[Este artículo se basa en notas preparadas para un panel sobre “¿Qué va mal en el mundo?” en el Rhodes College el 29 de septiembre de 2009]
Supongo que todos queremos usar la vida que se nos ha dado para hacer del mundo un lugar mejor. Esto no es tan claro como parece en un principio. Es insuficiente simplemente pensar globalmente y por desgracia muchos tipos de acción local son claramente destructivos. Se me ha pedido que evalúe un puñado de asuntos: se espera que exponga el asunto más apremiante en el mundo, si está mejorando o empeorando y qué podemos hacer. También se me ha preguntado qué podemos hacer para reducir la mortalidad infantil en Memphis. Por fin, me han preguntado qué significa para mí “pensar globalmente y actuar localmente”. Comentaré cada cosa a su tiempo.
La pobreza es el asunto más importante del mundo, porque es el árbitro definitivo de quién vive y quién muere. Hemos hecho enormes progresos en las últimas dos décadas, particularmente con la integración continua de India y China en la economía global y los aumentos en la libertad económica en ambas. Hemos hechos grandes progresos, pero aún hay grandes problemas. Los problemas más importantes, creo, son el activismo irreflexivo y la disensión no informada. Están bloqueando el camino de nuestro desarrollo como gente ética.
¿Puede repetirlo? ¿He dicho “ética” yo, un economista? Sí, yo, un economista, he dicho “ética”. Yo digo a mis estudiantes que la economía como tal no puede decirnos qué valores tener, pero yo diría que esforzarse por entender lo que puede decirnos acerca del mundo un razonamiento económico cuidadoso es un elemento importante para ser una persona ética, porque las consecuencias no deseadas de políticas que se enfrentan al razonamiento económico básico han sido trágicas. La cruel ironía es que la pobreza puede institucionalizarse por políticas apoyadas por activistas supuestamente bienintencionados que no comprenden las ramificaciones de las políticas que defienden.
Por tanto, les animo a dar pasos adelante para desarrollar una buena ética. Eviten la suposición de que otra gente necesita que actúen como su representante moral. En uno de los pasajes más famosos de la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith, éste habla del “hombre del sistema”. Merece la pena citarlo completo:
El hombre del sistema, por el contrario, es capaz de ser muy prudente en su propia presunción y está a menudo tan enamorado de la supuesta belleza de su propio plan ideal de gobierno que no puede sufrir la menor desviación en cualquier aspecto de éste. Se dedica a establecerlo completamente y en todas sus partes, sin ninguna consideración ni a los grandes intereses ni a los fuertes prejuicios que puedan oponerse. Parece imaginar que pude disponer a los distintos miembros de una gran sociedad con tanta facilidad como la mano dispone las distintas piezas en un tablero de ajedrez. No considera que la piezas sobre el tablero tengan otro principio de movimiento aparte del que la mano les imprime, sino que, en el gran tablero de la sociedad humana, cada pieza tiene un principio de movimiento propio, totalmente diferente del que el legislativo pueda decidir imprimirle. Si esos dos principios coinciden y actúan en la misma dirección, el juego de la sociedad humana discurrirá fácil y armoniosamente y es muy probable que sea feliz y exitoso. Si son opuestos y diferentes, el juego discurrirá miserablemente y la sociedad estará en todo momento en el máximo nivel de desorden. (Párrafo VI.II.42).
En lenguaje moderno: no seas “ese tipo”. Cuando identifiques una fuente de tensión social, advierte que esa fuente podría no ser la ignorancia, la idiotez o la venalidad de la gente que quieras controlar, sino tu deseo de controlarlos.
No pienses que tienes todas las respuestas y evita que te impulse su autosatisfacción. Los buenos deseos sinceros no evitarán las consecuencias de una política (tanto los deseables como los indeseables). Supuestamente, todos somos sinceros, pero no podrás lograr justicia y prosperidad simplemente deseándolas. Este asunto es también tremendamente serio.
