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miércoles, 18 de mayo de 2016

La guerra del gobierno contra la vivienda asequible

Houses



En el actual ambiente político, oímos una y otra vez que la clave para aliviar la preponderancia y efectos de la pobreza es aumentar las rentas nominales. Lo oímos repetidamente en reclamaciones de un “salario vital”  y de un salario mínimo. También se promueve en debates sobres una “renta básica mínima”, Seguridad Social y otros tipos de prestaciones sociales financiadas por los contribuyentes.
Sin embargo, históricamente, los propios pobres entendían que la forma más eficaz de reducir la pobreza era reducir el coste de la vida y aumentar así los salarios reales.

Esta estrategia ha sido evidente desde hace mucho tiempo en el uso de la familia extensa como medio para llegar recursos. Por eso las familias históricamente incluían a abuelos y otros parientes solteros dentro de ellas que podían intercambiar servicios domésticos por el beneficio de un menor coste de vida. Cuando esta estrategia no se usa o no está disponible, no hay plan B y aumenta el riesgo de una mayor pobreza. Encontramos, no sorprendentemente, que las familias con padres solteros (incluyendo los hombres solteros) están peor que las familias con dos padres. Como estrategia para mantener bajos los costes de la vida, tener múltiples trabajadores en una habitación (sean asalariados o no) funciona.

Los beneficios económicos de las pensiones

Esto también funciona a nivel comercial e históricamente muchos estadounidenses buscaron llegar a fin de mes poseyendo o alquilando una pensión. Este fenómeno también incluía los “hoteles residenciales”, que era normalmente pequeñas instalaciones sin lujos que atendían a los residentes permanentes con rentas bajas.

Una casa de huéspedes o “pensión” era el tipo de vivienda, popular en el siglo XIX y antes, en el que los propietarios alquilaban habitaciones de la casa a personas sin relación con ellos. Los residentes de la casa a menudo compartían los baños.

En su historia de los hoteles residenciales, Living Downtown, el historiador Paul Groth señala que hasta la mitad de la población urbana en Estados Unidos vivía bajo esas condiciones a finales del siglo XIX y principios del XX:
Especialmente antes de la década de 1920, las diferencias eran difusas entre una casa familiar privada y una pensión comercial porque mucha gente se hospedaba o alojaba con familias privadas. Los huéspedes dormían en la casa y comían con una familia; los alojados dormían en la casa pero comían en otro lugar. Familias enteras eran hospedadas (a menudo padres o madres solteras de menos de treinta años) pero los huéspedes más comunes eran jóvenes solteros con pocos recursos financieros. Hospedaje y alojamiento prevalecían tanto en la vida familiar estadounidense (junto con la presencia de sirvientes y parientes) que a lo largo del siglo XIX y principios del XX, el uso de la expresión “casa unifamiliar” resultaba equívoco. En una estimación conservadora de esos años, de un tercio a la mitad de todos los estadounidenses urbanitas o estuvo hospedado o tuvo huéspedes en algún momento de su vida.
Un beneficio adicional de estas disposiciones vitales era la seguridad. Con una viviendo menos formalizada, había “seguridad en las cifras” para alojados y huéspedes que preferían vivir entre gente con la que estaban familiarizados y que probablemente advertirían si otros huéspedes estaban en peligro debido a personas externas u otros huéspedes. En acuerdos más formales, como en los hoteles residenciales pequeños, la seguridad estaba incluso más institucionalizada con conserjes cuidando de las entradas e incluso, en algunos casos, guardias de seguridad en los vestíbulos.

El final de la época de las pensiones

Sin embargo, al aumentar con el tiempo la prosperidad de la clase media, las pensiones y hoteles residenciales de bajo coste se hicieron menos esenciales para la vida cotidiana y se hicieron menos comunes. Como un porcentaje mayor de la población dejó de necesitar pensiones, muchos votantes empezaron a verlas más como una molestia. Entonces llegó una tendencia en la que los ayuntamientos empezaron a regular con severidad las pensiones y en muchas zonas fueron simplemente prohibidas, regulaciones nunca vistas antes acerca de cuántas personas sin parentesco podían vivir en una sola casa.

