[Este artículo está transcrito del capítulo 7 de Individualism and Economic Order]
Sin algo de ese control central de los medios de producción, la planificación en el sentido en que hemos empleado el término deja de ser un problema. Se convierte en impensable. En esto estarían probablemente de acuerdo la mayoría de los economistas de todos los campos, aunque la mayoría del resto de otra gente que cree en la planificación siga pensando en ello como algo que podría intentarse racionalmente dentro del marco de una sociedad basada en la propiedad privada.
Sin embargo si de hecho “planificación” significa la dirección real de la actividad productiva por prescripción autoritaria o bien de los cantidades a producir, los métodos de producción a usar o los precios a fijar, puede demostrarse fácilmente que eso es imposible, pues cualquier medida aislada de este tipo causaría reacciones que acabarían con su propio fin y cualquier intento de actuar coherentemente necesitará cada vez más medidas de control hasta que toda la actividad económica quede bajo una autoridad central.
Es imposible dentro del ámbito de esta explicación del socialismo ir más allá en este problema independiente de la intervención estatal en una sociedad capitalista. Se menciona aquí sólo para decir explícitamente que está excluido de nuestras consideraciones. En nuestra opinión un análisis aceptable demuestra que no ofrece una alternativa que pueda ser elegida racionalmente y que pueda esperarse que ofrezca un solución estable o satisfactoria de cualquier de los problemas los que se aplica.[1]
Pero aquí de nuevo es necesario guardarse ante la incomprensión. Decir que la planificación parcial del tipo al que estamos aludiendo es irracional no es sin embargo equivalente a decir que la única forma de capitalismo que pueda defenderse racionalmente sea la del laissez faire completo en el sentido antiguo. No hay razón para suponer que las instituciones legales históricamente dadas sean necesariamente las más “naturales” en ningún sentido.
El reconocimiento del principio de propiedad privada no implica en modo alguno necesariamente que la delimitación particular de los contenidos de este derecho como están determinados por las leyes existentes sea la más apropiada. La cuestión acerca de cuál es el marco permanente más apropiado que asegurará el funcionamiento más suave y eficiente de la competencia es de la mayor importancia y algo que, debe reconocerse, ha sido tristemente olvidado por los economistas.
Pero, por otro lado, admitir la posibilidad de cambios en el marco legal no es admitir la posibilidad de otro tipo de planificación en el sentido que hemos venido usando hasta ahora. Hay aquí una distinción esencial que no debe obviarse: la distinción entre un marco legal permanente ideado para proveer todos los incentivos necesarios a la iniciativa privada para generar las adaptaciones requeridas por cualquier cambio y un sistema en el que dichas adaptaciones las produce la dirección centralizada. Lo importante es esto, y no la cuestión del mantenimiento del orden existente frente a la introducción de nuevas instituciones.
En cierto sentido ambos sistemas pueden describirse como producto de la planificación racional. Pero en un caso esta planificación se refiere sólo al marco permanente de las instituciones y pude obviarse si estamos dispuestos a aceptar las instituciones que han crecido en un lento proceso histórico, mientras que en el otro hay que ocuparse con los cambios diarios de todo tipo.
No puede haber ninguna duda de que la planificación de este tipo implica cambios de un tipo y magnitud hasta ahora desconocidos en la historia humana. A veces se teme que los cambios ahora en progreso sean meramente una vuelta a las formas sociales de la era preindustrial. Pero es un temor infundado. Incluso cuando el sistema de gremios medieval estaba en su apogeo y cuando las restricciones al comercio era más extensas, no se usaban realmente como medios para dirigir la actividad individual. No eran ciertamente el marco permanente más racional para la actividad individual que podrían idearse, sino que eran esencialmente sólo un marco permanente dentro del cual la actividad actual de la iniciativa privada funcionaba libremente.
Con nuestros intentos de usar el viejo aparato del restriccionismo como un instrumento de ajuste al cambio casi diario, ya hemos ido mucho más lejos en la dirección de la planificación central de la actividad actual de lo que nunca se ha intentado antes. Si seguimos por ese camino que hemos iniciado, sin duda no embarcaremos en un experimento que hasta hace poco no tenía paralelo en la historia. Pero incluso en esta etapa hemos ido muy lejos.
