El papel central de los ahorros y los bienes de capital
[The Freeman (1963); reimpreso en Economic Freedom and Interventionism (1980)]
Tal y como lo ve la filosofía popular del hombre corriente, la riqueza y bienestar humanos son el producto de dos factores primordiales: naturaleza y trabajo humano. Toda las cosas que permiten al hombre vivir y disfrutar de la vida las proporcionan o la naturaleza o el trabajo o una combinación de oportunidades dadas por la naturaleza con trabajo humano. Como la naturaleza dispensa sus dones gratuitamente, de esto se deduce que todos los frutos finales de la producción, los bienes de consumo, tendrían que pertenecer exclusivamente a los trabajadores cuyo esfuerzo los ha creado.
Pero por desgracia en este mundo pecador las condiciones son distintas. Aquí las clases “depredadoras” de los “explotadores” quieren aprovecharse aunque no hayan aparecido. Los terratenientes, los capitalistas y los emprendedores se apropian de lo que por derecho pertenece a los trabajadores que lo han producido. Todos los males del mundo son el efecto necesario de este defecto original.
Éstas son las ideas que dominan el pensamiento de la mayoría de nuestros contemporáneos. Los socialistas y sindicalistas concluyen que para hacer que los asuntos humanos sean más satisfactorios es necesario eliminar completamente a quienes llama su jerga en inglés los “robber barons”, es decir, los empresarios, los capitalistas y los terratenientes; la dirección de todos los asuntos de producción tendría que encargarse o bien al aparato social de compulsión y coerción, el estado (el terminología marxista, la Sociedad) o bien a los hombres empleados en las distintas plantas o ramas de la producción.
Otra gente es más considerada en su celo reformista. No pretenden expropiar totalmente a quienes llaman las “clase ociosa”. Solo quieren quietarles tanto como se necesite para producir “mayor igualdad” en la “distribución” de la riqueza y las rentas.
Ambos grupos, el partido de los socialistas radicales y el de los más cautelosos reformistas, están de acuerdo con la doctrina básica de acuerdo con la cual el beneficio y el interés son renta “inmerecida” y por tanto objetable moralmente. Ambos grupos están de acuerdo en que beneficio e interés son la causa de la miseria de la gran mayoría de todos los honrados trabajadores y sus familias y, en una organización decente y satisfactoria de la sociedad, tendrían que ser drásticamente recortados, si no completamente abolidos.
Aun así, toda esta interpretación de las condiciones humanas es falsa. Las políticas por ella engendradas son perjudiciales desde cualquier punto de vista del que las juzguemos. La civilización occidental está condenada si no conseguimos sustituir muy pronto métodos razonables de ocuparse de problemas económicos para los actuales métodos desastrosos.
Tres factores de producción
El mero trabajo (es decir, el esfuerzo no guiado por un plan racional y no auxiliado por el empleo de herramientas y productos intermedios) produce muy poco a la mejora de la condición del trabajador. Dicho trabajo no es específicamente un dispositivo humano. Es lo que el hombre tiene en común con todos los demás animales. Es moverse instintivamente y utilizar sus manos desnudas para tomar lo que sea comestible y potable que pueda encontrarse y apropiarse.
El esfuerzo físico se convierte en un factor de producción humana cuando está dirigido por la razón hacia un fin definido y emplea herramientas y productos intermedios producidos previamente. La mente (la razón) es el equipo más importante del hombre. En la esfera humana, el trabajo solo es una cosa en una combinación de recursos naturales, bienes de capital y trabajo; todos estos tres factores se emplean de acuerdo con un plan definido ideado mediante la razón, para alcanzar un fin elegido. El trabajo, en el sentido en que se usa este término para ocuparse de asuntos humanos, es solo uno de los varios factores de producción.
El establecimiento de este hecho destroza completamente todas las tesis y afirmaciones de la popular doctrina de la explotación. Esos ahorros y consiguientes bienes acumulados de capital y esas abstenciones de consumo de bienes de capital previamente acumulados contribuyen en su parte al resultado de los procesos de producción. Igualmente indispensable en la conducción de los asuntos es el papel desempeñado por la mente humana. El juicio empresarial dirige el esfuerzo de los trabajadores y el empleo de bienes de capital hacia la decisión final de la producción, la mejor eliminación posible de lo que causa que la gente se sienta descontenta e infeliz.
