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martes, 3 de noviembre de 2015

El Banco Mundial amenaza a los mercados libres en Perú

 
Los peruanos fueron gratamente sorprendidos, aunque les enfadara un poco, por la noticia de que el 8 de octubre iban a recibir un fin de semana más largo de vacaciones. La razón para las repentinas vacaciones era la llegada de la “comunidad internacional” a Lima para la reunión anual de los consejos de gobernadores del FMI y el Banco Mundial. El presidente de Perú, Ollanta Humala (disfrutando de un breve respiro de un escándalo en marcha referido a la malversación de fondos públicos por parte de su mujer), animaba a los peruanos a enorgullecerse del hecho de que los líderes de las finanzas internacionales se dignaran elegir a Perú como lugar para su conferencia y sugería que esto “demuestra a todo el mundo la excelente dirección de la economía peruana y el clima de seguridad en el que pueden realizarse las inversiones” bajo sus auspicios.
 
Estos comentarios son interesantes porque Perú es realmente una historia indiscutible de éxito económica. Si queremos un ejemplo de libro de mercado sacando a la gente de la pobreza, no hay que ir más allá de Perú. Sin embargo, lo que no mencionaba Humala es el hecho de que esta transformación tuvo lugar mucho antes de su presidencia y también de que sus causas provienen no tanto de su sabio arte de gobernar, sino más bien de la larga y venerable tradición de Perú de incompetencia estatal que ha hecho que las personas tengan que valerse por sí mismas.
 
Hace quince años, el economista Hernando de Soto, en su provocativo libro El misterio del capital escribía largamente acerca del funcionamiento bizantino de la burocracia peruana, en la que registrar títulos de propiedad o iniciar un negocio implicaba saltar a través de caros procesos administrativos y esperar, no meses, sino años para las aprobaciones correctas. De Soto lamentaba el hecho de que esta falta de reconocimiento legal impidiera a los pobres colateralizar y apalancarse sobre lo que eran en realidad activos bastante considerables. Sin embargo, su análisis olvidaba la importante cuestión de si, en presencia de un estado regulatorio eficiente al estilo occidental, los peruanos normales habrían sido capaces de acumular la riqueza para apalancarse para empezar.
 
Sigue ocurriendo (como sabe todo peruano y ocasionalmente visitante occidental horrorizado) que Perú es un lugar en el que si quieres hacer algo, nadie, especialmente no el gobierno, va a detenerte.
 
Si quieres una casa, puedes ir a las afueras de una ciudad como han hecho millones de otros peruanos, tomar un trozo de terreno y construir una. Si quieres hacer negocios, limítate a empezarlos en la calle. Si quieres un taller de ropa, limítate a empezarlo en tu casa. Lo mismo si quieres tener un restaurante o una escuela. Puede ser, como señala de Soto, que sobre el papel lleve veintiséis meses reconocer oficialmente una ruta de autobús, pero eso no impide que los empresarios individuales pongan en las calles sus furgonetas o autobuses escolares reconvertidos, señalando los inicios de lo que ahora son rutas de autobús sorprendentemente eficientes (abarrotadas) que llevan a pasajeros a casi cualquier rincón imaginable de la creciente capital de Perú, por menos de un dólar. El éxito de las empresas de autobuses y furgonetas es una muestra notable de orden espontáneo en acción.
 
En Perú no hay necesidad de pagar una tasa de consulta a un conserje para autorizar un procedimiento médico: análisis de sangre, endoscopias y radiografías puede pagarse en el momento en varias clínicas privadas. Pude comprarse todo tipo de medicinas genéricas en los mostradores. Si hace falta algo de diversión, en casi cada calle se puede comprar un DVD pirata en alta resolución del último éxito de Hollywood.
 
No es que los peruanos no hayan oído nunca acerca de permisos regulatorios, impuestos, licencias profesionales, leyes urbanísticas, protecciones de patentes y todo eso: existen en algún código en algún sitio, pero son en buena medida conceptos abstractos, que en la mayoría de los casos pueden ignorarse tranquilamente. Todo está en venta y las barreras de entrada virtualmente no existen.
 
El resultado de esta unión fortuita del espíritu del caballero latino con aparato estatal apático es una sociedad civil resistente en la que la sanidad y educación de bajo coste proveídas privadamente están disponibles para todos y la gente disfruta de niveles nutricionales y de esperanza de vida que se encuentran en lo alto de los propios índices de desarrollo del Banco Mundial.
 
