Después de casi una década de crisis económica, desencadenada tras años de falsa bonanza, la desigualdad económica se ha tornado en una cuestión de máxima vigencia
Posiblemente han visto ustedes la película de 2013 dirigida por Neill Blomkamp, 'Elysium'. Ambientada en 2154, el filme es una distopía que muestra un planeta superpoblado, preso de la miseria y la contaminación, alrededor del cual orbita una estación espacial que da nombre al filme y en la que reside un grupo de privilegiados. Protagonizada por Matt Damon y Jodie Foster, se trata de una pieza de propaganda en contra de la desigualdad en un mundo dirigido por élites gubernamentales y grandes corporaciones, donde el 1% vive en condiciones muy superiores a las del 99%. Pues bien, aunque seguramente la intención del director era muy diferente, la cinta ilustra a dónde nos conduce el actual sistema monetario en manos de políticos y el incesante aumento del dinero creado 'ex nihilo', que acrecienta la desigualdad.
Después de casi una década de crisis económica, desencadenada tras años de falsa bonanza inducida por la multiplicación de la deuda y del dinero creado de la nada, la desigualdad económica se ha tornado en una cuestión de máxima vigencia. No en vano, se achaca al crecimiento de la brecha entre ricos y pobres la culpa de todos los males de nuestra sociedad, incluido el mayor de todos ellos, la falta de crecimiento. Y es que, con frecuencia, se cae en el error de confundir causas con consecuencias, estableciendo la desigualdad como origen de nuestros problemas.
Sin embargo, la desigualdad no es la causa sino el resultado no deseado de las políticas económicas y monetarias disfuncionales llevadas a cabo por gobiernos y bancos centrales de todo el mundo. Esa es la tesis que, acertadamente, sostienen Philipp Bagus y Andreas Marquart en el libro que acaban de publicar en España con el provocador título 'Por qué otros se hacen cada vez más ricos a tu costa'... Y qué responsabilidad tiene el Estado y cómo juega con nuestro dinero (*). Y es que el verdadero origen de las diferencias económicas hay que buscarlo en el monopolio adquirido por los poderes públicos sobre la moneda y la política inflacionista llevada a cabo en la inmensa mayoría de los países en los últimos 40 años.
De forma amena y en lenguaje sencillo y directo, Bagus y Marquart nos explican cómo el dinero que el Banco Central Europeo (BCE), la Reserva Federal de EEUU (Fed) o el Banco de Japón (BoJ) crean literalmente de la nada -les basta un mero apunte contable- conduce a una determinada distribución de la renta y la riqueza en sus respectivas jurisdicciones. Y es que la impresión -en sentido figurado- de nuevos euros, dólares o yenes nunca es neutral ni inocua, sino que siempre favorece a aquellos primeros afortunados que disponen del dinero recién creado. Estos resultan claramente beneficiados, porque pueden adquirir bienes o activos antes de que el mercado ajuste sus precios a una nueva realidad con más billetes en circulación.
En el lado opuesto se sitúan aquellos con menos suerte a quienes el dinero nuevo les llega más tarde -típicamente, en forma de incrementos salariales-, si es que les llega. Para entonces, los precios ya habrán subido en proporción al aumento de la masa monetaria y sus ingresos adicionales apenas les supondrán una mejoría real. Es lo que se conoce como efecto Cantillon, en honor del economista irlandés que descubrió el fenómeno y que ya les he presentado en este espacio en alguna otra ocasión (De la operación Bernhard a la operación Draghi, 3/2/2015).
Si, pese a esta explicación, desconfían del efecto generador de desigualdad de la política monetaria, permítanme que les traslade la misma pregunta que Bagus y Marquart hacen a sus lectores. Considerando que la cantidad de dinero que hay en circulación en la eurozona -técnicamente conocida como M2, que incluye el efectivo y los depósitos bancarios a corto plazo- se ha más que duplicado desde que se introdujo el euro, ¿ha ocurrido lo mismo con el dinero que ustedes tienen en metálico y en el banco? ¿Se ha multiplicado en la misma proporción? Si no tienen ustedes la fortuna de responder afirmativamente a esta pregunta, quizás estén preguntándose ahora dónde ha ido a parar ese dinero. ¿En el bolsillo o en la cuenta de quién está?
Si son ustedes asalariados o, ya retirados, viven de una pensión complementada con las rentas que les proporcionan sus ahorros, lamento comunicarles que han caído en el lado de los perdedores. Cuando todo este dinero creado de la nada les llegue a ustedes, sus primeros perceptores llevarán mucho tiempo ya beneficiándose de él, y seguramente lo habrán gastado ya en bienes cuando estaban más baratos, o bien lo habrán invertido lucrativamente en activos financieros antes de la espectacular subida de precios de los últimos años. Viven ustedes aquí abajo, en la Tierra.
Y si se preguntan quiénes son esos afortunados que han accedido a Elysium, a quiénes les ha llegado el nuevo dinero mucho antes que a ustedes, sepan que se trata principalmente del Estado y del sistema financiero. El primero, como dueño absoluto de la 'impresora', y el segundo, como canal imprescindible para su multiplicación y difusión en forma de deuda. Recuerden que en el actual sistema monetario, el banco central, de forma muy esquemática, crea dinero con una simple anotación en su balance. Les basta apuntarse un pasivo en forma de depósito de los bancos y un activo en forma de préstamo a esas mismas entidades para crear dinero. Estas, a su vez, gracias a la reserva fraccionaria, pueden multiplicarlo dando crédito.
En segunda instancia, los siguientes más beneficiados son quienes perciben rentas gracias a las decisiones de los políticos, como por ejemplo las grandes empresas que viven del BOE y del gasto público, y todos aquellos que estén dispuestos a endeudarse para adquirir bienes o con la finalidad de invertir. Ellos son quienes pueden disponer antes que ustedes del dinero recién creado.
Sin embargo, a los ciudadanos la propaganda nos vende día sí y día también que el capitalismo es poco social y que el origen de la desigualdad radica en la propiedad privada, la libertad de empresa y el mercado no regulado. Por ese mismo motivo, los socialistas de todos los partidos, como los bautizara Friedrich Hayek, nos instan a mantenerlo a raya. Pues bien, sepan ustedes que el dinero artificial y un sistema financiero privilegiado por los poderes públicos son los que hacen que los muy ricos sean cada vez más ricos y que las clases bajas y medias -especialmente estas últimas- se empobrezcan relativamente.
Pero eso no siempre ha sido así. Les invito a que echen una ojeada al gráfico que les muestro arriba, preparado con otro fin por Daron Acemoglu y David Autor y compartido en Twitter por Manuel Hidalgo mientras preparaba este artículo. Fíjense cómo las curvas que representan el crecimiento acumulado de los salarios reales de los grupos que más y que menos ganan -los ricos y los pobres- corren en paralelo hasta el inicio de los setenta, momento a partir del cual comienzan a separarse. ¿Saben ustedes qué hecho relevante coincidió por esas fechas? El abandono definitivo de la vinculación del dinero a un bien físico: el oro. A partir de entonces, los políticos pudieron multiplicar sin límite la masa monetaria. Y así hicieron.
Y es que con el sistema monetario ya bajo su control absoluto, el incremento incesante de la masa monetaria y el endeudamiento cada vez mayor, los políticos -y no el capitalismo- han empobrecido a los pobres y enriquecido a los ricos. Pero como actúan bajo la cobertura del velo monetario, pueden culpar a otros y presentarse como bienintencionados benefactores, siempre dispuestos a corregir los fallos del mercado y redistribuir la riqueza. Han creado, pues, un sistema económico inestable y corrupto, del que cada vez dependen directa o indirectamente más personas, y a quienes solo ellos mismos pueden rescatar en caso de crisis imprimiendo más dinero. Como acertadamente denuncian Bagus y Marquart en la obra reseñada, fingen resolver problemas que no existirían sin su monopolio monetario.
Eso es lo que han conseguido los políticos con su dinero de mala calidad. Han generado una enorme dependencia de las personas y las empresas respecto del Estado. Con sus prestaciones sociales, subvenciones, concursos y contratos públicos, entre otras muchas transferencias de rentas, y con su fomento del endeudamiento irresponsable manipulando a la baja los tipos de interés, han terminado por corromper a la sociedad.
Y terminando con la desgraciada humanidad retratada en la película del inicio, les dejo la siguiente reflexión: ¿creen que una infraestructura de la escala de Elysium podría llevarse a cabo sin un endeudamiento colosal, sustentado en la creación de dinero de la nada por parte del Estado? ¿Cuáles serían las consecuencias? Miren a la Tierra. No en vano, los autores comienzan el libro citando al economista Roland Baader, que definió el control político de la creación de dinero como “la mayor desgracia de la humanidad”.
(*) Philipp Bagus, Andreas Marquart, 'Por qué otros se hacen cada vez más ricos a tu costa', Editorial Deusto.
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