Lo que distingue la vida contemporánea en los países de la civilización occidental de las condiciones que prevalecían en otras épocas anteriores (y siguen existiendo para la mayor parte de quienes viven hoy) no es los cambios en la oferta de mano de obra y la habilidad de los trabajadores ni la familiaridad con las proezas de la ciencia pura y su utilización en las ciencias aplicadas, sino la tecnología. Es la cantidad de capital acumulado. Esto se ha ocultado intencionadamente mediante la verborrea empleada por las organizaciones públicas internacionales y nacionales que se ocupan de la llamada ayuda internacional a los países subdesarrollados. Lo que necesitan estos países pobres para adoptar los métodos occidentales de producción en masa para la satisfacción de los deseo de las masas no es información de cómo hacerlo. No hay ningún secreto en los métodos tecnológicos. Se enseñan en escuelas técnicas y se describen apropiadamente en libros de texto, manuales y revistas periódicas. Hay muchos especialistas experimentados disponibles para la ejecución de todos los proyectos que uno pueda encontrar factibles para estos países atrasados.
Lo que impide que un país como la India adopte los métodos de la industria estadounidense es la parquedad de su oferta de bienes de capital. Como las políticas confiscatorias del gobierno indio están disuadiendo a los capitalistas extranjeros de invertir en la India y su intolerancia pro-socialista sabotea la acumulación local de capital, su país depende de las limosnas que le dan las naciones occidentales.
Los consumidores dirigen el uso del capital
Los bienes de capital se crean mediante el ahorro. Una parte de los bienes producidos se aparta del consumo inmediato se emplea para procesos cuyos frutos solo madurarán en una fecha posterior. Toda la civilización material se basa en esta aproximación “capitalista” a los problemas de la producción.
Los “métodos indirectos de producción”, como los llamó Böhm-Bawerk, se eligen porque generan una mayor producción por unidad de entrada. Al principio el hombre vivía en precario. El hombre civilizado produce herramientas y productos intermedios buscando diseños a largo plazo que finalmente produzcan resultados que nunca habrían alcanzado métodos directos y que consumieran menos tiempo o podrían haberse obtenido solo con un empleo incomparablemente mayor de mano de obra y factores materiales.
Esos ahorros (es decir, consumir menos que su parte de los bienes producidos) abren el progreso hacia la prosperidad general. Las semillas sembradas les enriquecen no solo a ellos mismos, sino asimismo a todos los demás estratos de la sociedad. Benefician a los consumidores.
Los bienes de capital son para el propietario un fondo muerto, un pasivo más que un activo, si no se usan para la producción de la mejor y más barata provisión posible a la gente de bienes y servicios que están pidiendo más urgentemente. En la economía de mercado, los propietarios de los bienes de capital se ven forzados a emplear su propiedad como si se lo encargaran los consumidores bajo la condición de invertir en lo que mejor sirva a esos consumidores. Los capitalistas son virtualmente mandatarios de los consumidores, obligados a cumplir sus deseos.
Para atender las órdenes recibidas de los consumidores, los jefes reales, los propios capitalistas deben o bien proceder ellos mismos a invertir y dirigir los negocios o, si no están preparados para esa actividad empresarial o desconfían de sus propias capacidades, entregar sus fondos a hombres a los que consideren más preparados para dicha función. Cualquiera que sea la alternativa elegida, la supremacía de los consumidores permanece intacta. No importa cuál pueda ser la estructura financiera de la empresa, el empresario que opera con dinero de otros no depende menos del mercado (es decir, de los consumidores) que el empresario que posee todo.
No hay otro método de hacer que aumenten los niveles salariales que invirtiendo más capital por trabajador. Más inversión de capital significa: dar al trabajador herramientas más eficientes. Con la ayuda de mejores herramientas y máquinas, aumenta la cantidad de productos y mejora su calidad. Como el trabajador consecuentemente estará en disposición de obtener más de los consumidores de lo que el trabajador ha producido en una hora de trabajo, es capaz (y, por la competencia de otros empresarios, se ve obligado) a pagar un precio mayor por el trabajo del hombre.
