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viernes, 22 de abril de 2016

Google ejerce la competencia; Bruselas la destruye


La mejor forma de defender la competencia no es atacando a los competentes para lograr que triunfen los incompetentes, sino permitiendo la aparición de nuevos modelos de negocio más competitivos que los existentes. Las modernas legislaciones en defensa de la (in)competencia no se basan en el segundo de estos principios, sino en el primero: desde su misma génesis, no fueron concebidas para proteger a los consumidores de la 'explotación' de los empresarios grandes a fuer de exitosos, sino para proteger a los empresarios pequeños de la superior competitividad de los empresarios grandes a fuer de exitosos.

Desde entonces, poco ha cambiado: las políticas de defensa de la competencia no pivotan sobre la necesidad de eliminar las barreras jurídicas a la libre competencia, sino sobre la de sancionar a los competentes por la superior gestión que efectúen de su modelo de negocio. El procedimiento sancionador iniciado por Bruselas contra Google por su abuso de posición de dominio en Android es el último y más sonado ejemplo.

Según la Comisión Europea, la emblemática compañía estadounidense estaría abusando de su posición en el mercado (el 80% de los sistemas operativos de dispositivos móviles son Android) esencialmente por tres razones. La primera es que Google 'impone' a los fabricantes de móviles y tablets que, para preinstalar algunas de sus apps (por ejemplo, la Play Store o Google Maps), establezcan el buscador de Google como buscador por defecto. La segunda, que también les impone a los fabricantes de móviles o tablets que no instalen en otros dispositivos suyos versiones de Android desarrolladas por terceros. Y, tercero, que Google paga a los fabricantes importantes sumas de dinero para que incorporen en exclusiva su motor de búsqueda. En definitiva, según la Comisión Europea, Google está impidiendo que las apps, los sistemas operativos o los motores de búsqueda de otras compañías compitan en un plano de absoluta "igualdad de oportunidades" con los de Google y, por ello, merece ser sancionada con una multa que podría llegar a superar los 6.000 millones de euros.

Competencia entre ecosistemas

Lo que los eurócratas no parecen entender en sus continuadas invectivas contra Google —o, peor, lo entienden pero se 'desentienden' para continuar con su particular inquisición estatal— es que el modelo de negocio de cualquier empresa —también Google— está compuesto por un conjunto muy variopinto de decisiones estratégicas y variables competitivas dirigidas a generarle al cliente un valor percibido superior al de sus competidores a un precio más reducido. Competir no es comercializar un producto homogéneo a un precio idéntico; ni siquiera colocar en las tiendas un producto algo diferente a un precio inferior. Competir es ofrecerle continuamente al consumidor más valor a menores costes en todos los elementos que conforman la experiencia de usuario. Todo ello implica que cualquier empresa debería ser libre de diseñar un modelo negocio dirigido a preservar o mejorar su posición competitiva dentro de los únicos límites marcados por el derecho civil.
Atendiendo al mal argumentario de la Comisión Europea, si Apple no está ejecutando prácticas anticompetitivas es sólo porque su cuota de mercado es bastante reducida
Por ejemplo, el sistema operativo de Apple, iOS, está instalado en todos los móviles iPhone y en todas las tablets iPad, el cual lleva a su vez lleva preinstaladas —en una posición privilegiada e inflexible—diversas apps de Apple como el navegador Safari o su tienda online de música Music. ¿Está Apple socavando la competencia por impedir que sus muy deseados iPhones o sus muy deseados iPads lleven instalados otros sistemas operativos distintos de iOS o por preinstalar en éste determinadas apps? ¿Está impidiendo que se desarrollen otros sistemas operativos para iPhone y iPad acaso mejores que los suyos propios?

Atendiendo al mal argumentario de la Comisión Europea, si Apple no está ejecutando prácticas anticompetitivas es sólo porque su cuota de mercado es bastante reducida (alrededor del 15% del total). Es decir, de acuerdo con las autoridades europeas, si Apple mantiene su modelo de negocio actual y los consumidores empiezan a valorarlo tanto como para otorgarle el predominio del mercado de móviles o de tablets… ¡entonces Apple, sin hacer nada nuevo, habría pasado a abusar de su posición de dominio y a socavar a sus rivales con prácticas anticompetitivas! La competencia, por lo visto, implica que Apple destruya su ecosistema digital: que permita que el iPhone lleve instalado cualquier sistema operativo o que el iOS no lleve preinstalada ninguna app propia.

Un absoluto disparate. Si Apple no vulnera la competencia por fabricar y vender únicamente iPhones y iPads con sistemas operativos iOS que, a su vez, llevan preinstaladas determinadas apps de Apple es porque ese es, justamente, su modelo de negocio diferencial: los compradores de iPhones y de iPads valoran —entre otros elementos como el diseño o la fiabilidad— que Apple le proporcione una experiencia integral al usuario que lleva su distintiva impronta (ecosistema Apple). A saber, Apple controla la 'totalidad' del producto (desde el hardware hasta el software) que recibe el usuario para garantizar su calidad, funcionalidad y coherencia. Impedir que Apple desarrolle ese modelo de negocio —ya sea con una cuota de mercado del 10% o del 90%— sería matar a Apple tal cual es hoy. Y si los consumidores prefieren el producto 'integral' que les ofrece Apple al que les ofrece cualquier otro proveedor, ¿por qué cargárselo? ¿Por qué prohibirles su adquisición?

