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martes, 25 de noviembre de 2014



De cómo la medición del PIB anima la intromisión pública

21 Marzo, 2014

En una reseña de GDP: A Brief but Affectionate History, de Diane Coyle, apropidamente titulada “Midiendo lo que no se puede medir”, James Grant destaca muchas de las dificultades que implican los intentos estadísticos agregados de medir la actividad económica. Grant resume problemas críticos en una frase sucinta: “Imaginad decidir qué nación produce qué en una cadena global de producción. O corregir el precio para mejoras de calidad. La cabeza da vueltas”.[1]
Y muchas vueltas que debería dar. Aún peor que los problemas de medición asociados con el PIB es el potencial de mal uso, como en los más recientes, pero no únicos, intentos fallidos de dirigir la economía con estímulos y otras políticas monetarias y fiscales mal dirigidas. Un oponente temprano a las mediciones estadísticas del rendimiento económico, como señala Grant, fue Sir John Cowperthwaite, durante mucho tiempo secretario financiero británico de Hong Kong, cuya introducción de políticas económicas de libre mercado se considera por lo general que convirtieron al Hong Kong de la posguerra en un próspero centro financiero global.  Grant apunta que Cowperthwaite:
eludió intentos de compilar el producto bruto dela colonia de la Corona basándose en que las cifras resultantes no serían fiables y que su misma existencia constituiría una tentación para el gobierno para “dirigir” una economía que parecía ir bastante bien por sí sola.
A pesar de reconocer los muchos problemas (¿insuperables?) con la precisión de la renta nacional y la contabilización de productos, Ms. Coyle se pasa al otro bando. Se une “al Departamento de Comercio en celebrar su dato favorito como ‘una de las grandes invenciones del siglo XX’”. ¿Cuál es la justificación de Coyle para esta evaluación positiva del PIB? Grant responde: “El PIB puede que mida la felicidad humana o no, pero sí mide el crecimiento”, dice, y dela tasa de crecimiento en la producción depende una parte no pequeña de la satisfacción humana. El corolario no expresado es que, si el crecimiento se queda por debajo de algún mínimo deseado políticamente, corresponde al gobierno gastar dinero o imprimirlo”.
La defensa del PIB de Ms. Coyle no convence a Mr. Grant, ya que espera que tampoco lo haga a lectores sagaces. Grant saca la siguiente idea del libro:
Aunque evidentemente no era la intención de Ms. Coyle, leí su libro como un informe para “una no intervención positiva”, la aproximación de Cowperthwaite a la gestión macroeconómica. Si uno no puede en realidad medir la actividad económica, tal vez sea mejor no entrometerse en ella.
La tarea de restablecer un marco intelectual en el que una política de “no intervención positiva”, perfectamente representada en la lista de cosas que no hay que hacer de Rothbard, resulta abrumadora. Richard Ebeling resume:
En una época todavía muy dominada, incluso crecientemente, por lo que Hayek llamaba “cientifismo” (el intento erróneo de confinar y conformar las ciencias humanas dentro de la camisa de fuerza de los supuestos métodos de las ciencias naturales) es improbable que ninguna crítica de las herramientas cuantitativas, como el PIB (no importa lo devastadoras que sean) reducirá su uso y “adoración” por nuestros planificadores y reguladores estatistas.[2]
Esta tarea de crítica de herramientas cuantitativas, aunque abrumadora, debería sin embargo continuar diligentemente.
La tarea se hace más difícil por defectos en las contabilizaciones de productos y rentas. Estos defectos hacen inapropiados y tendenciosos los datos respecto de los intentos de hacer un análisis histórico de las condiciones empresariales coherente con la teoría austriaca del ciclo económico (TACE). La cuentas de productos y rentas no mediciones netas, no brutas, de la actividad económica.
Según Rothbard, “Es indudablemente legítimo y a menudo útil considerar rentas netas y ahorro neto, pero no siempre es clarificador y su uso ha resultado extremadamente engañoso en la economía actual”.  Se sobrevalora el gasto en consumo y se rebaja  la inversión y el ahorro en relación con su importancia general para mantener y expandir la estructura de producción.