Intervención y desempleo
Tal y como lo ve la doctrina de los sindicatos, los aumentos salariales que obtienen con lo que llaman eufemísticamente la “negociación colectiva” no han de recaer en los compradores de los productos, sino que deberían ser absorbidos por los empresarios. Estos últimos deberían recortar lo que a los ojos de los comunistas es “renta inmerecida”, es decir, los intereses sobre el capital invertido y los beneficios derivados del éxito de cumplir con los deseos de los consumidores que hasta entonces hayan permanecido insatisfechos. Así que los sindicatos esperan transferir paso a paso toda esta supuesta “renta inmerecida” de los bolsillos de los capitalistas y empresarios a los de los empleados.
Sin embargo, lo que ocurre realmente en el mercado es muy diferente. En el mercado, el precio m del producto p, todos los dispuestos a gastar m por una unidad de p podrían comprar tanto como desearan. La cantidad total de p producidos y ofrecidos a la venta sería s. No sería mayor que s porque con esa mayor cantidad el precio, para liquidar el mercado, tendría que bajar de m a m-. Pero a este precio de m- los productores con mayores costes sufrirían pérdidas y por tanto se verían obligados a dejar de producir p. Estos productores marginales igualmente incurrirían en pérdidas y se verían forzados a dejar de producir p si el aumento de salarios aplicado por el sindicato (o por un decreto gubernamental de salario mínimo) genera un aumento en los costes de producción no compensado por un aumento en el precio de m a m+. La restricción de producción resultante requiere una reducción de la fuerza laboral. El resultado de la “victoria” del sindicato es el desempleo de un número de trabajadores.
El resultado es el mismo si el empresario está una posición de trasladar el aumento de los costes de producción completamente a los consumidores, sin una caída en la cantidad de p producida y vendida. Si los clientes gastan más en la compra de p, deben recortar sus compras de otro producto q. Entonces la demanda de q cae y produce desempleo de parte de los hombres que se dedicaban previamente a producir q.
La doctrina sindical califica a los intereses recibidos por los propietarios del capital invertido en la empresa como “inmerecido” y concluye que podría abolirse completamente o reducirse considerablemente sin ningún daño a empleados y consumidores. El aumento en los costes de producción causado por aumentos salariales por tanto podría realizarse recortando las ganancias netas de la empresa y reduciendo equivalentemente los dividendos pagados a los accionistas. La misma idea está en el fondo de las reclamaciones sindicales de que todo aumento en lo que llaman la productividad del trabajo (es decir, la suma de los precios recibidos por la producción total dividida por el número de horas hombre empleada en su producción) debería añadirse a los salarios.
Ambos métodos significan confiscar en beneficio de los empleados todos o una parte considerable de los retornos del capital proporcionado por el ahorro de los capitalistas. Pero lo que induce a los capitalistas a abstenerse de consumir su capital y aumentarlo con nuevos ahorros es el hecho de que su renuncia se compensa con los beneficios de sus inversiones. Si se les priva de sus beneficios, el único uso que pueden hacer del capital que poseen es consumirlo y así iniciar un empobrecimiento progresivo generalizado.
La única política sensata
Lo que eleva los niveles salariales pagados a los trabajadores estadounidenses por encima de los niveles pagados en países extranjeros es el hecho de que la inversión de capital por trabajador es más alta en este país que en el exterior. El ahorro, la acumulación de capital, ha creado y preservado hasta ahora el alto nivel de vida de empleado medio norteamericano.
Todos los métodos por los cuales el gobierno federal y los de los estados, los partidos políticos y los sindicatos están tratando de mejorar las condiciones de la gente dispuesta a ganarse un salario no solo son vanos sino directamente perjudiciales. Solo hay un tipo de política que puede beneficiar efectivamente a los empleados, que es el política que evita poner obstáculo alguno en el camino hacia más ahorro y acumulación de capital.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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