Carlos Rodríguez Braun es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la misma universidad. Su blog se encuentra en http://www.carlosrodriguezbraun.com/ y su cuenta de Twitter es @rodriguezbraun.
Así es el título en castellano de un libro que podría pasar por texto jipi, pero es mucho más. Peace, love and liberty es un breve e interesante volumen que me regaló Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Editado por Tom G. Palmer, lleva el subtítulo de “La guerra no es inevitable”.
Diversos autores repasan los problemas de la guerra, empezando por la decisión de emprenderla, que, como señala Palmer, es muy difícil de justificar, y tiene consecuencias calamitosas, desde la pérdida de vidas hasta la aniquilación de derechos, libertades y valores. Las guerras contribuyen a fortalecer el mismo poder político que las desencadena. Por eso dijo Charles Tilly: “La guerra hizo el Estado, y el Estado la guerra”.
La naturaleza humana no invita a la guerra forzada, dice Steven Pinker, y de hecho la violencia bélica ha disminuido en nuestro tiempo. Emmanuel Martin recurre a Jean-Baptiste Say para refutar la idea de la suma cero: a todos nos conviene que el vecino sea rico, y al revés: nos daña el que no lo sea. Palmer apunta una conocida regularidad de los medios de comunicación a propósito de la violencia: no es noticia que millones de personas cooperen pacíficamente, sino que se maten.
Hay un potente sustrato ideológico de las guerras, que es el antiliberalismo: los conflictos más sanguinarios fueron fomentados siempre por ideas contrarias al liberalismo, como el nacionalismo, el imperialismo, el comunismo, el socialismo, el fascismo y el nacional-socialismo. El liberalismo, en cambio, es antitético con la idea de la inevitabilidad del conflicto, y subraya la cooperación pacífica, mientras que los estatistas de todos los partidos siempre se centran en conflictos que son presentados como insolubles desde la libertad individual. Las diversas variantes del antiliberalismo se ceban en estos enfrentamientos inventados o exagerados, y por eso siempre son hostiles al capitalismo, al mercado y a la propiedad privada.
La disminución de víctimas mortales por guerras no significa que el belicismo haya desaparecido sino que ha cambiado de forma, pero sigue teniendo aspectos inquietantes, como la militarización de la policía, sobre la que escribe Radley Balko (con grandes éxitos de propaganda como la serie S.W.A.T. o Los hombres de Harrelson).
Cathy Reisenwitz advierte sobre la legitimación de un poder político y legislativo creciente y cada vez más intrusivo, mediante el uso de nuevas “guerras” y “luchas” contra las drogas, el terror, el fraude, la desigualdad, la discriminación, etc. Se trata de guerras contra adversarios indefinidos, que no se pueden ganar con claridad y que son por ello perdurables —además de ser en muchos casos alimentadas por los propios Estados, como sucede con la elevada presión fiscal, que fomenta la evasión, contra la cual después “lucha” el mismo Estado que la propicia.
Una vieja idea es que la literatura es inútil ante la guerra. Sin embargo, hay notables ejemplos de lo contrario, y este libro termina con algunos, como la célebre Oración de guerra de Mark Twain.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 13 de noviembre de 2015.
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