En una economía dinámica, una acción no solo dispara un efecto sino siempre un serie completa de distintas consecuencias. Mientras que la causa del primer efecto es fácilmente reconocible, los demás efectos a menudo se producen solo después, sin que se produzca dicho reconocimiento. Frédéric Bastiat describía este fenómeno en 1850 en su innovador ensayo “Lo que se ve y lo que no se ve”:
En la esfera económica, una acción, una costumbre, una institución, una ley producen no solo un efecto, sino una serie de efectos. De estos efectos, solo el primero es inmediato, aparece simultáneamente con su causa: se ve. Los demás efectos aparecen solo posteriormente: no se ven; tendremos suerte si los prevemos (…)Solo hay una diferencia entre un economista malo y uno bueno: el economista malo se limita al efecto visible; el economista bueno tiene en cuenta tanto el efecto que puede verse como aquellos efectos que deben preverse. Aun así, esta diferencia es tremenda, pues casi siempre ocurre que cuando la consecuencia inmediata es favorable las posteriores son desastrosas y viceversa. De esto se sigue que el economista malo busca una bien pequeño presente que se verá seguido por un gran mal, mientras que el economista bueno busca un gran bien por venir, con el riesgo de un pequeño mal presente.
Puede verse un fenómeno similar en las consecuencias de los tipos de interés suprimidos artificialmente y el estímulo monetario: a corto plazo, parecen tener efectos positivos, siendo sin embargo desastrosos los efectos a largo plazo. Si se estudian estos procesos de cerca, queda claro que los problemas subyacentes no pueden resolverse con una política global de tipos de interés cero, sino que esto por el contrario socava el proceso de selección natural del mercado.
Con estímulos artificiales como el tipo de interés cero, solo acabamos en una situación en la que gobiernos, instituciones financieras, empresarios y consumidores que realmente deberían ser declarados insolventes se mantienen con respiración asistida.
En línea con las ideas de Bastiat, pueden identificarse numerosas consecuencias a largo plazo de las políticas de tipo de interés cero, pero que son generalmente ignoradas:
- Los inversores conservadores por naturaleza caen bajo una presión creciente con respecto a sus inversiones y asumen riesgos excesivos ante la perspectiva de que los tipos de interés permanezcan bajos a largo plazo. Esto lleva a malas asignaciones de capital y a la aparición de burbujas.
- El dulce veneno de los tipos bajos de interés lleva a una inflación masiva de los precios de los activos (acciones, bonos, obras de arte, inmuebles).
- Tipos de interés estructuralmente demasiado bajos en naciones industrializadas debido a carry trades llevan a la aparición de burbujas de precios de activos y efectos de contagio en mercados emergentes.
- Se producen cambios en el comportamiento humano, debido a un poder adquisitivo en continua disminución. Mientras que el ahorro se va convirtiendo cada vez más en una reliquia del pasado, asumir deuda se convierte en algo aceptado como racional.
- Como consecuencia de los tipos de interés estructuralmente demasiado bajos, se crea una “cultura de gratificación instantánea”, que se caracteriza, entre otras cosas por el hecho de que el consumo se financia con crédito en lugar de ahorro. La formación de riqueza se hace continuamente más difícil.
- La función de medio de intercambio y unidad de cuenta del dinero aumenta en importancia, mientras disminuye su papel como almacén de valor.
- Disminuyen los incentivos para la disciplina fiscal.
- Se crean bancos zombi: Los tipos bajos de interés impiden el sano proceso de la destrucción creativa. Se permite a los bancos refinanciar préstamos potencialmente morosos de forma prácticamente indefinida y por tanto rebajar sus requisitos de ejecución.
- El dinero recién creado no se distribuye ni uniforme ni simultáneamente entre la población. Esto genera una transferencia permanente de riqueza de los receptores posteriores a los receptores tempranos del dinero recién creado.
La política monetaria convencional (es decir, la promoción de creación de crédito rebajando los tipos de interés) llega a su límite una vez se alcanza la “frontera cero”. Para continuar con la espiral de estímulo, la “política monetaria no convencional” se convierte en cada vez más importante- La multitud de medidas de política monetaria de “nuevo cuño” aparentemente solo está limitada por la imaginación de los banqueros centrales, por medio de las cuales los años recientes han demostrado que los banqueros centrales pueden ser extraordinariamente creativos. El que este fenómeno no sea nada nuevo, lo demuestra, entre otras cosas, esta observación de Ludwig von Mises en 1922:
Pero un aumento en la cantidad de dinero y medios fiduciarios no enriquecerá al mundo. (…) La expansión del crédito de circulación sí lleva a un auge al principio, es verdad, pero antes o después este auge está condenado al crash y a producir una nueva depresión. Solo puede conseguirse un alivio aparente y temporal mediante trucos de banca y moneda. A largo plazo de llevar a una catástrofe mucho más profunda.
Publicado originalmente el 8 de agosto de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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