El mito de Adam Smith
Adam Smith (1723-1790) es un misterio en un rompecabezas, envuelto en un enigma. El misterio es la enorme diferencia sin precedentes entre la reputación exaltada de Smith y la realidad de su dudosa contribución al pensamiento económico.
La reputación de Smith casi ciega al sol. Desde poco después de su tiempo hasta muy recientemente se le ha considerado como al que creó prácticamente de la nada la ciencia económica. Ha sido considerado universalmente como el Padre Fundador. Los libros de la historia del pensamiento económico, después de unos poco desprecios bien merecidos a los mercantilistas y un vistazo a los fisiócratas, empiezan invariablemente con Smith como creador de la disciplina de la economía. Cualquier error que cometiera era comprensiblemente excusable como fallo inevitable de cualquier gran pionero.
Se han escrito innumerables textos sobre él. En el bicentenario de su obra magna, Una investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), hubo una verdadera inundación de libros, ensayos y recuerdos sobre el tranquilo profesor escocés. Su perfil esculpido en un medallón por Tassie es conocido en todo el mundo. Incluso se hizo una película hagiográfica durante su bicentenario por parte de una fundación de libre mercado, y empresarios y defensores del libre mercado han considerado a Adam Smith desde hace tiempo como su santo patrón.
Las ‘corbatas Adam Smith’ se llevaban como una insignia de honor en los escalones superiores de la Administración Reagan.
Las ‘corbatas Adam Smith’ se llevaban como una insignia de honor en los escalones superiores de la Administración Reagan.
Por otro lado, los marxistas, con algo más de justicia, consideran a Smith como la fuente original de inspiración de su propio Padre Fundador, Karl Marx. De hecho si se le pregunta al ciudadano medio el nombre de dos economistas en la historia de los que haya oído hablar, Smith y Marx probablemente serían los vencedores destacados de la encuesta.
Como ya hemos visto, Smith apenas fue el fundador de la ciencia económica, que existía desde los escolásticos medievales y, en su forma moderna, desde Richard Cantillon. Pero lo que los economistas alemanes solían llamar, en una relación más estrecha, Das AdamSmithProblem,[1] es mucho más grave que eso. Pues el problema no es simplemente que Adam Smith no fuera el fundador de la economía.
El problema es que no generó nada que fuera verdad y que todo lo que generó era erróneo, que, incluso en una época en que había menos citas y notas a pie de página, Adam Smith era un desvergonzado plagiario, admitiendo poco o nada y robando grandes porciones, por ejemplo, a Cantillon. Mucho peor fue el completo olvido de Smith de citar o reconocer a su amado mentor Francis Hutcheson, del que recibió la mayoría de sus ideas, así como la organización de sus lecciones de economía y filosofía moral. De hecho Smith escribió en una carta privada a la Universidad de Glasgow sobre el ‘eternamente inolvidable Dr. Hutcheson’, pero aparentemente la amnesia golpeó convenientemente a Adam Smith cuando llegó el momento de escribir La riqueza de las naciones para el público general.[2]
Aunque era un empedernido plagiario, Smith tenía un complejo de Colón, acusando incorrectamente a sus amigos cercanos de plagiarle a él. Y a pesar de ser un plagiario, plagiaba mal, añadiendo nuevas falacias a las verdades que había empleado. Al censurar a Adam Smith por sus errores, por tanto, no estamos siendo anacrónicos, castigando absurdamente a pensadores pretéritos por no ser tan inteligentes como los que vinieron después. Pues Smith no sólo no contribuyó en nada de valor al pensamiento económico: su economía fue un grave deterioro respecto de sus predecesores: de Cantillon, de Turgot, de su maestro Hutcheson, de los escolásticos españoles, incluso extrañamente de sus propias obras anteriores, como las Lecciones sobre Jurisprudencia (inédita, 1762-63, 1766) y la Teoría de los sentimientos morales (1759).
Por tanto, el misterio de Adam Smith es la inmensa distancia entre una reputación monstruosamente inflada y la triste realidad. Pero el problema es peor, pues no es sólo que La riqueza de las naciones de Smith haya tenido una reputación terriblemente desmesurada desde su tiempo hasta el nuestro. El problema es que La riqueza de las naciones ha sido capaz de cegar de alguna forma a todos los hombres, economistas y legos, el mismo conocimiento de que otros economistas, no digamos los mejores, han existido y escrito antes de 1776. La riqueza de las naciones ha ejercido un impacto tan colosal en el mundo que se ha borrado todo el conocimiento de los economistas anteriores, de ahí la reputación de Smith como Padre Fundador. El problema histórico es éste: ¿cómo pudo haberse producido este fenómeno con un libro tan poco original, tan profundamente defectuoso, tan menos digno de aprecio que sus predecesores?