Si hemos de juzgar correctamente las potencialidades, es necesario apreciar que el sistema bajo el que vivimos, atragantado con intentos de planificación parcial y restriccionismo, está casi tan lejos de cualquier sistema de capitalismo que pueda defenderse racionalmente como es diferente de cualquier sistema coherente de planificación. Es importante darse cuenta en cualquier investigación de las posibilidades de planificación que es una falacia suponer que el capitalismo tal y como hoy existe sea la alternativa. Estamos sin duda tan lejos del capitalismo en su forma pura como de cualquier sistema de planificación central. El mundo de hoy nos es más que un caos intervencionista.
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La economía política clásica se desmoronó principalmente porque fracasó en basar su explicación del fenómeno fundamental del valor en el mismo análisis de las fuentes de la actividad económica que había aplicado con tanto éxito al análisis de los fenómenos más complejos de la competencia. La teoría del valor trabajo fue el producto de una búsqueda de alguna sustancia ilusoria del valor en lugar de un análisis del comportamiento de sujeto económico.
El paso decisivo en el progreso de la economía se produjo cuando los economistas empezaron a preguntarse cuáles eran exactamente las circunstancias que hacían que las personas se comportaran ante los bienes de una manera concreta. Hacer la pregunta de esta forma lleva inmediatamente al reconocimiento de que atribuir un significado o valor definido a las unidades de diferentes bienes era un paso necesario en la solución del problema general que aparece en todas partes cuando una multiplicidad de fines compite por una cantidad limitada de medios.
La omnipresencia de este problema del valor siempre que hay acción racional era el hecho básico a partir del que podía procederse a una exploración sistemática de las formas, bajo el cual aparecería bajo diferentes organizaciones de la vida económica. Hasta cierto punto, desde el mismo principio, los problemas de una economía dirigida centralizadamente encontraron un lugar preeminente en las exposiciones de la economía moderna. Era evidentemente mucho más sencillo explicar los problemas fundamentales de la suposición de la existencia de una sola escala de valores seguida de forma consistente que la suposición de una multiplicidad de individuos siguiendo sus escalas personales que como un dispositivo explicativo en los primeros episodios de los nuevos sistemas la suposición de un estado comunista ha usado frecuentemente (y usado con considerables ventajas).[2]
Pero se usó sólo para demostrar que cualquier solución necesariamente daría lugar a esencialmente los mismos fenómenos de valor (renta, salarios, intereses, etc.) que observamos realmente en una sociedad competitiva y los autores luego generalmente procedían a mostrar cómo la interacción de actividades de los individuos produjeron espontáneamente dichos fenómenos, sin preguntarse además si podrían haberse producido en una sociedad moderna compleja por cualquier otro medio.
La mera ausencia de una escala de valores comúnmente acordada parece privar a ese problema de cualquier importancia práctica. Es verdad que algunos de los primeros escritores de la nueva escuela no sólo pensaban que habían resulto realmente el problema del socialismo sino que también creían que su cálculo de utilidad ofrecía un medio que les hacía posible combinar una escala de utilidad individual en una escala de fines objetivamente válidos para la sociedad en su conjunto. Pero ahora se reconoce generalizadamente que esta última creencia era sólo una ilusión y que no hay criterios científicos que nos permitan comparar o evaluar la importancia relativa de las necesidades de distintas personas, aunque las conclusiones que implican esas ilegítimas comparaciones interpersonales de utilidades siguen pudiéndose encontrar en explicaciones especiales.
Pero es evidente que, a medida que el progreso del análisis del sistema competitivo revelaba la complejidad de los problemas que resolvía espontáneamente, los economistas se volvieron cada vez más escépticos acerca de resolver los mismos problemas por decisión deliberada.
Quizá merezca la pena advertir que ya en 1854 el más famoso entre los predecesores de la escuela moderna de la “utilidad marginal”, el alemán Herman Heinrich Gossen, había llegado a la conclusión de que la autoridad económica central proyectada por los comunistas pronto descubriría que se había impuesto una tarea que excede con mucho los poderes de los hombres individuales.[3] Entre los posteriores economistas de la escuela moderna, aquello en lo que Gossen había basado su objeción, la dificultad de un cálculo racional cuando no hay propiedad privada, se daba frecuentemente a entender.
