China ya actúa como superpotencia económica y política
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Mucho se criticó a China en los últimos años por no asumir las responsabilidades que conlleva el auparse como segunda economía mundial, y Pekín se mostraba reacia a aceptarlas, pero en apenas dos semanas el gigante asiático ha demostrado que, ahora sí, ya no teme jugar un rol de superpotencia.
Resulta casi increíble ver lo que en tan sólo 15 días ha logrado China, que acogió en ese tiempo una cumbre de líderes (la de Asia-Pacífico) y participó en otras dos (las de la ASEAN y el G20), pero además se sumergió en una frenética actividad bilateral que dejó históricos acuerdos, sorpresas y grandes reconciliaciones.
La gira que concluyó este fin de semana el presidente, Xi Jinping, por Oceanía ha cerrado un período en el que China logró con EEUU un esperado pacto en la lucha contra el cambio climático; forjó con Rusia nuevos lazos de suministro de gas y militares; finalizó las negociaciones de tratados de libre comercio con Corea del Sur y Australia o inició un tímido deshielo con Japón tras dos años de parálisis en sus relaciones.
Todo ello en reuniones de Xi Jinping con los líderes de esos gobiernos, tanto en Pekín como en su gira a Oceanía, mientras su primer ministro, Li Keqiang, le echaba una mano con una visita oficial a Birmania para apuntalar relaciones con el sureste asiático.
También hubo tiempo en esos intensos días para firmar acuerdos con Perú y Nueva Zelanda, o para sellar acuerdos por valor de más de 7.400 millones de dólares con México, que ayudan así a aliviar las tensiones bilaterales creadas por la cancelación del tren bala mexicano que iba a construir una firma china.
Esto en la agenda bilateral, porque en la multilateral China también ha anotado grandes logros en poco tiempo.
Desde conseguir imponer en Asia-Pacífico sus ideas para que se negocie un acuerdo de libre comercio regional (EEUU prefería uno sólo para la costa americana y Australia) a desvelar un plan de millonarias inversiones chinas en el continente asiático que no tiene precedentes.
En este último punto, China anunciaba poco antes de la cumbre Asia-Pacífico de Pekín una inyección de 40.000 millones de dólares para construir lo que el presidente Xi denomina las dos "Rutas de la Seda" del siglo XXI, una marítima y otra terrestre.
Mediante la edificación de autopistas, redes de telecomunicaciones, ferrocarriles y puertos, Pekín quiere con este plan dar un nuevo aire a las relaciones comerciales con Asia occidental y del sur, colocándose, eso sí, como centro comercial continental, como en la Ruta de la Seda de hace 2.000 años.
"Se está avanzando en crear unos marcos institucionales que son consistentes con la política de Xi, unos marcos que si tienen éxito funcionarán para China", destaca a Efe, al respecto de estas iniciativas, el profesor Simon Shen, codirector del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad China de Hong Kong.
Según Shen, estos avances chinos aún tienen mucho camino que recorrer y no está garantizado su éxito, ya que "China tiene que impulsar sus relaciones con los vecinos, pero al mismo tiempo hay una retórica nacionalista", en relación a los conflictos territoriales de Pekín con otros países.
Por otro lado, el paso de los acuerdos que Pekín firma con sus socios del papel a la realidad no siempre es sencillo, ya que "la gente de a pie en esos países ve con peores ojos la entrada de China de lo que lo hacen las elites", destacó el experto.
En todo caso, el gigante asiático, que en la última década pasó del séptimo al segundo lugar de las economías mundiales, ya no parece tan reacio a salir al mundo, invertir e influir, como lo estaba en años pasados, cuando aseguraba que seguía siendo una nación en desarrollo que necesitaba tiempo y mejoras internas.
De repente el país asiático ha cambiado de piel, y ahora "China quiere compartir los dividendos acumulados en los últimos 30 años con otros países para promover el desarrollo común", subrayaba recientemente el comentarista político Zheng Xie en un artículo para el oficial China Daily.
Otros ejemplos del cambio de actitud que China ha mostrado en días pasados han sido su decisión de acoger la cumbre del G20 en 2016, como se anunció la semana pasada en el encuentro de este año en Brisbane (Australia), o la creación de un banco de inversiones en infraestructuras para toda Asia con sede en Pekín, que echó a andar en octubre.
Medidas que llevan a algunos analistas a comparar ya a China con la EEUU victoriosa tras la Segunda Guerra Mundial, y a establecer semejanzas entre ambos.
Para estas visiones el nuevo banco de inversión asiático es una nueva versión china del Banco Mundial, al que podría hacer sombra, y la millonaria inversión en las "Rutas de la Seda" se asemeja a un Plan Marshall para la Asia del siglo XXI.
Unas analogías que desde China no acaban de gustar, ya que Pekín no se ve como un rival o mero imitador de EEUU, ni busca de sus socios, al menos abiertamente, contrapartidas políticas o militares a su presencia cada vez más fuerte en la política regional.
"El pueblo chino viajó por la Ruta de la Seda durante 2.000 años, pero nunca colonizó otras naciones por el camino, en fuerte contraste con las desafortunadas historias de las potencias occidentales", apuntaba Zheng Xie en su análisis.
Una opinión de doble filo, ya que si por un lado China se presenta como una potencia meramente "inversora", también se define como una antítesis de Occidente: el tiempo dirá si esta postura y la decidida internacionalización del régimen comunista, ya sin medias tintas, producen encontronazos.
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