La respuesta no es sin duda la lucidez o la claridad de estilo o pensamiento. Pues la muy reverenciada La riqueza de las naciones es un tomo enorme, disperso, incompleto y confuso, lleno de vaguedades, ambigüedades y profundas contradicciones internas. Por supuesto, en la historia del pensamiento económico, tiene una ventaja que una obra sea enorme, dispersa, ambivalente y confusa. Hay una ventaja sociológica en la vaguedad y la oscuridad. El desconcertado smithiano alemán Christian J. Kraus, se refirió una vez a La riqueza de las naciones como la ‘Biblia’ de la economía política. En cierto sentido, el Profesor Kraus tenía más razón de la que creía. Porque en un sentido La riqueza de las naciones es como la Biblia: es posible dar interpretaciones variadas y contradictorias a distintas (o incluso las mismas) partes del libro. Además, la misma vaguedad y oscuridad de una obra puede ofrecer campo de búsqueda feliz para intelectuales, estudiantes y seguidores. Abrirse paso en un camino oscuro y difícil, tejer hilos apenas percibidos en el libro dentro de un patrón coherente, es una tarea agradable para los intelectuales. Y un libro así también incluye un bienvenido proceso de exclusión, de forma que sólo un número relativamente pequeño de adeptos pueda disfrutar de su conocimiento sobre una obra o un sistema de pensamiento. De esa forma aumentan su prestigio e ingresos y dejan atrás a otros admiradores para que formen una sección de animadores de los discípulos principales del Maestro.
Adam Smith no fundó la ciencia de la economía, pero sí que creó el paradigma de la escuela británica clásica y es a menudo útil al creador de un paradigma el ser incompleto y confuso, dejando así espacio a los discípulos que intentarán clarificar y sistematizar las contribuciones del Maestro. Hasta la década de 1950, los economistas, al menos los de la tradición angloamericana, reverenciaban a Smith como fundador y consideraban al posterior desarrollo de la economía como un movimiento ascendente directo hacia la luz, sucediendo a Smith, Ricardo y Mill y luego, después de un poco de distracción creada por los austriacos en la década de 1870, Alfred Marshall que establecería la economía neoclásica como una disciplina neo-ricardiana, y por tanto neo-smithiana. En cierto sentido, John Maynard Keynes, alumno de Marshall en Cambridge, pensaba que sólo estaba rellenando los huecos de la herencia de Ricardo y Marshall.
Dentro de esta miasma complaciente de adoración a Smith, la Historia del análisis económico, de Joseph A. Schumpeter apareció como un verdadero éxito de ventas. Procedente de las tradiciones continentales walrasiana y austriaca, en lugar del clasicismo británico, Schumpeter fue capaz, prácticamente por primera vez, de dar una visión fría y realista del famoso escocés. Escribiendo con desdén tenuemente velado, Schumpeter en general denigraba la obra de Smith, y sostenía esencialmente que éste había desviado a la economía hacia un camino equivocado, un camino desafortunadamente distinto del de sus antepasados continentales. [3]
Desde Schumpeter, los historiadores del pensamiento económico se han retirado bastante a una posición de repliegue. Smith, se concede, no creó nada, pero fue el gran sintetizador y sistematizador, el primero en juntar todos los hilos de sus predecesores y entretejerlos en un marco coherente y sistemático. Pero la obra de Smith era todo lo contrario de coherente y sistemática, y Ricardo y Say, sus dos discípulos principales, se dedicaron por separado a la tarea de forjar ese sistema coherente a partir del embrollo smithiano. Y además, aunque es verdad que los escritos pre-smithianos eran incisivos pero escasos (Turgot) o estaban incluidos en la filosofía moral (Hutcheson), también es cierto que hubo dos tratados generales de economía antes de La riqueza de las naciones. Uno fueron los grandes Ensayos de Cantillon, quien, después de Smith, cayó en un ominoso olvido, para ser rescatado un siglo después por Jevons; el otro, y el primer libro que usó la economía política en su título, fue la anticuada obra en dos volúmenes de Sir James Steuart (1712-1780), Principios de Economía Política (1767). Steuart, un jacobita que se había implicado en la rebelión del Buen Príncipe