Buscar este blog

miércoles, 11 de noviembre de 2015

La economía de la gramola

 
 
La economía de la gramola es una descripción apropiada de la idea de que la economía solo puede seguir funcionando si el gobierno echa monedas. En caso contrario, pasaría algo malo. Luego, cuando aparecen señales de contracción, el establishment inmediatamente presume de que un recorte a tiempo en los tipos administrados mantendrá la “recuperación” en marcha. El problema de este econo-mito es que los tipos de interés del mercado a corto plazo siempre han disminuido con una contracción. Además, cuando hay datos disponibles, los grandes bancos centrales siempre han seguido cambios importantes de tendencia en los tipos de mercado… durante algunos meses.
 
El siguiente paso en el camino al absurdo político está en la consiguiente crisis de liquidez en la que el gobierno concluye que si no echa más monedas en la gramola el pánico no desaparecerá. Todos los pánicos se agotan por sí mismos naturalmente.
 
Luego, habitualmente, las autoridades afirman que su inspirada intervención acabó con el crash. Fue así con crash posterior a la manía que estalló en 2007, cuando el cambio tradicional en los mercados del crédito señalaba el inicio de la liquidación de posiciones insostenibles en acciones, bonos corporativos y materias primas.
 
A principios de la década de 1930, la Fed anunciaba que había respondido a la crisis de la manera clásica, descontando “liberalmente”. Con el fuerte rebote en los mercados financieros, tanto Wall Street como la Sociedad Económica de Harvard afirmaron que los problemas se habían acabado y estaba en marcha una recuperación sólida. La gramola moderna o se había inventado todavía y la expresión fue “primar la inyección”.
 
Esta vez, en el intento de acabar con una crisis de liquidez, el gobierno ha primado la inyección con bastante como para inundar las tierras bajas en al menos 25 estados. ¿Para qué? El Dow alcanzó un retroceso del 50% del carsh, lo que iguala el rebote de 1930, cuando Barron’s señalaba que “la necesidad de especular era igual de especulativa que siempre” y que sería difícil “extinguir las hogueras de entusiasmo”. Unos seis o nueve meses después de que acabara el pánico el pasado marzo, aparecieron por todas partes especulaciones y confianzas similares. El gobierno ha estado echando jillones de monedas en la gramola y esta ha estado tocando las canciones que el gobierno quiere oír. Con esto han aparecido, de nuevo, alabanzas a las intervenciones keynesianas.
 
El problema es que la restauración de la prosperidad es un rebote natural de lo peor del crash financiero, ya que es equivalente a lo que pasó hace 80 años. Es más, los cambios en 2007 que señalaron el inicio del descarrilamiento del tren del crédito están de nuevo en ello. Las ganancias corporativas han estado aumentando, lo que es una alerta sobre la disponibilidad de crédito y el desplome del 21% del cobre es una alerta sobre la economía.
 
Hay dos formas de ver la historia financiera reciente. Una es la visión de aquellos que piensan que la prosperidad de la inflación de activos es un resultado de una política y que esa política continuará. La siguiente fase es el descubrimiento de un crash, cuando el consenso político inmediatamente cambia a la idea de que si el gobierno no hace “algo”, no acabará. Entonces en el rebote natural del crash, a esto le sigue una ronda de autofelicitación. Irónicamente, el intervencionismo no previó el crash.
 
La otra manera de mirar es desde el punto de vista del comerciante. Los mercados suben y los mercados bajan y cuanto mayor sea el auge, mayor será el declive. En el siglo XVII, cuando Holanda era el centro financiero y comercial del mundo, los comerciantes holandeses describían los buenos tiempos como debidos al crédito “barato” y a la contracción como asociada al crédito “difícil”. Tiene sentido.
 
Lo que tiene menos sentido es la idea de que tenga que hacerse algo para impedir la contracción, lo que no es una idea nueva. En realidad es un exabrupto al repentino descubrimiento de los tiempos duros que siempre siguen a un exceso de especulación. La creciente confianza puede inspirar tanto a gobiernos como al público a un comportamiento peligroso.
 
Uno de los primeros de estos ejemplos se produjo con el crash de 1618 a 1623 que marcó la culminación de un siglo de inflación crónica de precios y experimentos de de gobiernos autoritarios. Quizá molesto por algo que no entendía, Edward Misselden proponía que echar crédito en una contracción del crédito podía hacerlo desaparecer, devolviendo la prosperidad de un auge.
 
Esto pasó mucho antes de las gramolas y la idea se reveló independientemente en condiciones financieras similares a John Law a principios del siglo XVIII. Incluso el muy pretigioso editor de The Economist en la manía de 1873, Walter Bagehot, estaba convencido de que lanzar crédito ante una contracción del crédito la eliminaría. Esa contracción postburbuja acabó siendo llamada “Gran Depresión” y duró hasta 1895.
 
Por supuesto, siempre prevalece la ironía como nexo entre mercados e intelectualidad. Esta contracción seguía siendo analizada como la “gran Depresión” incluso hasta 1939.
 
En un breve artículo, The Dearth of Credit, Mises observaba que todo lo que hizo falta para iniciar la contracción fue que los bancos no necesitaran pedir prestado, sino solo estar preocupados lo bastante como para dejar de prestar.
 
En términos de mercado, al inicio de todas las siete grandes contracciones desde 1720, el contable siempre se ha impuesto a la ambición del estado de mantener la fiesta en marcha. En términos actuales, el Señor Contable está a punto de desenchufar (de nuevo) las gramolas financieras, incluso las grandes dirigidas por banqueros centrales.

Publicado originalmente el 15 de febrero de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario