El proceso electoral despierta, debido a su polarización, lo peor de los peruanos. Racismo, clasismo y, en general, desprecio por “el otro” –que no reconocemos como igual–, son pan de cada día. Son ignorantes los votantes de izquierda; son ignorantes los votantes del sur; son ignorantes y/o corruptos los votantes del fujimorismo.
Mucha de esa polarización se ha centrado en la superioridad de la economía de mercado sobre el socialismo (o viceversa), y en esa disputa también han proliferado las descalificaciones. Gente de todos los “bandos” ha caído en ese lamentable juego; pero personalmente me preocupa que varios autodenominados liberales lo hayan hecho, mostrando escasa o nula empatía por quienes reclaman una mayor intervención del Estado en la economía; o simplemente mayor Estado en funciones que incluso la ideología liberal reconoce. Se ha llegado a tildar a los votantes de izquierda de “ignorantes”, de querer un “puestito” en el gobierno, de “vagos”, de “anti-sistema”, de “comunistas” y hasta de “terrucos”.
Aunque creo firmemente en la superioridad de la economía de mercado sobre el socialismo como sistema de asignación de recursos; el liberalismo tendrá siempre una gran desventaja, sobre todo en un país como el nuestro, si no es empático (y en los izquierdistas uno generalmente sí encuentra empatía); y si no conecta con nuestra realidad.
Hace algunos meses, Jeffrey Tucker publicó un genial ensayo contra el “libertarismo brutal” (“Against Libertarian Brutalism”)[1] en el que, valiéndose de una analogía con una corriente arquitectónica (el “brutalismo”), critica al liberalismo que “reduce la teoría a sus más crudas y fundamentales partes, y aboga por la aplicación de esas partes en primer término. Pone a prueba los límites de la idea al deshacerse de toda elegancia, refinamiento, gracia y equipamiento. No le importa la causa mayor de la civilidad ni la belleza del resultado”[2].
Yo diría, en términos más simples que los de Tucker, que ponemos la idea por encima de las personas (sobre todo, de “el otro”); lo cual le quita todo el mérito a toda idea y a todo sistema de organización político o económico de la sociedad. Da la impresión, a juzgar por ciertas opiniones y comentarios, de que algunos liberales lo son no porque piensan que la economía de mercado nos conduce a una mejor sociedad; sino porque quieren proteger su propio status, incluso si eso implica aceptar situaciones injustas de pobreza, discriminación y desigualdad extrema.
No es este, por cierto, un llamado a un liberalismo que comprometa sus principios (la coherencia es importante, finalmente), pero sí a uno que sea empático, humilde y abierto a adoptar soluciones de compromiso.
El liberalismo debe ser empático. No sólo por razones elementales de decencia humana; sino porque eso ayudará a hacer su mensaje más sólido. Se me ocurre, por ejemplo, que al discutir el tema de la remuneración mínima vital, no basta explicar que genera desempleo o informalidad. Eso puede ser y es percibido como un mensaje que “toma más en cuenta los números que a la gente”. Hay que explicar que si se está en contra o se pide cautela al regular el sueldo mínimo es porque precisamente afecta a los más pobres, cerrándoles la puerta del mercado laboral. Los liberales debemos dejar claro que nos importa “el otro”.
El liberalismo debe ser humilde, incluso cuando sepamos (digo, cuando sea el caso, que no siempre lo es) más que el otro de economía o de políticas públicas. No olvidemos que uno de los argumentos para apostar por un sistema de libre intercambio tiene que ver precisamente con nuestra ignorancia sobre las necesidades y preferencias subjetivas del individuo. En palabras de Hayek (The Case for Freedom), “la posición en defensa de las libertades individuales descansa principalmente en el reconocimiento de nuestra inevitable ignorancia en lo que respecta a muchos de los factores de los que depende la consecución de nuestros objetivos y nuestro bienestar”[3]. Esto implica aceptar (y saber explicar) que las soluciones liberales no conducen a un estado ideal de las cosas (ningún sistema lo hace), y que los mercados perfectos no existen. Esto implica, además, aceptar que en ocasiones las intervenciones en el mercado se justifican y hasta funcionan bien.
El liberalismo debe ser abierto a soluciones de compromiso. Debemos dejar claro, para empezar, que nos importan la democracia y las instituciones, y que respetamos los acuerdos a los que se llega en democracia incluso cuando se aparten del “modelo” liberal. Debemos dejar claro no estamos dispuestos a adoptar “atajos” hacia una sociedad más liberal. No podemos ser lo que Mario Vargas Llosa llama “logaritmos vivientes”, “dispuestos a hacer tales concesiones en el campo político a la extrema derecha y al neofascismo que han contribuido a desprestigiar las ideas liberales y a que se las vea como una máscara de la reacción y la explotación”[4].
Por otro lado, como bien apunta Tyler Cowen, debemos aceptar que muchas veces la batalla por la libertad trae consigo, paradójicamente, más Estado[5]. Hay que aceptar que a veces las reformas liberales vienen “en paquete” con otras que no encajan en el recetario; o que a veces implican crear derechos o intervenciones estatales que en abstracto no nos parecen necesarias ni ideales[6].
Si no adoptamos estas tres actitudes, los liberales estaremos destinados a no salir de debates poco fructíferos y, por ende, a no avanzar la causa liberal. Estaremos, además, destinados a ser etiquetados como egoístas, individualistas o, peor aun, brutos.
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[1] No trataré en este post las diferencias entre liberalismo y libertarianismo. Baste por ahora aclarar que el análisis planteado por Tucker aplica también a los liberales.
[2] Traducción libre del siguiente texto: “It strips down the theory to its rawest and most fundamental parts and pushes the application of those parts to the foreground. It tests the limits of the idea by tossing out the finesse, the refinements, the grace, the decency, the accoutrements. It cares nothing for the larger cause of civility and the beauty of results”.
[3] Traducción libre del siguiente texto: “The case for individual freedom rests chiefly on the recognition of the inevitable ignorance of all of us concerning a great many of the factors on which the achievement of our ends and welfare depends”.
[4] VARGAS LLOSA, Mario. Liberales y liberales. Diario El País, 25 de enero de 2014. Disponible en:http://elpais.com/elpais/2014/01/24/opinion/1390564257_262878.html
[5] COWEN, Tyler. The Paradox of Libertarianism. 11 de marzo de 2007. Disponible en: http://www.cato-unbound.org/2007/03/11/tyler-cowen/paradox-libertarianism
[6] Se me ocurre, por ejemplo, el caso del matrimonio igualitario. Aunque lo ideal es que el Estado no regule el matrimonio, dado que lo regula para las parejas heterosexuales es necesario que lo regule también para las parejas homosexuales a fin de brindarles igualdad ante la Ley y la posibilidad de desarrollar su proyecto de vida más libremente.
Este artículo fue publicado orginalmente en el blog de Mario Zúñiga (Perú) el 26 de abril de 2016.
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