Carlos, fue durante buena parte de su vida un exiliado en Alemania, donde se vio influido por la metodología y los ideales del ‘cameralismo’ alemán. El cameralismo era una forma virulenta de mercantilismo absolutista que floreció en Alemania en los siglos XVII y XVIII. Los cameralistas, aún menos que los mercantilistas de Europa occidental, no eran economistas en absoluto, es decir, no analizaban los procesos del mercado, sino que eran asesores técnicos sobre cómo y de qué manera imponer el poder el estado sobre la economía. Los Principios de Steuart iban en esa línea de escasa economía y más bien hacia una reclamación de una intervención masiva del gobierno y una planificación totalitaria, desde una regulación detallada del comercio a un sistema de cárteles obligatorios y a una política monetaria inflacionista. Su única ‘contribución’ fue refinar y expandir ideas previamente dispersas y efímeras de una teoría del valor trabajo y elaborar una teoría protomarxista del conflicto de clases inherente en la sociedad. Además, Steuart había escrito un tomo ultramercantilista justo en el momento en que estaba apareciendo y haciéndose dominante el pensamiento liberal clásico y librecambista, al menos en Gran Bretaña y Francia.
A pesar de que los Principios de Steuart estaban desfasados con la emergencia del Zeitgeist liberal clásico, no debe concluirse que la obra tuviera poca o ninguna influencia. El libro fue bien recibido, altamente respetado y se vendió muy bien, y cinco años después de su publicación, en 1772, Steuart se impuso a Adam Smith en obtener un puesto como consultor monetario en la Compañía de las Indias Orientales.
Una razón por la que la opinión de Schumpeter sobre Smith sorprendió a la profesión económica es que los historiadores del pensamiento económico, al igual que los historiadores de otras disciplinas, han tratado habitualmente el desarrollo de la ciencia como una marcha lineal y ascendente hacia la verdad. Cada científico pacientemente formula, prueba y descarta hipótesis y de este modo cada uno que tiene éxito se mantiene a hombros del que vino detrás. Lo que podría llamarse esta ‘Teoría whig de la historia de la ciencia’ se ha visto hoy descartada en buena medida por la mucho más realista teoría de Kuhn de los paradigmas. Para nuestros propósitos, lo importante de la teoría de Kuhn es que muy poca gente prueba pacientemente algo, particularmente los supuestos fundamentales o ‘paradigma’ básico de su teoría y que los cambios en los paradigmas pueden producirse incluso si la nueva teoría es peor que la vieja. En resumen, el conocimiento puede perderse y se pierde, igual que se puede ganar y se gana, y la ciencia a menudo se mueve en zig-zag en lugar de en forma lineal. Podríamos añadir que esto sería particularmente cierto en las ciencias sociales y humanas. En consecuencia, se pierden paradigmas y verdades básicas y los economistas (así como los miembros de otras disciplinas) pueden empeorar, y no mejorar, con el tiempo. Con los años, bien puede llegarse a un retroceso, así como a un progreso. Schumpeter había lanzado una bomba en el templo de los historiadores whig del pensamiento económico, en concreto de los partidarios de la tradición de Smith-Ricardo-Marshall.[4]
Así que planteamos nuestra propia versión del Das AdamSmithProblem: ¿cómo pudo convertirse una obra tan defectuosa como La riqueza de las naciones en tan dominante como para tapar todas las alternativas? Pero antes de considerar esta cuestión, debemos examinar los distintos aspectos del pensamiento de Smith con más detalle.
La vida de Smith
Adam Smith nació en 1723 en el pequeño pueblo de Kirkcaldy, cerca de Edimburgo. Su padre, también llamado Adam Smith (1679-1723), que había muerto poco antes de que él naciera, era un distinguido abogado judicial en Escocia y posteriormente controlador de aduanas en Kirkcaldy, que se había casado con una mujer de una familia terrateniente adinerada local. Por tanto, el joven Smith fue criado por su madre. El pueblo de Kirkcaldy era militantemente presbiteriano y en la Burgh School del pueblo conoció a muchos jóvenes presbiterianos escoceses, uno de los cuales, John Drysdale, iba a ser por dos veces moderador de la asamblea general de la Iglesia de Escocia.