Desde una perspectiva hayekiana, la inversión medida por cuentas de producto y renta, resta mucha importancia al papel del capital o de los gastos orientados al futuro en la economía.[3] Hayek lo planteó en su crítica a la errónea aproximación del infraconsumo de Foster y Catchings para las fluctuaciones.[4] Los gastos en “materias primas, productos semiacabados y otros medios de producción” exceden con mucho el valor de los bienes de consumo que se ofrecen simultáneamente en los mercados para bienes de consumo. Skousen ofrece un resumen excelente. Skousen recomienda una medición de los Gastos Nacionales Brutos para obtener una imagen más realista de la importancia del gasto empresarial (orientado al futuro) en la actividad económica actual total. Mientras que el consumo parece ser aproximadamente el 70% de la economía basada en el PIB, las medidas de actividad económica más en línea con una visión de la estructura de capital de la economía rebajan esta cifra a cerca del 30%.[5] Medidas de la actividad económica más amistosas con la estructura de capital, Gasto Nacional Bruto (GNB) o la nueva Producción Bruta (PB), para EEUU, tienen más del doble de tamaño del PIB y son más volátiles y por tanto mejores indicadores de la actividad del ciclo económico.[6]
Además de la distorsión causada por el poco énfasis en el ahorro y la inversión y el mucho énfasis en el consumo y todas las bobadas que conlleva esto, Robert Higgs destaca las distorsiones producidas por la inclusión del gasto público incluyendo, pero no limitado a la inclinación hacia multiplicadores fiscales keynesianos positivos. Resume:
Hasta la Segunda Guerra Mundial y los años de posguerra, cuando la burocracia federal institucionalizó el método preferido por el gobierno para calcular la renta nacional, los economistas ofrecían sólidos argumentos para excluir el gasto público de las estimaciones del producto interior bruto. Utilizando su aproximación general revela que el rendimiento de la economía privada para los últimos trece años ha sido solo un poco mejor que una completa estanflación.
La arrogancia política, los “espíritus animales del estado” o el ansia de entrometerse, como temía Cowperthwaite, se ven apoyados y a menudo impulsados por un apego ciego a los datos de la renta nacional y la contabilidad de producción. Somebody in Charge: A Solution to Recessions?, de Pierre Lemieux, establece lo peligrosas que son realmente las intromisiones para la prosperidad y la libertad:
Las causas y el legado de la crisis económica de 2007-2009 revelan una crisis subyacente más profunda, que es una crisis de autoridad. Las autoridades políticas han sido incapaces de controlar el crecimiento del poder del estado, que, durante la mayor parte del siglo XX, ha socavado el estado de derecho, la libertad individual y, en su expansión reciente, la prosperidad a la que nos hemos acostumbrado. (…) Estas autoridades, “los que están al cargo”, no solo han creado las condiciones para la reciente recesión, sino que han creado también un embrollo al tratar de resolverla y han puesto los cimientos para una crisis mucho peor en el futuro. Para colmo, han tratado de hacernos creer que algún otro, el “laissez faire” (…), fue el responsable de su fracaso.
Un mayor reconocimiento de los defectos del PIB es un útil pequeño paso para crear un consenso sobre el papel esencial de una política de “no intervención positiva” a la hora de generar una comunidad libre y próspera.

[1] Para un análisis histórico detallado de la estructura de producción o las cadenas de inversión, ver Sudha R. Shenoy “Investment Chains Through History”.
[2] Muchas gracias a Richard por permitirme citarle.
[3] El párrafo parafrasea a Cochran (p. 269, referencia omitidas, notas añadidas).
[4] Prices and Production and other Works, de F.A. Hayek ([1931] 2008, p. 156 nota 43), en apoyo de su argumento, cita un trabajo de M.W. Holtrop, basado en datos desarrollados por I. Fisher y la NBER, que demuestra que en 1912 la suma de pagos en dinero era “más de doce veces mayor que la suma de todas las rentas monetarias”.
[6] Más aquí. Ver también The Hayek-Keynes Debate: Lessons for Current Business Cycle Research(pp. 107-117) para una comparación detallada del marco de Hayek en relación con cuentas de productos y rentas.

Publicado el 18 de marzo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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