Estuvo puesto particularmente en claro por el Profesor Edwin Cannan, que destacaba el hecho de que los objetivos de socialistas y comunistas sólo podría alcanzarse “aboliendo tanto la institución de la propiedad privada como la práctica del intercambio, sin la que no puede existir el valor en cualquier sentido razonable de la palabra”.[4] Pero, más allá de afirmaciones de este tipo, el examen crítico de las posibilidades de una política económica socialista ha avanzado poco, por la sencilla razón de que no existe para examinar ninguna propuesta socialista concreta de cómo podrían solucionarse estos problemas.[5]
Fue sólo al principio del presente siglo cuando por fin una afirmación general del tipo que acabamos de examinar, referida a la impractibilidad del socialismo por el eminente economista holandés N.G. Pierson, provocó que Karl Kautsky, entonces el principal teórico del socialismo marxista, rompiera el tradicional silencio acerca del funcionamiento real del futuro socialista y diera en una conferencia, aún algo reticentemente y con muchas disculpas, una descripción de lo que ocurriría al día siguiente de la Revolución.[6] Pero Kautsky sólo demostró que no era realmente consciente del problema que habían visto los economistas.
Esto dio así la oportunidad de Pierson para demostrar en detalle, en un artículo que apareció por primera vez en el Economist holandés, que un estado socialista tendría sus problemas de valor igual que cualquier otro sistema económico y que lo que los socialistas tenían que resolver era mostrar cómo iba a determinarse el valor de los distintos bienes en ausencia de un sistema de precios. Este artículo es la primera contribución importante a la discusión moderna de los aspectos económicos del socialismo y, aunque fue prácticamente desconocido fuera de Holanda y sólo se hizo accesible en una versión alemana después de que la discusión hubiera empezado independientemente por otros, sigue siendo de especial interés como la única explicación importante de estos problemas antes de la Primera Guerra Mundial.
Es particularmente valioso por su explicación de los problemas que aparecen en el comercio internacional entre varias comunidades socialistas.[7] Todas las posteriores explicaciones de los problemas económicos del socialismo que aparecieron antes de la Primer Guerra Mundial se limitaban más o menos a demostrar que las grandes categorías de precios, como salarios, renta e intereses tendrían al menos que hacer los cálculos de la autoridad planificadora de la misma forma en que hoy aparecen y son determinados por esencialmente los mismos factores. El moderno desarrollo de la teoría del interés desempeñó un papel particularmente importante en esta conexión. Después de Böhm-Bawerk,[8] fue particularmente el Profesor Gustav Cassel quien demostró convincentemente que el interés tendría que constituir un elemento importante en el cálculo racional de la actividad económica.
Pero ninguno de estos autores intentó siquiera demostrar cómo podría llegarse en la práctica a estas magnitudes esenciales. El único autor que al menos se aproximó al problema fue el economista italiano Enrico Barone, quien en 1908, en un artículo sobre el “Ministerio de Producción en el estado colectivista”, desarrollaba ciertas sugerencias de Pareto.[9] Este artículo es de considerable interés como ejemplo de cómo se pensaba que las herramientas de análisis matemático de los problemas económicos podían utilizarse para resolver las tareas de la autoridad planificadora central.[10]
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Cuando, con el final de la guerra de 1914-1918, los partidos socialistas llegaron al poder en la mayoría de los estados del centro y este de Europa, la discusión sobre todos estos problemas entró necesariamente en una fase nueva y decisiva. Los victoriosos partidos socialistas ahora tenían que pensar un programa de acción definido de acción y la doctrina socialista de los años que siguieron inmediatamente a la Primera Guerra Mundial se preocupó seriamente por primera vez por la cuestión práctica de cómo organizar la producción en las filas socialistas.
Estas discusiones estuvieron en buena parte bajo la influencia de la experiencia de los años bélicos cuando los estados habían establecidos administraciones de alimentos y materias primas para ocuparse de las serias escaseces de los productos más esenciales. Se suponía generalmente que esto había demostrado que no sólo era practicable la dirección central de la actividad económica e incluso superior a un sistema de competencia, sino también que la técnica especial de planificación desarrollada para ocuparse con los problemas de la economía de guerra podría igualmente aplicarse a la administración permanente de una economía socialista.