De hecho, Smith provenía de una familia de funcionarios de aduanas. Además de su padre, su primo Hercules Scott Smith trabajó como recaudador de aduanas en Kirkcaldy, y su tutor, también llamado Adam Smith, iba a ser recaudador de aduanas en Kirkcaldy y asimismo inspector de aduanas para los puertos escoceses. Finalmente, otro primo más llamado Adam Smith sirvió más tarde como recaudador de aduanas en Alloa.
De 1737 a 1740, Adam Smith estudió en el Glasgow College, donde cayó bajo el influjo de Francis Hutcheson y se imbuyó de la excitación de las ideas del liberalismo clásico, la ley natural y la economía política. En 1740, Smith obtuvo la licenciatura en humanidades con distinción especial en la Universidad de Glasgow. Su madre había bautizado a Adam en la fe episcopaliana y deseaba que su hijo se convirtiera en ministro episcopaliano. Smith fue enviado al Balliol College, en Oxford, a unos cursos destinados a formar futuros clérigos episcopalianos, pero fue infeliz en la horrible instrucción del Oxford de su tiempo y regresó después de seis años, con 23 años, sin haber recibido las santas órdenes. A pesar de su bautismo y de la presión de su madre, Smith siguió siendo un ardiente presbiteriano y tras volver a Edimburgo en 1746, permaneció desempleado durante dos años.
Finalmente, en 1748, Henry Home, Lord Kames, juez y líder de la liberal Ilustración Escocesa y primo de David Hume decidió promover una serie de lecciones públicas en Edimburgo para educar a los jueces. Junto con el amigo de la infancia de Smith, James Oswald de Dunnikier, Kames hizo que la Sociedad Filosófica de Edimburgo patrocinara a Smith durante varios años de lecciones sobre ley natural, literatura, libertad y libre comercio. En 1750, Adam Smith obtuvo la cátedra de lógica en su alma mater, la Universidad de Glasgow y no tuvo ningún problema con el requisito de aceptar la Confesión de Fe de Westminster ante el Presbiterio de Glasgow. Por fin, en 1752, Smith tuvo la satisfacción de ascender a la cátedra de filosofía moral de su querido maestro Hatcheson en Glasgow, donde permaneció durante 12 años.
Las clases de Smith en Edimburgo y Glasgow eran muy populares y su mayor énfasis se daba en el ‘sistema de libertad natural’, en el sistema de ley natural y laissez faire que entonces defendía con muchas menos reservas que más tarde en su más cauteloso La riqueza de las naciones. También se las arregló para convertir a muchos de los principales comerciantes de Glasgow a este excitante nuevo credo. Smith también ingresó en las asociaciones sociales y educativas que empezaban a formarse por parte del clero presbiteriano moderado, profesores universitarios, eruditos y abogados, tanto en Glasgow como en Edimburgo. Es probable que David Hume asistiera a las clases de Smith en Edimburgo en 1752, pues se hicieron grandes amigos poco después.
Smith fue miembro fundador de la Sociedad Literaria de Glasgow al año siguiente: la sociedad organizaba discusiones y debates de alto nivel y se reunía puntualmente cada jueves por la tarde de noviembre a mayo. Tanto Hume como Smith eran miembros, y en una de las primeras sesiones, Smith leyó un comentario de algunos de los Discursos Políticos de Hume, recientemente impresos. Extrañamente, ambos amigos, claramente los miembros más brillantes de la Sociedad, eran extraordinariamente reservados y nunca dijeron ni una palabra en ninguna de las discusiones.
A pesar de su reserva, Smith era un miembro de clubs ocupado y empedernido, convirtiéndose en un miembro importante de la Sociedad Filosófica de Edimburgo y de la Sociedad Selecta (Edimburgo), que florecieron en la década de 1750 y se reunían semanalmente, reuniendo a la élite moderada de poder con el clero, la gente de la universidad y la profesión legal. Smith fue también un miembro activo del Club de Economía Política de Glasgow, el Oyster Club (Edimburgo), el Club Simson de Glasgow y el Poker Club (Edimburgo), fundado por su amigo Adam Ferguson, profesor de filosofía moral en la Universidad de Edimburgo, específicamente para promover el ‘espíritu marcial’. Por si fuera poco, Adam Smith fue uno de los principales contribuidores y editores del frustrado Edinburgh Review (1755-1756), dedicado principalmente a la defensa de sus amigos Hume y Kames frente al clero calvinista evangélico radical de Escocia. El Edinburgh Review fue fundado por el brillante joven abogado, Alexander Wedderburn (1733-1805), que iba a ser juez, miembro del Parlamento en Inglaterra y finalmente Lord Canciller (1793-1801). Wedderburn era tan libertino como para defender la legalización de los burdeles. Otras luminarias del Edinburgh Review fueron importantes líderes moderados: el político John Jardine (1715-1760), cuya hija se casó con el hijo de Lord Kames, el poderoso Rev. William Robertson y el Rev. Hugh Blair (1718-1800), profesor de retórica en la Universidad de Edimburgo.