Sin embargo es logro solo se registra de forma inadecuada en las estadísticas de PIB e indudablemente no es alabada por el presidente de Perú o los dignatarios del Banco Mundial. De hecho, en lugar de reconocer a las empresas informales y pequeñas como la verdadera expresión de los principios del mercado libre y la quintaesencia de la libertad, el Banco lamenta su existencia bastante abiertamente.
 
Para el Banco Mundial, la ausencia de regulación equivale automáticamente a subdesarrollo. Pero el Banco, “desarrollo” es alcanzar métricas concretas en consumo y gasto social, años de educación estatal e implantación de disposiciones legales como salarios mínimos. El problema es que la aplicación de estos indicadores de desarrollo conlleva muy convenientemente un populacho en el trabajo asalariado, trabajando para empresas reguladas (grandes empresas) donde pueda ser gravado en origen. Estos impuestos se usan luego para financiar una serie de programas sociales manejados por “profesionales de la pobreza”, que dedican sus esfuerzos a descubrir por qué todos se encuentran extrañamente deprimidos una vez que no se permite a nadie ganarse la vida sin mediar las instituciones estatales o sus vasallos corporativos.
 
Este modelo de desarrollo poco imaginativo tampoco hace nada para rebajar la atención a la cuestionable forma en que el Banco, y más concretamente a su brazo del préstamo privado, la International Financial Corporation (IFC), trabajan para sacar a la gente de la pobreza. Los peruanos son ahora bastante conscientes de lo sincero que es realmente el lema de la IFC de “crear oportunidades donde más se necesite”.
 
Por ejemplo, un proyecto estrella para proporcionar acceso a atención sanitaria de alta calidad hizo que la IFC proporcionara un préstamo de 120 millones de dólares para la construcción de la palacial Clínica Delgado, que ahora se encuentra en medio del exclusivo distrito de Miraflores en Lima Los residentes de Lima ahora pueden disfrutar de consultas por aproximadamente 150$.
 
Otro peruano necesitado al que la IFC estuvo encantada de ayudar fue el hombre más rico de Perú, Carlos Rodriguez Pastor, cuyo grupo Intercorp recibió 164 millones de dólares para expandir sus divisiones de servicios financieros. No se ha superado al Grupo Romero (propiedad de la familia bancaria más rica de Perú), que recibió 180 millones de dólares para renovar dos fábricas de procesado de aceite vegetal, y el Grupo Gloria, que recibió un préstamo de 25 millones de dólares para construir una fábrica que consolidaría su monopolio total del procesado de lácteos en Perú.
 
La IFC también extiende su influencia al sector turístico de Perú, que atrae a millones cada año y proporciona rentas notables a pequeñas empresas, guías locales y comunidades indígenas que la dirigen. A pesar de este historial de éxitos, la IFC evidentemente piensa que todavía hay algunos peruanos a los que podría echar una mano, como el intrépido grupo “Perú Holding de Turismo” y su socio la cadena de hoteles “Orient Express”, que posee y gestiona algunos de los inmuebles más lucrativos de Perú. Recibieron un préstamo de 40 millones de dólares para reformar varios hoteles de lujo en la región de Cuzco, atendiendo precisamente al tipo de élite jet-set internacional que se sienta en el consejo de la IFC. Solo puedo suponer que a los planificadores del Banco Mundial les gustaría que Cuzco se convirtiera en el Davos de Latinoamérica, todo parte de una estrategia de reducción de la pobreza para asegurar brillantes futuros a los peruanos en hostelería, restauración y entretenimiento adulto.
 
Los ejemplos continúan, ya que indudablemente la historia puede repetirse sobre cualquier otro país en el mundo “en desarrollo”. Lo único que cambia son los nombres de las élites nacionales y algunas corporaciones occidentales a la hora de recibir esta forma lucrativa de patrocinio estatal internacional.
Los miles de peruanos que acudieron a protestar por la conferencia probablemente tengan razón en sospechar acerca de los motivos de los burócratas y directores de las instituciones internacionales cuyos planes (como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica firmado en la conferencia) y modelos económicos eliminarían, si se aplicaran, la competencia real, entorpecerían el emprendimiento y recortarían sus libertades.
 
A medida que la conferencia llega a su final, el sol salía y algunos de los vendedores callejeros informales, que habían sido rodeados y expulsados del área de la conferencia antes de que se iniciara, empezaron a volver. Si hubieran mirado con cuidado, podrían haber reconocido a Christine Lagarde, Jim Yong Kim y otros alejándose en sus coches públicos con cristales tintados. Uno tenía que preguntarse si esta élite financiera financiada por los contribuyentes reconocería un mercado libre, aunque les estuviera mirando directamente a la cara.

Publicado originalmente el 30 de octubre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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