Aparte de Rusia, donde la rapidez del cambio en los años que siguieron inmediatamente a la revolución dejó poco tiempo para una reflexión sosegada, fue principalmente en Alemania e incluso aún más en Austria donde se debatieron más seriamente estas cuestiones. Particularmente en este último país, cuyos socialistas hacía tiempo que desempeñaban un papel protagonista en el desarrollo intelectual del socialismo y donde un partido socialista fuerte y unido había ejercido probablemente mayor influencia en su política económica que en cualquier otro país, salvo Rusia, los problemas del socialismo habían asumido una enorme importancia práctica.
Pude tal vez mencionarse de pasada que es bastante curioso cómo se han dedicado pocos estudios serios a las experiencias económicas de ese país en la década posterior a la Primera Guerra Mundial, aunque probablemente sean más relevantes para los problemas de un política socialista en el mundo occidental que nada que haya ocurrido en Rusia. Pero sea cuál sea lo que piense uno acerca de los experimentos realizados en Austria, puede haber pocas dudas de que las contribuciones teóricas allí realizadas para la comprensión de los problemas probarán ser fuerzas considerables en la historia intelectual de nuestro tiempo.
Entre estas contribuciones tempranas a las discusiones, por muchas razones la más interesante y en todo caso la más característica del aún muy limitado reconocimiento de la naturaleza de los problemas envueltos, en un libro de Otto Neurath que apareció en 1919, en el que el autor trataba de demostrar que las experiencias bélicas habían revelado que era posible gestionar sin ninguna consideración del valor la administración de la oferta de productos y que todos los cálculos de las autoridades planificadoras centrales deberían y podrían realizarse in natura, es decir, que los cálculos no necesitaban realizarse en términos de alguna unidad común de valor, sino que podrían hacerse en especie.[11]
Neurath era bastante ignorante de las dificultades insuperables que la ausencia de los cálculos de valores pondría en el camino de cualquier uso económico racional de los recursos e incluso parecía considerarla una ventaja. Críticas semejantes son aplicables a las obras publicadas aproximadamente al mismo tiempo por uno de los líderes espirituales del Partido Socialdemócrata de Austria, Otto Bauer.[12] Es imposible aquí dar cuenta detallada de los argumentos de estas y otras varias publicaciones similares de ese tiempo. Sin embargo, han de ser mencionadas porque son importantes como expresión representativa de pensamiento socialista justo antes del impacto de la nueva crítica y porque mucha de esta crítica naturalmente se dirige o afecta implícitamente a estas obras.
En Alemania, la discusión se centraba en torno a las propuestas de la “comisión de socialización”, establecida para discutir las posibilidades de transferencia de industrias individuales a la propiedad y control del estado. Fue en esta comisión o en relación con sus debates donde economistas como Emil Lederer y Eduard Heimann y el desventurado Walther Rathenau desarrollaron planes de socialización que se convirtieron en el asunto principal de debate entre los economistas.[13]
Sin embargo, para nuestros propósitos estas propuestas resultan menos interesantes que sus equivalentes austriacas, porque no contemplaban un sistema completamente socializado sino que se preocupaban principalmente por el problema de la organización de industrias socializadas individuales en un sistema por otro lado competitivo. Por esta razón, sus autores no tuvieron que afrontar los problemas principales de un sistema realmente socialista. De todas formas, son importantes como síntoma del estado de la opinión pública en el momento y en la nación en que empezó el examen más científico de estos problemas.
Uno de los proyectos de este periodo tal vez merezca una mención especial no sólo porque sus autores fueron los inventores del término ahora de moda de economía planificada, sino también porque recuerda mucho a las propuestas de planificación ahora [1935] tan prevalentes en Gran Bretaña. Es el plan desarrollado en 1919 por el ministro de economía y trabajo, Rudolf Wissel, y su subsecretario de estado, W. von Moellendorf.[14] Pero por muy interesantes que sean sus propuestas de organización de las industrias individuales y relevantes para muchos de los problemas discutidos en Inglaterra es este momento, así como la discusión a la que darían lugar, no pueden considerarse como propuestas socialistas del tipo explicado aquí sino que están en el término medio entre el capitalismo y el socialismo, cuya discusión por las razones antes mencionadas ha sido deliberadamente excluida del presente ensayo.