La intensidad del presbiterianismo, aunque no fundamentalista, de Adam Smith puede verse en su relación con Hugh Blair. Blair, ministro de High Kirk, Geryfriars, estaba en continuo conflicto con el clero calvinista ortodoxo, que le denunciaba repetidamente en los Presbiterios de Glasgow y Edimburgo. En La riqueza de las naciones, Adam Smith incluyó el siguiente encomio al clero presbiteriano: ‘Tal vez haya en Europa muy pocos grupos de hombres más eruditos, decentes, independientes y respetables que la mayor parte de los clérigos presbiterianos de Holanda, Ginebra, Suiza y Escocia’. A lo que su viejo amigo Blair, aun siendo un importante aunque atacado clérigo presbiteriano, comentó en una carta a Smith: ‘Pienso que eres demasiado favorable al Presbiterio’.
Después de que Smith publicara su filosofía moral en su Teoría de los sentimientos morales (1759), su creciente fama le hizo ganar un lucrativo puesto en 1764 como tutor de joven duque de Buccleuch. Durante tres años de tutoría con el joven duque en Francia, Smith obtuvo un salario anual vitalicio de 300₤, dos veces su salario anual en Glasgow. Durante tres agradables años en Francia conoció la obra de Turgot y los fisiócratas. Una vez terminadas sus tareas tutoriales, Smith regresó a su pueblo natal de Kirkcaldy, donde, una vez asegurado su estipendio vitalicio, trabajó durante diez años para completar La riqueza de las naciones, que había empezado al principio de su estancia en Francia: la fama de La riqueza de las naciones hizo que su orgulloso antiguo pupilo, el Duque de Buccleuch, le ayudara a conseguir en 1778 el bien pagado cargo de comisionado de aduanas escocesas en Edimburgo. Con una paga de 600₤ anuales de su puesto en el gobierno, que mantuvo hasta el día de su muerte en 1790, añadido a su bonita pensión vitalicia, Adam Smith ganaba cerca de 1.000₤ anuales, el ‘ingreso de un príncipe’ como lo ha descrito uno de sus biógrafos. Incluso el propio Smith escribió en este periodo que era ‘tan rico como podía desear’. Sólo se lamentaba porque tenía que atender su puesto en las aduanas, lo que le quitaba tiempo para sus ‘empeños literarios’.
Y aun así sus quejas eran poco pronunciadas: al contrario que la mayoría de los historiadores, que han tratado el puesto en las aduanas de Smith embarazosamente como prácticamente una sinecura a la que no tenía que asistir en premio a sus logros intelectuales, la reciente investigación ha demostrado que Smith trabajaba la jornada completa en su puesto, a menudo presidiendo las reuniones diarias del consejo de comisionados de aduanas. Además, Smith consideró altamente el nombramiento y aparentemente encontró el puesto divertido y relajante. Es verdad que Smith empleó poco tiempo o energía en el estudio y la escritura después de su nombramiento, pero había hojas de ausencias disponibles sobre las que Smith mostró poco interés en obtener. Además, el fundamento de la búsqueda del puesto por Smith no era tanto por sus logros intelectuales como una recompensa por su ayuda como consejero sobre impuestos y presupuestos al gobierno británico desde mediados de la década de 1760.[5]
La división del trabajo
Es apropiado empezar una explicación de La riqueza de las naciones de Smith con la división del trabajo, pues el propio Smith empieza aquí y porque para él esta división tenía una importancia crucial y decisiva. Su maestro Hutcheson también había analizado la importancia de la división del trabajo en la economía en desarrollo, como hicieron Hume, Turgot, Mendeville, James Harris y otros economistas- Pero para Smith la división del trabajo tenía una importancia descomunal, oscureciendo materias tan importantes como la acumulación de capital y el crecimiento del conocimiento tecnológico. Como apuntaba Schumpeter, ningún economista anterior o posterior hizo que la división del trabajo asumiera una posición directora de tanta importancia.
