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martes, 17 de mayo de 2016

Pero, ¿es bueno el libre comercio?

Alejandro Hidalgo




El primer día de clase de Economía Aplicada hacemos un experimento. Este ha sido el primer año. Separamos a la clase en dos grupos y le damos una “tecnología”. Unos saben pescar mejor que hacer pan mientras que otros lo contrario. Hay quien se queja, pero no hay opción, la tecnología no se escoge, al menos en este experimento. Les decimos a los alumnos que, dada una serie de restricciones, como por ejemplo no hay más horas que las disponibles, ni población que la existente, decidan cuánta cantidad de peces o pan quieren producir. Les decimos, además, que ni el pan ni los peces pueden consumirse por separado, y que lo que deben calcular es cuántos bocatas de pescadito pueden hacer. ¡Ah! solo un pequeño detalle: uno de los grupos es muy eficiente produciendo bocatas y otros, no. Los pocos eficientes, por desgracia, podrán hacer muchos menos bocatas que los eficientes. Pongamos que a los primeros los llamamos, por ahora, pobres, y a los segundos, ricos. Sólo por elegir un nombre sin trascendencia más allá de llamarlos en clase cómodamente. Ya saben, sin intención.
El experimento continúa pidiéndoles que modifiquen su estrategia. Que piensen en qué les puede beneficiar el comercio con los otros alumnos y que se planteen si tiene sentido comerciar con ellos o no. Rápidamente se dan cuenta que lo que deben hacer es especializarse en la producción de uno de los bienes, incluso si eres el menos eficiente, y que siempre, siempre, siempre, ganarán si lo hacen. Se dan cuenta que con el excedente que obtienen por dedicarse a producir aquello en lo que son buenos, pueden comprar al otro aquello en lo que no son y así elevar el consumo de bocatas. Ambos grupos ganan.
Cuando finalizó el experimento llamé a un alumno de los que estaba en clase y le pedí que subiera a la tarima mientras le señalaba diciendo a sus compañeros que él representaba lo que el comercio significaba: la felicidad. Llevaba un jersey que decía en grande y con colores llamativos lo feliz que era por lo que fuera que pusiera en el resto del texto impreso en tal prenda de vestir, no lo recuerdo. Después de su esperado e intenso rubor, se sentó en medio de la satisfacción de todos por haber comprendido, mientras jugábamos, cómo el comercio internacional nos beneficia a todos.
Si los países se dedican solo a producir aquello en lo que son mejores, todos ganan
Este ejercicio no tiene más intención que demostrar a los alumnos lo que la Teoría del Comercio Internacional de David Ricardo nos dice sobre las ventajas del mismo. Según Ricardo, un economista que lleva muerto casi doscientos años, el comercio se basa en el aprovechamiento de la ventaja comparativa (comercio aquello en lo que soy mejor comparado conmigo mismo). Si los países se dedican solo a producir aquello en lo que son mejores, todos ganan, incluso sin no eres el mejor del mundo en lo que, relativamente, tú eres mejor. Una consecuencia más de la división del trabajo. 
Para terminar de explicar esta posibilidad les explico qué haría el mejor jugador del mundo de fútbol si también fuera el mejor jardinero del mundo. ¿Creen que Messi (sí, Messí) se dedicaría a perder el tiempo cortando césped cuando puede ganar millones jugando al fútbol? A cambio, dejará a un jardinero profesional - no necesariamente mejor que Messi haciendo fantasmales figuras con los setos de su jardín- que le arregle el patio trasero de su gran casa en algún lugar de la costa catalana.
Este argumento es con el que se suele defender que el comercio es bueno. Pero no es sólo la teoría. La práctica confirma que el comercio internacional ha elevado la renta del conjunto de las economías que participan en él. La evidencia nos dice que los países que han entendido cómo funciona el comercio internacional han mejorado claramente sus estándares de vida. En los últimos 150 años tenemos los ejemplos de Japón, Italia, España, Corea, China, Taiwán, Brasil, India… El comercio es bueno, y por lo tanto, coartarlo, malo. Sencillo, ¿no? Pues no tanto.
Una vez llegados a este punto siempre hago una pregunta a los alumnos. Si el ingenuo modelo de Ricardo es tan bueno, y el comercio ha ayudado a mejorar el bienestar de gentes y naciones a lo largo de la geografía y de la historia, entonces ¿por qué hay quiénes siempre protestan ante la posibilidad de incrementar la liberalización del comercio mundial? ¿Puede ser que es que no entienden nada? ¿O puede ser que realmente hay damnificados por la liberalización comercial? Como les digo a los alumnos, la razón es que, aunque el comercio sea un juego de suma positiva en el largo plazo, en el corto plazo puede que no esté tan claro puessiempre hay perdedores, y posiblemente no pocos.