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El honor de haber formulado por primera vez el problema central de la economía socialista en una forma que hiciera imposible que volviera a desaparecer de la discusión corresponde al economista austriaco Ludwig von Mises. En un artículo sobre “cálculo económico en una comunidad socialista”, que apreció en la primavera de 1920, demostró que la posibilidad de cálculo racional en nuestro presente sistema económico se basaba en el hecho de que los precios expresados en dinero ofrecían el condición esencial que hacía posible ese cálculo.[15] Lo esencial sobre lo que el Profesor Mises va más allá que cualquier otra cosa hecha por sus predecesores fue la demostración detallada de que un uso económico de los recursos disponibles era sólo posible si este precio se aplicara no sólo al producto final sino también a todos los productos y factores de producción intermedios y que ningún otro proceso era concebible que pudiera de la misma manera tener en cuenta todos los hechos relevantes como hace el proceso de precios en el mercado competitivo.
Junto con el mayor trabajo al que se incorporó más tarde este artículo, el estudio del Profesor Mises representa el punto de partida a partir del cual deben proceder todas las discusiones de los problemas económicos del socialismo que aspiren a ser tomadas en serio, ya sean constructivas o críticas.
Aunque los escritos del Profesor Mises contienen sin duda la exposición más completa y exitosa de lo que desde entonces se convirtió en el problema principal, y aunque fueron con mucho las más influyentes en todas las discusiones posteriores, es una interesante coincidencia que aproximadamente al mismo tiempo otros dos distinguidos autores llegaran independientemente a conclusiones muy similares.
El primero fue el gran sociólogo alemán Max Weber, que en su magnum opus póstumo, Wirtschaft und Gesellschaft, que apareció en 1921, se ocupaba expresamente de las condiciones que hacen posibles las decisiones racionales en un sistema económico complejo. Como Mises (de cuyo artículo dice haber recibido noticias sólo cuando su propia explicación ya estaba en la imprenta), insistía en que los cálculos in natura propuestos por los principales defensores de una economía planificada no podrían ofrecer una solución racional de los problemas que tendrían que resolver las autoridades en un sistema así.
Destacaba en particular que el uso racional y la preservación del capital sólo podrían garantizarse en un sistema basado en el intercambio y el uso del dinero y que los desperdicios debidos a la imposibilidad de un cálculo racional en un sistema completamente socializado podrían ser suficientemente serias como para hacer imposible mantener vivas a todas las poblaciones de los países más densamente habitados:
La suposición de que algún sistema contable podría encontrarse o inventarse en el futuro con que sólo se intentara abordarse el problema de de una economía sin dinero no ayuda en este caso: el problema es el problema fundamental de cualquier socialización completa y es ciertamente imposible hablar de una “economía planificada” racionalmente mientras que en lo que se refiere al punto decisivo no se sabe ningún medio para la construcción de un “plan”.[16]
Un desarrollo prácticamente simultáneo de las mismas ideas se encontró en Rusia. Allí, en verano de 1920, en el corto intervalo entre los primeros éxitos militares del nuevo sistema, cuando por una vez fue posible hacer críticas en público, Boris Brutzkus, un distinguido economista principalmente conocido por sus estudios de los problemas agrícolas de Rusia, sometió a crítica rigurosa, en una serie de conferencias, las doctrinas que regían la acción de los gobernantes comunistas.
Estas conferencias, que aparecieron bajo el título “Los problemas de la economía social bajo el socialismo” en un periódico ruso y sólo fueron accesibles muchos años después a un público más amplio en una transacción al alemán,[17] mostraban en su principal conclusión un notable parecido con las doctrinas de Mises y Max weber, aunque derivaban del estudio concreto de problemas que Rusia tenía que afrontar en ese momento y aunque fueron escritos en un momento en que el autor, privado de toda comunicación con el mundo exterior, no podría haber conocido los trabajos similares de los investigadores austriacos y alemanes. Como el Profesor Mises y Max Weber, su crítica se centra alrededor de la imposibilidad de un cálculo racional en una economía dirigida centralizadamente en la que los precios están necesariamente ausentes.
