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domingo, 22 de mayo de 2016

Esclavitud y libertad

 



[Extraído de Liberalismo]
La idea de libertad se ha imbuido tan profundamente en todos nosotros que durante mucho tiempo nadie se atrevió a ponerla en cuestión. La gente se acostumbró a hablar siempre de libertad solo con la máxima reverencia y permaneció para que Lenin la llamara un “prejuicio burgués”. Aunque hoy se olvide a menudo el hecho, todo esto es un logro del liberalismo. El mismo nombre de liberalismo deriva de libertad y el nombre del partido que se oponía a los liberales (ambas designaciones nacen en las luchas constitucionales españolas de las primeras décadas de siglo XIX) era originalmente el “servil”.
Antes del auge del liberalismo, incluso filósofos moralistas, fundadores de religiones, clérigos animados por las mejores intenciones y estadistas que amaban genuinamente a su pueblo, veían la esclavitud de una parte de la raza humana como una institución justa, generalmente útil y abiertamente beneficiosa. Algunos hombres y pueblos estaban, se pensaba, destinados por naturaleza a la libertad y otros a la servidumbre. Y no solo los amos pensaban eso, sino también la mayor parte de los esclavos. Aceptaban su servidumbre, no solo porque tenían que rendirse ante la fuerza superior de sus amos, sino también porque encontraban algo bueno en ella: el esclavo se ve liberado de la preocupación de conseguir su pan diario, pues el amo está obligado a proveerle las necesidades de la vida. Cuando aparece el liberalismo, en el siglo XVIII y primera parte del XIX, para abolir la servidumbre y el sometimiento de la población campesina en Europa y esclavitud de los negros en las colonias de ultramar, no pocos humanitarios sinceros declararon oponerse. Los trabajadores no libres están acostumbrados a su servidumbre y no la sienten como un mal. No están realmente a favor de la libertad y no sabrían qué hacer con ella. La desaparición de la atención del amo les resultaría muy dañina. No serían capaces de gestionar sus asuntos de una forma tal que les proporcione más allá de las necesidades mínimas de la vida y pronto caerían en la necesidad y la miseria. Así que la emancipación no solo no les haría ganar nada de valor real, sino que dificultaría gravemente su bienestar material.
Lo que resultaba asombroso era que se pudiera escuchar estas opiniones expresadas incluso por muchos de los esclavos a los que se preguntara. Para contrarrestar esas opiniones, muchos liberales creían necesario presentar como regla general e incluso ocasionalmente mostrar de forma exagerada los casos excepcionales en que siervos y esclavos habían sufrido abusos crueles. Pero esos excesos no fueron en modo alguno generales. Por supuesto, hubo ejemplos aislados de abuso y el hecho de que existieran esos casos fue una razón adicional para la abolición de este sistema. Sin embargo, en general, el tratamiento de esclavos por sus amos era humano y moderado.
Cuando a quienes recomendaban la abolición de la servidumbre involuntaria sobre bases humanitarias se les decía que el mantenimiento del sistema era también en interés de los esclavizados, no sabían que decir en respuesta. Pues contra esta objeción a favor de la esclavitud hay solo un argumento que pueda refutar y refute todos los demás y que es que el trabajo libre es incomparablemente más productivo que el trabajo esclavo. El esclavo no tiene ningún interés en esforzarse totalmente. Solo trabaja tanto y tan concienzudamente como sea necesario para escapar del castigo asociado  no realizar lo mínimo. El trabajador libre, por el contrario, sabe que cuanto más logre su trabajo, más se le pagará. Se esfuerza al máximo para aumentar su renta. Solo hay que comparar las demandas sobre el trabajador que genera un tractor moderno con el gasto relativamente pequeño de inteligencia, fuerza e industria que hace solo dos generaciones se consideraba suficiente para los trabajadores siervos de Rusia. Solo el trabajo libre puede lograr lo que deba demandarse del trabajador industrial moderno.
Los charlatanes atolondrados pueden por tanto argumentar interminablemente sobre si todos los hombres están destinados a la libertad y si ya están listos para ella. Pueden seguir argumentando que hay razas y pueblos a los que la naturaleza ha prescrito una vida de servidumbre y que las razas de los amos tienen el deber de mantener en servidumbre al resto de la humanidad. El liberal no se opondrá a sus argumentos en modo alguno porque su razonamiento a favor de la libertad de todos, sin distinción, es de un tipo completamente diferente. Los liberales no afirmamos que Dios o la naturaleza quieran que todos los hombres sean libres, porque no conocemos los designios de Dios o la naturaleza y evitamos, por principios, incluir a Dios o a la naturaleza en disputas sobre cuestiones mundanas. Lo que sostenemos es solo que un sistema basado en la libertad para todos los trabajadores garantiza la máxima productividad del trabajo humano por tanto interesa a todos los habitantes de la tierra. Atacamos la servidumbre involuntaria, no debido al hecho de que sea ventajosa para los “amos”, sino porque estamos convencidos de que, en un análisis definitivo, daña los intereses de todos los miembros de la sociedad humana, incluyendo a los “amos”.  Si la humanidad hubiera mantenido la práctica de mantener en servidumbre a toda o incluso una parte de la fuerza laboral, no habrían sido posibles los magníficos desarrollos económicos de los últimos ciento cincuenta años. No tendríamos ferrocarriles, ni automóviles, ni aviones, ni barcos de vapor, ni luz ni energía eléctrica, ni industria química, igual que los antiguos griegos y romanos, con todo su genio, no tuvieron estas cosas. Basta simplemente con decir esto para que todos se den cuenta de que incluso los antiguos amos d esclavos o siervos tenían todas las razones para estar satisfechos con la evolución de los acontecimientos después de la abolición de la servidumbre involuntaria. Hoy el trabajador europeo vive bajo circunstancias externas más favorables y gratas que las que tenía el faraón de Egipto, a pesar del hecho de que el faraón mandaba sobre miles de esclavos, mientras que el trabajador no tiene nada de lo que dependa salvo la fuerza y habilidad de sus manos. Si un rajá de tiempos pasados pudiera estar en las circunstancias  en las que vive hoy el hombre común, declararía sin dudarlo que su vida ha sido la de un mendigo en comparación con la vida que incluso un hombre con medios moderados puede llevar en la actualidad.
Este es el fruto del trabajo libre. Es capaz de crear más riqueza para todos que la que el trabajo esclavo proporcionaba a los amos.

Publicado originalmente el 20 de abril de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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