Federico Steinberg. Opinión - 30/9/2015
(*) Publicado el 30/9/2015 en Infolatam.
Hace ya varios meses que se venía alertando sobre que en América Latina la fiesta del crecimiento se estaba acabando. Tras una década prodigiosa de dinamismo económico y mejora de los indicadores sociales (2003-2012, especialmente los primeros cinco años) alimentada por el boom de las materias primas, la abundante liquidez internacional y las buenas políticas económicas en la mayoría de los países de la región, las condiciones externas se estaban deteriorando. El super-ciclo de altos precios de las materias primas tocaba a su fin, el comercio internacional dejaba de crecer con tanta intensidad y solo era cuestión de tiempo hasta que la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) comenzara a subir los tipos de interés drenando liquidez de la economía mundial y propiciando la salida de capitales de los mercados emergentes y la depreciación de sus monedas.
La Fed, por el momento, no ha actuado. Pero, desde julio, ha aparecido un nuevo factor de riesgo que puede complicar mucho más las cosas: la crisis en la economía China. Más allá del debate sobre si la caída de la bolsa de Shanghái (y su contagio al resto de plazas financieras mundiales) tendrá un impacto significativo en la economía real rebajando sensiblemente la tasa de crecimiento de la economía china, lo cierto es que una leve desaceleración del gigante asiático (que sin duda se está produciendo) afectará negativamente a América Latina, sobre todo a los países del cono sur.
Una China menos pujante en lo económico supone una caída de la demanda de productos primarios, lo que tenderá a deprimir aún más sus precios, penalizando especialmente a los exportadores de las principales materias primas, muchos de ellos latinoamericanos. En el caso del petróleo, que lleva meses por debajo de los 50 dólares por barril y que no se espera que se encarezca demasiado a corto plazo, los efectos sobre la región serán distintos en función del perfil de importador o exportador neto de cada país. Así, Venezuela, Ecuador, México y Brasil saldrían perjudicados por los bajos precios mientras que Argentina, Chile, Perú, Colombia, Uruguay y los países de América Central saldrían beneficiados. Sin embargo, la bajada del precio del resto de las commodities, tendrá un impacto claramente perjudicial para la mayoría de los países.
La desaceleración china puede además afectar de forma indirecta al crecimiento de la región generando un parón en el reciente dinamismo de parte de Europa (sobre todo en Alemania, que es el gran suministrador de bienes de equipo a China), que termine produciendo una menor demanda de los productos latinoamericanos en Europa. Y, por supuesto, la incertidumbre que las dudas sobre China introducen en los mercados financieros internacionales no puede sino dificultar aún más el crecimiento mundial y, por ende, el de América Latina, aunque a corto plazo pueda llevar a la Fed a retrasar la subida de tipos, amortiguando así el potencial impacto negativo que este movimiento tendrá sobre la región.
En este contexto, las previsiones de crecimiento para este año de los principales países, que el FMI ya había rebajado en su último informe de abril (-1% en Brasil, del -7% en Venezuela, -0,3% en Argentina, 2,7% en Chile, 3,4% en Colombia, 3% en México, 3.8% en Perú, 4,3% en Bolivia o 4% en Paraguay) aparecen ahora como demasiado optimistas. Así, será difícil que el conjunto de la región logre crecer por encima del 1% este año o del 2% el que viene, y la situación de Brasil es especialmente delicada, con una caída que podría superar el 2% en medio de una importante crisis política que ya ha llevado al país a perder el investment grade.
Esta situación de desaceleración no debería generar crisis financieras profundas como en el pasado. La mayoría de los países aprendieron las lecciones de los años ochenta y noventa y hoy tienen niveles de deuda relativamente bajos, altas reservas internacionales, una demanda interna más capaz de amortiguar el deterioro de la coyuntura internacional y mejores políticas macroeconómicas. Sin embargo, el impacto social del menor crecimiento (o la recesión) no será desdeñable. Tras años de mejora en los indicadores de pobreza y desigualdad, la población tendrá que adaptarse a una era de expectativas limitadas, que tendrá que ser “digerida” por sistemas políticos que, en muchos países, se encuentran ya cuestionados. La tarea no será fácil.
Federico Steinberg
Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf
Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf
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