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Aunque hasta cierto punto Max Weber y el Profesor Brutzkus comparten el mérito de haber apuntado independientemente el problema central de la economía del socialismo, fue la exposición más completa y sistemática del Profesor Mises, particularmente en su obra más grande Die Gemeinwirtschaft, la que influyó principalmente en la tendencia a una mayor discusión en el Continente. En los años que sucedieron inmediatamente a su publicación, se realizaron diversos intentos para afrontar directamente su reto y demostrar que estaba equivocado en sus tesis principales e incluso en un sistema económico estrictamente dirigido centralizadamente podrían determinarse exactamente los valores sin ninguna dificultad seria. Pero aunque la discusión en este punto se mantuvo durante varios años, en el curso de los cuales Mises replicó dos veces a sus críticos,[18] cada vez estaba más claro que, en lo que respecta a un sistema planificado estrictamente dirigido centralizadamente del tipo originalmente propuesto por la mayoría de los socialistas, su tesis central no podía ser refutada.
Muchas de las objeciones realizadas al principio eran realmente juegos de palabras causadas por el hecho de que Mises había empleado ocasionalmente la afirmación algo ligera de que el socialismo era “imposible”, cuando quería decir que el socialismo hacía imposible el cálculo racional. Por supuesto, cualquier curso de acciones propuesto, si la propuesta tiene algún sentido, es posible en el sentido estricto de la palabra, es decir, puede intentarse. La cuestión sólo puede ser si llevará a los resultados esperados, es decir si el curso de acción propuesto es coherente con los objetivos a los que pretende servir.
En la medida en que se había esperado lograr por medio de la dirección central de toda la actividad económica de una sola vez una distribución de ingresos independiente de la propiedad privada de los medios de producción y un volumen de producción que fuera al menos aproximadamente el mismo o incluso mayor que el producido por la libre competencia, se iba admitía más o menos generalizadamente que esto no era una manera practicable de alcanzar estos fines.
Pero era natural que, incluso cuando se aceptaba la tesis principal del profesor Mises, esto no significara un abandono de la búsqueda de una forma de lograr los ideales socialistas. Su efecto principal fue desviar la atención de las que hasta entonces habían sido consideradas universalmente como las formas más practicables de organización socialista por la búsqueda de planes alternativos.
Es posible distinguir dos tipos de reacción principales entre quienes concedieron este argumento central. En primer lugar, estaban los que pensaban que la pérdida de eficiencia, la disminución de la riqueza en general que sería el efecto de la ausencia de medios de cálculo racionales, no sería un precio demasiado alto para conseguir una distribución más justa de esta riqueza. Por supuesto, si esta actitud se basa en un claro entendimiento de lo que implica esta alternativa, no hay más que decir, salvo que parece dudoso que quienes la mantengan encuentren a muchos que estén de acuerdo.
Por supuesto, en este caso la dificultad real es que para la mayoría de la gente la decisión dependerá del grado en que la imposibilidad de cálculo racional lleve a una reducción de la producción en una economía dirigida centralizadamente en comparación con la de un sistema de competencia. Aunque en opinión del autor parece que un estudio cuidadoso no puede dejar dudas acerca de la enorme magnitud de esa diferencia, debe admitirse que no hay una forma sencilla de probar lo grande que sería. Aquí la respuesta no puede derivar de consideraciones generales sino que tendrá que basarse en un cuidadoso estudio del funcionamiento de los dos sistemas alternativos y supone un conocimiento mucho mayor de los problemas afectados del que podría seguramente obtenerse de otra forma que no sea un estudio sistemático de la economía.[19]
El segundo tipo de reacción a la crítica del Profesor Mises era considerarla como válida sólo respecto de la forma particular de socialismo contra la que se dirigía principalmente y tratar de construir otros esquemas que fueran inmunes a esa crítica. Una parte muy considerable y probablemente la más interesante de las posteriores discusiones en el Continente tendía a dirigirse en esta dirección.
[1] Cf. Ludwig von Mises, Kritik des Interventionismus (1929), traducido y reimpreso como A Critique of Interventionism (1977). [Publicado en España como Crítica del Intervencionismo (Madrid: Unión Editorial, 2001).
[2] Cf. particularmente Friedrich von Wieser, Natural Value (Londres, 1893).
[3] Herman Heinrich Gossen, Entwicklung der Gesetze des menschlichen Verkehrs und der daraus fliessenden Regeln für menschliches Handeln (Braunschweig, 1854), p. 231.