Un aspecto de convertirse en adulto responsable (algo que por desgracia mucha gente no consigue) es abandonar la idea de que te dejarán salir del atolladero de las consecuencias de tus acciones porque tus intenciones eran buenos o porque no intentaste hacer daño. A veces se critica a los economistas porque no consideramos los aspectos éticos en el análisis económico, pero quizá se pueda atribuir una acusación similar a nuestros críticos. Escuchemos a Steven Horwitz sobre la intersección entre ética y economía:
Podría ser más apropiado decir que los éticos ignoran la economía que que los economistas ignoran la ética. En la medida en que la buena economía muestra lo que podemos hacer con la política social y lo que no, se relaciona con la ética. Después de todo, si lo importante de decir que tendríamos que hacer X es que pensamos que se alcanzarán algunos objetivos moralmente deseables, entonces saber si hacer X llevará o no a alcanzar esos objetivos es, o al menos debería de ser, una parte clave de la investigación moral.
Sheldon Richman, de la Fundación para la Educación Económica, ha descrito una tendencia similar (enfocarse en objetivos morales sin considerar si las políticas que defendemos harán alcanzar esos objetivos) como un equivalente moral a conducir bebido. Ningún conductor bebido se pone al volante tratando de causar daños o muertes. De forma similar, nadie defiende un aumento del salario mínimo tratando de eliminar la parte más baja de la escala económica y hacer más difícil escapar de la pobreza.
Cuando un conductor ebrio ocasiona una muerte en carretera, el que intente o no matar a alguien es irrelevante para el hecho de que haya ocurrido. Cuando el aumento del salario mínimo echa a la gente pobre del mercado de trabajo, es también irrelevante si los defensores del salario mínimo intentan que pase eso.
El razonamiento económico nos ayuda a exponer absurdos en declaraciones aparentemente nobles moralmente. Aquí van dos ejemplos. La reina de Inglaterra acusó a los economistas de ser incapaces de ver que venía la crisis financiera. William Easterly apuntó que realmente hicimos algo mejor que predecir la crisis. Predijimos que seríamos incapaces de predecirla. La retrospectiva es siempre perfecta y decir “sí, los precios de los activos eran incorrectos” no es una crítica a la economía o los mercados financieros.
Podemos teorizar acerca de las condiciones generales bajo las que se producen las recesiones, pero no podemos predecir sistemáticamente las crisis, pánicos y otros desastres concretos, porque quien pueda, tiene un incentivo para actuar y aprovecharse de su visión superior. Si estás haciendo dinero a espuertas explotando ineficiencias en el mercado, te creeré y escucharé tu crítica a los mercados eficientes. Hasta entonces, no he visto nada que sugiera que los mercados sean sistemáticamente ineficientes de una forma cognoscible y predecible.
Voy con un segundo ejemplo. Quizá hayan oído a un comentarista decir que el problema con los negocios es que sólo se piensa en el corto plazo. Los ejecutivos sólo se preocupan por los informes de ganancias del siguiente trimestre. Es incorrecto.
Las empresas y corporaciones están obligadas a tener horizontes a largo plazo porque el precio de una acción representa el valor descontado de las ganancias que se obtengan con sus activos. Tomar decisiones que aumenten la rentabilidad a corto plazo a costa del largo rebajará el valor de los activos de la empresa y, por tanto, reducirá el precio de la acción. Si pensamos que hemos identificado correctamente una situación así, entonces la respuesta adecuada no es una condena de la empresa y sus despiadados ejecutivos, sino una compra apalancada.
Si se permite funcionar a los mercados, la idea de un enfoque impropio hacia el corto plazo no es una crítica válida a los negocios. Sin embargo, sí los es para la acción política, pues los actores políticos y las empresas con ánimo de lucro tienen diferentes incentivos.
Soy un demandante residual de los beneficios generados por las empresas de las que tengo acciones. No soy un demandante residual de nada que tenga el gobierno. Tengo un incentivo para ver que las empresas de las que soy accionista gestionen sensatamente mi dinero. Tengo incentivos menos poderosos para ver que el gobierno no malgasta recursos.
Además, el problema del agente principal en cualquier jerarquía es menos pronunciado en el sector privado que en el gobierno. Los directivos y cuadros medios que gestionen mal mi dinero pueden ser despedidos y reemplazados sin muchas dificultades. Es mucho más difícil librarse de políticos y funcionarios, que tienen objetivos vagos y no pueden acudir a un cálculo económico racional porque no están sujetos a precios, ganancias y pérdidas.
Los precios, ganancias y pérdidas envían señales claras. Por adoptar una metáfora vívida, aunque no completamente exacta, las pérdidas son sangre en el agua infestada de tiburones de los mercados financieros: deja de sangrar o te devorarán.
¿Qué hay del “pensar globalmente” y “actuar localmente”? Lo mejor que podemos hacer “localmente” es tratar de entender en todo lo posible el mundo que nos rodea. Yo diría que esto requiere un estudio intensivo y cuidadoso de la economía (que es la lógica de la elección) y la probabilidad (que es el lenguaje de la ciencia). En todo, recordar hacer la justicia, amar la compasión y andar humildemente con tu Dios. La palabra importante aquí no es justicia o compasión, sino “humildemente”. Un montón de gente no ha sido capaz de actuar humildemente. Durante ese proceso, han causo sufrimientos innombrables.
Mi opinión no se basa en suposiciones ingenuas acerca de la bondad humana ni en ideas optimistas acerca de que los mercados produzcan algo utópico, sino en mi convicción de que no tengo sabiduría para reclamar el derecho a sustituir por la fuerza mi juicio por el de otro cualquiera. Quienes han defendido históricamente esta perspectiva han sido el origen de grandes dolores y sufrimientos.
Hoy el mundo es más rico de lo que haya sido nunca. Sin embargo, los gobiernos que fueron “muy conscientes de (su) propia vanidad” mataron a unos doscientos cincuenta millones de personas en el siglo XX. La historia dedica mucho espacio a los grandes pensadores e innovadores de los últimos siglos y no quiero olvidar sus logros. Pero ¿cuántos grandes pensadores e innovadores perecieron en los gulags? ¿Cuántos murieron en los barcos esclavistas? ¿Cuántos fueron enterrados en fosas comunes en todo el mundo? Nunca lo sabremos.
Seamos concretos y consideremos la mortalidad infantil. Asegurémonos de que tenemos lo hechos desnudos y asegurémonos de que comparamos manzanas con manzanas. Las comparaciones de mortalidad infantil internacional pueden adulterarse con distintas definiciones de la mortalidad infantil en cada país. Lo que se considera un nacido vivo en Estados Unidos podría considerar un nacido muerto en (digamos) Reino Unido. Así que nuestra capacidad para realizar deducciones con sentido a partir de los datos internacionales de mortalidad infantil es limitada.
Además, podemos construir un ejemplo en el que todo el mundo resulta estar mejor, pero en el que la mortalidad infantil aumenta mientras la esperanza de vida disminuye. Si la sanidad maternal mejora ligeramente, bebés que no habrían llegado a nacer lo harán, aunque podrían morir prematuramente. Esto aumentaría la mortalidad infantil y reduciría la esperanza de vida. Además estos niños probablemente sean más susceptibles a la enfermedad, lo que significaría que la prevalencia de las enfermedades aumentaría. Si algo me ha enseñado el debate sobre la sanidad, es que no sabemos lo suficiente acerca de la demografía como para ser capaces de hacer el tipo de afirmaciones que tanta gente hace tan alegremente en los medios de comunicación nacionales.
¿Qué tenemos que hacer si queremos “pensar globalmente” y “actuar localmente”? Por suerte hay un montón de cosas a nuestro alcance. Empleamos un montón de tiempo en 1º de Economía hablando acerca de las consecuencias negativas no buscadas de diferentes políticas. Las políticas que deberían ser combatidas y rechazadas incluyen principalmente cualquier interferencia en el proceso del mercado: salarios mínimos, controles de precios, impuestos y subvenciones. Todas ellas deberían ser rechazadas.
¿Por qué? Una razón es que podemos demostrar cómo desperdician recursos animando actividades cuyos costes exceden los beneficios y desanimando actividades en las que los beneficios exceden los costes. Además, en la medida en que ponen pilas de monedas sobre la mesa listas para quien se las lleve, animan a realizar gastos derrochadores tratando de obtener esas pilas de dinero, no creando valor, sino asegurándose ventajas políticas. En este punto sin duda parece que los economistas son los fustigadores del mundo, pero una de las consecuencias más importantes de un razonamiento económico cuidadoso es que a menudo los planes y programas no sólo son ineficaces: son indudablemente destructivos.
Publicado el 21 de abril de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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