Esta tendencia vino además acompañada por una guerra ideológica progresista contra las pensiones, que fue calificada como “comunista” por muchos reformistas progresista. La  historiadora Stephanie Coontz explica in The Way We Never Were:
Como explicaba un catedrático de la Universidad de Chicago en 1902: “una habitación comunista obliga a los miembros de una familia a aceptar inadvertidamente formas comunistas de pensamiento”. El comisionado del trabajo Charles Neill declaraba en 1905: “Debe haber una casa independiente y, en la medida de lo posible, habitaciones independientes, de forma que en un periodo temprano de la vida se pueda inculcar la idea de los derechos de propiedad, el derecho a las cosas, a la privacidad”
Para los progresistas, “propiedad privada” no significaba (como podría pensar hoy un libertario) el derecho a usar tu propiedad como te parezca. Evidentemente, si fuera así, se permitiría a la gente compartir habitación si quisiera. Por el contrario, los progresistas seguían una visión normativa del uso de la propiedad privada en el que dicha propiedad debe usarse de una forma que refleje  las ideas del reformador progresista de, como dice Coontz, “la clase media protestante nativa del siglo XIX”.
Así que, dado que “propiedad privada” no significa realmente una libertad para usar libremente la propiedad, los progresistas se pusieron a trabajar en acabar con la cultura de las pensiones. Coontz continúa:
Los reformistas defienden la acción del estado (…) para acabar con la “promiscua” socialización de las clases urbanas en casas urbanas de vecinos y calles. Se volvían histéricos acerca de los peligros del hospedaje y el alojamiento, en un tiempo prácticas respetables de clase media, y se referían a la “costumbre callejera” como si fuera una adicción peligrosa, como el crack o la cocaína. Para erradicar esta adicción, los progresistas promulgaban nuevas leyes urbanísticas y códigos de construcción prohibiendo a familias de clase trabajadora compartir barrios.
No es sorprendente que al exprimir así al mercado privado de la vivienda se llegara a un declive en la oferta de viviendas de bajo coste en las ciudades de Estados Unidos y se obligara a muchos ciudadanos a recurrir en su lugar a los programas sociales públicos. Como señala Coontz, esta era la idea de los progresistas que querían más ciudadanos en la asistencia pública como medio para promover la obsesión progresista con el ideal de una familia por vivienda:
Los reformistas abolieron las instituciones y agencias informales locales que se habían usado antes por las familias de clase trabajadora para ejercer cierto grado de autorregulación cooperativa. Su defensa de la ayuda pública a los pobres derivaba en parte de un deseo de desanimar la cooperación social y la puesta en común económica más allá de la familia.
En otras palabras, los progresistas lanzaron una guerra contra los intentos existentes del mercado de rebajar el coste de la vida. Al aumentar el coste de la vida, los progresistas los sustituían por las prestaciones sociales públicas centralizadas.
La destrucción de la vivienda asequible basada en las pensiones se volvió posteriormente más aguda por el movimiento de “renovación urbana” en el que se usaban fondos federales para promover la demolición y nuevo desarrollo planificado públicamente de áreas en las que permanecían viviendas baratas de propiedad privada.

El redescubrimiento de los viejos modelos de vivienda

Hoy en día, con los precios de la vivienda aumentando tan a menudo más rápidamente que los salarios para las familias de clase media, incluso los adeptos más comprometidos con los “salarios vitales” reconocen que los viejos modelos de reforma de la vivienda han fracasado en proporcionar vivienda asequible a las clases trabajadoras y grupos de rentas bajas.

Aunque la respuesta esté simplemente en una mayor libertad para los propietarios, son ahora normalmente los izquierdistas los que promueven acabar con las regulaciones públicas que hacen legalmente oneroso para una familia abrir una pensión o incluso alquilar una habitación en una casa suburbana.
Este artículo de David Smith es un ejemplo típico, como lo es este artículo de Alan Durning en el Sightline Institute, en el que escribe:
Un futuro desencadenado por esas normas [es decir, urbanización frente a casas de huéspedes] vería la reaparición de alternativas baratas, incluyendo pensiones y otras formas residenciales antiguas. Esas unidades no satisfarían a aquellos con mayores medios y las expectativas que los acompañan. No trataría de hacerlo. Pero pueden atender una necesidad urgente para los jóvenes, algunas personas mayores y personas pobres y de la clase trabajadora de todas las edades: la necesidad de viviendas que puedan pagar y que todavía son, en expresión del profesor de la UC Paul Groth, “más lujosas que aquellas en las que vive de un tercio a la mitad de la población de la tierra”.
Por desgracia, probablemente requiera un cambio importante en las ideologías que prevalecen en Estados Unidos antes de que los votantes empiecen a permitir libertades básicas a sus vecinos que puedan necesitar alquilas algunas habitaciones para llegar a fin de mes. Después de todo, ¿por qué preocuparse en aumentar la oferta de viviendas (y por tanto rebajar el coste de la misma) cuando algún programa público simplemente subvencionaría los alquileres a gente que en caso contrario habría vivido en una de esas pensiones ahora ilegales? La visión progresista de la reforma de la vivienda sigue viva.

Publicado originalmente el 13 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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