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domingo, 15 de noviembre de 2015

El socialismo y la clase media: una reflexión contra la discriminación social


 
«Socialismo, tal es el santo y seña de nuestro tiempo. La idea socialista reina hoy día sobre los espíritus, las masas le son devotas, penetra el pensamiento y el sentimiento de todos, e imprime su estilo a nuestra época, que la historia denominará era del socialismo».
(Ludwig von Mises).
 
Es usual preguntarse cómo en pleno siglo XXI, tras decenios y casi un siglo de hórrida y devastadora consumación, es posible que la idea de la sociedad colectivizada y planificada centralmente siga presente en las mentes de quienes viven una época que ha sido testigo de la debacle. Son muchos quienes esgrimen argumentos del tipo «el socialismo ha fracasado» o «la ideología está obsoleta». Es común escuchar que «es tiempo de nuevas ideas». Tales opiniones, no obstante, parecen no corresponderse con la realidad: si alguna propuesta ha tenido un éxito inusitado en el siglo XX –y lo sigue teniendo en el XXI– contra lo que muchos puedan creer, es el socialismo.
 
Producto de estrictas bases teóricas para la acción, heredera del primitivo totalitarismo teórico escrito en la antigua Grecia y de las pretensiones de ciertos historicistas, gestado por las fusiones franco-germánicas de pensamiento pre-sociológico y finalmente pulidas por eruditos y alborotadores del viejo continente, el socialismo se ha incrustado en el ideario político de todo partido y se encuentra, explícita o implícitamente, en el discurso de una inmensa parte de los interlocutores que día a día debaten en torno a temas de índole social, política e incluso artística.
 
Ludwig von Mises había advertido ya esta realidad cuando escribió, en 1956, La mentalidad anticapitalista, cuyas páginas manifiestan una vigencia escandalosa:
Actualmente, gobernantes y políticos, profesores y escritores, ateos militantes y teólogos cristianos, salvo raras excepciones, todos coinciden en condenar la economía de mercado, alabando, por el contrario, la supuesta superioridad de la omnipotencia estatal. Las nuevas generaciones se educan en un ambiente preñado de socialismo.
Hecha tal reflexión, habría que plantearse –y habría que destruir algunos clichés, desde luego– las siguientes interrogantes: ¿existe algún culpable que explique esta situación?, ¿es algún sector específico de la sociedad?, ¿hay formas de revertirla? El análisis quizás pase por la autocrítica, por dejar de lado los prejuicios y por dejar de escuchar las voces de quienes simplifican la problemática con el probable fin de librarse de sus culpas.
 
Hace unos días recordaba el magnífico pasaje de un texto que, leído hace ya unos cuantos años con el vivo fervor de la adolescencia, me es imposible no tener presente: Estudios sobre el amor (valga advertir al lector que el título, al menos en apariencia, puede resultar engañoso), del maestro Ortega y Gasset, ilustre personaje académico del mundo hispánico cuya talla es tan colosal que, sin predicar (al menos no a vox populi) el libertarismo, ha sido citado por autores como Albert Jay Nock y Murray Rothbard. Allí, como más detalladamente había ya explicado en La rebelión de las masas, se refirió a la historia y al desarrollo de un país a partir de las mayorías con las siguientes palabras:
Nótese que lo decisivo en la historia de un pueblo es el hombre medio. De lo que él sea depende el tono del cuerpo nacional (…) La historia es, sin remisión, el reino de lo mediocre. La Humanidad sólo tiene de mayúscula la hache con que la decoramos topográficamente. La genialidad mayor se estrella contra la fuerza ilimitada de lo vulgar. El planeta está, al parecer, fabricado para que el hombre medio reine siempre. Por eso lo importante es que el nivel medio sea lo más elevado posible.
La tesis de Ortega y Gasset es una muestra de lucidez y perspicacia sociológica, repleta de una argumentación que se construye con base en un estudio comparativo de las distintas épocas de la historia y las etapas de transformación política, y que nos sugiere una respuesta capaz de explicar las inquietudes que hemos expresado.
 
Existe la tendencia generalizada a buscar un chivo expiatorio que nos brinde una respuesta fácil e instantánea. Se escucha en coloquios y discusiones, en tertulias de bares y cafés, en almuerzos y cenas, en reuniones y charlas de aulas de clase, un lugar común: la culpabilidad de los pobres ignorantes. Dicha forma de establecer una relación entre ignorancia y pobreza –y al margen del carácter relativo del segundo término– , además de constituir una falacia, es un reduccionismo que raya en lo absurdo. Preguntémonos por qué.
 
¿A quién le consta que un pobre, en las paupérrimas condiciones en las que vive, sin siquiera tener un almuerzo diario, sin estar alfabetizado y dependiendo de las migajas que le lancen o del mal pagado trabajo que arduamente pueda conseguir, tiene ideología o filosofía política específica? ¿Quién, en su sano juicio, podría argumentar que son los estratos socioeconómicos más bajos de la sociedad los que crean la opinión pública? ¿Cree usted que una persona que sobrevive sin siquiera saber qué cosa podrá comer al día siguiente y que puede morir en cualquier parpadeo a causa de las macabras balas perdidas del hampa común va a estar reflexionando acerca de la teoría marxista de la alienación y del misterio del capital, del iusnaturalismo, del buen salvaje rousseauniano, del multiplicador keynesiano o del laissez faire, laissez passer de los fisiócratas del siglo XVIII? Cabría reflexionarlo.
 
Los pobres no son socialistas: no hay ideología donde no hay esperanza de tener seguro un día más de vida. Esto es lo que los gobiernos aprovechan, desde luego. De manera que la ignorancia, de la que cabría hablar largo y tendido, no puede reprochársele a los pobres, a quienes los libros les parecen lujos. Amplio sector de la clase media, en cambio, desconoce la perversidad del sistema por una actitud negligente que ha sido voluntariamente asumida, por negarse a investigar. La clase media, en contraste con los pobres, está al alcance de los textos, del conocimiento histórico, del aprendizaje esencial sobre temas de política y economía que son básicos para las normas de cooperación social en un entorno civilizado. La clase media, con acceso a los medios de comunicación impresos y escritos, y con presencia en la academia y en las instituciones, es el eje central del pensamiento imperante.
 
Mientras los reclamos sigan dirigiéndose hacia quienes menos han tenido que ver en el desastre y el blanco de las críticas sea el equivocado, no podremos hacer del hombre medio lo más elevado posible, sino hundir más hacia el fondo a quienes son consecuencia –y no causa– del problema.
Bibliografía recomendada:
 
Mises, L. (2005). Socialismo: un análisis económico y sociológico (6ª ed.). Madrid, España. Unión Editorial.
Mises, L. (2011). La mentalidad anticapitalista. Madrid, España. Unión Editorial.
Nock, A. (2013). Nuestro enemigo, el Estado. Madrid. España. Unión Editorial.
Ortega y Gasset, J. (2005). La rebelión de las masas. Madrid. España. Espasa.
Ortega y Gasset, J. (2006). Estudios sobre el amor. Madrid. España. Edaf.
Rothbard, M. (2000). Egalitarianism as a Revolt Against Nature and Other Essays. Auburn. Estados Unidos. Mises Institute.

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