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lunes, 9 de mayo de 2016

Hillary Sánchez y Mariano Trump


Los cambios políticos profundos, los que afectan al sistema en su conjunto, siempre son lentos. Aunque nuestro país haya sido en determinados momentos históricos un laboratorio de lo que luego sucedería en el resto del mundo occidental, no cabe duda de que en general no estamos a la cabeza de la innovación en materia política ni ideológica. De hecho, es hasta comprensible que este revival absurdo del estalinismo de hace casi un siglo se haya cebado sobre todo con países como Grecia y España. No es precisamente un rasgo de modernidad de esas dos sociedades, sino de su lamentable casposidad a prueba de champúes, como lo ejemplifica también el acompañamiento que le ha salido a Syriza por el lado nazi. En la zona septentrional de nuestro continente, gran parte de la joven vanguardia antisistema adora a Anonymous o a los piratas, tiene por héroe a Edward Snowden, comercia en bitcoins, pasa del Estado al que considera con razón como un lastre pesado y un controlador tan insolente como innecesario, y promueve —incluso sin saberlo ni llamarlo así— un capitalismo auténtico, de base, de freelancers en red. En cambio aquí, sus coetáneos, que hace cinco años llenaron las plazas para pedir más Estado, son la cabeza de puente del chavismo en Europa. Vestirán parecido, pero no tienen nada que ver. Da bastante pena que, mientras en otras latitudes la gente se está sacudiendo el síndrome de Estocolmo inducido por el Estado-papá y empieza a pensar en soluciones alternativas de conjunto, no ensayadas hasta hoy, aquí volvamos a las viejas barricadas de siempre.
El supuesto bienestar aducido por los estatistas ha resultado ser puro endeudamiento temerario
En el mundo de las ideas políticas, el último medio siglo estuvo condicionado por una novedad ideológica nacida y desarrollada en la parte noroccidental del Viejo Continente: la socialdemocracia. Mientras tanto, pensadores como Rand o Rothbard retomaban las ideas de la Libertad desde donde se habían detenido por la guerra mundial y las actualizaban al nuevo contexto. En 1971 se fundó en los Estados Unidos el primer partido libertario del mundo, y hoy ya somos cerca de cuarenta en todo el planeta. Mientras el ciclo vital de la socialdemocracia se desarrollaba en Europa —donde había prendido principalmente a causa del contexto de la Guerra Fría, como una especie de vía intermedia— y se exportaba con éxito al mundo en desarrollo, en los Estados Unidos iba madurando el libertarismo, ganando posiciones incluso en los dos grandes partidos convencionales, sobre todo en el republicano, y alumbrando infinidad de institutos y organizaciones cada vez más influyentes. Ahora que el hiperpaternalismo se ha revelado como un peligroso opiáceo y el supuesto bienestar aducido por los estatistas ha resultado ser puro endeudamiento temerario, ahora que la socialdemocracia está herida de muerte en términos históricos, adquiere una renovada importancia la paciente evolución paralela del libertarismo norteamericano durante las últimas décadas.
Ahora muchos conservadores de libro tratan de apropiarse del término “libertarian”, como si no se les viera el plumero a la legua
El próximo paradigma no lo vamos a importar de la famosa Suecia, que ya ha derribado las estatuas teóricas a Olof Palme aunque aquí se siga hablando con atrevida ignorancia de una socialdemocracia escandinava cuyo desmontaje comenzó hace más de una década. Esta vez vendrá de Norteamérica, pero no de la Norteamérica oficialista, no del establishment pseudocapitalista de Washington, no de las élites anquilosadas del bipartidismo viejuno que, como nuestra socialdemocracia, está sometido al mayor cuestionamiento de su historia. Vendrá de la nueva Norteamérica, la que rechaza tanto el casposo conservadurismo del mainstream republicano como el insidioso intervencionismo económico y dirigismo cultural de los demócratas. Esa Norteamérica, la que tan bien encarna Silicon Valley, representa según una reciente encuesta el 27% de la población, y, atención, ya es la mayor corriente ideológica del país. Prueba de ese auge es que ahora muchos conservadores de libro tratan de apropiarse del término “libertarian”, como si no se les viera el plumero a la legua. Pero, por supuesto, con los conservadores ni a la vuelta de la esquina, porque sólo son “socialistas de derechas”, tan estatistas como el que más.

Un sondeo de hace unos días ya daba una intención de voto del 11% al más que probable candidato del Partido Libertario, el ex gobernador de Nuevo México, Gary Johnson. En su anterior candidatura a la Casa Blanca cosechó más de un millón doscientos mil votos. Si los pronósticos se cumplen, podrá multiplicar por diez o más su apoyo popular. Tan alto es el apoyo a Johnson que, con un poco de suerte, los guardianes de la ortodoxia bipartidista van a tener que tragar con su presencia en los debates de Trump y Clinton, cosa que no pasaba desde los tiempos de Ross Perot. Se verá así la diferencia entre Johnson, representante de la América de hoy, y los dos grandes dinosaurios que proyectan lo más arcaico de la sociedad americana. Se verá que el camino de la renovación pasa para todos, indefectiblemente, por mucho menos Estado y mucha más Libertad. Es un fenómeno inevitable, como inevitable es el fin de la socialdemocracia generalizada y transpartita, que aquí representan Albert Clinton y Mariano Trump, o Donald Rajoy y Hillary Sánchez. Tanto da.
Los libertarios españoles trabajamos para ofrecer una contrapolítica directa y desacomplejada, una enmienda a la totalidad del sistema socialdemócrata
Sí, aquí tardaremos un poco más en recibir la ola de libertarismo que se está formando al otro lado del Atlántico y que, inexorablemente, va a llegar a Europa. Pero en nuestro continente cada vez hay más libertarios preparados para combatir por igual el estatismo de izquierdas y el de derechas, y para asegurarnos de que la nueva “centralidad” política, como le gusta decir a Pablo Iglesias, no sea precisamente la de los bolcheviques sacados de los libros de Historia, sino la que afirma la soberanía individual de cada ser humano. Entre tanto, y pese a las trabas y zancadillas del sistema, los libertarios españoles estamos trabajando para volver a ofrecer el próximo 26 de junio una contrapolítica directa y desacomplejada, una enmienda a la totalidad del sistema socialdemócrata, esa costosa antigualla de la que debemos prescindir cuanto antes.

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