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martes, 17 de mayo de 2016

La pobreza del PIB







The Economist publicó recientemente un artículo criticando lo apropiado del PIB como medición del desarrollo económico y el progreso material.  En el pasado, la publicación ha tocado varias otras debilidades de esta medición agregada (incluyendo el hecho de que no es un indicador puntual y fiable que pueda guiar la política económica) y sugiriendo nuevas medidas para la prosperidad.
Como cabía esperar, ninguno de estos artículos explica un inconveniente importante del agregado del PIB: la inclusión del gasto público. En America’s Great Depression, Rothbard eliminaba el componente G para sugerir el Producto Privado Bruto (o la versión neteada, el Remanente del Producto Privado) como mejor indicador del progreso material de una nación. El profesor Herbener también señaló varios aspectos económicos importantes que deja fuera el PIB como medición agregada bruta. Además, el profesor Salerno también ha demostrado que una reducción en el PIB (tal y como se calcula hoy) a través de una reducción en presupuestos públicos e impuestos en realidad supondría un aumento en las existencias de capital, un aumento en el bienestar económico de los productores y un nivel superior real de vida para toda la población.
Sin embargo, el artículo más reciente de The Economist sí dirige la atención a un problema fundamental de usar esas mediciones agregadas para estimar el desarrollo económico a lo largo del tiempo. El autor explica la dificultad de comparar “el correo electrónico entregado en mano con el fax, los coches que conducen solos con los cacharros rodantes, los discos de vinilo con los servicios de música en streaming y las prótesis a medida con las muletas del servicio sanitario”, para captar las ganancias medias en el nivel de vida. Pero este problema no se limita al uso del PIB. Se extienden a captar la evolución de la desigualdad económica a lo largo del tiempo y, lo que es más importante, la evolución de la inflación de precios, estando ambas cosas actualmente en el centro de las políticas fiscales y monetarias. Como explicaba Mises en relación con las cifras índice usadas para mostrar las variaciones medias de precios de una cesta de bienes a lo largo del tiempo:
Cuanto más nos remontemos en la historia, más deberíamos tener que eliminar [de la cesta]: al final, parece que solo permanecerían aquellas porciones de renta real que sirvan para satisfacer las necesidades más básicas de la existencia. Incluso dentro de este ámbito limitado, las comparaciones serían imposibles, como, por ejemplo, entre la ropa del siglo XX y la del siglo X (…) Pero incluso si ignoráramos estas consideraciones (…) los cambios en maneras de vivir, en gustos, en opiniones con respecto al uso-valor objetivo de bienes económicos individuales, evocan fluctuaciones bastante extraordinariamente grandes en ellos, incluso en periodos cortos.
En último término, argumentaba Mises, la elección entre distintas formas de “medir” esas variaciones económica (deducir sus causas a partir de estas mediciones) es arbitraria desde un punto de vista económico y se convierte en buena parte en un empeño político:
Hay muchas maneras de calcular el poder adquisitivo por medio de cifras índice y cada una de ellas es buena desde ciertos puntos aceptables de vista, pero cada una de ellas también es mala, desde un número igualmente aceptable de puntos de vista. Como cada método de cálculo generará resultados que son distintos de los de cualquier otro método y como cada resultado, si se convierte en la base de mediciones prácticas, impulsará ciertos intereses y dañará otros, es evidente que cada grupo de personas declarará para aquellos métodos que mejor sirvan a sus propios intereses.
Esto subraya el hecho importante de que, aunque puedan ser útiles para la discusión, las cifras no pueden ser el núcleo de nuestras consideraciones prácticas y política y de que la búsqueda de mejores medidas de desarrollo económico es, en cierto modo, infructuosa. El foco debería estar en su lugar sobre las instituciones que subyacen nuestro sistema económico, como los derechos de propiedad y el sistema de precios y sobre cómo los cambios a estas instituciones afecta profundamente al bienestar humano.
En definitiva, el teléfono que tienes en la mano (creado por empresarios y comprado voluntariamente por un consumidor) dice mucho más acerca del crecimiento y el progreso que cualquier informe con las últimas cifras del PIB.

Publicado originalmente el 14 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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