Pues el mismo razonamiento que sirve para Apple también vale para Google. Si veríamos disparatado que Bruselas obligara a Apple a fabricar iPhones o iPads con otros sistemas operativos distintos a iOS, ¿por qué no vemos como un disparate que sancione a Google por 'negociar' con los fabricantes de otras terminales móviles o tablets que preinstalen su versión de Android o sus apps (sin siquiera impedirle al usuario que instale ulteriormente otras apps distintas)? ¿Por qué Apple debería poder optar por un modelo de negocio completamente cerrado a la intracompetencia (salvo para los desarrolladores de apps autorizados por la propia Apple) y Google no puede optar por una arquitectura semiabierta? Ésa es justamente la cuestión de fondo.
Lo que Google no desea, con todo el derecho, es que su 'ecosistema' se fragmente hasta volverlo irreconocible
Android es un sistema operativo de código abierto —y lo es porque Google así decidió que lo fuera—, lo que significa que cualquiera puede desarrollar su propia versión de Android: esa enorme apertura posee ventajas (mucha más innovación descentralizada para mejorar el sistema operativo y las apps), pero también inconvenientes (fragmentación de versiones de Android y dificultad para diseñar aplicaciones compatibles con todas ellas). Por ello, Google lleva años tratando de limitar la fragmentación del sistema operativo: primero, entre los desarrolladores de apps y, luego, entre fabricantes y distribuidores. No se trata de que Google quiera erradicar cualquier versión de Android que no pase por sus manos… pues la propia Google fue la que abrió el código de Android (sin ir más lejos, las tablets o los móviles de Amazon usan una versión de Android desarrollada por la propia Amazon y que no lleva preinstaladas las apps de Google); se trata, más bien, de garantizar que quien trabaja con Android dentro del 'ecosistema Google' se atenga a unas normas de coherencia interna que garanticen la calidad, funcionalidad y coherencia de ese ecosistema Google. Si otros quieren desarrollar, a partir de Android, ecosistemas distintos del de Google (por ejemplo, Amazon), gozan de plena libertad para hacerlo; pero lo que Google no desea —y tiene todo el derecho y lógica del mundo a evitar hacerlo— es que el ecosistema Google se fragmente hasta volverlo irreconocible frente a todos sus competidores.

Así pues, Google nunca ha dejado de competir: ahora bien, su apuesta competitiva para móviles y tablets es el 'ecosistema Google' desarrollado a partir de Android: un ecosistema Google con el que pretende competir contra el ecosistema Apple (basado en iOS), contra el ecosistema Windows (basado en Windows Mobile) o contra el ecosistema Amazon (también basado en Android). Lo que es del todo absurdo es forzar a Google a introducir competencia dentro del ecosistema Google socavando con ello su capacidad para definir las características de ese ecosistema: esto es, forzarle a que el 'ecosistema Google' no lleve preinstaladas apps de Google o a que no pueda diferenciarse de otras versiones de Android instaladas en las mismas terminales móviles o tablets en las que se instala el ecosistema Google. Si, como hemos dicho, sería un disparate que, apelando a la defensa de la competencia, Bruselas se cargara el 'ecosistema Apple', también lo es que se cargue el ecosistema Google.

En suma, Google no destruye la competencia, sino que la pone en práctica. Es Bruselas la que lamina la competencia limitando arbitrariamente el conjunto de variables que definen el modelo de negocio de la compañía estadounidense. ¿Y por qué razón? Pues simple y llanamente porque la Comisión Europea no soporta que las empresas que han triunfado globalmente en esta era digital sean estadounidenses: de ahí que se obsesione por meterles el dedo en el ojo, por descapitalizarlas y por hiperregularlas siempre que tiene ocasión: “Si no puedes derrotar limpiamente al enemigo, destrúyelo”.

Sin embargo, la debilidad competitiva de las tecnológicas europeas frente a sus pares estadounidenses debería llevar a Europa a replantearse qué está haciendo mal: en lugar de acabar con Google, Uber o Facebook, debería tratar de emularlas. ¿Y qué son Google, Uber o Facebook? En esencia, Silicon Valley. ¿Y qué es Silicon Valley? Libertad educativa, libertad financiera y libertad regulatoria. Si Europa quiere competir con EEUU, que deje de minar la competitividad de nuestras empresas con su educación planificada, con sus elevados impuestos al ahorro o con sus regulaciones asfixiantes: lejos de defender la incompetencia causada por sus propias intervenciones, que facilite la competitividad interna.

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