Pero hay más problemas en la división del trabajo de Smith que su exageración de su importancia. La percepción más antigua y más cierta del motivo motor de la especialización y el intercambio era simplemente que cada parte de un intercambio (que tiene necesariamente dos partes y dos productos) se beneficia (o al menos espera beneficiarse) del intercambio: en caso contrario el intercambio no tendría lugar. Pero desgraciadamente Smith traslada el foco principal del beneficio mutuo a una supuesta irracional e innata ‘propensión al trueque y el intercambio’, como si los seres humanos fueran lemmings determinados por fuerzas externas a sus propios fines elegidos. Como apuntaba Edwin Cannan, Smith adoptó este asidero porque rechazaba la idea de las diferencias innatas en talentos y capacidades naturales, que naturalmente derivarían hacia distintas ocupaciones especializadas. En su lugar, Smith adoptó la postura igualitaria-ecologista, todavía hoy dominante en la economía neoclásica, de que todos los trabajadores son iguales y por tanto las diferencias entre ellos sólo pueden ser el resultado en lugar de la causa del sistema de división del trabajo.
Además, Smith dejó de aplicar su análisis de la división del trabajo al comercio internacional, donde hubiera ofrecido una poderosa munición para sus propias políticas de libre comercio. Iba a quedar para James Mill hacer dicha aplicación en su excelente teoría de la ventaja comparativa. Además, internamente, Smith dio demasiada importancia a la división del trabajo dentro de una fábrica o industria, descuidando la más importante división del trabajo entre industrias.
Pero si Smith tenía un aprecio injustificado por la importancia de la división del trabajo, paradójicamente sembró grandes problemas para el futuro al introducir la queja sociológica moderna acerca de la especialización que fue rápidamente acogida por Karl Marx y ha sido convertida en un arte mayor por los quejosos socialistas sobre la ‘alienación’. No tiene sentido el hecho de que Smith se contradijera completamente entre el Libro I y el Libro V de La riqueza de las naciones. En el primero, sólo la división del trabajo cuenta para la riqueza de la sociedad civilizada y de hecho se iguala repetidamente con la ‘civilización’ a lo largo del libro. Y aún así, mientras que en el Libro I se alaba la división del trabajo por expandir la atención e inteligencia de la población, en el Libro V se la condena por llevar a la degeneración intelectual y moral, a la pérdida de sus ‘virtudes intelectuales, sociales y marciales’. No hay forma de que esta contradicción pueda reconciliarse.[6]
Adam Smith, a pesar de ser un plagiario de considerables dimensiones, también tenía un complejo de colón, acusando a menudo a otra gente de plagiarle injustamente. En 1755 reclamó haber inventado el concepto de laissez faire o el sistema de libertad natural, afirmando que había enseñado esos principios desde sus clases en Edimburgo en 1749. Puede ser: pero la reclamación ignora previamente esas expresiones en sus propios profesores, así como Grocio y Pufendorf, sin mencionar a Boisguilbert y los demás pensadores del laissez faire franceses de finales del siglo XVII.
En 1769, el beligerante Smith presentó una acusación de plagio contra el Director William Robertson, con ocasión de la publicación de la Historia del emperador Carlos V, de este último. No se sabe qué tipo de robo literario se suponía que era y es difícil de adivinar, considerando la distancia de la obra de Smith con el tema del libro de Robertson.
La más famosa acusación de plagio lanzada por Smith fue contra su amigo Adam Ferguson sobre la cuestión de la división del trabajo. El Profesor Hamowy ha demostrado que Smith no rompió con su viejo amigo, como se pensaba anteriormente, a causa del uso de Ferguson del concepto de la división del trabajo en su Essay on the History of Civil Society de 1767. A la vista de todos los escritores que habían empleado antes el concepto, este comportamiento habría sido ridículo, incluso para Adam Smith. Las suposiciones de Howdy de que la ruptura llegó al principio de la década de 1780, a causa de la explicación de Ferguson en su club de lo que luego se publicaría como parte de sus Principles of Moral and Political Science de 1792. Pues en los Pirnciples, Ferguson resumía el ejemplo de la factoría de alfileres que constituía el pasaje más famoso de La riqueza de las naciones. Smith había apuntado que una pequeña factoría de alfileres con diez trabajadores, cada uno especializado en un aspecto distinto del trabajo, podía producir más de 48.000 alfileres diarios, mientras que si esos diez hubieran hecho todo el alfiler por sí mismos podían no hacer ni siquiera un alfiler al día, y sin duda no más de 20. De esta forma, la división del trabajo multiplicaba enormemente la productividad de cada trabajador. En sus Principles, Ferguson escribió: ‘Una variedad adecuada de personas, de las cuales cada una no realiza más que una parte de la fabricación de un alfiler, puede producir mucho más en un plazo concreto que tal vez doblar el número, del cual cada uno produciría la totalidad o realizaría cada parte en la construcción de ese diminuto artículo’.