[4] Edwin Cannan, A History of the Theories of Production and Distribution (1893; 3ª ed., 1917), p. 395. El Profesor Cannan ha hecho posteriormente una importante contribución al problema de la relación internacional entre estados socialistas. Cf. su ensayo “The Incompatibility of Socialism and Nationalism”, en The Economic Outlook (Londres, 1912).
[5] Un intento completamente olvidado de resolver el problema desde el bando socialista, que demuestra al menos alguna compresión de la dificultad real, fue realizado por Georg Sulzer, Die Zukunft des Sozialismus (Dresde, 1899).
[6] Una traducción en inglés de esta conferencia, dada originalmente en Delft el 24 de abril de 1902 y poco después traducida al alemán, junto con otra dada dos días antes en el mismo lugar, se pubclió bajo el título The Social Revolution and On the Morrow of the Social Revolution (Londres, 1907).
[7] Una traducción inglesa del artículo de Pierson está incluida en el volumen Collectivist Economic Planning del que el presente ensayo era el prólogo.
[8] Aparte de su obra en general sobre el interés, debería mencionarse especialmente su ensayo “Macht und ökonomisches Gesetz” (Zeitschrift für Volkswirtschaft. Sozialpolitik und Verwaltung [1914]), pues en muchas formas debe considerarse como un predecesor directo de la posterior obra crítica.
[9] Vilfredo Pareto, Cours d’économie politique, (Lausana, 1897), vol. 2, p. 364 y ss.
[10] Una traducción al inglés del ensayo de Barone forma el Apéndice del volumen Collectivist Economic Planning.
[11] Otto Neurath, Durch die Kriegswirtschaft zur Naturalwirtschaft (Munich, 1919).
[12] Otto Bauer, Der Weg zum Sozialismus (Viena, 1919).
[13] Rathenau fue asesinado en 1922.
[14] Este plan fue desarrollado originalmente en un memorando presentado al gabinete del Reich el 7 de mayo de 1919 y luego desarrollado por Rudolf Wissel en dos panfletos, Die Planwirtschaft (Hamburgo, 1920) y Praktische Wirtschaftspolitik (Berlín, 1919).
[15] “Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwesen”, Archiv für Sozialwissenschaften und Sozialpolitik, vol. 58, nº 1 (Abril de 1920), reproducido en una traducción inglesa en Collectivist Economic Planning. La mayoría de este artículo se incluyó en la explicación más elaborada de los problemas económicos de una sociedad socialista en la parte II de Gemeinwirtschaft del Profesor Mises (Jena, 1922; 2ª ed., 1932); se tradujo al inglés bajo el título Socialism (Londres, 1936). [Publicada en España como El Socialismo (Madrid: Unión Editorial, 2009)].
[16] Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft (“Grundriss der Sozialökonomik”, vol. 3 [Tübingen, 1921]), pp. 55-56.
[17] El título original bajo el que aparecieron estas conferencias en el invierno de 1921-22 en el periódico ruso Ekonomist era “problemas de economía social bajo el socialismo”. Fueron reimpresas más tarde en ruso original como un panfleto que apareció en Berlín en 1923 y se publicó en Berlín en 1928 una traducción alemana bajo el título Die Lehren des Marxismus im Lichte der russischen Revolution. Este ensayo, junto con una explicación del desarrollo de la planificación económica en Rusia, apareció en una traducción al inglés en Boris Brutzkus, Economic Planning in Soviet Russia (Londres, 1935).
[18] Ludwig von Mises, “Neue Beitrage zum Problem der sozialistischen Wirtschaftsrechnung”, Archiv für Sozialwissenschaften, vol. 51 (1924) y “Neue Schriften zum Problem der sozialistischen Wirtschaftsrechnung”, Archiv für Sozialwissenschaften, vol. 60 (1928).
[19] Quizá sea necesario a este respecto decir explícitamente que sería completamente inconcluyente si esa comparación se hubiera hecho entre el capitalismo tal y como existe (o se supone que aún existe) y el socialismo como podría funcionar bajo condiciones ideales, o entre capitalismo como podría ser en su forma ideal y socialismo en una forma imperfecta. Si la comparación tiene algún valor para la cuestión de los principios, tiene que hacerse bajo la suposición de que cualquier sistema se hace realidad en la forma que es más racional bajo las condiciones dadas de la naturaleza humana y las circunstancias externas que deben por supuesto aceptarse.
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