas inversiones en el proceso alocado de liquidación, o una consolidación de esas malas inversiones en forma de estancamiento secular (Japón).
Con el patrón oro, todos estos procesos serían mucho más suaves (aunque también más recurrentes, de ahí el mito de que el patrón oro es inestable): primero, porque las malas inversiones no alcanzan proporciones tan elevadas y se liquidan mucho antes. Y segundo, y fundamental, porque con patrón oro siempre hay una parte de los medios de pago que no dependen de la deuda (justamente, la cantidad de oro en circulación). Recordemos que con el dinero fiduciario todo el dinero es deuda (los billetes de dólares o euros son deuda impagada del banco central), de modo que toda su cuantía (su poder adquisitivo) fluctúa con el valor de los activos que lo respaldan.
Paradójicamente, los gobiernos destruyeron el patrón oro con la pueril excusa de evitar las deflaciones a las que recurrentemente daba lugar y lo único que han conseguido es instaurar un sistema de dinero fiduciario donde, para purgar de raíz las malas inversiones que él mismo incentiva a crear, se hace necesario una deflación muchísimo más intensa que la del oro. Es de puro sentido común: si el dinero fiduciario es durante un tiempo más inflacionista que el oro porque permite crear más crédito, también será, en el momento en que haya que amortizar o impagar ese crédito, más deflacionista que el oro. O eso o el estancamiento en forma de economía esclerotizada y esquilmada por los altísimos impuestos necesarios para hacer frente a la deuda pública que hubo que emitir para salvar a la banca (y con ella al sistema de cobros y pagos).
Claro que el cuento se acaba cuando ya no existe un rescatador de última instancia. En ese caso, la hiperdeflación del dinero fiduciario se vuelve inevitable a menos que el banco central la combata con una impresión masiva y desproporcionada de billetes, lo que nos conduciría a la hiperinflación: en ambos casos, el sistema de cobros y pagos moriría. Por eso Antal Fekete dice que la hiperinflación y la hiperdeflación son dos caras de la misma moneda. En Europa, si los PIGS siguen haciendo de las suyas y Alemania no se pone verdaderamente seria, podríamos tener la desgracia de comprobarlo.

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