Cuando Smith reprendió a Ferguson por no reconocer la precedencia de aquél en el ejemplo de la fábrica de alfileres, Ferguson replicó que no había tomado nada de Smith, sino que en realidad ambos habían tomado el ejemplo de una fuente francesa ‘que había conocido Smith antes que él’. Hay una fuerte evidencia de que la ‘fuente francesa’ de ambos escritores era el artículo sobre Epingles (alfileres), en la Encyclopédie (1755), pues ese artículo menciona 18 operaciones distintas para fabricar un alfiler, el mismo número repetido por Smith en La riqueza de las naciones, aunque en las fábricas inglesas de alfileres el número operaciones más común era de 25.
Así que Smith rompió una larga amistad al acusar injustamente a Adam Ferguson de plagiarle un ejemplo que, en realidad, ambos habían tomado sin reconocerlo de la Encyclopédie francesa. El comentario del reverendo Carlyle de que Smith tenía ‘algunos pequeños celos en su carácter’ parece quedarse muy corto y su obituario en el Monthly Review de 1790 nos informa de que ‘Smith vivía en tan constante aprensión porque sus ideas le fueran robadas que, si veía a cualquiera de sus estudiantes tomar notas en sus lecciones, instantáneamente les detenía y decía ‘Odio a los garabateadores’’.[7] Aunque hay también evidencias de que Smith permitía tomar notas a los estudiantes, su temperamento malhumorado y su complejo de Colón son bien conocidos.
El uso de Smith de una pequeña fábrica francesa en lugar de una gran fábrica británica resalta un hecho curioso de su celebrada La riqueza de las naciones: el renombrado economista parece no percibir la Revolución Industrial que se producía a su alrededor. Aunque era amigo del Dr. John Roebuck, el propietario de las ferrerías Carron, cuya inauguración en 1760 marcó el inicio de la Revolución Industrial en Escocia, Smith no mostró ningún indicio de que conociera su existencia. Aunque era al menos un conocido del gran inventor James Watt, Smith no mostró ningún conocimiento de alguna de las principales invenciones de Watt. No hace ninguna mención en su famoso libro al auge del canal que había empezado al principio de la década de 1760, de la misma existencia de la floreciente industria textil del algodón o de la cerámica o de los nuevos métodos de fabricar cerveza. No hay ninguna referencia a la enorme disminución de los costes de viaje que las nuevas carreteras estaban produciendo.
Por tanto, frente a esos historiadores que alaban a Smith por su conocimiento empírico de la economía y los asuntos industriales contemporáneos, Adam Smith ignoraba los importantes acontecimientos económicos a su alrededor. Muchos de sus análisis son erróneos y muchos hechos que sí incluyó en La riqueza de las naciones estaban obsoletos y provenían de libros de hacía 30 años.
Trabajo productivo y trabajo improductivo
Una de las más dudosas contribuciones de los fisiócratas al pensamiento económico fue su opinión de que sólo la agricultura era productiva, que sólo la agricultura contribuye a un aumento, un produit net a la economía. Smith, muy influido por los fisiócratas, retuvo este desafortunado concepto de trabajo ‘productivo’, pero lo extendió de la agricultura a los bienes materiales en general. Por tanto, para Smith el trabajo sobre objetos materiales era ‘productivo’, pero el trabajo sobre, por ejemplo, servicios al consumidor o producción inmaterial, era ‘improductivo’.
