Federico Steinberg. Comentario Elcano 52/2015 - 6/10/2015
Aunque a los economistas les cueste entenderlo, la política comercial es más política exterior que política económica. Y, por lo tanto, además de buscar aumentar los intercambios de bienes, servicios e inversiones para aumentar el crecimiento y el empleo –algo que puede o no suceder según las circunstancias– es un instrumento para mantener y aumentar el poder en las relaciones internacionales.
Por lo tanto, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), un acuerdo de libre comercio que EEUU acaba de concluir con otros 11 países de la cuenca del Pacífico incluido Japón (pero excluido China), que cubre el 40% de los intercambios comerciales y que es la negociación más ambiciosa llevada a buen puerto desde la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) hace 20 años, es, sobre todo, un importante paso en la estrategia estadounidense de contención del auge de China.
“La estrategia [de EEUU] para cercar a China es hábil y sutil, pero todavía está por ver si resulta efectiva”.
Durante los próximos días se subrayará que su impacto económico será muy significativo. Por ejemplo, un reciente estudio del Peterson Institute, el think-tank económico más prestigioso de EEUU, estima que el TPP añadiría a la producción estadounidense 77.000 millones de dólares para 2025, 105.000 millones a la japonesa, 24.000 millones a la mexicana y 10.000 millones a la de Malasia. Aunque el reparto de estas ganancias será muy desigual, es evidente que este acuerdo de libre comercio tiene un gran potencial: permitirá ganancias de eficiencia en la producción, mejorará el aprovechamiento de las economías de escala para las empresas, sofisticará las cadenas de suministro globales al reducir los aranceles y facilitar las inversiones cruzadas y creará muchos empleos (aunque también es de esperar que destruya otros tantos). Peor, en cualquier caso, todos estos beneficios se materializarían solo a largo plazo y, como explica Dani Rodrik, es realmente difícil estimarlos. Por lo tanto, el TPP ni sacará a Japón de su letargo económico, ni servirá para dar un acelerón a las economías del sudeste asiático o la Alianza del Pacífico (México, Perú y Chile son miembros) ante el parón económico de China, ni acelerará el crecimiento en EEUU y Canadá.
Lo que sí hará el TPP, siempre que finalmente sea ratificado por todos los países (algo que probablemente terminará sucediendo pero que será un proceso complicado), es acorralar a China y poner presión sobre Europa para concluir el acuerdo de libre comercio que en la actualidad negocia con EEUU (el TTIP).
La estrategia para cercar a China es hábil y sutil, pero todavía está por ver si resulta efectiva. Lo que EEUU ha conseguido hacer es poner de acuerdo a las principales economías de Asia-Pacífico (recordemos que ya concluyó un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur, que no está incluida en el TPP) para abrir sus economías y fijar una serie de estándares comunes en materia regulatoria, en un momento en el que la pujanza económica y comercial de China en la región es tan grande que muchos de sus socios comerciales se estaban viendo obligados a aceptar los estándares que proponía China para vender sus productos en el enorme mercado del gigante asiático (de hecho, China negocia desde 2012 su propio acuerdo de libre comercio con sus vecinos, el Regional Comprehensive Economic Partnership, RCEP). Con el TPP, EEUU ofrece a los países asiáticos un enorme mercado para sus productos (del mismo tamaño que el chino, pero mucho más innovador y sofisticado), pero les exige a cambio que adopten los estándares norteamericanos (por ejemplo, en materia de propiedad intelectual, protección de las inversiones y responsabilidad medioambiental), alejándolos así de la órbita de China, no tanto en términos comerciales como de filosofía de los estándares regulatorios. Con este ejercicio de liderazgo comercial, que recuerda al papel de potencia hegemónica en materia de regulación del comercio que EEUU adoptó tras la Segunda Guerra Mundial al impulsar el GATT, da un primer paso en la fijación de las reglas de la globalización económica en el siglo XXI.
Además, al haber concluido con éxito el TPP, EEUU ahora puede centrar todos sus esfuerzos diplomáticos en negociar con la UE el TTIP. Intentará que los mismos estándares regulatorios que ha “impuesto” en Asia-Pacífico se fijen también en el comercio transatlántico. Así mismo, aumentará la presión sobre la UE para concluir el acuerdo al poder jugar la baza de que si no lo hace se quedará atrás tanto en el acceso a mercados en las potencias emergentes como en la fijación de estándares.
En definitiva, el TTP supone un gran éxito para Obama, que dedicó su primer mandato a la política interior, centrando sus esfuerzos en combatir la crisis, reformar el sistema financiero y aprobar una controvertida reforma sanitaria, pero que está dedicando este segundo a la política exterior, con grandes éxitos en la relación con Cuba e Irán y, ahora, con un primer gran paso en materia de política comercial.
Federico Steinberg
Investigador pincipal del Real Instituto Elcano | @Steinbergf
Investigador pincipal del Real Instituto Elcano | @Steinbergf
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