El comercio no es bueno para todos, aunque sí lo sea el óptimo para el conjunto de la sociedad
Para ello dejamos a Ricardo y avanzamos hasta mediados del siglo XX (años 50) para conocer el modelo de los economistas suecos Heckscher yOhlin. Según este modelo - que le valió elNobel al segundo de ellos, aprendiz del primero y único superviviente cuando la academia sueca se acordó de sus aportaciones - los países se diferencian por la diferente dotación factorial: los hay que tienen mucha mano de obra y los hay que tienen importante dotación de capital. Como los primeros puede producir bienes intensivos en mano de obra eficientemente (barato) y los segundos bienes intensos en capital, el comercio tendrá una dirección y sentido lógico. Si, por ejemplo, yo no comercio con un país intensivo en mano de obra, podré tener industria de ese tipo en mi país. Pero si abro mis relaciones comerciales con este tipo de países, aquellos que trabajan en industrias intensivas en mano de obra sufrirán las consecuencias, y por ello, perderán. El comercio no es bueno para todos, aunque sí lo sea el óptimo para el conjunto de la sociedad: dispondremos más bienes intensivos en mano de obra y más barato.
No obstante, este modelo tiene muchas limitaciones, y aunque sea interesante y nos ofrezca resultados, es muy limitado. Asume, por ejemplo, que en fases tempranas de la liberación, los trabajadores de países “pobres” mejorarán su renta absoluta y relativa con respecto a los ciudadanos con mayores ingresos. Sin embargo, aunque la posición absoluta suele mejorar, no es tan claro que la desigualdad se vea reducida. Además, predice que el comercio es intenso entre países pobres (intensivos en mano de obra) y ricos (intensivos en capital), cuando los datos no confirman tal dirección de los flujos comerciales.
Desde entonces muchos otros economistas han intentado entender mejor las causas y consecuencias del comercio internacional así como sus patrones. Aunque hay muchos modelos, existe un antes y después de Krugman en la teoría del comercio internacional. El ganador del premio Nobel desarrolló una teoría algo más compleja pero que rápidamente tuvo un gran éxito. Para el economista norteamericano, el comercio se ofrece entre iguales porque, primero, nos gustan los bienes diferenciados, es decir, compramos coches alemanes pese a que fabricamos coches en España solamente porque tenemos preferencias por algunos de estos coches, y en segundo lugar por que sin fronteras económicas (aranceles y otro tipo de limitaciones) existe una tendencia global a localizar actividades en pocas plantas dada la existencia de economías de escala. Es por ello, por ejemplo, que todas las cajas de cambio de la empresa Renault se fabrican a pocos kilómetros de donde les escribo. ¡Francia importa cajas de cambio desde España de un producto cuya marca impresa es “suya”! 
El comercio internacional, aun siendo positivo en términos globales y generales, amplia el rango de posibles perdedores
Esta nueva visión nos lleva a que el comercio internacional, aun siendo positivo en términos globales y generales (no lo duden jamás), amplia el rango de posibles perdedores. Recuerden algunas tesis de Myrdal de los años 60, y que pueden explicarse a la perfección con el modelo de Krugman. Los procesos de integración pueden conllevar a una aglomeración de actividades en determinadas zonas (el centro), las más eficientes, y convertir en un desierto otras zonas con peores cualidades (la periferia). Habrá, incluso, hasta regiones o países que pudieran perder con el comercio.
Todo este desarrollo no me lleva a considerar el comercio como una amenaza global para el desarrollo. Es más, creo que existen países que no consiguen desarrollarse precisamente porque interponemos desde los países “ricos” limitaciones a la liberalización de los mercados en los que estos son especialistas.¿Se acuerdan de la PAC? Pero es justo afirmar que el comercio no es neutro ni inocuo, sino que genera en algunas zonas transiciones dolorosas, con perdedores y damnificados. Y es bueno saberlo y entenderlo. Así, cuando hablemos de lo bueno que puede ser un acuerdo comercial con Estados Unidos, lo hagamos escuchando y atendiendo a todos los colectivos que, sin eslóganes ni titulares de prensan, tiene razón en elevar dudas y desconfianza. Dicho esto, cualquier avance en la liberalización comercial tendrá, con casi total seguridad, beneficios para el conjunto de los ciudadanos a ambos lados del Atlántico.

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