La preferencia de Smith por los objetos materiales se acumuló a una preferencia de las inversiones en bienes de capital, pues una existencia de bienes de capital por definición tiene que encarnarse en objetos materiales. Los bienes de consumo, por otro lado, o bien consisten en servicios inmateriales o se usan, se consumen en el proceso. La aprobación de Smith de la producción material era, por tanto, una forma indirecta de defender la inversión como una acumulación de bienes de capital frente al mismo objetivo de producir bienes de capital: aumentar el consumo. Cuando explica las exportaciones e importaciones, Smith entiende muy bien que no tiene sentido acumular objetos intermedios excepto que acaben siendo consumidos, que el objetivo de la producción es el consumo. Pero como ha apuntado el Profesor Roger Garrison, y como veremos más en detalle en la cuestión de las leyes de la usura, la conciencia presbiteriana de Adam Smith le llevó a valorar el gasto en trabajo por sí mismo y a protestar por las preferencias temporales del libre mercado de consumo y ahorro. Está claro que Smith quería mucha más inversión hacia una producción futura y menos consumo presente del que el mercado estaba dispuesto a escoger. Por supuesto, una de las contradicciones de su postura es que acumular más bienes de capital a costa del consumo presente acabaría generando un nivel de vida más alto, salvo que Smith quisiera aconsejar un aumento perpetuo y acelerado hacia cada vez más medios de producción que nunca se iban a consumir.
[1] Das AdamSmithProblem, se refiere a sólo una de las numerosas contradicciones y rompecabezas de la saga de Adam Smith: la gran distancia entre los derechos naturales, las opiniones de laissez-faire de su Teoría de los sentimientos morales, y las opiniones mucho más cualificadas de su posterior y decisivamente influyente La riqueza de las naciones.[2] En un revelador artículo sobre ‘Los logros de Adam Smith’, el Profesor Slim Rashad escribe: ‘Schumpeter dijo que ésta [no reconocer las fuentes] era la práctica habitual de su época. Es incorrecto. Si nos dirigimos a algunas de las obras citadas en La riqueza de las naciones, como los Tratados sobre el comercio del grano de Charles Smith o las Memorias sobre la lana de John Smith, les veremos reconociendo escrupulosamente sus deudas intelectuales. De entre los contemporáneos de Adam Smith, Gibbon es bien conocido por el cuidado con el que ofrece referencias y lo mismo puede decirse del más conocido escritor sobre agricultura del tiempo de Smith, Arthur Young’. Salim Rashad. ‘Adam Smith’s Acknowledgements: Neo-Plagiarism and the Wealth of Nations’, Journal of Libertarian Studies, 9 (Otoño 1990), p.11.[3] La primera y más consistente obra del revisionismo moderno de Smith apareció un año antes en dos excelentes y reveladores artículos de Emil Kauder: ‘Genesis of the Marginal Utility Theory: From Aristotle to the End of the Eighteenth Century’, en J. Spengler y W. Allen (eds), Essays in Economic Thought (Chicago: Rand McNally and Co., 1960), pp. 277-87; y ‘The Retarded Acceptance of the Marginal Utility Theory’, Quarterly Journal of Economics (Nov. 1953), pp. 564-75. Pero la crítica de Schumpeter fue mucho más influyente.[4] Por desgracia, desde la celebración a mediados de la década de 1970 del bicentenario de Smith, se ha producido un contrarrevisionismo para tratar de restaurar el actitud hagiográfica dominante antes de la década de 1950. Ver nuestro ensayo bibliográfico más adelante.[5] Para una nueva visión del ejercicio de Smith en la casa de aduanas basada en la investigación original de las actas manuscritas del consejo de comisionados de aduanas, 1778-90, así como en las numerosas cartas de Smith a recaudadores de aduanas en los puertos, ver el importante artículo de Gary M. Anderson, William F. Shughart II y Robert D. Tollison, ‘Adam Smith in the Customhouse’, Journal of Political Economy, 93 (Agosoto de 1985), pp. 740-759.[6] Las quejas acerca de la alienación habían empezado con el influyente Essay on the History of Civil Society (1767), escrito por Adam Ferguson, amigo de Smith. Sin embargo, un asunto similar había aparecido en las lecciones inéditas de Smith en Glasgow en 1763. Sobre la influencia de Ferguson, ver M.H. Abrams, Natural Supernaturalism (Nueva York: W.W. Norton, 1971), pp. 220-221, 508.[7] Citado por Ronald Hamowy, ‘Adam Smith, Adam Ferguson, and the Division of Labour’, Economica (Agosto de 1968), p. 253.
[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario